LA MOZA DE BLANCO

Introducción

El bolichero se llamaba Luis Alberto. Detrás del mostrador amarilleaba una foto de Aparicio Saravia y a su lado contrastaba con ella otra más nueva del líder político Luis Alberto de Herrera, caminando como quien va a patear una pelota, y la pelota era el círculo que enmarcaba el número de una lista electoral de los "blancos".
Hablábamos con Don Luis Alberto -el comerciante, no el político- de las misteriosas apariciones de la moza de blanco. Dejo entonces que sus palabras de hace algunos años broten nuevamente de mi memoria y de mis anotaciones. Ustedes pongan el farol a mantilla, los insectos zumbando furiosos contra el cristal y los "alguaciles", profetas de la tormenta, chocando tontamente contra nuestras cabezas. Y en lo mejor del relato, desde la soledad de afuera, un misterioso aullido que nos hizo saltar pero del que no hablamos, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo para ello.
Hable, Don Luis Alberto, como lo hizo conmigo hace años ya... y créame, esta rueda de hoy va a beber con el mayor respeto sus palabras...

El relato

Cómo no me voy a acordar de la moza de blanco. Eso fue hasta el año ochenta y dos. Después no apareció más. Fíjese, estamos en 1998, así que saque la cuenta. Por otros lados sí aparecen mozas de blanco, pero la de aquí dejó de aparecer; ahora la pobrecita descansa en paz y ya no sale del panteón.
Aparecía en el monte y los forasteros se asustaban. A veces el viajero sentía que la aparición se había subido en ancas de su propio caballo y una mano fría le cerraba las vistas pidiéndole suavemente que no mirase para atrás mientras desaparecía.
Ah sí, nuestra moza de blanco hablaba. Fíjese lo que son las cosas. La que aparecía por el Paso de los Sarandises en cambio no hablaba, y dicen que de cerca asustaba por su fealdad, estaba como descarnada, aunque de lejos era preciosa. Aquella difunta tenía el cuello muy largo, demasiado largo, y claro, cómo no iba a estar así si murió ahorcada y colgó como una semana antes de que la descubrieran. Cajón de difunto para hombre grande tuvieron que encargar para ella. Altísima era su alma en pena. Y dejó de aparecer por el Paso cuando llegó la luz eléctrica y pusieron esos enormes focos. Dicen que ahora aparece más arriba, por el lado de la sierra, pero vaya a saber si es así.
En cuanto a la de acá, pobrecita, ya le digo. Apareció hasta setiembre del 82. Y no era fea, nada fea.
Hasta el ochenta y dos, sí. Esa primavera había mucha concurrencia en el local feria, era un remate de mi flor; ganado pampa lustroso, pesado...
Cuando entró aquel forastero yo abrí el ojo en seguida. No por que anduviera mal entrazado, ni por lo cansado del caballo, sino porque tenía un aire familar. Era como si ya lo hubiera visto antes, pero no podía ser: era muy gurí a pesar de la estampa de tropero y el rostro curtido de soles. Tomó de la brasilera en silencio. Fueron llegando los parroquianos de siempre y déle hablar entre ellos de que la moza de blanco se había aparecido más seguido aquel año que nunca antes. "Como si estuviera esperando a alguien" dijo el Tronco, y entonces todos miraron al recién llegado.
Ya le digo, era el año 82. El forastero preguntó entonces desde cuándo aparecía aquella alma en pena. Nadie sabía bien, pero había sido diez años antes más o menos. "Antes del golpe de estado, imagínese" aclaró el más memorioso; " fue en la época en que don Indalecio, el capataz, se fue de la estancia sin decir nada; estaba enfermo y no quiso decírselo a nadie. Supimos al mes sobre su muerte en un hospital de Montevideo. Su esposa, cocinera en la misma estancia, murió de tristeza poco después, y muchos pensamos que esa moza de blanco... bueno, era el alma de aquella mujer, todavía joven y linda, que había sido tan golpeada por la vida: un hijo mozo que no volvió y un marido que..."
Mientras el parroquiano hablaba, todos nos dimos cuenta de golpe, al mismo tiempo, a quién se parecía el forastero. Sus ojos enrojecidos miraban el vaso vacío y dijo sordamente lo que ya era confesión innecesaria:
- No está nada lejos, nada lejos.. que sea la sombra de mi madre.
Todos guardamos silencio. Y fíjese, será casualidad o no, pero desde que aquel forastero llegó, visitó el panteón y dejó unas flores, nunca más apareció la moza de blanco.

Material extraído del libro" Leyendas, mitos y tradiciones de la Banda Oriental" del historiador Gonzalo Abella- Betum San Ediciones



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