A VECES LA LUNA SE LLAMA GUIDAÍ

Introducción

Los charrúas conocían las fases de la Luna y su regularidad como las conocen todos los pueblos que observan el cielo. Las Lunas llenas sucesivas marcaban el año lunar, a razón de tres Lunas llenas por estación, pero al llegar a cada solsticio de invierno se aumentaba una Luna para la estación siguiente. Las cuatros estaciones, claro, no se designaban como primavera, verano, otoño e invierno sino por las actividades propias de cada temporada.
Cada cierto período de años los ancianos advertían que los ciclos lunares se habían desfasado con relación al solsticio de invierno, y entonces se agregaba otra Luna más a la estación primaveral.
Claro que a nadie se le ocurría que aquel cuerpo esférico fuera una diosa; eso sólo puede ser una invención de los imperios, no de los pueblos sabios.
Pero la pradera por la noche está poblada de espíritus y el monte, por el día y por la noche, tiene muchos más. Esos espíritus deambulan con diferentes propósitos. La mayoría de ellos, memoria antigua de abuelos sabios, quiere protegernos, pero para eso cada espíritu debe fortalecerse, energetizarse.
Y allí es donde a Luna juega su papel. Es en esos casos que la Luna se llama Guidaí, fuente energetizadora de los espíritus protectores.
En el mundo guaraní acontece algo similar. Una cosa es Jasy, la luna como medida de ciclos agrícolas o embarazos; y otra cosa es Ñasaindy, la energía lunar que protege y fortalece.
¡Y qué fuerza tiene la luna llena! Pregunten a pescadores del Fray Bentos o el Salto Oriental, para no salir de esta Banda, y después pregunten a un pescador artesanal de Corrientes o del Ñeembucú paraguayo, y todos les dirán lo mismo; si hay Luna llena el pescado recién capturado debe taparse en el fondo de la canoa, porque de no hacerse así se descompone rápidamente. En las noches sin Luna, por más que haga el mismo calor, el proceso de putrefacción de la carne se da mucho más lentamente.
La energía por sí misma no hace el Bien ni el Mal; eso depende de la voluntad de los espíritus que la gobiernan o de la gente sabia que la administra. Por eso entre los charrúas era común que cada recién nacido fuera presentado a la primera Luna llena, desnudo, pasando de los brazos de su mamá a los de la anciana o el anciano sacerdote de la comunidad. No importaba que fuera pleno invierno: la Luna era protección suficiente, abrigo y escudo para el nuevo ser.
Y si en el momento de la presentación ocurría algún prodigio, alguna señal extraordinaria relacionada con la Luna, aquella niña o aquel varoncito podían recibir el nombre Guidaí como parte de su identidad secreta, la que no sería revelada fuera de la comunidad.
En efecto, el nombre se elegía observando las señales de la Naturaleza en el entorno inmediato. Así por ejemplo aquel animal que entonces se acercara demasiado podría indicar la predisposición de los espíritus protectores a incorporarse en él para dar señales y orientaciones al recién nacido durante toda su vida. Entonces el nombre del animal quedaba incorporado al nombre auténtico (y no pronunciable ante extraños) del bebé.
Pero si era la Luna la que en aquel momento de la búsqueda del nombre parecía aumentar su fulgor, eso significaba que aquella niña o aquel varón era elegido por los espíritus que la Luna energetiza para otorgarle poderes excepcionales.
El nombre Guidaí (energía lunar) no es muy común entre los charrúas. Hay que ganárselo y eso debe pasar en el instante mismo en que el niño o la niña recién nacidos son presentados desnudos a la Luna. Algún suceso extraordinario debe ocurrir allí, algo que indique a los ancianos que aquel nuevo miembro de la comunidad recibe un apoyo especial de los espíritus que la Luna energetiza. Es solamente en esos momentos en que la luna pasa a ser Guidaí, y entonces esta dulce palabra puede agregarse al nombre secreto del recién nacido.
Dicen que este privilegio fue concedido por los espíritus principalmente a algunas niñas, pero que entre los varones de las últimas comunidades hubo dos casos excepcionales a los que se les llamó "Guerreros de la Luna". Ellos fueron Tacuabé y Sepé.
Fue precisamente a través de la Luna que el Gran Espíritu los consagró para protagonizar acontecimientos heroicos e inolvidables.

La leyenda

Los espíritus antiguos dijeron a Tacuabé:
"Vos serás el testimonio. Sobrellevarás el dolor del cautiverio, pero gracias a vos la memoria no podrá ser borrada. De tu rebeldía indomable y de tu amor por los tuyos saldrá un mensaje para los orientales: siempre vale la pena luchar hasta por lo que parece imposible. Jamás debe darse todo por perdido".
Tacuabé prisionero llevó a Francia la música charrúa y sus instrumentos. También evocó en Europa las antiguas pictografías, los antiguos signos pintados en las piedras de su tierra lejana reproduciéndolos en un juego de naipes.
Él dejaba que lo observaran, como si se hubiera resignado a su suerte. En realidad quería que lo observaran, que tomaran nota de todo lo que hacía. Por eso los "científicos" franceses, con su fría indiferencia, pudieron registrar cómodamente sus destrezas y su creación artística.
Esto no estaba en los planes del Gobierno Oriental de la época, el cual presentaba a los charrúas como salvajes y no quería admitir que éstos producían y disfrutaban de las más diversas expresiones del arte. Al vender a personas como Tacuabé, Guyunusa, Senaqué y Vaimaca como esclavos con destino a Francia los opresores no se dieron cuenta de que les daban una oportunidad para mostrar su dignidad, su virtuosismo y su sabiduría.
Tacuabé demostró que los charrúas no eran fieras sino seres humanos sensibles, portadores de una cultura milenaria y a la vez gente actualizada de su tiempo. Y los franceses registraban todo sin entender la trascendencia de lo que hacían. También testimoniaron la dignidad de los prisioneros y los profundos sentimientos de Tacuabé en cada situación difícil, así como su actitud sabia y solidaria en ese momento tan especial en el que acompañó el parto de su compañera cautiva, la charrúa Guyunusa.
Después de la muerte de Guyunusa fueron manos anónimas francesas, esas sí solidarias y sabias, que ayudaron a Tacuabé a escapar con la charruíta bebé en sus brazos. Las manos de Tacuabé la habían recibido del vientre de su madre prisionera y ahora esos brazos la llevaban, bebé aún, a la libertad.
Por eso el ejemplo de Tacuabé nos enseña que nunca debe darse todo por perdido.
¿Y el viejo Sepé?
Los espíritus antiguos dijeron a Sepé:
"Creerán que sos la venganza, pero serás el primer sanador de esta tierra; tu brazo comenzará la obra inevitable de barrer el mal".
Sepé, aun joven, derrotó en combate abierto a Bernabé Rivera. El malvado oficial cayó muerto instantáneamente de un certero golpe de boleadoras. El grupo charrúa se replegó después al Brasil, pero los charrúas siempre vuelven.
El odio de los peores americanos no perdonó a Sepé. Primero calumniaron su memoria. Después, cuando ya era un anciano, lo envenenaron en Tacuarembó. Murió en una época que se hablaba de Educación del Pueblo, del Progreso y de una nueva sensibilidad en los salones montevideanos. Era una época de alambrados controladores, telégrafos informantes, ferrocarriles avasallantes y partidas militares organizadas con modernos fusiles. Lo mataron cuando ya no tenía el vigor físico para ser una amenaza para nadie, a menos que la memoria y la dignidad sean una amenaza.
Unos años después los herederos de los genocidas desenterraron su cuerpo y se llevaron el cráneo.
¿Por qué hicieron todo eso?
En el fondo saben, aunque no lo digan, que Sepé no murió del todo porque tenía una misión encomendada por los antiguos espíritus.
En el lugar donde cayera su cuerpo ya sin vida un ombú dejó de crecer, quedó como en suspenso, pero vive hasta hoy.
La pulpería donde le dieron el veneno se conserva hasta hoy, y una paz especialísima llena el lugar. Esa paz para el que llega es la serena venganza de Sepé. Porque es serenidad y fuerza para la gente buena y sencilla, y desasosiego y temor para los herederos de sus verdugos.
Sí, los espíritus malvados que alimentan el odio saben que Tacuabé fue el primer testimonio indestructible y Sepé fue nuestro primer sanador, y temen mucho a quienes recojan sus memorias; porque las cosas se van dando tal como lo habían anunciado los espíritus protectores cierta vez que la Luna se llamaba Guidaí.


Material extraído del libro" Leyendas, mitos y tradiciones de la Banda Oriental" del historiador Gonzalo Abella Betum San Ediciones



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