LA LUZ MALA

Introducción

En campaña perviven muchas historias de luces malas y de otras luces espectrales que no son tan malas.
Al norte del Río Negro hay un pueblo que hasta la década de los cuarenta fue estación de diligencias y donde se conserva un muro de la antigua pulpería. Este muro, sólido testimonio del pasado, linda ahora con el nuevo barrio de casitas blancas del programa MEVIR. En las casitas blancas nadie reconoce haber visto luces malas por allí, pero los vecinos antiguos, habitantes de los barrios viejos del pueblo, sí dicen haberlas visto.
Hay o hubo dos luces malas rondando ese pueblo, afirman los más viejos entre sus pobladores. Todo empezó en la época de las últimas diligencias, allá por 1940. Fue cuando un cuarteador tuvo una disputa en la pulpería y salió tambaleante por el alcohol, muy enojado. Detrás de él salió su ocasional antagonista, más ofuscado aún por la bebida y lo degolló de atrás, violando todos los códigos del honor que la tradición gaucha establece para un duelo.
El finado nunca pudo aceptar su propia muerte, para la que no estaba preparado; por eso sale de noche hecho luz mala, asustado, como queriendo preguntar a los demás qué le pasa; está confundido. La gente se santigua y le pone velas y él entonces parece entender y se aleja; pero por lo visto no se convence del todo y vuelve a aparecer a los pocos días.
El victimario, que huyó hacia la frontera, murió poco después y eso se supo porque no encontró paz en su tumba y viene al lugar del crimen a expiar su deshonor. Pero las dos luces malas, aunque se buscan y se persiguen, nunca se alcanzan. Parece un maleficio para el que no hay todavía conjura capaz de vencer.
Un caso diferente sobre luces espectrales es el que narro en mi libro "Nuestra Raíz Charrúa": la luz misteriosa que acompañó por la noche a un soldado de Aparicio Saravia en 1904, le cerró el paso al caballo ante una tranquera y lo salvó así de una emboscada de los colorados.

El relato

La historia de luces malas que más me impresionó me la regaló un almacenero en un pequeño centro poblado de la vasta región charrúa del Arerunguá y lo que más me quedó fue la cerrada negativa del que me lo contaba a reconocer ante mí su propia perplejidad.
Yo venía de fotografiar túmulos rituales charrúas en una estancia cercana, y así se lo comenté al almacenero, mientras mi mujer hablaba con la señora de mi interlocutor.
La primera respuesta del almacenero, más allá de la ironía y la aparente indiferencia, nos hizo parar la oreja:
-¿Y pudo fotografiar? - me preguntó. Y agregó: - Porque otra gente que estuvo antes entre esos cerritos de piedra, quiso fotografiarlos y no salió nada; volvieron de noche y entonces no les anduvo el flash. Después quisieron filmar pero la cámara al llegar allí quedaba sin batería ¡y eso que era nueva! Cuando salían de esa zona la batería volvía a cargarse sola.
-¿Y usted cómo explica eso? - le pregunté yo.
-Casualidad, o vaya uno a saber... - respondió astutamente -. Es como las luces malas: el maestro de acá, de la escuelita, nos explicó que es una luz que sale de los huesos de un animal muerto, que es como un fósforo o algo así... Fosforescencia, dijo. Nada de sombras ni aparecidos.
-¿Y usted está de acuerdo con el maestro?
-Y... para algo habrá estudiado. Lo que pasa es que la gente ya no sabe qué creer. La cosa empezó cuando el Dr. Narváez heredó estos campos. Decidió derribar todos esos cerritos de piedra. Dijo: no sea cosa que después me vengan con que los hicieron los indios y esto se llene de curiosos y no se pueda trabajar en paz. Forestar, eso quería; y usted sabe que para sembrar eucaliptos primero tiene que quedar todo parejito... Parejito como la mismísima muerte. Mandó derribar los cerritos de piedra. Sí, esos montones de piedra que usted fue a fotografiar. Son más altos que un cristiano, ¿vio?... Les llamamos cerritos de piedra por acá, porque son macizos, rellenos de piedra, y están en lugares solitarios y silenciosos. Para nosotros cada cerrito era lugar de respeto, pero eso debe ser por lo brutos que somos. El Doctor mandó deshacerlos. Y esa noche se le apareció una luz mala. Alguien dijo que era una advertencia, pero el Doctor no cambió de opinión. Los cerritos fueron al suelo...
-No. Yo los vi. Están en pie.
-Espere. Eran muchos más. El primer día deshicieron más de quince. Era sábado. Esa noche volvió a aparecer la luz mala y se metió en la habitación del Doctor. No sé si se asustó pero encendió todas las luces y quedó en vela hasta el alba. El domingo no se trabajó y el Doctor fue a bañarse al arroyo. Lo sacaron el lunes, Dios lo tenga en Su gloria, porque lo encontró un pan bendito; sus ojos tenían una expresión de miedo que el agua no había borrado.
-¿Y cómo fue que murió? ¿No conocía el arroyo?
-Claro que sí. Se bañaba siempre ahí... Para mí que lo sugestionó esa historia de la luz mala. Qué lástima que no tuvo tiempo de hablar con el maestro, porque entonces el maestro le hubiera explicado que no hay nada de qué asustarse, que era solo un fósforo o algo así, y capaz que no le pasaba nada. Pero la sugestión puede ser terrible ¿no halla?


Material extraído del libro" Leyendas, mitos y tradiciones de la Banda Oriental" del historiador Gonzalo Abella Betum San Ediciones

 

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