Ese amigo del alma Música Mezcla de Joao Gilberto, Tanguito y Syd Barrett, desde mucho antes de su muerte, el 16 de mayo de 1990, el uruguayo Eduardo Mateo ya era mito. Fanático de la bossa-nova y de los Beatles, inventor del candombebeat y tal vez el músico de culto más influyente del Río de la Plata, en esta orilla cada vez se conoce más su obra. Con la flamante edición local de Razones locas, su biografía escrita por Guilherme de Alencar Pinto, ahora también se puede recorrer su fascinante historia. Por Martín Pérez Aquel envío era el primero, y el brasileño
estaba ansioso. A pesar de estar inmerso en el envidiable universo de
la música de su país, a mediados de la década del
80 Guilherme de Alencar Pinto se había fanatizado por la música
uruguaya. Me di cuenta que ahí estaba la pomada, escribió,
y comenzó lo que él denominó una carrera tan fanática
como frustrante por conseguir discos inconseguibles de un país
que para el resto de la gente casi no existía. La solución
llegó cuando conoció a Mariana Inglod y arreglaron un intercambio
discográfico por vía postal. Pero el primer producto de
ese intercambio, lejos de responder a su entusiasmo, lo decepcionó.
Al menos en un primer momento. En lugar de un disco de sus nuevos ídolos
Leo Masliah, Los que iban cantando, Rubén Olivera o Jaime Roos,
se encontró con una portada que tenía a un tipo sentado
entre dos grandes esferas de piedra, poniendo cara de bobo y un nombre
de cantante romántico italiano: Mateo. Aunque MUY LEJOS TE VAS Allá por los
comienzos de los años 70, cuando Mateo estaba adquiriendo notoriedad
como solista, realizó un recital en el que, después de un
par de temas, anunció que era el momento de un solo deguitarra.
Y se fue del escenario, dejando en su silla a la guitarra. Después
de la sorpresa, la gente comenzó a reírse, llegando a aplaudir
la ocurrencia e incluso el vanguardismo del artista. Pero los minutos
pasaban, y Mateo no volvía. Y no volvió. Cuando se dieron
cuenta que el espectáculo no seguiría, el aplauso dejó
paso a la indignación mientras el público se retiraba decepcionado
de la sala. Sólo alguno de ellos alcanzó a ver a Mateo en
el bar de la esquina, medio ebrio, saludándolos alegremente. Si
es por anécdotas de las que alimentan al mito, el libro de Alencar
Pinto las proporciona en abundancia. Es fascinante el relato de la noche
en que, invitado por el pianista Raúl Medina a cenar a la casa
de sus padres, Mateo pidió pasar al baño y tardó
bastante en volver. Lo hizo luego de que todos escuchasen que abría
la ducha para bañarse, y regresó a la mesa con el pelo mojado,
sorprendido por la cara de reproche de sus anfitriones. ¿No me
dijeron que podía pasar al baño?, les preguntó. Sorprende
el relato de un imposible encuentro entre Mateo y Tanguito en Buenos Aires,
durante su residencia porteña en 1970. Tanguito, te felicito porque
estás muy loco. Me encanta que estés tan loco, le habría
dicho Mateo. También se confirman las peores aristas del poeta
maldito, con el relato de su época de mendigo, en la que cobraba
entrada por la calle para futuros espectáculos que nunca realizaría,
o simplemente extendía la mano y decía te cobro los derechos
de autor. O sino aquel momento en que, en medio de la grabación
en Buenos Aires de lo que sería su primer álbum solista,
una tarde se fue del estudio diciendo ya vuelvo. Y regresó a Montevideo
para ya no volver más. Pero quienes sólo conozcan ese feroz
anecdotario de Mateo se sorprenderán al recorrer exhaustivamente
en Razones locas la carrera musical de Angel Eduardo Mateo López,
nacido en Montevideo el 19 de septiembre de 1940. Hijo de Angel Manuel
y Silvia, y con dos hermanos, cuenta Estela Magnone que Mateo una vez
le dijo que la primera vez que escuchó música fue a los
tres años, cuando su madre lo llevó al Parque Rodó
a ver a la Banda Municipal. Me contó que la orquesta había
tocado el Boler de Ravel, y que durante toda la obra había estado
agarrado de la mano de su madre, temblando todo el tiempo, recuerda la
cantante, que asegura que un tiempo después de aquella confesión
Mateo le regaló un disco de obras de piano de Ravel, interpretadas
por Martha Argerich. Integrante de las murgas de los barrios de su infancia,
que eran Pocitos y Buceo, sus amigos recuerdan que desde el comienzo cantó
y tocó el redoblante. Luego le fascinó el cavaquinho. Y
más tarde el pandero. Su primera guitarra le llegó como
regalo de su abuela, y así comenzó a incursionar en la música
imitando al grupo brasileño Os Demonios da Garoa. Su primer grupo
propiamente dicho llevó por nombre O bando de Orfeo, como homenaje
al film Orfeo Negro QUIEN TE VIERA Una de las obsesiones de Razones locas es la de polemizar permanentemente con la historia oficial. Cuando se trata de la prehistoria musical de Mateo, buscando reconstruir los caminos musicales que llevan, vía su obsesión por la música brasileña, a O bando de Orfeo. Y luego, obsesionado por los Beatles, hasta Los Malditos. Su minuciosa reconstrucción testimonial responde tanto a la ausencia de registros discográficos de ambos grupos, como a la casi total ausencia de comentarios en la prensa de la época, a la que Guilherme presenta durante todo el libro como una suerte de voz del gusto instituido antes que un periodismo en busca de algún nuevo sonido. Algo que se confirma en la historia de El Kinto, que se extiende entre junio de 1967 y 1970. Según se sorprende el propio Alencar Pinto, las particularidades de su revolucionaria búsqueda musical son prácticamente ignoradas por la prensa, e incluso el grupo jamás llega a registrar un álbum propiamente dicho (su único larga duración proviene de unos playbacks para televisión, editados recién una década más tarde). Sólo cuando El Kinto se está separando es que se habla de ellos como un mito. Luego de desempolvar la prehistoria, Razones locas recorre los entretelones de las grabaciones solistas de Mateo, las de su época más divagante. Así es como completa el bache temporal que separa sus dos primeros álbumes solistas: Mateo solo bien se lame (1972) y Cuerpo y alma (1984). Allí se cuenta la historia de una metamofosis del artista que recuerda los peores momentos de Tanguito. Pero sin final trágico, aunque estuvo cerca. Recorriendo con llamativa libertad al menos para una biografía musical en castellano los devaneos de Mateo con todo tipo de drogas, Razones locas reconstruye su época más oscura, de la que a mediados de los 70 el estudio del gurú Maharaji lo ayuda a apartarse e influye en el álbum más incomprendido de su carrera, su dúo Mateo y Trasante (1976). Luego vendría la época en la que su música sería totalmente menospreciada por el creciente Canto Popular, cuya politización y sistematismo no aceptaba los divagues de Mateo ni sus letras apolíticas. Y más tarde su progresiva reinserción dentro del podio de la música popular uruguaya, a partir de la década del 80, ya convertido para siempre en mito, pero aún de cuerpo presente. MEJOR ME VOY El hombre siempre tuvo la costumbre de envejecer. Y está mal. No se debe envejecer, y con un poco de valentía eso se puede conseguir, se le escucha decir a Mateo antes de tocar su tema Blues para el bien mío, en una grabación en vivo registrada en 1982. Y aquella frase tal vez represente mejor que ninguna otra la obsesión del Mateo de los últimos años. Alguien que no quería interpretar temas que hablasen de la soledad, como aquellas maravillas inmortalizadas por El Kinto o sus primeros discos solistas. Por eso es que casi toda su producción de la década del 80 lleva por nombre La Máquina del Tiempo, un proyecto que llegó a concretar discográficamente en dos álbums (Mal tiempo sobre alchemia y La mosca) y en más de un espectáculo, en particular uno realizado en el Teatro del Anglo con una banda que incluía a Jaime Roos. Aún entonces, en su época supuestamente más tranquila, Mateo era un feroz dictador en los ensayos, que para él siempre parecieron ser más importantes que los shows en vivo. Tal vez porque, tal como sugiere Razones locas, Mateo sabía que con los músicos podía llegar a alcanzaralgo que con el público era imposible. Una comunión, un lugar especial, sin tiempo. Para mí, Mateo siempre fue un buscador. Uno que no llegó nunca al fondo de lo que buscaba. Es admirable que nunca haya desistido, pero su camino fue errático, opina Alencar Pinto. Luego de reconstruir toda su historia, me da la impresión que nunca llegó a un punto de satisfacción. No sólo por no haber logrado nunca condiciones materiales decentes, sino porque nunca llegó al nivel que él mismo se exigía. Ya en su última época, Mateo parecía haber relajado definitivamente sus exigencias en los shows en vivo. Justo el artista que siempre fue un buscador intransigente, que recordaba a muchos de sus contemporáneos al protagonista del cuento El Perseguidor? de Julio Cortázar, dejó de lado su rostro Charlie Parker para ser una especie de Louis Amstrong, siempre dispuesto a arrancarle una carcajada a su audiencia con sus divagues. Pero durante aquella última época, antes de su repentino fallecimiento víctima de un cáncer muy avanzado, supo tener más que una satisfacción. Tanto compartiendo espectáculos con otros artistas bajo el formato de dúo así lo hizo con Leo Masliah, Mariana Ingold y, tal vez su último gran éxito, junto a Fernando Cabrera así como en su vida personal, viviendo una agradable vida conyugal junto a su última compañera, la maestra y bailarina Elena de Pena. El acto final lo alcanzó antes de un show planeado junto a Alberto Wolf y los Terapeutas, y sus últimas dos semanas las pasó en el hospital. Fueron sus días más normales y lúcidos, porque no se hacía el que estaba en otra. El tipo ya sabía que se iba, que estaba todo el pato cocinado, recuerda Mariana Ingold. Durante esas dos semanas en el hospital por la habitación de Mateo desfilaron todos sus conocidos. Y en la quincena posterior a su muerte, tal como escribe Alencar Pinto, la prensa uruguaya le dedicó un espacio enorme, apenas inferior al que mereció un músico mucho más difundido y menos controvertido que él: Alfredo Zitarrosa. La noticia de la muerte de Mateo fue uno de los golpes más fuertes que he tenido en mi vida, recuerda Jaime Roos. Justamente estaba grabando un tema que se llama Igual que ayer, que habla de la muerte de alguien. Una letra que terminé cuando murió Lazaroff. Al día siguiente sentí que había un agujero en mi pecho, y me parecía que había también un agujero en el cielo de Montevideo. Me acuerdo que llovió todo el día, y a la noche teníamos que hacer un show en La Barraca. Fue la peor noche de mi vida sobre un escenario. No se lo dijimos al público hasta la última canción, porque muchos de ellos no lo sabían, y luego tocamos Amigo lindo del alma. Y después de ese tema, escuché de la gente un aplauso que no había escuchado nunca en una vida sobre el escenario. Un aplauso que recordaba a una llovizna, muy tranquilo y suave, y que parecía que no terminaba jamás?.
Mateo Imagínense a un hombre que en los tempranos 60 hizo tanto por el futuro de la nueva música de su país como Litto Nebbia y Luis Alberto Spinetta juntos, sólo que casi nadie se dio cuenta a tiempo. Mateo sigue siendo el secreto mejor guardado de la música del culo del mundo, el Río de la Plata. Un secreto de músicos uruguayos más que un artista conocido por el público, Mateo redondeó en 25 años de accionar una obra con picos altísimos de calidad, sólo que desperdigada. Su caso parece similar al de Tom Zé, el brasileño que en 1999 se convirtió en el niño mimado de las vanguardias y la prensa especializada estadounidenses, tras haber sido "descubierto" en 1986, de casualidad, casi por error, por David Byrne. Si Byrne hubiese entrado en una disquería de Montevideo en lugar de una de Río, hace 14 años, probablemente sería hoy Mateo el artista de culto internacional, no Zé. Pero no fue así, una constante en la vida de Mateo, al que casi todo lo que le pudo salir mal, le salió mal. Las imágenes del final de este auténtico genio ignorado y desconocido de la música popular del siglo XX son tan tristes como las que podría filmar un Tim Burton en tren depresivo: vagaba por el centro de Montevideo, fantasmal y en pijama, pidiendo limosna. La mayoría de los que lo reconocían se cruzaban de vereda, para no quedar pegados, o por eso que se llama vergüenza ajena. Los que no, solían recibir discursitos como éste: "Hola, ¿no me conocés? Soy Eduardo Mateo. Seguramente escuchaste más de una vez un tema mío. No te estoy pidiendo limosna. Te pido que me pagues una parte de mis derechos de autor. Es que... nunca me los pagaron". Lo peor de la situación es que por entonces ya ni siquiera sentía culpa o vergüenza por su estado: lo consideraba natural. Cierta vez, luego de haber grabado un tema suyo, "Príncipe azul", en De Ushuauaia a la Quiaca, León Gieco se presentó en Montevideo, cuando Mateo vivía prácticamente de la caridad, en junio de 1982, en plena época de Malvinas. Mateo se las arregló para acceder al argentino y saludarlo, pese a que varias veces había hablado mal de la versión, por unos cambios en la letra que lo ofendieron. En esa charla, Mateo le pidió al argentino dos entradas para el show de la noche. Gieco se las consiguió. Mateo las vendió, a mitad de precio, en la puerta del teatro -en rigor, el Cine Censa- y minutos después se metió en un boliche a tomarse y comerse lagentileza de Gieco. El santafesino lo admiraba desde mucho tiempo antes: de hecho, cuando trabajaba de crítico musical en la revista Pelo, a principios de la década del 70, había escrito un buen comentario del disco Mateo solo bien se lame. Pero a Mateo que ese comentario fuese sólo elogioso, y no muy elogioso, le había dado en el centro de las amígdalas. "Mejor me voy" y "Esa tristeza". Se trata de tres recopilaciones, editadas aquí por Acqua Records. Nebbia fue uno de los primeros argentinos en darse cuenta de que Mateo era un creador en serio. "Me volví loco cuando lo conocí: era increíble el swing y el talento de ese tipo", testimonia Nebbia, que incluso cruzó el charco para tocar en homenaje a Mateo, en un recital organizado un año después de su muerte. Nebbia, por otra parte, grabó Quien te viera, uno de los temas del uruguayo, en su disco debut como solista. Es difícil que guste a primera impresión: su obra es un conjunto de piedras en bruto, en que se adivinan las piedras preciosas que las habitan. buena parte de lo mejor de su obra jamás llegó
al disco, ni fue registrada en formato alguno. Fue tocada en vivo o en
ensayos y, simplemente, se perdió. Incluso antes de su muerte.
Lo que las grabaciones en cuatro canales atrapan uno de los grandes propulsores del reconocimiento que hoy existe por Mateo en Uruguay fue el músico y periodista brasileño Guilherme de Alencar Pinto, autor del exhaustivo libro de investigación Razones locas y colaborador de Roos en las ediciones que ahora se consiguen en la Argentina. El brasileño, que tuvo una relación con Mateo a la vez admirativa y tensa -el trato con él era cuanto menos complicado- cuenta que cuando empezó a vivir en Montevideo le daba impresión que se le diese tan poca pelota a su talento. Era como si Mateo fuera parte del inventario de la ciudad por la que vagaba, intentando en vano ganarse la vida con su música, y la gente se había acostumbrado a eso, a que si el hombre había desperdiciado su vida, por algo sería, y no era un problema de ellos. De una palabra inventada por Mateo, al que el idioma le quedó chico según fueron pasando los años, la "contumancia", surgió el nombre de una revista argentina de música, "En los setenta, Mateo fumaba porro como un loco y parecía que siempre andaba en una nube. Le chupaba un huevo ser Artista. Estaba convencido de que no debía transar con nada ni nadie, y que si el precio era cagarse de hambre, se iba a cagar de hambre. Y así fue". "Y hoy te vi" parece el borrador de "Un
vestido y un amor", uno de los temas más afortunados y bendecidos
de la historia de Fito Páez: "Y hoy te vi/ mirando rosas hoy
te vi/ tú nunca dices qué hay en ti/ y hoy te vi",
dice la letra de Mateo, en el estribillo. "A Mateo -cuenta Fito-
me lo introdujo hace años Osvaldo Fattoruso, para el que es Dios.
Vos le hablás de Mateo y él hace reverencias, de verdad.
Para mí, Mateo es como una mezcla muy a la uruguaya de Zitarrosa
con Tanguito, un tipo muy lastimado y muy genial. No recuerdo haber escuchado
Y hoy te vi antes de componer Un vestido y un amor, pero si en algo se
le parece, me parece muy potente, bárbaro. Metafísica artística
rioplatense, tal vez." Esa canción de Mateo tuvo su pequeña
historia en la Argentina, hace ya mucho tiempo. Horacio Molina, que pensaba
grabarla, se la enseñó a Sandra Mihanovich, a quien le daba
clases de guitarra, allá por Mateo solía hablar pestes de los porteños, a los que asociaba con una viveza que despreciaba y con una ansiedad que chocaba con su mansedumbre. Dos LP: Mateo solo bien se lame, aparecido en 1972, y De cuerpo y alma, en 1984. Ya era considerado por entonces un prócer musical en Uruguay, sobre todo por El Kinto, pero no tenía disco propio. A esa altura, el medio ya tenía claro su carácter de divagante perenne, de diletante a la violeta, la inexistencia de un proyecto personal a largo plazo. Sin embargo, el técnico de grabación Carlos Piriz, uno de sus fans acérrimos y un socio, Coyo Abuchalja, casi que lo obligaron a empezar a grabar en Buenos Aires en 1971 lo que sería Mateo solo bien se lame. Tras pagarle al músico y a su novia Nancy pasajes y estadía, los flamantes dueños del sello musical De la Planta empezaron a comprobar que el intento de registrar las canciones en una semana era utópico: los tiempos de Mateo eran imposibles. Grababa un día un tema, que parecía recordar de casualidad, leyendo un cuaderno, y al día siguiente lo borraba. Invitaba músicos argentinos o radicados en la Argentina -entre otros, Horacio Molina, Pocho Lapouble, Jorge López Ruiz, Galo García, Oscar Cardozo Ocampo- y no los hacía tocar, los tenía de claque. Algunos tal vez estaban cuidando los instrumentos que podían haberle prestado, atentos a los datos que decían que Mateo hacía con toda naturalidad aquello que la leyenda cuenta que hizo Pappo con la guitarra que Spinetta le había prestado, más o menos por la misma época de estados alterados. Otros días, corriendo con las horas pagas de estudio, llegaba hasta ION sólo para decir que no estaba inspirado, y que volvía al día siguiente, o directamente no aparecía. Uno de los problemas de Mateo en Buenos Aires era claro: fuera del circuito montevideano, que conocía al dedillo, no conseguía marihuana ni anfetaminas. Debía arreglárselas con pastillas para adelgazar. Estuvieron dos meses en ese ir y venir, en esa apuesta de dos convencidos de su grandeza a registrarle un disco como arrancándoselo. Hasta que un día Mateo hizo la típica "voy a la esquina a comprar fasos" y se volvió a Montevideo, cerca de Navidad. El disco terminó siendo, lógico, el borrador de lo que podría haber sido: Piriz estuvo un año pegando partes de temas, cortando otras, armando conceptualmente los trozos dispersos, bordando un rompecabezas a partir de las pistas dejadas por el autor. "En esa época -cuenta Molina-, Mateo fumaba porro como un loco, y parecía que siempre andaba en una nube. Estábamos en casa y de repente me decía: Vení, loco, acompañáme que tengo una actuación. Y entonces partíamos y llegábamos a un boliche, por ejemplo, de Almagro, y el tipo tocaba unas cosas dificilísimas para tres borrachos uruguayos que lo conocían y dos argentinos que lo miraban como sapo de otro pozo, y él estaba chocho. No tenía esa cosa de Soy Artista. Le chupaba un huevo ser Artista. Estaba convencido de que no debía transar con nada ni nadie, y que si el precio era cagarse de hambre, se iba a cagar de hambre. Y así fue." Carlos Polimeni para Página 12
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