Milonga por él (Por Carlos Díaz “Caíto”)

Entre las luces del escenario
se alza la firme sombra de un hombre
que se revuelve entre las guitarras
con voz de cello y acento noble.

Marca su gesto, brazo en el aire
un violín becho que al amor nombra
y en un adagio que lo estremece
mezcla su sangre con la milonga.

Su canto hiere, su canto manda
su queja es dura, pero acompaña
corazón solo por el planeta
sembrando flores en la tormenta.

Y ya se enciende, y es más gigante,
la luz certera de su canción
y su ternura dura y serena
nos abre un surco en el corazón.

Mientras lo aplauden, él sigue quieto
guarda su cara de las sonrisas
y no hay bordona que lo consuele
de sus amores, ni las cenizas.

Su canto hiere, su canto manda ...

Para Alfredo Zitarrosa (Por Elena Jordana)

Del libro “Poemas No Mandados” (México, abril-mayo 1978).

Si tuviera tres años
te pediría una canción de cuna
te invitaría a remontar barriletes
te tiraría del pelo
y te haría cosquillas en la barriga.
si fuera inspector
no te revisaría el abono
te dejaría viajar gratis en todos los tranvías.
si fuera tu hermana menor
te prestaría mi bicicleta
mis libros y mis sueños
si fuera tu tía
te remendaría los codos de la camisa
te haría sopas calientes
te pondría una bufanda
- como dice Vallejo -
no porque hace frío, sino para que haga frío
si creyera en Dios
le pediría que no estés tan triste.

Si me atreviera
te mandaría este poema.

El Corazón en Re Menor (Por Washington Benavides)

Montevideo, 1980

Pensando en vos,
amigo-amigo, tengo
el corazón en re-menor...

Y guitarras se vuelven,
cables, antenas, ramas,
en el mundo exterior...

Una milonga suena
en tu voz tenebrosa
y le nace una rosa
a la mísera antena...

Canta una vidalita
la medianoche tensa
y el mundo entero grita
por esa voz inmensa...

Pensando en vos,
amigo-amigo, tengo
el corazón en re-menor...

Las hojas de los plátanos
susurran tus canciones
en el mundo exterior...

Un candombe entristece
lonjas de la Cuareim...
Un “lundu” lastimero
pregunta por “meu bem”...

Un pajarito ciego
canta hacia donde nace
el sol, el sol de todos,
cantando se deshace...

Pensando en vos,
hermano-hermano, tengo
el corazón en re-menor...

Y guitarras antiguas
trabajan en mis venas
en el mundo interior...

Pensando en vos...

“ PA'L QUE SE VA “ (Por José Carbajal “el Sabalero”)

Montevideo, 17 de enero de 1989

Nunca pude entender, ni entiendo, ni entenderé que no le gustara el rock and roll.

Y además se enojaba.

Una vez hasta me dijo

Todo es milonga Pepito -

pero claro, él era todo milonga.

Candamil, el Walter Candamil de Treinta y tres, cebaba mate y nos contaba que en la última práctica antes del mundial del 50, Julio Pérez, el Chueco, le pegó semejante patada en la canilla ahí enfrente, en el estadio y el Estadio Centenario era de día esa noche, una mancha de luz en el corazón de Montevideo que nos tenía hipnotizados a los tres.

En una pausa del Canda, el Pepe, el Pepe Guerra, mirando al vacío me susurró como para que nadie lo escuchara

Che José! José! el que está jodidazo es el Flaco –

y el miedo nos erizó.

Yo intenté defenderlo entre caliente y asustado pero el Pepe me frenó el impulso con un cabeceo, cambiamos de conversación y seguimos cómplices en el silencio. Bueno, ahora ya fue, al Flaco se le murió el último pedazo de vida.

En el 67’ nos tapaba el techo del hotel de Bachicha Lencina, el gordo, el trompetista, se acuerdan?

Con Gervasio, Gervasio Viera, compartíamos la pieza tres y el Flaco vivía en la de al lado. Tomaba mate con yerba Madre porque decía que sufría del hígado y a veces nos tenía que auxiliar.

Todos los cantores éramos jóvenes y flaquitos.

Lo cotidiano se iba abriendo paso en las canciones.

Rompíamos con el lenguaje del siglo XlX, nos tuteábamos con el Uruguay revuelto y presentíamos el '68 en el mundo.

Milonga para una niña enamoraba hasta a las viejas.

Milonga para una niña enamoraba hasta las viejas y el Flaco asombraba con esa voz como de otro, con ese flamenco entrecortado y con esa ternura de solitario empedernido.

Un 29 de febrero se casó y se nos murió la guitarra de la pieza número 4.

Al poco tiempo cayó Serrat. Cayó el Flaco Serrat por Montevideo y los asados en la casa de Zitarrosa juntaban guitarreros, cantores, poetas, periodistas y amigos comunes.

Alfredo era Dulce Juanita y Mariposa Negra. Yo vi la mariposa dormida en el tiro de la chimenea.

A esa altura ya hablábamos con más soltura, nos confesábamos nuestros dioses y nuestros diablos, y hasta llegábamos a putearnos. El tiempo volaba, porque la gente venía trotando y enseguida galopaba.

En el 70' hicimos el Centro de cantores. Las broncas se hicieron diarias y a boca de jarro. Estábamos poseídos por el ángel de la juventud. Las religiones nos acosaban y todos queríamos ser honestos y heroicos. Nos reíamos del dinero y de la fama. Todos intentábamos ser buenos y en gran medida lo éramos. El Flaco navegaba con nosotros.

Cuando nos encontramos en Buenos Aires queríamos ser amigos, pero no, no, no podíamos.

Todos, todos, todos nos habíamos convertido en monjes con guitarras y cada cual predicaba su evangelio. Cortamos la mano y nos perdimos de vista por unos años.

Otro poquito de muerte.

Toqué el timbre, él abrió la puerta, nos miramos, nos miramos y abrazamos fuerte, bien fuerte. España era su casa y Francia era la mía.

Alfredo vivía rodeado de fotos suyas sacadas en Uruguay. Yo le hacía chistes sobre tantos Zitarrosas en las paredes pero

la verdad es que estaba sumamente triste, la nostalgia lo acosaba y la soledad dormía con él.

Fuimos a cantar una vez a Villa Verde Alto o a Canillejas, no, no recuerdo bien dónde era pero de todas maneras sé que era un arrabal madrileño.

Después, estuvimos otra vez mucho tiempo sin vernos con noticias que alguien arrimaba de segunda o tercera mano.

Había una telaraña que se estiraba pero que no se rompía y nos mantenía unidos a Pepe y Braulio, Daniel, Marcos, Carlitos Molina, el Gallego Capella, Washington, en fin, la camada del 60'.

Y en México sí. Llegué y nos encontramos. Nos encontramos de verdad.

Me pasó todas las líneas de laburo.

Llamaba por teléfono y exigía para mí, un total desconocido, el mismo trato que para él que estaba en el candelero del canto latinoamericano.

Compartimos amigos y licenciados.

Fuimos vecinos en el Canal de Miramontes.

Jugábamos al truco y planificábamos matar ese tiempo mexicano en pocos meses.

-El año que viene estamos en el Uruguay Pepito, Eh!-

Y así fue. Se nos murió Méjico.

En estos cuatro o cinco últimos años en Uruguay creo que nos vimos un par de veces. No más.

Recogimos la sotana que habíamos cambiado afuera por la amistad y seguimos teniendo noticias de segunda o tercera mano como si viviéramos en dos países completamente alejados.

Yo no sé, yo no sé si el Pepe seguirá mirando al vacío o si estará llorando. Lo que sí sé es que a mí me acogotan 22 años de Alfredo porque ahora ya fue. Al Flaco se le murió el último pedazo de vida y a nosotros se nos murió, se nos murió todito.

Alfredo Zitarrosa (Correspondencia)(Por Enrique Estrázulas)

Montevideo, 6 de febrero de 1977

Dame caligrafía o un hueco donde hablar
sólo algunas palabras para contar de ti
para hablar
y contar
para decir que ahora exactamente
aquí en tu tierra buena se calman las alondras
y ha de olvidarte un pétalo
y un perro mansamente te recuerda subir
lamiéndose la herida quieta de tu escalón.

Ya no tengo goteras
ni telarañas tengo
ya no vuelvo a soñar sobre las sepulturas
tengo un nudo de historias y vacilo
vecilo
asumo ya tu ausencia resuelvo callar.

Pero tu voz
ahí
girante sombra humana
espectro del amigo que ha partido y está
tu voz, yo te decía y otra vez todavía
anda entre mis costillas, camina con mis pies
se parece a mi calle mordida por la edad
en que los troncos piensan en el viento.

Y me ayuda
me calla
me tira de la sombra
me busca rinconadas y nombres de mujer
me tiñe de esperanzas, me rompe la camisa
me desgarra la última pared
me repite mil veces lo que quiero que digas.

No te extrañes de nada
Alfredo Zitarrosa
mi memoria es un ánfora como una catedral:
sé que tu corazón no cabe en los parlantes
en los paises sordos de alta fidelidad
no cabe tu piedad por una araña
ni tu clemencia por los que te matan.

Querido Alfredo (Por Víctor Heredia)

Dejabas en mi sangre tanta estela
de estrellas y cometas compañero,
que a veces me parece que titilan
en brillo y en tibieza mil luceros,
que me acompañan y en el camino
van señalando nuestro destino.
destino de seguir tu mismo vuelo,
amado amigo, querido Alfredo.

Te escribo en estas alas fulgurantes
de colibrí lustroso y trashumante.
Seguro que en la tierra donde duermes
recibirás la carta de este insomne,
que te reclama con su recuerdo
para que vueles desde tu cielo,
y cantes victorioso como el viento.
Amado amigo querido Alfredo.

Descubrirás que no hablo del pasado
la vida ya ha guardado nuestra historia.
Te cuento solamente cuanto extraño
tu voz y tu guitarra con memoria.
Aquí tu pueblo sigue soñando
que habrá un mañana querido hermano.
Aquella primavera que esperabas
amado amigo, querido Alfredo.

Llamadas (Por Becquer Salvador Puig)

Del libro “Apalabrar”, Montevideo, 1980.

Este poema quiere nacer
Como el candombe:
De las palmas de las manos

Así:

En un cerrar de ojos
Ver
Las manos por dentro
(Oír
O dejar ir
Las manos por fuera)
En un abrir y cerrar de ojos

Así:

Viene el mundo girando
Por tambores
Viene el tiempo
Girando por tambores
Los que estamos aquí
Los que no estamos
Todos estamos en el son del tiempo
Girando por tambores

Así:

Soy tu llamada
Fuego verde y azul y
Llamarada que anuncia
La presencia de todas
Las caras
La presencia de todos
Los tambores

Así:

En un abrir y cerrar de ojos
Que anuncian llamaradas
Llamadas
Llamaradas

Una carta al exilio (Por Becquer Salvador Puig)

Del libro “Lugar a dudas”, Montevideo, 1984.

Escucho una casete
(debo
interrumpir lo que escribo
para poder oírla).
Interferencia de tiempos
amigos.

La vida es violenta:
ustedes lejos
piden respuesta a sueños personales
que dejaron de ser una pregunta aquí.

Aquí hay otras preguntas.
Yo trato de soñar una respuesta
que sea real
y ahora que veo mis palabras escritas
parecen más irreales
que las que oigo.

Escribir y oír al mismo tiempo:
Una mezcla de pez sobre la arena
y voces bajo el agua.

Pero igual:
esta carta
corre pareja con las nubes
que aquí en el sur
quieren tapar el día
viernes, en que les escribo
sacando de la manga
mi condición de no ser mago.

Volveremos a vernos:
No les pido respuesta
a ningún sueño personal.
Tengo miedo de que cualquier pregunta
haya dejado ya de ser
una pregunta allí:

Volveremos a vernos.


A.Z. (Por Becquer Salvador Puig)

Del libro “Si tuviera que apostar”, Montevideo, 1992.

Voz saturada
de negro,
voz de oscuro
presagio,
salida de una cara
alunada
de chiquilín trampeado.

Desaparecido / encontrado.

Trampeado.

Intensos, tercos malestares:
tenue alivio del cante
jondo de la milonga,
toda su música.

Tenías (tengo ahora)
dos pocos años más
de los que, cuando jóvenes,
calculábamos dignos de vivir.
Aunque también imagináramos
una aceptable vejez
de andar por personales,
ínclitas bibliotecas.

1960:
tiempos de gran pensar
y de pensión:
la calle Yaguarón 1021.

Cante parido entonces,
pero expandido, ido
luego por esos mundos,
graderías
de extensiones heladas.

Cante crecido junto
al resplandor oscuro de su voz,
cante amarrado al grave
recinto de su voz.

Voz que venía
de más allá,
de adonde ahora calla,
pero crece.


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