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UN FERROCARRIL
A LA UNIÓN, OTRO A LA AGUADA
Con estos dos trayectos que hoy se recorren en pocos
minutos de ómnibus, se inauguró la prehistoria de los ferrocarriles
en el Uruguay. Si bien no pasaron de proyectos en el papel, habían
sido aprobados por el Poder Ejecutivo, pero luego fueron a encallar en
las Cámaras. Estamos en 1860.. Años arduos y plagados de
dificultades para un país que no acababa de cicatrizar sus heridas
de la prolongada Guerra Grande. Mientras corrían ya ferrocarriles
por las pampas argentinas y los valles chilenos, las tierras diezmadas
y calamitosas de nuestra República sólo conocían
el paso de las consabidas carretas y diligencias, condenadas a traquetear
por pésimos caminos.
Es entonces cuando un súbdito británico, afincado entre
nosotros desde hacía treinta años, elabora un primer proyecto
para instalar ferrocarriles en nuestro territorio. Según el plan
de Míster John Halton BiuggeIn, la línea férrea se
tendería entre la Plaza Artola y la villa de la Unión. El
fundamento económico de este proyecto era, por cierto, atendible:
procuraba evitar que las carretas que venían de la Campaña
transportando mercaderías y frutos, tuvieran que penetrar hasta
casi la propia Capital, ya que quedaban en la Plaza Artola punto terminal
de sus periplos inacabables. De acuerdo con el proyecto del inglés,
en cambio, esa terminal se emplazaría ahora en la Unión,
y desde allí las mercaderías se transportarían hasta
Montevideo por tren.
El proyecto de Mr. Biuggeln fue estudiado por una Comisión del
Poder Ejecutivo que aconsejó su aprobación. El Ejecutivo
lo hizo suyo y lo envió al Parlamento, pero las dos Cámaras
opusieron tantas objeciones, que el mismo proponente prefirió retirar
su iniciativa.
Por los mismos días apareció un segundo proyecto, pero éste
de un francés, Eugenio Pennant. Se parecía mucho al del
británico y esgrimía fundamentos muy semejantes; pero en
vez de fijar la
terminal de la vía férrea en la Unión, monsieur Pennant
había optado por la Aguada y el Paso del Molino, lugares donde
se establecería el punto de concentración de las enormes
carretas con sus cargas y sus bueyes, librando de éstas a nuestra
ciudad. Pero el proyecto del francés corrió la misma suerte.
Los dos fracasaron en las Cámaras por la misma razón: ambos
pedían una garantía del Estado sobre el capital a invertirse;
el inglés exigía un diez por ciento, el francés un
ocho. Pero las dos ramas del Poder Legislativo entendieron que la situación
penosa del país, ya demasiado empeñado, no le permitía
afrontar un compromiso semejante.
Tendrían que transcurrir seis años más, y alcanzar
la República un cierto desenvolvimiento y algún desahogo
económico, para que entonces sí pudiéramos inaugurar
nuestra primera línea férrea, pero ésta. ya lanzada
hacia el corazón de la Campaña, no meramente a
los aledaños de la Capital. El proyecto fue de un empresario compatriota,
Senán M. Rodríguez, y nuestro primer ferrocarril -ingleses
mediante- corrió desde Montevideo al Durazno, con escala en Canelones
y en Florida.
Material extraído del libro "Boulevard
Sarandi" de Milton Schinca, Ediciones de la Banda Oriental 1978
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