RELIGIOSIDAD AFROAMERICANA

A veces los uruguayos nos olvidamos que Africa también es nuestra Madre Patria, por razones de sangre pero principalmente por razones de patrimonio cultural.
No sólo en el ritmo del tambor; no sólo en las artes plásticas, no sólo en el perfil y el cabello rizado de muchos de nuestros gurises está la huella africana: también está en algunas prácticas de curación y de agricultura, y en el sentir religioso de muchos uruguayos con muy diferentes colores de piel.
Los africanos que llegaron como esclavos a esta tierra oriental venían desde culturas muy diferentes entre sí, con lenguas y rituales de gran diversidad. Predominaba entre ellos el animismo, o sea, la creencia en la presencia de los espíritus en el suelo nativo y en sus lugares sagrados.
Las mamás africanas enseñaron a sus hijos americanos, en secreto, la memoria y la resistencia. Sus hijos siguieron convocando a aquellas entidades espirituales, aquellos orixás, y sus ángeles mediadores, los exús. También siguieron adorando la sensualidad de la Pomba Gira, porque no había que adoptar los criterios represores de los amos y mucho menos sus cánones racistas de belleza.
Muchas abuelas habían traído escondidas piedras y tierra africana, todo oculto entre harapos o en el cabello ensortijado; y aquellos minúsculos fragmentos de tierra materna eran situados en el lugar principal de sus ocultos altares. En el polvo africano y en la piedra africana viajaron mejor los espíritus y luego se diseminaron por la selva americana, por la manigua, por los palmares sabaneros, por los ríos y serranías. Estos espíritus eran energetizados por los negros y las negras prófugos que los llamaban con el tambor o vertían sangre caliente de animalitos jóvenes; o evocaban a la Luna de los indios para fortalecer su influencia.
Afroamericanos prófugos en la selva y la sabana, en la pradera y hasta en las montañas andinas, construyeron sus templos y practicaron medicina tradicional con antiguas invocaciones que ahora se llenaban de palabras indígenas y hasta de evocaciones cristianas, y se complementaban con hierbas medicinales que los pueblos originarios de América conocían desde muchos siglos atrás.
Los indios les enseñaron el secreto de sus hierbas y los negros enriquecieron el ritual y las prácticas agrícolas, con una memoria ancestral que sabe leer las demandas de la tierra y con nuevas combinaciones traídas vaya a saber de qué antigua farmacia selvática.
Entre los espírius evocados había algunos vengadores y justicieros, energías densas que también fueron convocadas para devolver mal por mal. Pero el arma de la memoria se carga con amor principalmente, porque sólo el amor garantiza supervivencia, sólo el amor hace inmortal a la cultura.
Lo africano pervive en el arte uruguayo, porque el arte nace siempre de un tronco de religiosidad. Hasta en la murga carnavalera montevideana, que es de origen español, se cuela un ritmo africano y una forma de moverse, de contorsionarse, que es africana. Pero es el candombe lo afro por esencia. Los tambores de llamadas llaman efectivamente a los espíritus ancestrales en cada noche de yacumensa; por eso los tamborileros se ponen máscaras, o cordoncillos de hilos en la parte anterior del sombrero; los espectadores no deben ver el momento de la transfiguración, cuando la música permite la incorporación de los orixás; no debe advertirse el momento iluminado del trance.
Sin embargo el ritmo de contrapunto, repetido hasta el paroxismo, tiene su figura central en el anciano de barba blanca, postiza o real, que danza solo con su bastón : el gramillero, siempre cerca de la "mama vieja". El gramillero lleva una vieja maleta de cartón y ahí guarda la gramilla, las hierbas medicinales. De pronto empieza a temblequear, porque el espíritu invocado lo alcanzó, el espíritu se incorporó en el abuelo. La "mama vieja" sigue danzando serena; ella es la memoria y la custodia de la memoria, ella sabe, ella acompaña y protege la incorporación, porque así lo hizo su madre, su abuela, la madre de su abuela y las ancianas africanas ancestrales que danzaron para que no se interrumpiera el influjo protector de los orixás buenos, de los orixás sabios, que protegen al pueblo africano desde el comienzo de los tiempos, desde que así lo dispuso Obatalá Olodum.
¡Miren la comparsa, oigan esa cuerda de tambores que de repente empieza a sonar diferente, y en vibración extraña comunica, de tambor a tambor, que el espíritu llegó! ¿Cuál es la entidad espiritual africana que esta vez ha sido convocada? Sólo puede responder quien conozca el lenguaje misterioso del tambor, y sepa que chico, repique y piano, chico, repique y piano, chico, repique y piano son antenas que pueden apuntar a distintas direcciones astrales bajo el sabio golpeteo que le imponen las manos concertadas, colectivas, de la comparsa.

Material extraído del libro" Leyendas, mitos y tradiciones de la Banda Oriental" del historiador Gonzalo Abella- Betum San Ediciones

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