C A P I T U L O      VI

 

 

ADJUDICACION DE TIERRAS Y CAPELLANIAS

 

 

 

-         El virrey poeta se lleva un gran susto

-         Terremoto en Piura y en Trujillo

-         El virrey y el corregidor contrabandean

-         Colmenero recibe honroso encargo

-         Muere Felipe III  y  sube Felipe IV

-         Vuelven los corsarios

-         Virreina casi da a luz en Paita

-         Los polvos de la condesa

-         Llegan los Riva-Agüero

-         Piura, corregimiento de provisión real

-         Fundación de capellanías

-         El cura Mori entrega tierras a los indios

-         Disputa por las Salinas

-         La ruta marítima de Paita

-         Epidemias

-         Adjudicación y composición de tierras

-         Las tierras de Catacaos

 

 

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EL VIRREY POETA SE LLEVÓ GRAN SUSTO

Don Francisco Borja y Aragón llegó a Lima el 18 de diciembre de 1615. Era descendiente del famoso Papa Alejandro VI, padre de Lucrecia y de César Borgia.

Entre los antecesores del nuevo virrey se contaban los reyes de Navarra y estaba también emparentado con los monarcas de España. Era pues grande por los cuatro costados. Príncipe de Esquilache, Conde de Mayalde, Comendador de Azuaga y Caballero del Hábito de Santiago, eran los títulos del nuevo virrey del Perú.

Estaba casado con su pariente doña Ana de Borja, igualmente de la más rancia nobleza española.

El Príncipe de Esquilache desembarcó en Paita en septiembre de 1615, con numeroso séquito y pronto su alegría de pisar tierra, se vio desvanecido al encontrar al pequeño puerto totalmente alborotado.

De inmediato fue enterado por las autoridades y sobre todo por la esposa del corregidor Andrade Colmenero, doña Paula Piraldo, del ataque del corsario Spilbergen, el mismo que se había realizado el día anterior y la ciudad mostraba aún humeante, las huellas de los numerosos incendios que el corsario había causado.

Todos ponderaron ante el virrey, la valiente actitud de la encomendera doña Paula Piraldo, al asumir la defensa del puerto, contestando el cañoneo de los corsarios.

El Príncipe Esquilache y su esposa, así como su comitiva, de inmediato se dirigieron al templo de La Merced para agradecer a Dios, el haberlos librado de caer en manos de los atacantes. Tal cosa pudo ser si la nave virreinal se hubiera adelantado unas horas, o si los corsarios decidieran quedarse un día más frente a la bahía.

Como es fácil suponer, el virrey y su esposa iniciaron una pronta amistad con el corregidor y la esposa de éste.

El virrey, fuertemente impresionado por los relatos que le hicieron los paiteños, sobre la permanente zozobra que creaban los corsarios y piratas en la costa peruana, sobre todo en Paita y Guayaquil, escribió al rey, de la necesidad de contar con una escuadra.

Sobre la incursión de Spilbergen, decía: “Así desembocaron y dieron fondo en la isla de Santa María, bajando en la misma forma a Cañete, donde desbarataron nuestra escuadra y sin coger las velas y bateles, llegaron al Callao y bajaron a Paita, y la quemaron y a la isla de Santa Elena, de donde en los 13 días bajaron a Acapulco”. Esta misiva, como es fácil suponer, la escribió el virrey algunas semanas más tarde.

Como ya se conoce, el combate de Cañete fue un desgraciado suceso en el que la escuadra virreinal por causa de la noche se cañoneó entre sus barcos, causándose  tremendo daño, lo que le dio gran ventaja al corsario.

El nuevo virrey, pudo rápidamente darse cuenta de un defecto que se estaba arraigando entre los españoles de las colonias y del que hemos antes hecho referencia. Es decir, que se habían perdido las virtudes de valor, audacia e intrepidez de que hicieron gala los conquistadores, y la vida sedentaria los había tornado  medrosos, reacios a exponer nada.

Por consiguiente, el virrey, en la misma carta que informaba del ataque corsario, le decía al rey lo que este ya sabía por que se lo escribieron otros virreyes, o sea, que el país estaba lleno de gente holgazana y enviciada, y que no había nadie que quisiera ser soldado, sino pulpero, y andarse de tambo en tambo, a lo que había que agregar –decía- el gran miedo que había causado Spilbergen

El virrey narró también al rey, no se sabe sin en esta u otra carta, el heroico comportamiento de Paula Piraldo, y el monarca  le envió a ésta una carta de felicitación el 18 de octubre de 1618.

Hay otra versión sobre la azarosa llegada del virrey, Príncipe de Esquilache, a Paita, según la cual el Marqués de Montesclaros mandó al norte para proteger al nuevo virrey, una escuadra de cuatro barcos con 400 hombres al mando de don Rodrigo de Mendoza, el que llegó a Punta Aguja, un día después de que el corsario pasara por ese lugar. El Príncipe de Esquilache, noticiado de que había naves enemigas por las costas, desembarcaría por precaución en el puerto ecuatoriano de Mantas el 9 de septiembre de 1615, y dispuso que los barcos en que venía, se unieran a los de Mendoza y juntos persiguieran al corsario, al cual no pudieron atrapar, por que prudentemente cambió de ruta para dirigirse hacia Oceanía.

El virrey prosiguió entonces su interrumpido viaje hacia Paita.

Estaba por entonces en Trujillo el mercedario Pedro Urraca, que desde España conocía al Príncipe de Esquilache. Del padre Urraca se contaban hechos milagrosos. Fue por tal motivo que el religioso se dirigió a Paita para dar la bienvenida al amigo, para el cual en su homenaje, ofició misa, en la que comulgó el virrey y su familia.

La llegada del virrey y del famoso religioso causó revuelo en Paita y entre sus altos funcionarios y personas notables que de San Miguel de Piura acudieron a saludar al nuevo representante del rey de España. Sin duda de los más contentos eran los mercedarios que había en el Convento que existía de esa orden en el puerto, así como los numerosos fieles de la Virgen de Las Mercedes.

No significó fatiga ni mayor esfuerzo para el religioso, hacer de inmediato y en compañía del virrey el viaje de retorno sobre una mula y dice la tradición que el largo trayecto entre Paita y Lima lo hizo sin equipaje, y con sólo el hábito que llevaba, el cual en todo momento conservó su inmaculada blancura y limpieza, sin necesidad de mudarlo. También es fama la historia milagrosa del diamante perdido, según la cual la esposa del virrey perdió en el arenal piurano la valiosa joya que Urraca encontró de inmediato, cavando un hoyo en el suelo, no obstante que por el lugar una gran cantidad de sirvientes habían hecho una prolija búsqueda.

El padre Pedro Urraca nació en Siguenza (España) el año 1583 y cuando solamente tenía 15 años vino a América, ingresando al convento de los Mercedarios de Quito. El año 1608 se trasladó a Lima donde recibió las sagradas órdenes y se entregó con pasión y sacrificio a su labor misional. Estando en Trujillo llegó el virrey y con él se trasladó a Lima como confesor del Príncipe de Esquilache al cual siguió a España y allá se interesó por los cautivos cristianos que estaban en poder de los moros, por cuyo motivo se trasladó a África. Pero ya en 1627 estaba nuevamente en Lima, tras haber desembarcado por Paita. En la capital del virreinato decidió llevar una vida de privaciones y total retiro, para lo cual habitó una ermita que los miembros de su Orden le construyeron en Huamantanga. Cargaba en su cintura un pesado cilicio que penetraba en sus carnes causándole agudos dolores que sobrellevaba  con estoicismo. Sus salidas sólo eran para auxiliar a los enfermos y moribundos y aún estando vivo, protagonizó muchos hechos milagrosos

El 7 de agosto de 1657 falleció en Lima.

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TERREMOTO EN TRUJILLO Y PIURA

 

A las 12 horas del día 14 de febrero de 1619 un violento terremoto destruyó totalmente la ciudad de Trujillo. Ningún edificio quedó en pie y todos los templos se derrumbaron. No obstante que la ciudad no estaba muy poblada, murieron 350 personas, y las víctimas no fueron más a causa de que el sismo fue de día.

Piura que sólo tenía 31 años de fundada, en su actual asiento, quedó muy maltratada con el terremoto que se sintió con inusitada fuerza. Andrade Colmenero que era corregidor, tuvo que desplegar gran actividad, para tratar de reparar los daños que fueron de consideración. En realidad, San Miguel del Villar era por esa época sólo una pequeña aldea.

El virrey dispuso que todo un ejército de 2,000 indios, se ocupara de reedificar la ciudad de Trujillo. Debían turnarse en grupos procedentes de la costa y de la sierra.

En un principio se pensó abandonar la ciudad y despoblarla, habiéndose elegido a Lambayeque como nuevo asiento. Gran cantidad de vecinos se trasladó a la ciudad norteña que repentinamente cobró vida. El obispo de Trujillo fray Francisco de Cabrera, quedó tan aterrorizado por el terremoto que enfermó y se negó a retornar a Trujillo. El 25 de abril fallecía en Lambayeque y se asegura que murió de miedo. Buen número de familias trujillanas se establecieron  en Piura.

Después que se decidió reconstruir Trujillo, el virrey dispuso que en diversos lugares de la ciudad se cavaran pozos y se hicieran túneles, por que se tenía la creencia de que las ondas sísmicas se amortiguaban con esas excavaciones, por eso en Trujillo existen gran cantidad de túneles.

Otro pueblo destruido, con pérdidas de vidas humanas fue Santa.

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VIRREY Y CORREGIDOR CONTRABANDEAN

 

La amistad entre el virrey y el corregidor Andrade Colmenero los convirtió en socios de un negocio ilícito.

Paita había sido siempre un centro de activo contrabando, ya que era una de las puertas de ingreso al Perú. No obstante las ordenanzas de que los depósitos de mercaderías estuvieran en San Miguel del Villar, eso siempre se hizo en Paita. Cada vez que los corsarios desembarcaban en Paita, encontraban gran cantidad de fardos con telas, tal que al no poder llevárselos, los incendiaban. No sólo ingresaba de contrabando gran cantidad de mercadería llegada de Panamá, sino también procedente de China, vía Filipinas o Acapulco, sobre todo la seda de la China era la que más demanda tenía.

El corregidor de Piura era el que manejaba todos los hilos del negocio. El recibía y despachaba la mercadería, que era enviada por tierra a Lima y se ganaba el 400 por ciento. Había otro negocio en el que estaban comprometidos Ana de Borja, la virreina, y posiblemente la encomendera Paula Piraldo. Se trataba del monopolio del tollo en tiempos de cuaresma, que se remitía desde Paita y que la virreina hacía vender por el postigo del palacio. En Lima la chismografía andaba a la orden del día y se criticaba que nada menos los virreyes con más títulos de nobleza fueran los que se dedicaron a una actividad que cualquier español radicado en Lima consideraba como baja.

Fue tal la crítica, que el mercedario fray Juan de Salazar, denunció ante el rey al príncipe de Esquilache de lo anteriormente mencionado, en carta de fecha 26 de abril de 1620, pero parece que el rey no tomó en cuenta tal acusación.

El hecho concreto es que el príncipe de Esquilache hizo cuantiosa fortuna en el Perú y eso fue motivo de comentarios en la corte de Madrid.

 

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COLMENERO RECIBE HONROSO ENCARGO

 

El último día del año 1621, dejó Lima el Príncipe de Esquilache, aún cuando su sucesor el marqués de Gualdacazar no había llegado.

Diego Fernández de Córdova era el nuevo virrey que tenía parientes muy cercanos en la ciudad de Lima. Era caballero de la Orden de Santiago, gentil hombre de la Cámara del Rey,conde de Posadas, Señor del Estado de Guadalcázar en Córdova y marqués del mismo.

Era pariente cercano de aquel famoso Gonzalo de Córdova, llamado el Gran Capitán que tantas glorias dio a España.

El nuevo virrey había tenido el mismo cargo en México donde había muerto su esposa de origen alemán.

Tras 60 días de navegación llegó a Paita el 27 de abril de 1622. En el puerto permaneció varios días, recibiendo atenciones del general Colmenero, corregidor de Piura.

Ante el temor de los piratas y no queriendo exponerse como su antecesor, resolvió hacer el viaje por tierra, en compañía de sus hijas Mariana y Brianda, cuya juventud y belleza causó admiración en Paita.

Con la experiencia adquirida en México, puso empeño en fortificar el Callao y reorganizar el ejército.

Otra preocupación del nuevo virrey, fue la explotación intensiva de las minas, tal como se lo había pedido el rey de España al momento de nombrarlo. La monarquía cada vez más pedía a las colonias, sobre todo al Perú, sin aportar nada, mientras España en plana decadencia, nada hacía por recobrar su prestigio y esplendor. Se había reducido a la simple condición de una nación parásito.

El 3 de mayo de 1624, el virrey le encomienda al general Andrade Colmenero, la conducción de nada menos de ocho millones de pesos en plata y oro, hacia Panamá. El general se embarcó en el galeón “San José”, al cual acompañaban otros tres barcos menores de guerra. A esta flota se unieron varios mercantes que llevaban mercaderías diversas a Panamá.

El virrey recomendó a Colmenero que en todo momento tratase de eludir a los enemigos y no comprometerse en batalla y que en caso de apuro retornase al Callao.

La buena estrella acompañó a Colmenero, pues el viaje fue sin novedad. Un poco más de demora y el cuantioso botín hubiera caído en manos del corsario Jacques Hermite Clerk. Colmenero regresó con apreciable contrabando.

 

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LLEGAN OTRA VEZ LOS CORSARIOS.

El 8 de mayo y casi en forma sorpresiva, apareció frente al Callao, la más formidable flota corsaria que hubiera llegado al océano Pacífico.

El holandés Hermite Clerk, llegó con 11 barcos, armados con 300 cañones y con una tripulación de 1,600 avezados combatientes.

Durante dos días los corsarios se dedicaron a efectuar reconocimiento de la bahía, hacer presas menores y lanzar disparos de tanteo para conocer el estado de las defensas. El fuego fue contestado pero con mala puntería. El día 11 se produjeron algunas refriegas resultando prisioneros de uno y otro lado. Los atacantes se percataron que no se podían acercar mucho por que el Callao estaba defendido con cadenas ocultas bajo el agua y de grandes maderos clavados. Observaron también que la fuerza de defensa era numerosa, pues aparte de la infantería de primera línea y varias escuadras de caballería, habían muchos cuerpos de milicias, que valgan verdades no aportaban nada, pero eso era cosa que el corsario no podía conocer. El virrey puso la defensa a órdenes de su sobrino limeño Fernández de Córdova.

El ataque enemigo perdió intensidad en los días siguientes a causa de encontrarse Clark gravemente enfermo con disentería, muriendo el 2 de junio, siendo enterrado en la isla San Lorenzo. Antes había intentado un canje de prisioneros y ante el rechazo del virrey, colgó de los palos de los barcos a 19 infelices presos.

Los atacantes mandaron parte de su flota a atacar Pisco llegando a desembarcar, pero al ser rechazados tuvieron que reembarcarse. Otra partida atacó y tomó Guayaquil incendiándola, pero tuvieron que retirarse pues en la lucha perdieron 50 hombres. A principios de julio y tras dos meses de infructuosos ataques, los holandeses se retiraron y regresaron otra vez por el Cabo de Hornos.

Paita en esta oportunidad se libró de ser atacada.

 

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MUERE EL REY FELIPE III Y SUBE FELIPE IV

 

El 31 de marzo de 1621, después de un viaje que hizo al Portugal, murió el rey Felipe III y le sucedió en el trono su hijo Felipe IV que sólo tenía 16 años, el mismo que fue proclamado rey de España y Portugal, bajo la regencia de su madre Ana de Austria. Cuando tuvo mayoría de edad, puso como primer ministro al Conde Duque de Olivares, su tutor al que le entregó las riendas del gobierno, mientras el rey se dedicaba a vida frívola y a las letras. Olivares quiso recuperar la antigua grandeza de España, pero tuvo poco tino y se enfrascó en guerras internas y externas. Entró en guerra con Holanda, Francia e Inglaterra. Esta le arrebató la isla de Jamaica. En sangrientas luchas, perdieron definitivamente los países bajos (Bélgica) y se sublevaron Nápoles y Sicilia, que pertenecían a España, Cataluña y Portugal. Este último logró su total independencia. También se comprometió en la guerra de los Treinta Años, que enfrentaba al emperador de Alemania. Como se sabe, los reyes de España y los emperadores de Alemania, pertenecían a la casa de Austria y eran parientes.

Bajo el gobierno de Felipe IV (1621-1665), fueron virreyes del Perú:

El Marqués de Guadalcazar (1632-1628)

El Conde Chinchón (1629-1639)

El Marqués de Mancera (1639-1648)

El Conde de Salvatierra (1648-1655)

El Conde de Alba de Liste (1655-1661)

El Conde de Santisteban (1661-1666)

 

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LOS FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA

 

El virrey Marqués de Guadalcazar gobernó hasta el 14 de enero de 1629 en que entregó el mando al Conde de Chinchón y retornó a España con sus hijos

En 1550 llegó al Perú don Pedro Fernández de Córdova, formando parte de la comitiva del segundo virrey del Perú don Antonio Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete. Al poco tiempo pasó a Chile con el ejército que mandaba el hijo del virrey, don García que años más tarde también fuera virrey. Desde esa época los Fernádez Córdova venían figurando en la altas esferas del gobierno virreynal. Uno de los miembros de esta familia, don Fernando Fernández de Córdova y Figueroa fue alcalde ordinario de Lima cuatro veces, lo mismo ocurrió con don Luis Fernández de Córdova que desempeñó la alcaldía entre 1620 y 1623, siendo también durante el gobierno del virrey Marqués de Guadalcázar, jefe de las fuerzas defensoras del callao contra el corsario Hermite Clerk.

Cuando el virrey murió en España, el título de Marqués de Guadalcázar le correspondió a don Luis, por no tener el ex-virrey descendencia masculina.

En la colonia y en los primeros años de la república muchos Fernández Córdova vivieron en Piura.

 

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VIRREINA CASI   DA A LUZ EN PAITA

 

Para suceder al Marqués de Guadalcázar, fue nombrado el conde de Chinchón. Era éste don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, Bobadilla Cerda y Mendoza, descendientes de los primeros marqueses de Moya que se ennoblecieron en tiempo de los reyes católicos. Era Señor de Casarubios y de Valdemoro, Alférez Real del Alcázar de Segovia, Comendador de Campo de la Orden de Santiago, Tesorero Real de Aragón, Gentil Hombre de la Cámara de Su Majestad y miembro del Consejo de Aragón y de Italia.

El conde de Chinchón estuvo casado en primeras nupcias con doña Ana de Osorio que era viuda del marqués de Salinas, la que murió pocos años más tarde de su matrimonio. Antes de venir al Perú el conde contrajo un segundo matrimonio con otra viuda doña Francisca Enríquez de Rivera, descendiente de los condes de Lerma.

El conde llegó a Paita en el mes de octubre de 1628 con su esposa en avanzado estado de gestación. El puerto en estos momentos se encontraba conmocionado, pues se anunciaban que nuevos corsarios holandeses merodeaban por el litoral y se esperaba un ataque de un momento a otro. Las autoridades de San Miguel del Villar tomaban diversas medidas precautorias y aconsejaban al virrey que permaneciera en el puerto o se trasladara  a la ciudad para ahí emprender viaje por tierra a Lima

El virrey optó por permanecer en el puerto por espacio de un mes y convencido de que la presencia de los corsarios no era verdad, decidió hacer el viaje a Lima por mar, partiendo el 16 de noviembre y arribando al Callao un mes más tarde.

La virreina quedó recomendada al corregidor de Piura Luis Soria de Morales y a las autoridades que se mostraron solícitas.

Habiéndose sentido mejor, doña Panchita, la Virreina, resolvió emprender viaje por tierra a Lima, desoyendo los consejos que le daban en el sentido de que el camino le iba a resultar demasiado pesado. A la altura de Lambayeque le sobrevinieron a la virreina los dolores del parto y dio a luz un niño que se llamó Francisco Fausto de Fernández de Cabrera, al cual se le otorgó en 1642 en España el título de marqués de San Martín de la Vega.

El niño nació el 4 de enero de 1629, pero Mendiburu (en su Diccionario Histórico Biográfico del Perú, tomo 15, página 447) asegura que nació en Paita en 1628.

El virrey entrante demoró un mes en hacerse cargo del gobierno y prodigó grandes atenciones al virrey saliente y a sus dos bellas hijas. La chismografía limeña aseguraba que el nuevo  virrey había quedado fuertemente impresionado por la belleza nórdica de Mariana y Brianda. El hecho es que cuando el marqués de Guadalcázar partió de Lima, lo acompañó al Callao y le hizo una suntuosa despedida. La condesa recién entró a Lima el 11 de abril de 1629.

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LOS POLVOS DE LA CONDESA

 

Doña Panchita Enríquez contrajo paludismo en 1630, lo cual la llevó a un estado de suma postración a mediados de 1631. Parece que la dolencia la contrajo en el curso del viaje que hizo por tierra de Paita a Lima. Cuando se desesperaba de salvarla, un jesuita le administró unos polvos desconocidos y amargos que la restablecieron pronto. Se trataba de la cascarilla, cuyo poder medicinal había sido descubierto por Pedro Leyva, un indio de Loja, el que la hizo conocer a los jesuitas del lugar y al corregidor Juan López Cañizaros. Desde entonces se conoció ese remedio como polvos de la condesa y a la planta que lo producía se le denominó Chinchona. Era la quinina.

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LOS RIVA AGÜERO LLEGAN AL PERÚ

 

La familia Riva Agüero que ha desempañado tan importante papel en la vida republicana, llega por primera vez al Perú, para establecerse en el corregimiento de Piura.

Don Fernando Riva Agüero y Setién, pertenecía a nobles familias españolas y era Caballero de Santiago.

Nació en 1606 en Cajano de Santander. Fue su padre don Fernando, Señor de la Casa de Riva Agüero y su madre doña Francisca de Setién y Reñada.

En 1637 es hecho caballero de Santiago y al año siguiente el rey lo nombra corregidor de Piura, cargo en el cual estuvo hasta 1641.

Riva Agüero fue un corregidor galante. De los amores con la piurana Ana María Valera tuvo dos hijos naturales: Antonio y Juan Jerónimo, a los que reconoció y más tarde fueron ennoblecidos y desempeñaron muy elevados cargos en el Perú.

Correspondió a don Francisco Riva Agüero recibir al virrey don Pedro de Toledo y Leiva, que desembarcó en Paita quedando unas pocas semanas para reponerse del largo viaje, enviando a Lima como heraldo a don Jerónimo de Herrera.

Toledo y Leyva, al revés de sus antecesores, reanudó su interrumpido viaje por mar, en vez de hacerlo por tierra. Por lo tanto no llegó a conocer San Miguel de Piura. Era marqués de Mancera y Señor de 5 villas y de la Orden de Alcántara.

El gran valimiento que tenía Riva Agüero en la corte de Madrid, lo prueba el hecho de que en 1644 fue nombrado nada menos que gobernador de Puerto Rico y Cartagena de Indias, cargo en el que estuvo 9 años y posiblemente los reyes quedaron contentos de él, pues luego pasó a ser Capitán General y Gobernador de Panamá y Tierra Firme, hasta el día de su muerte en Portobelo en septiembre de 1663. En América se casó dos veces, en primeras nupcias con doña Catalina Chumacero y al quedar viudo, con doña Antonia de la Riva Herrera, pero como empedernido hombre galante, dejó también en Puerto Rico y Panamá, hijos naturales.

Don Antonio Riva Agüero Valera, logró el hábito de Santiago en 1672. En 1707 era corregidor de Piura, y luego lo fue de Huamanga, muriendo en Lima el 20 de febrero de 1722, siendo enterrado en el templo de San Francisco. Don Antonio tuvo tres hijos, uno fue sacerdote, otra monja y la tercera se casó con el noble Felipe de Zavala y Ordóñez, cuya sucesión se extinguió en 1778.

Mientras tanto don Juan Jerónimo Valera, logró también el hábito de Santiago como su padre y hermano y fue nombrado gobernador de Santa Cruz de la Sierra en el Alto Perú. Contrajo matrimonio con doña Sebastiana Medrano y Salazar, de la que tuvo a Josefa, que el 17 de octubre de 1729 se casó con el capitán Francisco Hoces y Espinosa.

Todo este relato está contenido en el Diccionario Histórico Biográfico del  Perú de Mendiburu, el que agrega, que precisamente cuando se extinguía la rama natural de los Riva Agüero; llegaba al Perú don José de la Riva Agüero de Basodella Rovere, integrando la comitiva del visitador José Antonio Areche en 1777, después de haber desempeñado el cargo de oidor en México.

Su hijo, don José Mariano de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, fue el primer presidente del Perú.

 

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PIURA, CORREGIMIENTO DE PROVISIÓN REAL

 

En 1632, había 88 corregimientos en el amplio territorio del virreinato, que abarcaba Ecuador, Perú Bolivia, Paraguay y el norte de Argentina y Chile.

Eran de provisión real aquellos corregimientos que eran nombrados directamente por el rey de España, siendo los siguientes:

Arequipa                     Cuzco                          Potosí                          Loja

Arica                           Carabaya                     Paraguay                     Cuenca

Tarma                          La Paz             Trujillo             Quito

Huancavelica               Paucarcolla                  Cajamarca                   Huaylas

Castrovirreyna Cochabamba               Chachapoyas               Quijós

Huamanga                   Porco                          Piura-Paita

Los corregidores que tenían mayores sueldos eran: de Cuzco y Potosí con 3,000 pesos ensayados de 9 reales. Seguía La Paz con 2,500 pesos. Los corregimientos más modestos eran Riobamba, Otavalo, Chumbo con 500 pesos cada uno. El corregidor de Piura ganaba 1,200 pesos.

 

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FUNDACIÓN DE CAPELLANÍAS

 

Como a todo español de la colonia, mucho preocupaba a los antiguos piuranos la salvación de su alma y cuando pensaban que ya se encontraban próximos a rendir cuentas al Creador, buscaban con mucha anticipación y previsión,  asegurarse el cielo.

Uno de los miedos para lograrlo en criterio de los piadosos piuranos de antaño, era mediante la fundación de capellanías, o sea legados destinado a la celebración de un determinado número de misas, o por cierto tiempo, en sufragio del alma del donante.

La mayoría de las capellanías tenían una vigencia de cuarenta años. En España esta costumbre data del siglo XIII pero sólo estaba reservada a los reyes y grandes señores. Fue recién en 1723, cuando mediante una bula, el Papa Inocencio XIII las reglamentó.

Tan pronto como la colonia principió a cobrar su ritmo normal, y los españoles dejaron la azarosa vida de luchas y de constante guerrear, para tornarse más citadinos y sedentarios, empezó la preocupación por asegurar una mejor vida al alma inmortal.

Desde 1,600 ya se fundan varias capellanías.

En 1660, el opulento propietario de la hacienda Miraflores funda una capellanía de 6,000 pesos, que era una suma bastante alta para la época. En 1572 se divide en Olleros y Parales.

En 1682, don Juan de Rivera, deja de su hacienda Huápalas, una renta anual  de 75 pesos para una capellanía. El mismo año, doña Antonia de la Torre grava a la hacienda Tambogrande de su propiedad con 37 pesos anuales que se destinarán a la celebración de tres misas por año.

Para interceder por el alma de Juan Rapela Moscoso, se grava al trapiche de la hacienda Yapatera, nada menos que con cuatro mil pesos anuales. La alta renta señalada, da una idea de lo extenso de los cultivos de caña, en la que trabajaban gran cantidad de esclavos. Eso sin embargo no afectaba a la piedad de los donantes

En 1670 Margarita Orrego funda en Serrán una capellanía principal por 1,500 pesos y el mismo año Mariano Gallosa  deja por la misma cantidad una capellanía que va agravar a la hacienda Ocoto, y sobre la misma hacienda se crea otra capellanía más en beneficio del alma de don Genaro Montenegro.

En 1678 el general Gaspar del Águila y su mujer María de Neira, gravan sus bienes urbanos con 2,000 pesos anuales para que cada año se celebren 50 misas por ellos.

En 1691 el capitán Francisco de Sojo funda sobre la hacienda de Morropón una capellanía de 2,400 pesos, cuyos interese se deberían distribuir entre la cofradía del Santísimo, así como la de San José, Santísima Cruz, ánimas de San Juan Bautista y Santa Rosa de Lima de la iglesia matriz de Piura. La devoción de Piura por la santa limeña queda demostrada con esta capellanía. Rosa de Santa María había muerto en 1617, fue beatificada en 1668 y santificada en 1670.

En el mismo año don Manuel Olfango deja su casa a la cofradía del Santísimo Sacramento y que las rentas que produzcan, se apliquen a favor de la capilla del Carmen. Las rentas se mantuvieron hasta el año 1813.

El año 1700 se grava la hacienda San Sebastián de Malinguitas con 500 pesos a favor de la cofradía del S.S. de la iglesia matriz de Piura.

Estas no son las únicas capellanías y legados que se produjeron en esos años de tanta devoción y fe católica

En 1668 el cura Lorenzo Velásquez de Ayabaca, deja un legado de 8,000 pesos para la fundación del convento de San Francisco de Piura.

 

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EL CURA MORI ENTREGA TIERRAS A LOS INDÍGENAS

 

El bachiller Juan de Mori Alvarado trabajaba en el año 1627 en el obispado de Trujillo, cuando éste estaba a cargo de monseñor Carlos Marcelo Corni.

Fue por esa época que surgió un entredicho entre el obispo y los priores de las congregaciones de Santo Domingo, San Francisco, La Merced y San Agustín, lo que determinó que los prelados fueran excomulgados por el obispo, los que ni cortos ni perezosos, devolvieron con la misma moneda el agravio, y excomulgaron a don Carlos Marcelo, fundador del famoso Seminario que hasta ahora existe en Trujillo.

Cuenta don Ricardo Palma en su tradición “Excomunión contra excomunión”, que fue el bachiller Mori el encargado de denunciar a los fieles, la excomunión fulminada contra cuatro prelados, para lo cual, subiendo al púlpito de la iglesia de Santo Domingo, durante la misa que se ofreció por San Valentín, “con vozarrón estupendo, dio lectura a un papel” en el que se anunciaba la excomunión.

Mientras estuvo en Trujillo, el bachiller Mori se familiarizó con los problemas de los indígenas de Piura, que iban frecuentemente no sólo por asuntos religiosos, sino también para quejarse contra los que les arrebataron sus tierras.

No se sabe si por propia voluntad o como resultado de alguna tirante situación o por razones de servicio, el hecho fue que el bachiller Mori resultó nombrado cura de la parroquia de Catacaos, vicario y comisario del Santo Oficio de la Inquisición y de la Santa Cruzada.

Su arribo a Catacaos se produjo cuando era corregidor de Piura don Fernando de la Riva Agüero.

El párroco se encontró que no obstante los dispositivos a favor de los indios había dado el virrey Blasco Núñez de Vela, Vaca de Castro, la Gasca y los virreyes Toledo y Guadalcázar, en realidad los indios no poseían tierras. Corregidores, encomenderos, hacendados y autoridades en general, así como indios notables de otros repartimientos y parcialidades, habían tomado casi todas las tierras disponibles, no obstante los justos títulos, los fallos de los gobernantes y haberlas pagado en alto precio los indígenas de Catacaos.

Por lo tanto, una de las principales tareas del nuevo párroco, fue restituir a los indios en su heredad. Ante todo, buscó y logró el desestimiento del capitán Carlos La Chira, gobernador de Catacaos, que había logrado por composición, le adjudicaran por 100 pesos de 8 reales, tierras que se consideraban libres, pero que según el cura Mori pertenecían a los indios. La Chira que antes y después de estos sucesos siguió luchando en los estrados judiciales y ante las autoridades para que respetasen los derechos  de sus representados, accedió.  De esta forma y tras de devolver al capitán sus 100 pesos, los indios por mediación del bachiller Mori, lograron las tierras libres existente entre Tacalá y la Muñuela, pagando 500 pesos.

El escritor cataquense Juan Jacobo Cruz, refiriéndose a la obra del cura Mori, dice “que no se descuidó ni el aspecto social ni el religioso de su sagrado ministerio y que organizó y juramentó a diez cofradías. Inició, igualmente, la reconstrucción del templo malogrado con el sismo de 1,630 y enseño a los indios a tejer sombreros de paja, contratando expertos de Celendín para que les hicieran conocer las técnicas de ese trabajo.

Catacaos ha honrado la memoria de este benefactor de sus habitantes, erigiéndole un monumento en la plaza de armas, que según el escritor Cruz Villegas, se terminó en 1888 a iniciativa del Dr. Manuel Yarlequé Espinosa, corriendo su ejecución a cargo del escultor peruano Antonio Robles.

También el colegio nacional, de Catacaos lleva el nombre de este buen sacerdote.

 

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DISPUTA POR LAS SALINAS

 

Georg Peterson Gaulke, que ha estudiado en forma detenida la geología de la región, refiriéndose al estuario de Virrilá, dice “que el río Piura a la altura de La Arena se bifurca, desaguando el exceso de agua de las avenidas extraordinarias, por el brazo Ramón y luego la quebrada Zapayal que desemboca en Virrilá en la bahía de Sechura. La longitud de este desagüe meridional es de más o menos 84 kilómetros. En su curso da origen a la laguna Ramón y otras más, así como a grandes salitrales que conservan el agua, a veces por años, antes de que se evapore completamente”.

Expresa el mismo científico: “que en los alrededores de Sechura, tal como el de Matacaballo (entre San Pedro y Virrilá) y el de Virrilá-Zapallal-Ramón, son depósitos de evaporitas salinas”.

La explotación de las salinas, fue motivo de disputas y tensiones entre las comunidades de Catacaos y Sechura

Juan Jacobo Cruz, que tanto ha ahondado sobre los derechos a la comunidad de Catacaos y las tierras que les pertenecen, afirma que el 5 de octubre de 1625, el virrey marqués de Guadalcázar, expidió un decreto reconociendo el derecho de los indígenas sobre las salinas de Ñapica y Colpaval.

Era por esos tiempos, gobernador y principal del pueblo de Catacaos el capitán Carlos La Chira, descendiente del cacique La Chira, al que Pizarro confinó en Catacaos a causa del complot de los curacas de Amotape.

Cacique de Chocholla, Ñapica y Colpaval era Juan Menón. Tales poblados eran una reducción de Catacaos

Carlos La Chira, representando a todos los anteriores, se presentó ante el virrey, para expresar que desde tiempo inmemorial, habían heredado de sus antepasados unas salinas que se utilizaban para su sustento y para explotarlos a fin de pagar los impuestos, pero ocurría que muchos mestizos bajados de la sierra acudían al lugar con las recuas y sacaban la sal como cosa propia sin pagar ninguna tasa y lo mismo hacían españoles y también indios de otros repartimientos o comunidades, sin que halla valido queja alguna por que el mismo corregidor los apoya, por cuyo motivo solicitaban del virrey justicia.

El virrey decretó que se amparase a los indios del repartimiento de Menón, Chocholla, Ñapica, Copaval y demás indios para que de las salinas de Ñapica y Copaval pudiesen sacar la sal que desearan para  sustento o para vender sin que nadie se lo impidiera. Sin embargo, dejó a la justicia de la autoridad, o sea al criterio del corregidor, los pedidos que pudieran hacer también otras personas para sacar sal de esos lugares.

Pero como se verá después, los líos judiciales son muy largos y la cosa estaba aún muy lejos de terminar.

 

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PATRULLAJE DEL LITORAL

 

El marqués de Mancera dispuso que una flota de guerra de cuatro barcos patrullase la costa desde el Callao hasta Panamá.

Don Antonio de Toledo, hijo del virrey era el que mandaba esta escuadra, tripulada por 650 hombres.

Estando de regreso a Panamá y antes de llegar a Paita, la nave capitana empezó  hacer agua y las bombas no se daban abasto, día y noche, para achicar el agua que entraba a torrentes, hasta que al fin en Paita se pudo reparar la avería. Otro barco que llegó con daños fue el galeón “Nuestra Señora de la Antigua” al cual le cayó un rayo, que derribó el mástil sin causar víctimas.

 

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LA RUTA MARÍTIMA DE PAITA

 

En el primer contacto que Pizarro tuvo con Tumbes, conoció por Pedro de Candia, que era una ciudad muy grande con palacios y fortalezas.

Cuando el conquistador desembarcó en Tumbes para ingresar al Perú por ahí, encontró una ciudad destruida por el fuego y los efectos de la guerra de tumbesinos y punaeños.

Al avanzar los conquistadores al sur y encontrar en la bahía de Paita, un lugar apropiado para las labores de embarque y desembarque, quedó Tumbes completamente relegado y Paita se convirtió en el primer puerto del norte.

Piura exportaba por Paita productos agrícolas, azúcar y sal. Hay que hacer notar que no obstante que el cultivo de la caña no prosperó mayormente en Piura, ya en 1560 funcionaba un ingenio. Todos los navíos que viajaban entre Callao y Panamá hacían escala en Paita y el aprovisionamiento de agua lo hacían desde Colán, en cuyas cercanías desembocaba el Chira.

Los virreyes y personajes ilustres que venían desde Europa, tras de una fatigosa y peligrosa travesía marítima, desembarcaban en Paita para no proseguir su viaje a Lima por mar que resultaba peligroso, por las corrientes marinas y por la famosa Punta Aguja en donde se produjeron muchos naufragios. Era esta una punta muy rasa que penetraba mucho al mar. Los navíos generalmente viajaban al Callao bordeando la costa y teniéndola a la vista, para evitar los fuertes vientos de mar afuera y la corriente marina sumamente impetuosa sobre todo en invierno. Era muy raro el navío que lograba hacer la ruta entre Paita y Callao en 40 ó 50 días. El tener que proveerse de víveres en los puertos intermedios, era otro problema que demoraba el viaje. Ocurría con frecuencia que la embarcación tenía que retornar por una u otra causa a Paita, y se dieron casos que embarcaciones que demoraron hasta un año, como lo aseguran Juan y Ulloa en su Relación Histórica del viaje a la América Meridional.

 

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EPIDEMIAS

 

Las epidemias que durante la conquista y la colonia asolaron a Piura y a todo el Perú, en mayor grado, fueron la viruela y el sarampión que trajeron los españoles y el paludismo o malaria que ya existía.

La viruela llegó a Europa en el siglo VI llevada por los árabes y los españoles la trajeron a América,  apenas arribaron a las Antillas, cuya población falta de defensas, quedó en pocos años diezmada. La epidemia se propagó en forma fantástica entre los indios, aún antes que los españoles llegasen a un determinado paraje. Es así, como antes que Pizarro llegase a Tumbes, ya la viruela lo había precedido y había matado a nada menos que al Inca Huayna Capac, cuando estaba en Tumebamba. Al desembarcar Pizarro en Tumbes encontró a su población diezmada, no sólo por las guerras con los indios de la isla Puná sino también por la pestilencia, como ellos decían y que no era sino la viruela.

De inmediato llegó la viruela al territorio tallán y causó estragos, pues se trataba de una variedad que era mortal, ya que era hemorrágica.

Como Paita fue durante doscientos años como una puerta de entrada y salida del virreinato, también por allí ingresaron las epidemias procedentes de Panamá y Europa. También Guayaquil se convirtió en otro foco infeccioso, pues las enfermedades llegaban fácilmente a Tumbes y de allí a Piura.

Cieza de León dice que la viruela que mató a Huayna Capac, era tan contagiosa que mató a 200 mil indios de la zona circundante. Luego se combinaron la viruela y el sarampión y la mortandad llegó en algunos casos al 60%

Entre 1589 y 1591 se propagó en todo el Perú una epidemia  de influenza que azotó al país entre 1558 y 1560 y luego reapareció entre 1581 y 1591, causando estragos en Lima y Piura. En 1614-1615 ingresó por Paita la difteria.

Los indios sin defensas naturales, murieron en mucho mayor número que los españoles, pero estos nada hicieron por atenderlos, por lo cual llenos de rencor, en algunos lugares trataron de contagiarlos, para eso dejaban caer algunas  gotas de sangre infectada en la masa de pan destinada a los españoles, o arrojaban cadáveres de enfermos a los manantiales

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LA ADJUDICACIÓN O COMPOSICIÓN DE TIERRAS

 

En capítulos anteriores se ha visto, cómo los españoles apenas pisaron tierra peruana, implantaron de inmediato el sistema de encomiendas o repartimientos.

Fue precisamente en la recién fundada San Miguel, en donde Pizarro principió a distribuir encomiendas y poniendo de manifiesto su nepotismo, fue a su hermano Hernando al que entregó la primera encomienda constituida por las tierras del curaca de Pavor o Pabur.

Sin embargo, Pizarro no tenía autorización para tal cosa, pues recién por cédula real del 8 de mayo de 1533, consigue tal facultad.

En 1702, los indios de La Huaca, compraron a la Real Audiencia de Lima, las tierras que antes les habían pertenecido. El trámite fue largo y recién culminó en 1709 cuando era presidente de la Real Audiencia don Juan Antonio de Heredia y a los indígenas los representó  Mateo Gonzáles de Sanjinés

En 1790, los indígenas de Pacaipampa, logran por donación las tierras de sus parcialidades. El donante fue Luis de Saavedra y Mendes Sotomayor, cesión que se confirmó el 10 de marzo de 1790  con don José Luis Mesones, nieto del anterior.

Las encomiendas duraron hasta el año 1707 en que se suprimieron primero las que rendían poco  y más tarde, en 1720 son abolidas todas en general.

El sistema de propiedad colectivista de los incas, se transformó de golpe y porrazo en el sistema individual de la propiedad de la tierra

Las tierras del inca y también las destinadas al Sol, pasaron a ser propiedad del rey de España.

Como era natural, esto hizo que el monarca español tuviera gran cantidad de tierras, que no podía aprovechar racionalmente y que ni siquiera sabía cuales eran.

Los españoles, incluidos el clero, prefirieron tomar estas tierras en los primeros años de la conquista y del virreinato. Eso no quería decir que la propiedad que los incas le habían reconocido a algunos curacas, fueron intocables, ni tampoco las destinadas a las comunidades y a los ayllus, pues de hecho, cuando escasearon las supuestas tierras del rey, tomaron las otras.

El  tomar de hecho, propiedades de las comunidades, no alteraba la organización social de los ayllus allí establecidos. Esas comunidades cautivas seguían cultivando las mismas tierras, pero ahora tributaban como yanaconas al encomendero o patrono de la hacienda.

Para empadronar las tierras y hacer adjudicaciones, los virreyes nombraban frecuentemente visitadores.

El acto de adjudicación se hacía mediante un acuerdo que suscribían de una parte el representante del rey y por otro lado, el interesado. Este acto jurídico se llamaba composición.

Por el sistema de composición, se adjudicaron en Piura una gran cantidad de tierras. De esta forma la tenencia de tierras, quedó constituida de la siguiente manera:

- Tierras del rey de España o realengas

- Tierras de propiedad particular:

Haciendas para los nobles españoles

Parcelas y chacras para criollos, españoles del pueblo y mestizos

– Tierras de indios:

De comunidades

Individuales

Las composiciones empezaron a darse desde 1592 y durante cuatro años se otorgaron en gran número.

Los visitadores estuvieron muy activos haciendo mesuras y otorgando títulos con lo que se legalizó mucha posesión fraudulenta y otros tantos abusos. Eso naturalmente fue una fuente de muy buenos recursos para el tesoro real y para los funcionarios coloniales venales.

También fueron muchas las comunidades de indios que lograron tierras de ese modo y en nuestro departamento, las comunidades indígenas lograron así vastas extensiones.

Los terratenientes piuranos de la colonia, en esa oportunidad lograron legalizar la posesión, antes muy discutible, de sus haciendas.

De esa época se derivaron también los sistemas antisociales de explotación de la tierra, como yanaconaje, arrendires, etc que la reforma agraria suprimió en 1969

También se afianzaron o formaron las llamadas comunidades, que era rezagos del sistema colectivista incaico

Los indígenas agrupados en comunidades disfrutaban de la propiedad de la tierra en común, pero la podían trabajar de diversas formas, es decir, que en algunos casos se asignaba a cada uno una parcela.

Fue con don Pedro de la Gasca en 1549, cuando principió a reconocerse este derecho de la propiedad de la tierra a los indígenas bajo el sistema de comunidad. Nuevas disposiciones se dieron en 1566 y luego en la época del virrey Toledo en 1574.

El padre Justino Ramírez menciona las actividades que en Piura desarrolló don Juan Dávalos Cuba Maldonado, nombrado el 10 de mayo de 1645 por el virrey marqués de Macera, como juez y visitador de venta y composición de tierras, estancias, tambos, trapiches, almonas, chacras y agravíos.

Este visitador anunció mediante pregón, que todos los que se considerasen como propietarios o poseedores de cualquier título sobre tierras, haciendas o estancias, compareciesen con sus documentos para comprobarlos  e inscribirlos en caso de estar en regla.

En octubre de 1645, el visitador se trasladó a Huancabamba y contando con la presencia del teniente corregidor de ese lugar, Tomás Palacios, procedió a llevar adelante la adjudicación de tierras. Lo mismo hizo después en la plaza de Huarmaca y en otros pueblos.

Según el relato del padre Ramírez, en Huancabamba se hicieron las siguientes composiciones:

Al presbítero Antonio Castellanos, se le adjudicó la hacienda San Francisco de Succhil y el terreno de la Pura y Limpia Concepción, ubicado en Paicapampa

A don Cosme Chinguel, se le adjudicaron las tierras de Andajo y Podín, acto que se cumplió el 10 de octubre de 1645. Chinguel había luchado muy activamente por sus tierras.

En la misma fecha se adjudicaron las tierras de Sapsie Chiquito a don Diego Jaca

Un molino ubicado en la quebrada de Ungulo, se adjudicó a don Alfonso Berro. También estancias de Mandor, en Llagua, Pucutay, Cashacoto, Yanuco, Chantaco y Chite.

El visitador Juan Dávalos también adjudicó a los indios de la comunidad de Catacaos, por intermedio de su representante el cura Juan Mori Alvarado, una gran cantidad de tierras ubicadas entre el Tacalá y la Muñuela.

 

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LAS TIERRAS DE CATACAOS

 

Antes de la llegada de los conquistadores, los indios tallanes cultivaban las tierras que pertenecían a los caciques, al inca o al sol, bajo un sistema parecido al yanaconaje.

Los españoles que se afincaron en el suelo como encomenderos y aún muchos que vivían en otras regiones, se apoderaron de las mejores  tierras de los valles de la costa piurana, como recompensa por sus servicios en la conquista.

Los indios jamás renunciaron a ellas y menos en la región de Catacaos.

Cuando llega Vaca de Castro a Piura en 1542, se presentan ante él los caciques Francisco Achútiga de Colán, Lucas Cutivalú de Catacaos, Narciso Capullán de Sechura y Domingo Copis de Olmos, para reclamar su derecho sobre las tierras de sus cacicazgos. A eso agregaban para mayor mérito el haber pagado hasta la fecha por concepto de tributo la cantidad de 300,000 pesos. Vaca de Castro, respetando los derechos de los encomenderos, accedió a reconocer a los reclamantes como propietarios de las tierras sobrantes, desde Payta hasta Olmos y dispuso el pago en el Tesoro Público de 20,000 pesos de ocho reales cada uno, otorgando por tal razón 1,184 recibos. Fueron esos los primeros documentos probatorios que sirvieron a los indios para reclamar en mejor forma su derecho. Don Jacobo Cruz V. Se ocupa en su obra “Catac-Ccaos” de este hecho histórico.

Posteriormente, el virrey Blasco Núñez de Vela y sus oidores, disponen el 9 de mayo de 1544 se de posesión a los indios de las tierras que les pertenecen y señalan los límites de las mismas.

La Gasca en 1548, recibe en el Cuzco a Cristóbal Pablo Inca, representante de las comunidades de Sechura y de Olmos, que siguen reclamando por sus tierras y dispone que la Real Audiencia de Lima, atienda a los reclamantes, en virtud de lo cual se dicta el 22 de abril de 1549 las providencias correspondientes con intervención del escribano real don Pedro de Avendaño.

En 1572, el cacique Juan Chunga, indio ladino, toma una manifestación a los indios de Sechura y la Muñuela, los que expresaron que esas parcialidades reconocen como cacica principal a doña Isabel Capullana. Los mencionados indios procedían de las reducciones de Tangarará y de Castillo.

El 20 de marzo de 1575, Gonzalo Prieto Dávila, alcalde ordinario de San Francisco de la Buena Esperanza de Paita, adjudica a Pablo La Chira las tierras de Zucumer (o Cucumuedades) que limitaban con las de Yupita que por entonces pertenecían al cacique Francisco Marcavelica y con las tierras de La Para del cacique Pascual.

Sobre estas adjudicaciones hay un documento en el Archivo de Piura, con fecha 13 de diciembre de 1823 que el intendente y comandante general Miguel J. Seminario y Jaime, dirige al gobernador de Catacaos con motivo de un reclamo del Cabildo de Piura de deslinde y límites.

Al hacer historia, el cabildo dice lo siguiente: “En el año mil quinientos setenta y cinco, Gonzalo Prieto Dávila, alcalde ordinario de esta ciudad, su jurisdicción y términos, por orden superior procedió a la reducción y población de Catacaos, trayendo a varios caciques indios del río de La Chira y otros puntos, señalándole a cada cacique e indios las tierras que les eran suficientes para sus parcialidades. Al cacique Pablo de la Chira, le repartió las tierras de Cucumuedades, que lindan con las del finado D. Pascual, y con las tierras de Yupita lindantes para la parte del río arriba, las mismas que compuso el capitán Juan Lozada Quiroga en el año mil quinientos noventa y cinco con el juez de visita capitán García de Paredes Ulloa”.

Como puede apreciarse, por el sistema de reducción, se trasladaban a los caciques y gran cantidad de indios de un lugar a otro, invocando su mejor conveniencia, pero posiblemente para evitar rebeliones.

Pablo La Chira, probablemente era hijo del caique que Pizarro encontró en las proximidades de Tangarará y estuvo a punto de ajusticiar, época en que era muy joven.

Como las tierras del Bajo Piura estaban siendo entregadas a caciques de otros lugares, los alarmados indios de Catacaos, acudieron en demanda de justicia ante el virrey Toledo, para que les confirmarse la propiedad de las tierras y señalase límites. El virrey accedió y el 13 de abril de 1578 emitía una provisión que prácticamente es el reconocimiento de las comunidades indígenas de Colán, Catacaos, Sechura y Olmos.

Pablo La Chira para irrigar sus tierras construyó una acequia que atravesaba las tierras de Orotilán, pertenecientes al cacique Juan Cucio. Parece que por condescendencia y negligencia de Cucio, el cacique La Chira fue extendiendo sus tierras.

Hacía muy poco que San Miguel del Villar había sido fundada, y don Juan Cadalso y Salazar, se encontraba muy ocupado atendiendo las necesidades de la nueva ciudad, cuando recibió la queja de Pablo La Chira, en el sentido de que Gonzalo Cucio, hijo y heredero de Juan Cucio, se negaba  a dejar pasar el agua por la acequia. Se trataba de un caso de servidumbre de aguas, en el que el quejoso buscaba se reconociera su derecho.

Por aquel entonces había llegado a Piura el visitador de tierras don Melchor Escobar, el cual, conjuntamente con el capitán Cadalso y Salazar, se abocaron a solucionar el litigio.

El fallo fue favorable a La Chira, y tal fallo refiriéndose al canal que pasaba sobre estas tierras de Orotilán pertenecientes a Gonzalo Cucio dice: “sobre lo cual (el canal) le habían dado mandamiento de amparo la justicia y me pidió (dice Cadalso) le diese ahora mi amparo para que no perturbasen en manera alguna, lo cual por mi visto, juntamente con ello, habiéndome informado de lo susodicho y vistas las dichas tierras y acequias, cuando fui a ver las demás tierras de este valle de Catacaos; acordé de dar y di el presente, por el cual mando a los caciques, alcaldes ordinarios y demás indios de este pueblo de Catacaos, que no se metan en las dichas tierras del dicho don Pablo La Chira, llamadas Cucumer y Orotilán, donde tiene y está la dicha acequia, ni consientan que se le metan en ellas otra persona alguna y se las deje  labrar y cultivar como cosa suya propia sin que en ello le pongan estorbo, ni impedimento alguno, so pena de cien pesos para la cámara de su majestad, además de que serán castigados. Hecho en San Juan de Catacaos a siete días del mes de septiembre de mil quinientos ochenta y ocho años. Firmado Juan Caldaso Salazar – Por mandato del visitador Melchor Escobar.

Como se puede apreciar, La Chira consiguió despojar a los Cucio de sus tierras de Orotilán.

Pero en 1595 el capitán Juan Lozada Quiroga, logró despojar a los descendientes de Francisco de Marcavelica, solicitando y obteniendo del juez de visita, capitán García de Paredes Ulloa, las tierras de Yupita. También García de Paredes resulta más tarde poseedor de tierras.

A la muerte de Pablo La Chira, le sucedió su hijo Carlos La Chira que llegó a ser capitán y gobernador de Catacaos. Desde ese cargo asumió en repetidas oportunidades la defensa de los indios, si bien por un momento pretendió aumentar sus tierras.

Así se encontraba la situación cuando llega el año 1645 y con el arribo del juez de tierras Juan Dávalos Cuba Maldonado, los indios de Catacaos por intermedio de su apoderado el bachiller Juan Mori Alvarado, deciden recobrar sus tierras.

Carlos La Chira había logrado por 100 pesos la adjudicación de tierras libres que los indios habían estado reclamando como suyas. Sin embargo llegó a un acuerdo con el bachiller Mori y aceptó devolverlas, debiendo a cambio reintegrársele lo que había pagado.

El 20 de julio de 1645 se presentó en la plaza de Catacaos el juez visitador Juan Dávalos con el escribano Bartolomé Holguín y mediante pregón invitó a todos los que tuvieran títulos por registrar o reconocer, presentaran su documentación.

El bachiller Mori solicitó la adjudicación por composición de todas las tierras sobrantes comprendidas entre Tacalá o Tajamar y el sitio de la Muñuela. Presentó en apoyo los documentos emitidos por Vaca de Castro, Blasco Núñez de Vela, La Gasca y Toledo.

En la región tenían tierras el licenciado Baltasar Durand Guitiño, el capitán García de Paredes, el capitán Hernando Troche Buitrago,  Miguel Ruiz Calderón, María Alcedo Uribe y Lorenzo Llequerllupur.

El bachiller Mori se comprometió a pagar por todas las tierras 600 pesos de 8 reales cada uno, de los que 100 pesos eran para devolver al capitán Carlos La Chira por las tierras de Cusuco. Como por el momento Mori no tenía esa suma para cancelar, se le dio plazo hasta marzo de 1647. Como fiador se presentó don Sebastián Calderón. En cuanto a los 100 pesos, los pagó al día siguiente de la adjudicación, al contador de la Real Audiencia capitán Isidoro Céspedes.

En el documento del 13 de diciembre de 1823, al que nos hemos referido anteriormente y que obra  en el Archivo de Piura, se menciona este acto de adjudicación de la siguiente manera:

“El año 1645, don Juan Dávalos  Cuba Maldonado, hizo igual repartición de tierras a todos los indígenas, sobrando de las novecientas fanegas que se midieron; cuatrocientas, por no haber ya indígenas a quien repartirlas. Estas fueron compuestas por el Dr. Juan de Mori, a favor de dichos indígenas con el mismo compositor en la cantidad de seiscientos pesos, apropiándose para sí de doscientas fanegas”.

Una vez más y tras de 35 años, el capitán Carlos La Chira vuelve a interponer reclamo en nombre de los indios de Catacaos, contra los de Sechura por  usurpación de las salinas de Chocholla.

El 23 de agosto de 1660, el capitán La Chira solicitaba la intervención del corregidor de Piura Juan de Silva y Mendoza. Lo hacía La Chira como gobernador del pueblo de Catacaos y representante de los repartimientos de Chocholla, Menón, Ñapica y Copaval que eran reducciones de Catacaos. Muchos años después el conde de Villanueva del Soto, fiscal protector general, falló en Lima a favor de los reclamantes.

En 1680, el cacique Sebastián de Colán y Pariñas, reclamó para sus parcialidades, las tierras de Cucumur (otros las llaman Zucumur o Cucumedades) así como Orotilán, que estaban en poder del anciano Carlos La Chira. Se abocó al estudio de este problema judicial el corregidor Pedro Sedavalles, actuando como escribano don José de Céspedes.

En el archivo departamental de Piura hay un juicio contra el bachiller Juan de Mori Alvarado, por 1,297 pesos por pago de tierras de Catacaos, que terminó en 1646.

 

 

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