DESCUBRIMIENTO, REDESCUBRIMIENTO Y EDICIÓN DE LA VISITA DE GARCÍ DÍEZ DE SAN MIGUEL. ACLARANDO J. V. MURRA.


POR: WALDEMAR ESPINOZA SORIANO


Después de 40 años de la primera y única edición de la Visita de Chucuito redactada por Garcí Díez de San Miguel en 1565, de manera exabrupta han aparecido ciertas mendacidades que es necesario aclarar. Me refiero al texto preparado por Nispa Ninchis titulado Conversaciones con John Murra, etnólogo rumano nacionalizado estadounidense. Apareció en Lima en el 2000, si bien recién comenzó a circular a través de las librerías en el año 2003. Constituye un volumen que recoge una cantidad de recuerdos entremezclados, sin orden cronológico y con numerosas falsedades, seguramente como resultado de la senectud del entrevistado, lo que le provoca una multitud de juicios erróneos, además de ser reiterativo. Aquí lo que inoportuna es cuando se autopresenta como el descubridor y editor de dicho documento. Según la versión del interrogado, yo no tuve nada que ver en la difusión de la obra de Díez de San Miguel. Y justamente esto merece una elucidación exhaustiva.

Fue en el mes de octubre de 1958 que hice un viaje a Sevilla, con el objetivo puntual de realizar investigaciones en el Archivo General de Indias acerca de la etnohistoria andina, disciplina que estaba en boga en la Universidad Mayor de San Marcos, gracias al estímulo constante de Luis E. Valcárcel. Desde el primer día de haber concurrido a dicho emporio documental me dediqué a tiempo completo a la tarea que tenía en mente, con tanta firmeza y empeño que al poco tiempo ubiqué docenas de expedientes, informaciones y cartas al respecto. Estos hallazgos los comunicaba inmediatamente a dos historiadores que también acudían al AGI: los señores Antonio Muro Orejón y Miguel Maticorena Estrada, éste último todavía vivo y ahora residente en Lima. Y no sólo a ellos sino también, valiéndome de mi correspondencia epistolar, a varios amigos de promoción en San Marcos, entre ellos al egresado de antropología Alberto Cheng Hurtado, igualmente vivo aún.

Precisamente Cheng Hurtado fue quien propaló en la Universidad de San Marcos las novedades que yo le trasmitía desde Sevilla. Y entre aquellas personas a quien éste le informaba, figuraba el citado etnólogo rumano- norteamericano, al cual conocí en el II° Congreso Peruano de Historia (Lima, agosto de 1958). Éste, atraído por los descubrimientos y redescubrimientos hechos por mí en el AGI, en ningún momento dejó de exteriorizar su interés. Tan es así que –en 1960- en un momento inesperado recibí en Sevilla del referido etnólogo de procedencia rumana un telegrama enviado por él desde una ciudad africana, a la que había ido para asistir a una asamblea o reunión internacional como observador comisionado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica. Me anunciaba que aprovechando su retorno a Washington, iba a pasar por Sevilla para conocer lo que yo estaba encontrando. En el citado telegrama incluso me pedía que fuese a recibirlo en el aeropuerto y enseguida ubicarlo en un buen hotel. Cumplí con la integridad de sus recomendaciones. Al llegar a Sevilla me refirió sobre lo que le habían contado en Lima, por lo que quería percatarse de lo exhumado por mí hasta esa fecha en el AGI.

Al día siguiente -con franca atención y amistad- lo conduje al AGI. Y allí, los dos sentados en una cómoda mesa de investigadores, comencé a pedir los legajos que ya los tenía localizados y catalogados con muchos meses de anterioridad, hecho que facilitó nuestra conversación. Con esmero y minuciosidad le enseñé cada uno de los expedientes, informaciones y visitas referentes a la cultura andina. Di inicio –cabalmente- con el manuscrito de Garcí Díez, mostrándole detenidamente las páginas relativas a los enclaves ecológicos que los lupacas tuvieron en el litoral de Tacna, Moquegua y Arequipa y en otros parajes del Este boliviano. Rápidamente desplegué ante él la información de los cocales de Quives, las informaciones de los curacas huancas relatando su alianza con los españoles tal como lo conservaban en grandes manojos de quipus, los autos de la visita del doctor Gregorio González de Cuenca a la sierra y costa norteña de la Audiencia de Lima. Finalmente puse ante sus ojos la visita de los cocaleros de Songo y Challana al norte de La Paz. Como es lógico el mencionado etnólogo no pudo esconder su satisfacción, y me prometió enviar dinero desde Nueva York para sacar microfilmes o fotos con el fin de remitirle por correo aéreo. Fue en esta oportunidad que lo puse en contacto con Miguel Maticorena, un erudito en historia de la conquista y virreinato peruano, con quien sostuvimos un diálogo en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos. También le presenté a José Alcina Franch y a Guillermo Céspedes del Castillo, los dos profesores en la Universidad estatal sevillana. El segundo lo invitó para que dictara una clase en el aludido centro superior de estudios, donde habló sobre la temática que ya comenzaba a acostumbrarnos a escucharle siempre: que las gentes de las alturas frías tenían sus chacras en las partes bajas y cálidas, para sembrar semillas con el fin de cosechar productos con los que pudieran balancear sus alimentos y cumplir otras prácticas rituales (coca vg,). En Sevilla permaneció apenas dos días incompletos.

Y tal como acordamos, así ocurrió. Recibí los dólares y comencé a solicitar unas veces microfilmes y otras fotografías con el propósito de enviarle a Nueva York. Todo lo realizaba con buena fe, al margen de cualquier prejuicio egotista ni metalizado. El primer ejemplar que le mandé fue, justo, el de la Visita de chucuito, cuyo recibo de pago todavía lo conservo, el cual contiene el siguiente contenido “ARCHIVO GENERAL DE INDIAS. SERVICIO FOTOGRAFICO. Estas fotografías han sido tomadas de un original conservado en el Archivo General de Indias, Sección Justicia 479 para D. Waldemar Espinoza, y no podrán ser publicadas ni reproducidas sin obtener autorización previa. Sevilla, 20 de enero de 1961. V° B° El Director P.J. Hernández. El Secretario, Rosario Parra”. Como es comprensible, luego gestioné y obtuve el permiso pertinente para su posible impresión en algún día del futuro. Con tal idea comencé a investigar la biografía de Garcí Díez, sobre quien descubrí bastantes papeles inéditos.

Posteriormente, continué enviándole los microfilmes y fotos de los otros expedientes arriba enumerados, y no sólo eso sino de más documentos que iba encontrando, cuyos contenidos eran y son de indiscutible importancia para el conocimiento de la etnohistoria andina, como es La visita de los mil indios ricos de la provincia de Chuchito del Frey Pedro Gutiérrez Flores (1574). Realmente era una época en la que manteníamos un carteo asiduo. Y fue en tal coyuntura que, revisando los boletines que edita el Instituto Francés de Estudios Andinos, sede Lima, me puse al corriente que Garcí Díez había sido ya leído 10 años atrás por la francesa María Helmer, ciudadana que preparó un artículo de 38 páginas concerniente a “La vie économique au xvi siécle sur le Aut. Plateau andin “ (1951). Cosa que le comuniqué a Murra mediante una misiva con el objetivo de que estuviese enterado.

De regreso ya a Lima en 1962, propuse a la Facultad de Letras de San Marcos y a la Casa de la Cultura de Lima dar a luz todas estas fuentes. Desde luego que, por entonces, el etnólogo de origen rumano, es quien mostró igual inquietud que yo. Para su publicación ofreció conseguir dinero del Instituto de Investigaciones Andinas de Nueva York, lo que efectivamente sucedió aportando 500 dólares. Entonces firmé un contrato con la Casa de la Cultura de Lima, presidida por José María Arguedas, para proceder a la trascripción paleográfica de la Visita de Garcí Díez, a cambio de una buena suma de honorarios. Había la intención de sacar la edición lo más pronto posible. Fue el tiempo en que sugerí que los estudios preliminares, o posliminares, corriesen a cargo mío y de Murra. Yo me comprometí a redactar la biografía de Garcí Díez, y aquél a hacer un examen etnohistórico del texto en mención. Yo y él cuidábamos de todo esto hasta ese instante.

Pero en junio de 1962 tuve que dejar Lima para trasladarme a la ciudad de Huancayo, en cuya Universidad Nacional gané un concurso de cátedra. Ante tal realidad, fue en la sierra central donde continué lentamente con la labor de la trascripción. La que una vez terminada la enrumbé a Lima con la advertencia precisa que debía pasar por una y hasta dos revisiones más de otro u otros paleógrafos, por ser de estilo en este tipo de publicaciones con la meta de evitar el máximo de fallas léxicas y terminológicas. Propuse que la ortografía deberíamos modernizarla, pero no en lo atingente a la puntuación para no unir o separar conceptos que a lo mejor el autor quiso, o no quiso. En Huancayo me informé que, efectivamente, concertaron y comprometieron para este fin los servicios de dos damas, que nunca pregunté quiénes fueron, aunque supongo que serían de la Universidad Católica. Como se comprende, dada mi lejanía de Lima, la edición -por mi insinuación también- fue recomendada a Murra, pues éste permanecía en la capital. Lo importante es que éste me comunicaba frecuentemente sobre el avance de la impresión. Incluso me envió tres pruebas del machote para que los leyera e hiciera los posibles retoques, como en efecto acaeció. Aún guardo en mi poder dos de estas copias. Sin embargo, cuando salió el volumen -en 1964- me di cuenta que figuraban 32 equivocaciones, las que motivaron la urgencia de corregirlas mediante una fe de erratas en hoja aparte. Lo que significa que de poco sirvió el trabajo correctivo de las dos aludidas señoritas.

El libro fue presentado en la Casa de la Cultura de Lima (Casa de Pilatos, hoy Tribunal Constitucional), acontecimiento al cual asistí especialmente llamado. El auditorio estuvo colmado de gente, sobre todo estudiantes universitarios, profesores e historiadores. Hablaron José María Arguedas, yo y Murra. Éste justamente hizo hincapié de cómo yo, entre otros “pergaminos” de gran valor “traídos” del AGI, figuraba la Visita de Chucuito. Añadió que después del descubrimiento de la coronica de Guamán Poma de Ayala, la visita de Garcí Díez le seguía en importancia. Al año siguiente (1965), Miguel Maticorena Estrada publicó un importante comentario sobre la flamante publicación del informe dejado por Garcí Díez de San Miguel. Apareció en un N° del Cuaderno de estudios americanos (Sevilla). Y ahí, como conocedor de la trayectoria del códice de Garcí Díez, refuerza la verdad de lo que estoy afirmando ahora.

Pasaron los años, y tanto el que esto escribe como el etnólogo de origen rumano proseguimos escribiendo artículos y libros, cada cual por nuestra responsabilidad y riesgo. Él siempre me citaba oportunamente, en lo primordial en su compilación Formaciones económicas y políticas del mundo andino (Lima 1975). Y recién –entre 1976 y 1977- el citado J. V. Murra pudo ir al AGI, permaneciendo allí 30 días sin poder descubrir ni redescubrir absolutamente nada, debido a su impericia paleográfica.

Por mi parte, dada mi ausencia de la capital peruana y la inopia de las instituciones universitarias y científicas del Perú, notoriamente en las ciudades provincianas, no me era ni me ha sido tan fácil editar con premura lo que he hallado en el AGI y en otros archivos de Argentina, Bolivia, Ecuador y del Perú mismo. He tenido que hacerlo poco a poco a lo largo de más de cuatro décadas. Consecuentemente, es incorrecto, innoble y absurdo cuando el referido etnólogo alegremente dispara su ponzoña pretendiendo embaucar que nadie ha querido ni me quiere publicar nada dentro y fuera del Perú. Los etnohistoriadores ecuánimes saben muy bien que ya tengo sacados a luz 28 libros y cerca de 300 artículos en revistas y otro tipo de publicaciones. Y la mayoría de ellos acompañados con anexos de manuscritos inéditos para el mejor conocimiento de la etnohistoria andina.

Por lo tanto, es natural que nos preguntemos: ¿Qué es lo que ha espoleado a Murra para expeler tales perjurios? ¿Acaso es el fruto de su mentalidad inherente a su segunda patria imperialista y hegemónica, en la que todo lo quieren monopolizar para sí, autopresentándose como los primeros y únicos, supeditando y/o estrujando al resto del planeta? ¿O es tal vez el corolario de un excesivo autoendiosamiento y celo profesional? ¿O quizás las consecuencias de su senilidad? Sea lo que fuere, el etnólogo rumano nacionalizado norteamericano, con lo que ha dicho ha patentizado ser un individuo alevoso y embustero. ¡Increíble, tratándose de un autor tan considerable! Lo que evidencia, por enésima vez, como en el mundo difícilmente existen seres irreprochables.

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