La web de Venus


Alma de puta

Tienes alma de puta, me dijo dándome una palmada en el trasero. Y cuando lo dijo no puede sentir más que un deseo irrefrenable de abofetearle y salir corriendo de aquella habitación que me asfixiaba. Pero no hice nada. Me limité a seguir tumbada, dándole la espalda, desnuda y a su merced, como a él le gustaba. Dejé que pasara su mano por mi cadera, mi vientre. Dejé que su zarpa me apresara y pecho y me lo estrujara hasta hacerme daño. A las gatitas como tú os gusta que os den caña”, decía con su asquerosa voz ronca y quebrada. Yo callaba. Su mano, fría como una garra, se situó en mi sexo. Metió sus dedos como garfios y araño mi carne aún dolorida por su estoque. No tengo donde ir, no tengo de qué comer me repetía yo, mientras una nausea me subía a borbotones por la garganta. Si me largo, me encontrará, me decía, me tiene bien pillada. Y mientras me abría de piernas una vez más y me descoyuntaba para dejar mi sexo bien abierto, y me esforzaba por sonreír, como a él le gustaba. Lascivamente, como si lo que me hacía me encantara. Una vez más me izó por las nalgas y su falo se me clavó en las entrañas. Con dolor, sin placer, recibía sus embestidas secas, despiadadas. Te gusta así?, te gusta así, me gritaba, putita, guarra. Y yo disimulaba el dolor insoportable con gritos que parecían de placer, como si estuviera extasiada. Y él seguía follándome como si yo no fuera nada. Así me gusta, puta - decía arrastrando las palabras mientras miraba como su pene me taladraba - Las hembras bravas merecen su castigo, así , así, así. Y yo, una vez más, como siempre que me follaba, trataba de pensar en otra cosa, para no ahogarme en mi propio odio, y trataba de moverme para acelerar su orgasmo, para que aquella tortura terminara. Sólo podía pensar en el momento de levantarme de aquella apestosa cama y dejar que el agua de la ducha me lavara. Sólo podía desear que un día se muriera de una ataque mientras descargaba su fuerza mezquina de hombre sobre mi pobre cuerpo. Así me gusta - me gritaba -que me hagas cara mientras sus garras aplastaban y estiraban la carne de mis ingles, que temí que me desgarrara. Tócate, guarra. Y yo deseaba correrme sólo para que él acabara, para que se apartara de mí con su verga que me dañaba como una lanza. Normalmente aguantaba. Aguantaba hasta que él soltaba su asqueroso semen sobre mi sexo, o mis pechos, o mi cara. Pero aquel día no puede más. Aquel día se me vino a la cabeza toda la rabia. Cogí el cenicero de bronce. Si, Señoría. Lo cogí con las pocas fuerzas que me quedaban y, cuando venció su cabeza sobre mi hombro, en el único momento evadido de su maldita fuerza, el del relax tras el orgasmo, cogí el cecinero, le agarré con la otra mano de su grasiento pelo y se lo aplasté una y otra vez contra su cabeza, en esa cabeza enferma, en su cráneo de cabrón. Hasta que quedó quieto. Hasta que, al fin, quedó derrotado. Señoría, yo sólo soy una mujer, pero he oído hablar de la legítima defensa. Opalo



[INDICE] [ESCRITORES] [OPALO]



Mandame tus relatos eroticos [email protected]



© Copyright dr_pleco&Opalo - 2001

Hosted by www.Geocities.ws

1