La web de venus


Chanel n.5

Mi jefe me había dado dos entradas para ir la ópera. No encontré a nadie que pudiera acompañarme, pero no quise perderme la oportunidad y fui solo al espectáculo. Las entradas correspondían a un palco con cuatro sillas. Dos de ellas estaban ocupadas por una pareja. Como la pareja estaba en mi campo de visión en dirección al escenario, mientras empezaba pude observar a la espléndida rubia. Llevaba una chaqueta de cuero rosa con el cuello y los puño de piel también rosas, una minifalda negra del mismo material, medias negras y zapatos de tacón con adornos rosas. El palco olía maravillosamente a un perfume que reconocí como Chanel nº 5. Pensé que era muy joven para usar esa fragancia que yo identifico con señoras de cierta edad, pero todo a ella le sentada de miedo. Llevaba el pelo de un rubio nórdico elegantemente recogido en un moño alto, que hacía aun más largo su cuello y despejaba su frente. Me subyugó el hermoso perfil y pensé que llevaba encima más dinero que todo que me podría gastar yo en ropa en los próximos veinticinco años. El tipo que la acompañaba no llamó en exceso mi atención. Me pareció mediocre para ella. Bueno, cualquiera lo hubiera parecido. Pasé el primer acto con los sentidos embriagados. Primer por el olor a Chanel nª5, por la música sublime y la presencia de aquel sueño de mujer. Pensé que tener a una mujer como ella, a la que le brillaban así los pendientes y las manos, debía ser como un animal de lujo, pero a la vez etérea. Y me permití soñar. En el entreacto, salí a fumar un cigarrillo. Mis compañeros de palco salieron también y pude verla caminar. Era felina. Nunca había visto a nadie moverse a nadie así sobre unos tacones tan infinitamente altos. Para no mirarla de forma demasiado descarada me alejé de ellos y seguí admirándola a distancia. En un momento dado parece que el tipo empezó a enfadarse porque empezó a mover los brazos en el más puro estilo de las películas italianas. Ella apenas movió pero las labios, pero le dejó plantado en mitad del pasillo y volvió al palco. El tipo se alejó por el pasillo. Y no regresó. Cuando volví a silla, con el primer aviso, la vi sola, sentada dignamente. Me miró desafiante al notar mi presencia. Con los ojos pareció decirme: "no necesito a nadie. Me basto sola". Comenzó el segundo acto y volví a estar más atento a sus movimientos que lo que hacían los cantantes en el escenario. Su cuerpo y ademán no expresaba nada. No hubiera podido decir si estaba disgustada o aliviada. Después de un rato volvió a mirarme. Su rostro, semioculto ahora por la escasa luz, parecía decirme. "Me lo he pensado mejor". O eso hubiera deseado yo que reflejara. Pasados unos minutos más se levantó. Se estiró la falda y, cuando yo creía que iba a salir, se acercó a mí y me dijo: - ¿Te gustaría acompañarme a tomar algo? - Claro - dije yo sin salir de mi asombro. La seguí. Pensé que iba hacia la cafetería del edificio, pero se dirigió a la salida. - Tengo el coche aquí al lado - me dijo. Y yo, confuso, no pudiendo creer aún mi suerte, la seguí en silencio. El tal cochecito era un Alfa Romeo. Me senté a su lado aún más confuso. Apretó el acelerador con la fina punta de su zapato y recorrimos a toda velocidad las calles, que me parecieron más luminosas que nunca. El Chanel nº 5 casi me mareaba en el estrecho espacio del coche. De reojo veía sus interminables piernas y la destreza de sus manos al volante. - Bonito coche - dijo yo por decir algo - Si, pero falla de embrague - dijo ella. Y así murió la conversación. Fuimos al distrito 16. Aparcó ante un portal muy elegante. Abrió y subimos en un viejo ascensor de madera hasta el último piso. Aún tuvimos que subir otro piso por una angosta escalera. Abrió una puerta de la hilera que allí había. - ¿Vives aquí? - pregunté nada más entrar en el estudio - Vivo en uno de los pisos de abajo. Uso esta habitación para estar sola de vez en cuando El estudio tenía un sofá, una mesa de trabajo, estanterías con libros y una puerta que debía dar al lavabo. - ¿Qué quieres beber? - preguntó - Cualquier cosa. Lo que tengas - Hay de todo - Pues un güisqui Había una pequeña nevera junto a las estanterías. Sacó hielo. Y de un estante, vasos y una botella de un güisqui que debía ser tan caro como todo lo que la rodeaba. Se sentó a mi lado y comenzó a hablar a modo de explicación: - No suelo traer aquí a desconocidos, pero hoy no soportaría estar sola - ¿Has reñido con tu pareja? - No tengo ganas de hablar de ello Empezó a beber en silencio. Y yo también, porque no sabía que decir. Sólo la contemplaba. Y ella, miraba al frente y bebía. Al tercer güisqui debió sentir calor porque se desabrochó la chaqueta. No llevaba sujetador. Entre sus pechos semidescubiertos pendía una cadenita fina que colgaba de una gargantilla también dorada. Se le había subido la falda y pude ver el borde de sus medias de ligas. Pensé en la delicia de la piel que se escondía bajo la falda. Parecía una chica de anuncio de revista. Y ese olor a perfume que me estaba volviendo loco. De repente, se percató de mi presencia. Parecía que hasta el momento hubiera estado sola con sus lúgubres pensamientos. - Perdona - me dijo. Y yo pensé que iba a despedirme - Estoy con la cabeza en otro sitio. No te dicho siquiera que te quites la chaqueta. Al levantarse para cogérmela, se abrió la chaqueta. Tenía unos pechos redondos, con unos pezones rosados tan elevados que parecía que algo los tensara de los hombros. La piel era blanca, nacarada. Captó mi mirada porque tras depositar mi chaqueta en el perchero se quitó la chaqueta. Se inclinó hacia mi, me cogió de la barbilla y depositó un beso en mis labios estremecidos. Al agacharse la cadenita que pendía entre sus pechos me golpeó en el cuello. El contacto fue como un latigazo. Lentamente se bajó la falda y ante mí apareció un liguero de encaje, a juego con unas braguitas de una transparente y maravillosa lencería. Tenía ante mí a una belleza delgada, con una silueta de violín, unas piernas enfundadas en la más fina negra seda, subida en unos tacones infinitos y con los pechos desnudos. Para no parecer un tonto, traté de poner en pie. Con un gesto en el hombro, ella me detuvo. Me di cuenta de que era una de esas mujeres a las que les gusta tomar la iniciativa. Se quitó las braguitas y ante mí apareció un sexo deliciosamente rubio, algo más oscuro que su cabello. Quedó a la espera sirviéndose otra copa. Me quité la corbata, la camisa, me desabroché el cinturón y empezaba a desabotonarme el pantalón cuando ella se impacientó. Separó las piernas magníficas e hizo ademán de sentarse sobre mí. Mi pene estaba erecto. Lo saqué del slip y lo dejé a su disposición. Sujetándose en mis hombros fue posándose lentamente sobre mi pene hasta que mi glande quedó situado en la entrada de su vajilla. Me llegó una oleada de olor a mujer mezclado con el Chanel nª 5. Ella no estaba muy húmeda, así que mi verga fue penetrando lentamente por lo que percibí como una deliciosa sucesión de anillos. Cuando estuvo completamente clavada en mí empecé a acariciarle la suave piel de los pechos. Eran tan lisos, tan llenos, tan firmes. Bajé por el rosario de su espalda hasta la cintura. Era tan estrecha que con mis dos manos pude abarcarla. Pasé los dedos por los dibujos del liguero, por las tiras que sujetaban las medias y al fin mis manos se posaron en su culo delicioso. Liso, terso, pequeño. Lo acaricié haciendo círculos, mientras ella se movía muy despacio con mi verga dentro. Su cadenita me hacía cosquilla en el pecho. Notaba el roce de sus duros pezones. "Chaval, pensé, nunca te verá en otra, ataca". La cogí fuerte por las caderas y comencé a moverla de arriba a abajo, de arriba abajo. Su sexo estaba húmedo ahora y su coño se deslizaba con sus mil anillos sedosos por mi verga. Ella gemía y yo, preocupado por no estar a la altura de semejante hembra, no gozaba como debiera. Le indiqué que se levantara y la tumbé en el sofá. Le separé las piernas.. Coloqué una de ellas sobre el respaldo y sujeté la otra de modo que su dulce sexo quedaba expuesto. Le acaricié los labios y cogí su clítoris entre dos dedos. Lo froté como si fuera una pelotita de miga de pan. Cuando noté que estaba entregada, volví a calzarle mi polla. La follé. La follé como un poseso, como un enajenado. Notaba mis glúteos contraerse cada vez con más frecuencia. Rápido, rápido. Los pechos de ella son dos flanes que se mueven a mi ritmo. Clava sus cuidadas uñas en el sofá y me pide que no pare. La levanto por la cintura y sigo follándomela como si la vida me fuera en ello. Ella tiene un orgasmo largo, sostenido. Mueve la cabeza, contrae los músculos de la pelvis compulsivamente. Me derramo en ella. Una corrida larga, aguda, el polvo de mi vida. Me tumbo en el sofá y me quedo dormido. Cuando desperté ella no estaba y no por podía ir buscándola de piso en piso en aquella casa. Antes de irme, pensé que parecía un sueño. Si no fuera porque mi cuerpo olía a una mezcla de mujer y de Chanel nª 5. OPALO



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