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El ramito de azahar

Asistí a aquella boda por puro compromiso, pero aún hoy tengo grabada en la mente, como una obsesión, lo sucedido aquel día. A mi mente vuelve da instante, como en una películada pasada a cámara lenta y plano a plano. Cada vez que voy a casa del matrimonio y veo la foto oficial que reposa en la chimenea del salón me invaden su olor, el sabor de su boca, la presión del abrazo de su sexo en el mío. Unas sensaciones tan reales aún como el ramito de azahar que ella me regalo aquel dia y que guardo como un tesoro.
Creo que debo explicarme. Ocurrió en la parte menos noble del hotel donde los novios nos invitaron a cenar. Había pasado la ceremonia, el Ave María, las enhorabuenas, las fotos, los aplausos, el banquete y la tarta. Estaban los invitados con las copas y los puros, cuando tuve unas irremediable ganas de ir al lavabo.
Los servicios que estaban más cerca del salón estaban llenos y con invitados esperando su turno. Así, subí por las escaleras más próximas en busca de otro sitio. La escalera de caracol me condujo a un corredor vacío y poco iluminado. Encontré los lavabos y me disponía a entrar en el correspondiente a un muñequito cuando un crujido me hizo volverme. Ante mí tuve una visión inesperada e inolvidable. La novia, en cuclillas, con un montón de metros de tela recogidos con las manos, estaba haciendo pipí.
Era evidente que el volumen de la falda le había impedido cerrar la puerta. Estaba de perfil, así que, además de su artificioso recogido de su pelo, tirante y rematado por una diadema, el brillo de los pendientes, el hombro desnudo, el encantador perfil de su pecho enfundado en seda, su cintura ceñida y los metros y metros de tela abullonados, pude ver un trozo de piel maravillosamente blanco y liso que terminaba en el encaje con el que estaban rematadas sus medias blancas. Estaba de cuclillas y la curva de su pequeño trasero me pareció lo más delicioso que había contemplado en mis treinta años de vida.
Cuando dejó de oirse el cálido chorro, se incorporó, ajena a mi presencia. Se giró y pude ver su sexo, los labios semiabiertos, deliciosamente orlado por un vello oscuro y bien recortado. Parecía el centro de una orquídea rodeado de mil pétalos blancos. La nube de telas blancas lo hacía refulgir.
Cuando dejó caer las pesadas faldas levantó la cabeza y entonces me vió. Su expresión se tornó entre sorprendida a avergonzada.
- Gonzalo ...
- No he podido remediar mirarte. Eres loos más bello que he visto nunca. No te enfades, por favor Bajó su hermoso rostro suavemente maquillado y se dirigió al lavamanos. No pude contenerme y la tomé por la cintura. Qué ligera era. Recorrí los botones que subian por su espalda y llegué a los hombros. Tenía la piel a cien. Melocontón blanco, perfumado y satinado. La bese en los hombros. Se quedó quieta, hasta que salió de su asombro.
- Gonzalo - se volvió irritada
La tenía frente a mí y la imagen de su orquídea en mi retina. Sus mejillas encendillas. Tan bella. La besé en los labios, le robé aquel beso. Ella se rindió en segundos. Quizá el alcohol, la excitación del día, los nervios...
Mientras con la mano izquierda la cogía por la cintura, con la derecha empecé a recoger los metros y metros de tela de su falda abullonada. Bajo la seda, había tul, y debajo más tul. Y al final, la piel cálida y lisa. Y mis manos buscaron la orquídea, que me pareció lo más suave que mis dedos habían tocado. Suave y cálido como un animalillo vivo y palpitante.
Levanté con suavidad su pierna derecha y apoyé su pie en la papelera metálica. Su zapato blanco de alto tacón sostenía en ángulo una deliciosa rodilla enfundada en seda blanca. Ella se dejaba hacer, entregada. Pasé la mano por detrás de su muslo y alcancé su pequeña nalga. La acerqué hacía mi sexo, liberado ya de su prisión por las manos ansiosas de ella.
Entrar en aquella orquídea blanca fue como penetrar en el paraíso, en el infierno de Dante, en el mundo de los más refinados y culpables placeres. Ella ajustó sus movimientos al ritmo que mi mano marcaba moviendo sus nalgas de niña. Me pareció que aquel momento duraba eternamente. La cabeza echada hacia atrás. Sus labios entreabiertos. Los ojos cerrados. Los senos abultados moviéndose prisioneros del blanco escote. Y el movimiento. El movimiento cadencioso de sus caderas y el choque rítmico de la base de mi pene con sus labios abiertos. Y morir por dentro. El glande acariciado por el abrazo cerrado de su sexo.
Ambos tuvimos un orgasmo dulce y casi paralelo. El de ella fue largo, sostenido. Se vació entera. Apoyó el rostro en mi hombro y dejó que terminaran las contracciones de su vientre. Nos balanceamos juntos en aquel abrazo, notando la humedad que rezumaban nuestros cuerpos. - Lo siento, Marta - le dije bajito - Nuunca pensé que pasaría ésto. Y menos el día de tu boda - Nunca más hablaremos de esto - dijo ellla posando su dedo en mis labios.
Regresé al salón donde los invitados reían. No puede mirar a la cara al novio, uno de mis amigos. Me senté fingiendo la alegría de los amigotes. Poco después entró ella en el salón, seguida de sus varios metros de seda blanca, su moño tirante, su diadema, sus adornos de recién casada. Le brillaban los ojos. Esbaba muy bella. Metí la mano en el bolsillo de la chaqueta y mi mano se encontró con un ramito de azahar que había depositado ella.
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