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LA PRIMERA BUENOS AIRES

(por José María Rosa)

 

Un monumento levantado en 1936 en el parque Lezama en homenaje al cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires recuerda que allí, según dictamen de la Academia de la Historia, estuvo emplazada la fundación de don Pedro de Mendoza.

 

Me permito contradecir el dictamen de los académicos. Eligieron el parque Lezama entendiendo que los españoles fundaban sus ciudades en lugares altos y bien elevados, y el citado parque es el sitio de mayor elevación en las proximidades del Riachuelo, donde se sabe estuvo el puerto para anclar las carabelas del Adelantado. Ese razonamiento envuelve una petición de principio, porque previamente debió establecerse que Mendoza fundó una ciudad.

 

Una ciudad en el derecho español es una cosa muy seria: exige un cuerpo de vecinos libres, una milicia autónoma, un reparto de solares, chacras e indios, un cabildo donde los alcaldes distribuyan justicia y los regidores administren el común. Y ciertas solemnidades imprescindibles: una ceremonia habilitando el rollo de justicia, un acta fundacional, una fecha precisa. Nada de eso hubo en Santa María del Buen Aire.

 

En 1536 no se pensaba en ciudades en el Río de la Plata. Estas vendrían después, cuando los conquistadores levantaron contra los funcionarios reales el derecho municipal que los hacía dueños de una milicia y un gobierno.

 

Mendoza buscaba un puerto donde dejar las carabelas mayores y construir los bateles y bergantines que, a fuerza de remo y sirga, remontarían el río en busca del imperio de la Plata, su objetivo. Su hermano don Diego, almirante de la escuadra, encontró en la margen occidental un riachuelo de aguas profundas que, antes de su boca, se subdividía en dos brazos desiguales: el izquierdo, de media legua de extensión hasta la desembocadura, era apto para la navegación de buques de gran calado; el derecho se encontraba obstruido por barro y camalotes. Donde se dividían ambos brazos se formaba una ensenada de suficiente extensión y calado para contener la armada entera del Adelantado: el puerto ideal que se buscaba. Don Pedro ordeno trasladarse allí a principios de febrero, llamó Riachuelo de los navíos al riacho de aguas profundas que permitía la navegación de sus navíos pesados; en la ensenada ancló sus buques y junto a ella levantó un real para proteger el puerto. Al todo llamó Santa María del Buen Aire.

 

Que el real estuvo junto al puerto lo indica la lógica. Es absurdo suponer que el puerto quedó en el Riachuelo y la fortaleza protectora en el parque Lezama, a veinte cuadras de distancia. Lo importante y primordial era el puerto; lo accesorio, la fortaleza. Casi todos los expedicionarios permanecieron en las naves y muy pocos guardias y sacerdotes habitaron las construcciones de barro del real; Mendoza mismo no abandonó su cámara en la nao Magdalena. Pero además de la lógica lo señalan los documentos, aparte de las ilustraciones del libro de Ulrico Schmidel, que muestran al poblado junto al agua. Fernández de Oviedo sitúa a Santa María del Buen Aire en un río pequenno que entra al río grande (en el Riachuelo que desemboca en el Plata); Ruy Díaz de Guzmán nos dice que el Adelantado metió sus naves en el Riachuelo de los Navíos, del cual media legua arriba levantó una población que puso por nombre Santa María.

 

Ese brazo izquierdo del Riachuelo hoy ha desaparecido; Se sabe que corría por donde está la dársena Sur y el Dique Uno hasta desembocar en el Plata a la altura de la calle Independencia. Es fácil, entonces, presumir la situación del real: media legua arriba de su desembocadura nos llevaría a la ribera de la calle Pedro de Mendoza a la altura de Pinzón, donde se abría entonces el otro brazo, y único practicable ahora Allí debió encontrarse la ensenada que tanto gustó a don Diego de Mendoza, y en la ribera a la entrada del puerto, como dice Estopiñán Cabeza de Vaca, debió alzarse Santa María del Buen Aire. En la Boca, pues.

 

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