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EL ENFERMO DEL CELULAR
(por Marcelo A. Moreno)
Festival Argerich en el
Colón. La portentosa Martha toca o, mejor, inventa tocar. Pero desde un
palco baja hacia la platea una musiquita ridícula de dibujo animado.
Es el celular que alguien olvidó apagar. La escena se reitera, como una
pesadillesca secuencia, en cines, teatros, misas, conferencias
y hasta
salas de terapia intensiva. También, velatorios.
Vivimos los tiempos más comunicados de la historia. Pero hay quienes
han convertido la comunicación en vicio adictivo. Y proceden como esas
adolescentes que devastan las cuentas de la casa con su incontinencia
telefónica. Son los enfermos del celular. Y hay cada vez más. Tengo un
amigo a quien cuesta reconocerlo sin el aparatito adosado a la oreja. Y
una amiga, a la que hay que operar para que deje de intercambiar
detalladas informaciones sobre una numerosísima cantidad de gente que ni
siquiera le importa demasiado.
Los celulares están al tope de las importaciones argentinas. Se calcula
que en el país ya superan los 10 millones y que para fin de año creen
que llegarán a los 12 millones. Sólo en 2004 ya se llevan vendidos más
de 2 millones. Y una encuesta dice que el 32% de los usuarios piensa en
cambiar de modelo. Los jóvenes se sienten cada vez más atraídos por estos
chiches tecnológicos con los que se puede fotografiar, acceder a jueguitos
electrónicos, entrar en Internet, chatear y enviar baratos mensajes de
texto.
Enumerar las ventajas del celular sería ocioso: son más que obvias. Los
inconvenientes que genera resultan un poco más sofisticados. Uno de ellos
es el de establecer la norma de la interrupción. El portador de
celular es alguien con privacidad reducida, merced al peligro de invasión
permanente. Puede estar cruzando una calle, haciendo compras, sosteniendo
una conversación clave o apasionada, habitar el baño o practicar piruetas
sobre un colchón, pero siempre expuesto a la llamada que, más allá
del contestador automático, automáticamente lo sacará de la situación.
Desde luego, todo puede apagarse —como la luz, la vida o el motor— pero
esto no lo hará el enfermo del celular que, en realidad, se comporta
como olímpico benefactor: las urgencias de los demás siempre tienen
prioridad sobre su descanso o hacer, su hoy.
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