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Las dos cartas de la polémica entre Jorge Oscar Sulé y Norberto Galasso sobre nuestro pasado.

 

POLÉMICA SULÉ-GALASSO

 

Carta abierta a Norberto Galasso

 

Buenos Aires, Septiembre de 2005.-

 

Sr. Norberto Galasso

 

De mi mayor consideración:

 

                                                 Una gran amiga, Ana Lorenzo, me acercó su libro “La larga lucha de los argentinos” con un subtítulo “Y como la cuentan las diversas corrientes historiográficas”.

 

Su libro, en medio del retroceso historiográfico que se registra, es un paréntesis que nos permite asegurar que nuestra lucha no ha sido del todo en vano y que nos alienta a seguir en la misma, no obstante los silencios, las aparcerías monopólicas dominantes y la farándula mediática y editorialista que persigue el escándalo para llegar al mercado consumista de nuestras clases medias “bobas”.
Esta es una primera reflexión. A continuación van otras que me atreveré a explicitar en el transcurso de estas líneas. Porque Ud. es un hombre del Pensamiento Nacional por lo que sabrá evaluarlas dentro del mismo encuadramiento axiológico, aunque con frecuencia sean decididamente críticas.

 

El Revisionismo Histórico nació por la necesidad de efectuar una revalorización sobre la figura y trayectoria de Rosas: éste fue su inicio y su signo (y sigue siéndolo en gran parte dada la obstinación antirrosista que perdura y que tiene todas las ventajas mediáticas y docentes).

 

Todavía no se ha llegado al “igualá y largamos como en las carreras cuadreras”, genial y pedagógica expresión de Jauretche.

 

El Revisionismo Histórico nunca fue un pensamiento ideológica homogéneo. Antes bien, en él se expresan tendencias que suelen ser en algunos aspectos antitéticas pero coincidentes en un punto: la resistencia al imperialismo como potencia disgregadora de lo propio.

 

Y esto lo vio el mismo Hernández Arregui en su notable libro “Imperialismo y Cultura” en el que señala lo difícil que resulta en la Argentina “hacer justicia por la rivalidades de campanario, o por la pasión de la lucha, a todos los que han bregado por el país. Estos hombres –continúa Hernández Arregui-, aunque no les guste verse en la misma lista, representan por igual la conciencia histórica de la comunidad nacional”. Y a continuación hace desfilar los nombres de Scalabrini Ortiz y de FORJA en la que destaca el talento de Jauretche, con prédicas paralelas en la labor intelectual de Torres, Doll, Cooke; listado en el que no excluye y por el contrario señala por sus aportes esclarecedores a Julio y Rodolfo Irazusta, Carlos Ibarguren, Ernesto Palacio, Alberto Baldrich, Federico Ibarguren, José María Rosa, Castellani, Anzoátegui y otros nacionalistas como Soler Cañas, Fermín Chávez y Giménez Vega, sin olvidar los procedentes de la izquierda marxista o no marxista como M. Ugarte, Puiggros, Astesano y Abelardo Ramos, entre otros. La lista es larga y excelsa y en ese listado (aunque no esté escrito dado los espacios cronológicos) está Ud. mismo “aunque no le guste verse en la misma lista”.

 

Muchos de los nombrados pertenecieron al Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” y otros se acercaron e intimaron con la institución o con sus integrantes, tal el caso de Jauretche como el de Scalabrini Ortiz.

 

Es que la figura y trayectoria de Rosas puede unificar a las LLAMADAS izquierdas-centro-derechas (categorías o axiologías equívocas en nuestro universo político argentino).

 

Es por esta conjunción heteróclita que el Revisionismo rosista condensa toda su vitalidad y Rosas sigue siendo la LLAVE DE BÓVEDA para la interpretación de la historia argentina del siglo XIX. El liberalismo decimonónico y sus epígonos historiográficos no nos han dado las claves de la interpretación de la historia y por el contrario cambiaron los naipes en el juego hermenéutico, llevándolos, con frecuencia adrede, a la confusión y a la incomprensión. Ud. lo analiza correctamente. Tampoco lo ha hecho la interpretación dialéctica hegeliana o marxista de la historia. También Ud. ha sido claro. Al respecto, Spilimbergo también esclareció este punto. A la corriente nueva llamada “Historia Social” Ud. le ha puntualizado sus devaneos y sus falsas posturas pseudocientíficas, aunque ha sido bastante indulgente con ella: esta corriente que incluye a los llamados “progresistas” y que monopolizan las cátedras y los instrumentos mediáticos, expresa en su mayoría los desechos marxistas en extinción, o marxistas domesticados por las “leyes del mercado”, o como los calificaría don Arturo son “mitromarxistas”, que por esa conjunción pueden ser parte del “régimen”. En cuanto a los otros enfoques de análisis que Ud. hace me expediré más adelante.

 

Pero por lo que vengo reseñando ya le estoy adelantando algo, y avizorando mis disidencias.

 

Yo milité en el peronismo de joven. Cuando quise darle racionalidad a mis nacientes intuiciones políticas me encontré con el Revisionismo Rosista que dio luces y sustentación definitiva a mis emociones peronistas.

 

He aquí una de mis conclusiones: al Pensamiento Nacional, en mi caso a través del Peronismo, se llegó a través del Revisionismo Rosista.

 

Y hago otra afirmación: se ha exagerado bastante el papel que el nacionalismo conservador ha tenido en la configuración del Revisionismo Histórico (y acá usted vislumbrará otra crítica a su trabajo).

 

Aquel agitador estudiantil entre anarco y socialista que se llamó Lugones, abandonó ese camino cuando ya esclarecido por el Revisionismo y después de la imbecilidad uriburista comprobó la significación de la “década infame”, que no la completó porque no pudo digerirla del todo al suicidarse en 1938. Aquel Gálvez que vino apoyando al grupo literario de Boedo, en el que se dieron cita Elías Castelnuovo, Leónidas Barleta y el mundo ácrata, cuando encontró las claves de una interpretación nacional contribuyó a la configuración del Revisionismo Rosista y una vez volcado en él dio al género historiográfico sus insuperables biografías de Irigoyen, Rosas y Sarmiento: ninguna pluma partidaria (Gabriel del Mazo, Luna, etc) ha podido ni siquiera acercarse al nivel de excelencia histórico-literiaria que atesora la biografía del líder radical escrita por Gálvez.

 

Brown Arnold, Corvalán Mendilaharzu, Diego Luis Molinari, los Oyhanarte, y Ricardo Caballero, entre otros, proceden de ese tronco radical que enaltecieron a Rosas antes de la caída de Irigoyen; y hasta Ravignani, alvearista no yrigoyenista, empezó a comprender la historia argentina cuando encontró a Rosas y no completó su ciclo como Molinari, por el corsé de su propio partido que no se supo o no quiso sacarse. De él son estas expresiones “Rosas fue una personalidad que se acrecentó firmemente merced a su vinculación con los intereses y necesidades del país. Llegó un momento en que dominó por completo el escenario del país y su acción trascendió los límites de la Argentina. Negarlo o ignorarlo sería absurdo...Rosas tuvo amigos entre gente importante y entre los humildes. Mas su prestigio, como hombre, lo afirmó en estos últimos; entre los importantes se incubaron sus enemigos como Maza y los estancieros del sur....A los federales del interior (sic) los envolvió en una trama amistosa, tan fuerte y tan sutil que sin su conocimiento, haría inexplicable la acción política desplegada. Con Estanislao López y Juan Facundo Quiroga estructuró la Confederación a partir de 1831 sobre la base de un íntimo entendimiento..... Supo ser, así, un político práctico. En la correspondencia sostenida con uno y con otro y los respectivos actos de conducta, aparenta dos ecuaciones personales diferentes, fruto de una conciencia política proteiforme. Es un príncipe criollo”. (Aconsejo la lectura de “ La Vuelta de Juan Manuel” de F. Chávez).

 

La procedencia de José María Rosa es demoprogresista, Vicente Sierra y hasta Jordán Bruno Genta se iniciaron en el marxismo: Recordemos los posteriores acercamientos de Puiggros, Astesano, Ramos y otros.

 

El rosismo fue un lugar de encuentro y el Revisionismo Histórico obtendrá la adhesión intelectual de muchos hombres de “izquierda”. Este singular triunfo no será el primero ni el último de su larga historia.

 

Arturo Jauretche le señaló a Félix Luna este triunfo del Revisionismo Histórico en el campo académico y su proyección en el campo de la conciencia popular y el Director de “Todo es Historia” tuvo que admitirlo, aunque a regañadientes.

 

A fines del siglo XIX, Saldías iniciaba la valorización de Rosas. Algunos fogonazos habían partido de Alberdi. Quesada dio el erudito enmarque sociológico. Distintos historiadores radicales y nacionalistas de distinto signo siguieron iluminando más intensamente el camino antes de la caída de Yrigoyen. Luego el Revisionismo Histórico tomó vertiginosidad porque había que explicarse tantas frustraciones y en 1934 salió un libro con el título “ La Argentina y el imperialismo británico”, cuyos autores, Julio y Rodolfo Irazusta, aceleraron la marcha del esclarecimiento país-colonia. Dos años después Scalabrini Ortiz daba a luz su “Política británica en el Río de la Plata ”. En 1938 se creaba el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, semillero de historiadores e investigadores que continúa dando sus frutos.

 

Ud. es un hombre de ese Pensamiento, un revisionista: su bagaje cultural y la fuente de sus conocimientos los ha tomado de publicaciones de autores revisionistas. No importa quien ha llegado primero al esclarecimiento, lo que importa es que la prédica haya germinado, es por ello que cuando Ud. ensaya determinados enfoques para diferenciarse del revisionismo rosista, o directamente lo descalifica, resulta desconcertante. No creo que lo haga como táctica política para ingresar al purgatorio de donde se saldrá para percibir los beneficios del paraíso de la publicidad editorialista o en la repartija de las cátedras universitarias digitadas por el “progresismo”. No lo veo de esa catadura. También me cuesta creer que lo haga como una alarde de imparcialidad o como parte de aquella pose o gesto de “ecuanimidad” que F. Luna le reclamó “zonzeramente” a Jauretche.
Me inclino a creer que tironeado por algunos residuos metodológicos que quedan de viejos enfoques economicistas, incurre en algunos desaciertos en cuanto alguna interpretación en sí, y en errores o carencias de información histórica concreta que deslucen su emprendimiento historiográfico.

 

Iré al grano. En pág. 14 cuando se intenta categorizar al “revisionismo histórico rosista” se afirma que “aparece hacia 1930”. Por lo que he desarrollado en páginas anteriores se advierte que estamos en presencia de un error. Saldías, no obstante ser un liberal, es uno de los primeros historiadores rosistas que se sublevó contra esa visión totalitaria liberal que como una lápida pesaba sobre la conciencia de los argentinos. En su obra abundan los adjetivos ponderativos hacia Rosas: remarcó el entusiasmo y la devoción que despertó en el pueblo, señaló la energía y la inteligencia de su persona, el insobornable patriotismo al enfrentar gallardamente las agresiones imperialistas y descalificó a sus enemigos llamándolos “traidores” varias veces ¿Esto no es rosismo? Su tono descriptivo, nada estrepitoso, amortiguó la apología y enmascaró la denuncia.

 

Bernardo de Irigoyen, que guardaba veneración por el Restaurador, lo puso en la pista del archivo de Rosas. Se trasladó a Londres y Manuelita le dio acceso a los cajones llenos de documentos oficiales, todos cuidadosamente clasificados por año y por materia en sus correspondientes legajos y así cambió fundamentalmente el concepto de una época y de un hombre.

 

La publicación de su obra produjo un escándalo, luego el silencio: la reprimenda de Mitre, la afonía del periodismo, el enmudecimiento de los críticos y el distanciamiento de los amigos fueron las consecuencias de haber enaltecido a Rosas. Un profesor en la Biblioteca de Groussac lo llamó directamente “panegirista” del tirano: era lo que todos pensaban.

 

Es ilustrativo el hecho de que la obra se llamó originariamente “Historia de Rosas” pero por sugerencia del prudente Don Bernardo y para aligerar la presentación y hacer digerible su recepción y lectura el título se cambió por el de “Historia de la Confederación Argentina”.

 

Manuel Bilbao en su libro “Vindicación y Memorias de Antonino Reyes”, no solamente escribe la vindicación del secretario personal de Rosas sino del mismo Rosas, y todavía estamos en el siglo XIX.

 

El enmarcamiento histórico-sociológico de lujo lo realizó Ernesto Quesada, casado en primeras nupcias con una nieta de Angel Pacheco, confidente y primera espada de Rosas hasta horas antes de Caseros.

 

Por ella Quesada heredó muchos papeles del jefe rosista y del mismo Rosas: esa documentación, más el copioso archivo de su padre y los documentos que fue reuniendo durante gran parte de su vida, le permitió poseer uno de los más importantes repositorios particulares que luego trasladó a Europa.

 

Sus aportes son más importantes que los de Saldías, siendo “La Época de Rosas. Su verdadero carácter histórico” su obra fundamental.

 

Además de sus trabajos siempre eruditos, no se cansó de enjuiciar a la historiografía liberal. “Varias generaciones se han educado oyendo repetir la misma leyenda y han concluido por creer en ella a pie juntillas, jurando “in verba magistri”....”Pero esta mistificación histórica desaparece ya...”. Le fue peor que a Saldías. El mundo culto sabía de la erudición de Quesada, pero lo silenció y lo desplazó a simple título de rosista. Casado en segundas nupcias con una dama alemana y viéndose marginado en su patria, resolvió exilarse y en Berlín se ligó a la Universidad donde su talento y erudición fueron reconocidos. Hace unos años Fermín Chávez se trasladó a Europa haciendo un valioso relevamiento del Instituto Iberoamericano de Berlín, formado por el repositorio llevado por Quesada y que aquí anteriormente ofreció a Alvear: éste se negó a incorporarlo a la Facultad de Filosofía y Letras, destino solicitado por Quesada, perdiendo el país por este sectarismo antirosista una impresionante masa documental.

 

La pléyade rosista antes de 1930 es larga y excelsa y en su mayoría de origen radical: es evidente que la han ocultado pero Ud. no la puede ignorar: van algunos: Dermidio T, González (nació circa 1875 y falleció en 1940) escribió “Rosas y la posteridad” (1894), “El hombre” (1906); Dardo Corvalán Mendilaharzu (1888-1959) escribió “De la época de Rosas” (1913), “El Chacho” (1914), “Sombra Histórica” (1923), “Rosas” (1929); Adolfo Korn Villafañe (1894-1954), “Irigoyen y Rosas” (1922); Prudencio Arnold (1809-1896); “El soldado argentino” (1893). Este último fundador del radicalismo santafecino, se llegó a cartear con Rosas durante los últimos días del exilado. En una carta escrita en octubre de 1875 desde San Nicolás le dice “Su retrato de bulto (grande) es el único que hay en la salita de mi casa en esta ciudad frente a las ventanas de la calle” y en su libro expresa con orgullo “...fui el último de los capitanes que mandaba fuerzas de los ejércitos argentinos (en Caseros) que obedecían a este Señor General (Rosas) y el único que no presentó armas al general vencedor” (Urquiza). A estos se suman los Oyhanarte, Diego Luis Molinari (1889-1966) y otros.

 

Desde Saldías, pasando por Quesada y siguiendo por la línea radical mencionada (hay otros), llegando a José María Rosa y Fermín Chávez (por supuesto me incluyo) todos vindican a Rosas aunque haya distintos grados, temperatura o modalidad en la vindicación rosista: son matices de la misma melodía (por supuesto que en la actualidad con mayor documentación).

 

El otro error que se advierte en pag. 15 referido al Revisionismo Rosista es que sería de “concepción reaccionaria que aspira a resucitar la época colonial, son sobre todo hispanófilos (Por supuesto de la España de Primo de Rivera y de F. Franco y no de la España anarquista).

 

No fue necesario Franco para hacer dicha revalorización. Y cuando alguien idealizó la conquista española; es el caso de Sierra; no lo hizo por la España de Primo de Rivera sino por la catolicidad de la empresa española en el siglo XV y XVI. Por otra parte, otro revisionista como Ernesto Palacio aclaró que si bien hay que descartar la “leyenda negra” no hay que caer en la “leyenda rosa o celeste”. Tan zafio es su cargo que no pudiera ubicar a Saúl Taborda: reformista en 1918, defensor de la república española y defensor de la hispanidad enraizada en lo latinoamericano.

 

Usted puede aborrecer el catolicismo, es un problema suyo: pero lo que no puede negar es que el catolicismo es un elemento esencial y fundante junto con otros, de la nacionalidad argentina. Es el elemento tradicional que junto a la lengua y las razas predominantes y confluyentes, constituyó el trípode generador de la Argentina.

 

El tomar al catolicismo como elemento básico de la Nación no implica necesariamente ir a misa todos los domingos ni ser chupacirios sino aceptar las normas y la concepción cristiana de la que el catolicismo es custodio. El declararse católico implicaba hacerse sospechoso de fanatismo, de cerrazón mental, de oscurantista, como lo afirmaban los liberales positivistas propulsores teóricos de la oligarquía, concepción que han heredado los llamados “progresistas” contemporáneos en sus dos versiones: la de Juan José Sebreli que tiene columna editorial en “ La Nación ” y la de Felipe Pigna, figurita mediática con recepción abierta en las editoriales plutocráticas. No deseo para Ud. este destino: me decepcionaría.

 

En las páginas 39/40 se expresa que el “revisionismo socialista o federal provinciano ofrece una versión totalmente distinta de las otras corrientes historiográficas”. Para ello Ud. tiene que hacer simplificaciones, generalizaciones y hasta deformaciones para intentar ofrecer un producto distinto. No todos los liberales juzgan a Mayo como movimiento separatista, ni todos los que participan de la llamada Historia Social omiten la consideración del “Plan de Operaciones” ni mucho menos –y esto es una inexactitud de bulto, que “el revisionismo rosista juzga a Mayo como expresión de la Revolución Francesa ”. Justamente el aporte del revisionismo histórico consistió en liquidar el viejo concepto que hacía de Mayo un flatus de la revolución francesa.

 

El revisionismo histórico ha demostrado que todos los protagonistas de mayo explicitaron no querer ser súbditos de la Nación francesa. Tanto el grupo carlotino de Castelli y Belgrano que quisieron una salida monárquico-constitucional con Carlota Joaquina de Borbón de Braganza, como el grupo alzaguista que tuvieron como referente al poderoso comerciante y a sus pares pero también a criollos como Mariano Moreno y Julián de Leiva que quisieron “Junta”, tal es así que fue llamado el “partido de las Juntas”. Como el otro que se reunía en el Regimiento de Patricios de Saavedra que hablaban en nombre del pueblo (ninguno habló de democracia que es un concepto posterior), todos estos grupos previos a la Revolución de Mayo conspiraron para evitar el afrancesamiento que una España dominada por Francia proyectaría inevitablemente, y estalló cuando fue evidente que las tropas napoleónicas barrían con los últimos vestigios de la resistencia española. Este proceso lo han explicado detalladamente Diego Luis Molinari (varios libros), Enrique Corbellini (2 tomos), Roberto Marfany (varios libros), Federico Ibarguren (varios tomos), José María Ramallo (varios....), Fermín Chávez y Enrique Mayocchi entre otros. De allí que haya sido el Revisionismo Histórico el primero que sostuvo que Mayo no fue una ruptura, ni mucho menos una expresión antihispanista.

 

En los últimos renglones de la pag. 40 de su libro hace suyo conceptos tomados del Revisionismo Histórico, y como dije antes no importa quien ha llegado antes. Para aclarar bien el punto le informamos que el Cabildo Abierto del 22 de mayo, para fundamentar la ilegitimidad del virrey Cisneros, o la carencia de legalidad (Disolución de la Junta Central de Sevilla y dispersión del Consejo de Regencia) y disponer de la vacancia que ello significaba, se recurrió a un propio argumento español esgrimido por Francisco Suárez en su tratado “De Legibus” (Tratado de las Leyes), traducido por Castelli en aquella expresión feliz “reversión de los derechos de soberanía al pueblo” en ausencia de príncipe, concepto suareciano, no iluminista ni contractualista rousseoniano.

 

Con el afán de singularizarse Ud. comete otro error al afirmar que el Revisionismo Rosista al referirse a San Martín “prevalece la idea de que el caudillo o el gran político nace de las Fuerzas Armadas y rechaza......” etc, etc.

 

Su afirmación no se encuentra en ningún texto del Revisionismo Rosista ni directa ni indirectamente.

 

Rosas, como Quiroga, Ramírez y casi todos los caudillos vienen de la clase de estancieros que administran personalmente sus estancias: trabajan a la par de sus gauchos-peones, visten igual, usan su lenguaje y vocabularios: no será extraño entonces su identificación con la masa de la que son jefes naturales.

 

El instrumento de la llegada al poder fue la Milicia Rural , no las Fuerzas Armadas, o sea, el ejército de línea que había fracasado como factor de dominación interna en Arequito, en Cepeda, en Puente Márquez y Vizcacheras. La mayoría de los caudillos no proceden de las Fuerzas Armadas. Después se les otorgaba el grado militar ya que de todas maneras tenían don de mando y consenso popular.

 

No se confunda Galasso. La “crema militar” fue antirrosista ¿y sabe porqué? No solamente por su formación liberal sino porque Rosas, al que se le otorgó el grado de Brigadier General, no fue militar y valido de su grado hizo entrar al escalafón militar a muchos “cabecitas negras” de su época, mestizos e indios de sus estancias y de los fortines que hicieron carrera escalafonaria en el ejército, y esto era un hecho revulsivo en lo más granado de nuestras F.F.A.A.

 

Tampoco es exacto que el Revisionismo Rosista no haya manifestado interés por lo caudillos del interior. Si ha llegado el interés por el estudio de los caudillos es justamente porque el Revisionismo, al revalorar a Rosas, hizo advertir la presencia de esta categoría de liderazgo y abrió la tranquera. Ud. adjudica a una corriente historiográfica llamada “Revisionismo Socialista Federal Provinciano” este mérito.

 

Confieso desconocer a dicha corriente. Ignoro sinceramente a sus integrantes y sus trabajos. Lo que no ignoro es que Diego Luis Molinari fue el primero que estudió a Ramírez y lo plasmó en su ¡Viva Ramírez! Allá por la década de 1930: después se lo repitió.
Antes, el entrerriano, Dardo Corvalán Mendilaharzu, en el cuarenta aniversario del asesinato de Angel Vicente Peñaloza, daba a luz un opúsculo que tituló “El Chacho: Gral. Angel Vicente Peñaloza”, después de Hernández era la segunda vindicación del llanero riojano: y estamos en 1914.

 

Alen Lascano, investigador santiagueño, fue el máximo reivindicador de Felipe Ibarra. Después de sus trabajos se lo incorporó definitivamente a dicho caudillo en el procerato santiagueño y nacional, no antes: después se lo repitió. Es de hacer notar que este autor santiagueño dio a luz un esclarecedor trabajo que tituló “El General San Martín y sus relaciones con los gobernantes provinciales”. No conozco de la corriente a la que Ud. alude y dice pertenecer, algo semejante.

 

El historiador tucumano Orlando Lázaro fue el primero y más importante historiador de Alejandro Heredia rescatándolo definitivamente: después se lo repitió. El Presbítero Rosas Olmos, catamarqueño, ha hecho lo mismo con Felipe Varela, quien demostró la falsía de la letra de la zamba conocida: después se lo repitió. A Quiroga, si bien lo encontró David Peña, la máxima reivindicación fue la del rosarino Pedro de Paolis en su magnífico, “Facundo. Víctima suprema de la impostura”: después se lo repitió. Fermín Chávez con documentación más actualizada rescató definitivamente al Chacho Peñaloza. También es de Chávez una erudita biografía de López Jordán no superada. Norberto D’Atri, también se dedicó a la revalorización de Peñaloza: después se los repitió a ambos. Usted señaló con cierta fruición que el Chacho “fue enemigo de Rosas”. No explica la causa por la que un edecán de Facundo se enredó con los unitarios asesinos de Dorrego en la Coalición del Norte y omite decir que el Chacho, al poco tiempo de su exilio en Chile, pidió autorización a Benavidez para regresar y este dio vista a Rosas autorizando su regreso, cosa que el Chacho hace (le recomiendo la carta de la viuda de Quiroga, doña Dolores Fernández que le envía al zarco Brizuela y por él a sus amigos en la que le enrostró sus inexplicables alianzas con los unitarios de dicha Coalición).

 

González Arzac tiene un estupendo trabajo que tituló “Caudillos y Constituciones” y Carlos Tagle Achával hizo la reivindicación de Bustos y Atilio García Mellid escribió un estupendo libro que tituló “Caudillos y Montoneras en la Historia Argentina”.

 

¿Y sabe una cosa Galasso?: Molinari, Corvalán Mendilaharzu, Alen Lascano, Lázaro, Olmos, de Paolis, Fermín Chávez, D`Atri, González Arzac, Tagle Achával son rosistas. Los que aún viven, de ésta nómina, se han incorporado como académicos al actual Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.

 

Y se da el caso que el máximo reivindicador de Estanislao López, fue el santafecino Busaniche que siendo de extracción liberal terminó por acercarse al revisionismo rosista: después se lo repitió.

 

La afirmación de que el Revisionismo Rosista no manifestó interés por los caudillos del interior no resiste el menor análisis.

 

Este es uno de los momentos menos felices de su trabajo.

 

Hay otros errores, por ejemplo cuando se afirma que el Revisionismo Rosista ignoró a Artigas. Dejando de lado la “Historia Argentina” de Palacio, de José María Rosa, Sierra, Chávez y otros en la que se trata con claridad meridiana la actuación de Artigas, Ud. parece desconocer el formidable trabajo de René Orsi “La desmembración del Río de la Plata” (Orsi, hombre de FORJA trabajó codo a codo con los rosistas de la Cámara de Diputados de 1973 de la Provincia de Buenos Aires cuando el cuerpo legislativo de esa provincia derogó la ley 134 y por ley 8134 reivindicó totalmente a Rosas). También parece desconocer los trabajos de Matías de la Cruz , especialmente su último libro “Los reinos de Indias”.

 

Vuelve a equivocarse cuando afirma que el rosismo no ha prestado atención a Dorrego. Al margen de las grandes “Historias” mencionadas ¿no recuerda el Dorrego de J. B Tonelli o el de Pavón Pereyra, por no citar solamente a dos rosistas?. Sigue malgastando pólvora cuando afirma que el Revisionismo Rosista no ha prestado atención al período posterior a Caseros: ¿desconoce el “Urquiza y Rosas. Su correspondencia” de César Grass, “Del 80 al 90” de Norberto D’Atri, “Un Proyecto olvidado” de Chávez y sus biografías sobre personajes históricos post-Caseros, el “Mariano Fragueiro” de Díaz Araujo o los “Heterodoxos del 80” –perdone que me incluya- como así también la “Vida de Andrade”? y también perdón por seguir hurgando en mi cosecha.

 

Que el revisionismo rosista embistió contra Sarmiento solamente por su laicismo es otro error: ¿también desconoce la monumental obra del mercedino Roberto Tamango en su “Sarmiento los liberales y el imperialismo inglés” o el “Sarmiento” de Marcos Rivas o el de Pedro de Paolis y el de otros que en sus críticas no toman ese enfoque? El mismo Hernández Arregui en su notable libro “Que es el ser nacional” afirmó del sanjuanino que “fue antiamericano por definición”. Como me resisto a creer que Ud. ensaye un escamoteo deliberado de ese monumental aporte del revisionismo para adjudicárselo a otra corriente historiográfica (sería una deshonestidad intelectual), me queda una sola alternativa: advertir en Ud. una gran desinformación historiográfica.
Pero hay otras consideraciones no menos desafortunadas en su trabajo; juzgarlo a Rosas como un simple hacendado y su gobierno como expresión de los intereses de su clase. Esta equivocada caracterización de Rosas coincide con la que hace el elemento “progre” de nuestra historiografía. Que ellos la hagan por ignorancia o por razones ideológicas, allá ellos, pero Ud. no puede repetirlos, o por su conocimiento o por simplemente haberlo leído a Jauretche que se expidió sobre el tema. Rosas como hacendado que trabaja personalmente sus tierras es PRODUCTOR. En otras palabras debe “hacer la hacienda” trabajando sistemáticamente. Hay que saber en que momento destetar el ternero, en que época del año cambiar los animales de potrero, saber que porcentaje de cojudos debe haber en una manada, y por lo tanto saber capar a los restantes, en tiempo y momento oportuno, saber marcar, sobre las diferencias de talaje que hay entre una vaca y un caballo para disponer mejor de los potreros etc, etc.

 

Y en la agricultura saber manejar el arado convertir un novillo en buey, saber que profundidad debe tener el surco en la primera pasada, saber manejar el rastrojo.

 

Pero no solamente es PRODUCTOR. Como saladerista es empresario industrial ya que transforma la materia prima en charqui o tasajo y el producto resultante sirve para el mercado interno de entonces y para la exportación como alimento en los países con población esclava (Brasil, Jamaica, Cuba). A esto hay que agregar que dicha exportación la hizo con flete propio eludiendo el flete inglés. Ningún país ha crecido sin exportaciones que significa en el nuestro, ingreso de divisas. Recordemos que todos estos trabajos requieren mucha mano de obra, por lo que incorporó a sectores indigentes y menos calificados de la sociedad acercándoles la escalera por la que se asciende a través de la cultura del trabajo, adquiriendo los conocimientos que ella trae aparejada. Y está claro que en toda escalera se asciende por el primer escalón y se puede llegar al más alto. Pero hay segmentos sociales que miran con anteojeras y ven a la escalera medio desprolija y enclenque y tampoco les gusta quien se las alcanza y terminan por patear la escalera derribándola: entonces no sube nadie. Es lo que ha pasado en materia de pensamiento y acción política en nuestro país, en el siglo XIX y en el siglo XX. Ud. lo sabe. Le recuerdo, y acá me entrometo en sus reglas interpretativas, que el factor dinámico de la economía en el siglo XIX, por lo menos en su primera mitad fue la estancia y el saladero, como la industria manufacturera lo fue para el siglo XX. Si Ud. se queda con la simple explicación de que Rosas es estanciero y representa solamente a esos intereses deja como el iceberg, las ¾ partes de la explicación por debajo de la línea de flotación.

 

¿Porqué Rosas estanciero reprimió a los estancieros del sur? ¿Porqué no arregló inmediatamente con los franceses y con éstos y los ingleses coaligados para desembarazarse de una guerra y un bloqueo que perjudicaba sus intereses exportadores? ¿Porqué dictó una ley de Aduana proteccionista si era más redituable el libre comercio y que por el contrario beneficiaba a industriales, artesanos y agricultores que no eran de su clase?

 

Un amigo marxista exclamó azorado que Rosas en esos aspectos era un “verdadero enigma” marxísticamente hablando. Le resultaba incomprensible.

 

Y su importancia para explicarlo era fundada: no podía decir que Rosas actuaba por “patriotismo” porque la expresión lo remitía a un factor espiritual o si se quiere psicológico y ese factor no estaba registrado como determinante en la axiología marxista. Cubría el bache con la expresión “enigma”.

 

Jauretche, que no tuvo prejuicio, se metió en la metodología marxista sin serlo, y les dio una lección de marxismo cuando explicó que Rosas era la expresión de la nueva etapa del capitalismo que se asomaba y no era el retardatario de los liberales y marxistas, dejando desubicados a los primeros y segundos y a los que calificaban al Restaurador y sus seguidores de “reaccionarios”, “feudalistas”, “anacrónicos”, oscurantistas, etc, etc. Usted que conoce algo de Jauretche no puede aceptar el retroceso historiográfico de los “mitromarxistas” contemporáneos que lo requieren a Ud. en la medida que no explique a Rosas correctamente.

 

Con Ud. pasa algo parecido a lo de mi amigo marxista. Con un agravante. Mi amigo hacía funcionar su ideología, pero cuando el hecho histórico se le aparecía con su abrumadora presencia, no encajando en el esquema, se detenía, paraba cautelosamente sus mecanismos de explicación y se refugiaba en su expresión “Rosas acá es un enigma”.

 

Ud. parece que no tiene tanta preocupación como mi amigo marxista que prefería detenerse y ampararse en “el enigma”. Ud. ahoga el hecho histórico en una exagerada simplificación reduccionista que termina por hacerlo inexacto al hecho histórico o por lo menos deformado, para que prevalezca la ideología.

 

Me estoy refiriendo a la explicación que Ud. hace en pag. 48 cuando se reduce a la problemática a los siguientes términos: Buenos Aires que monopoliza la aduana estableciendo el libre comercio permitiendo la introducción de manufactura origina la quiebra de las provincias artesanales cuyos talleres cerrados arrojarán a la calle a los desocupados originando el fenómeno de la montonera y los caudillos que se enfrentarán en conflicto dialéctico con Buenos Aires. ¡Perdón Galasso! Si nos hubiese leído más detenidamente habría advertido que las provincias artesanales como Catamarca, Tucumán o Salta no produjeron montoneras ni caudillos contra Buenos Aires. Incluso Corrientes, la única provincia del litoral con industrias y artesanías tampoco tuvo montonera y Ferré, su gobernador, que era carpintero de rivera no fue caudillo sino primus inter pares de una oligarquía provinciana. Por el contrario los caudillos y montoneras salen de La Rioja , Santa Fé, Entre Ríos, Banda Oriental y la provincia de Buenos Aires, provincia que no tuvo talleres artesanales de consideración, prevaleciendo en ellos una base agropecuaria. Ni Artigas, ni Quiroga, ni Ramírez, ni López, ni Rosas son jefes artesanales desocupados. Surgen de las estancias de las milicia rural o de los ejércitos en disolución.

 

También simplifica cuando uniformiza el manejo de la aduana.

 

Fue centralista y absorbente durante la época de las luchas por la independencia y, terminada ésta, durante el período directorial y unitario. Si en el primer caso hubo una explicación obviamente justificable, ya que Buenos Aires sobrellevó el peso de esa lucha, no lo fue cuando terminada ésta en nuestro territorio, la aduana se puso al servicio de los intereses mercantiles porteños. Y acá se advierte la diferencia con el período rosista. Excluyendo la significación integradora del proteccionismo aduanero a partir de 1835, los mecanismos administrativos de la aduana también cambiaron sustancialmente con respecto a etapas anteriores. El homme colonial estableció el sistema llamado de “devolución de derechos”. Una nave mercante con mercaderías importadas dirigidas en “tránsito” al interior por vía del Litoral de los ríos al pasar por Buenos Aires pagaba un gravamen y se anotaba en una Guía que acompañaba a la mercadería en tránsito. Desembarcada la mercadería y habiendo pagado los correspondientes derechos de aduana en la provincia de destino, se anotaba para su comprobación en la Tornaguía y así en todos los puertos del litoral donde iba consignada la mercadería. Esa Tornaguía en la que demostraba haber pagado los impuestos aduaneros provinciales, presentada en Buenos Aires al regreso de esas naves de cabotaje interno, se procedía a la devolución de los derechos retenidos en ésta. De este modo la mercadería en tránsito hacia el interior a través de los ríos no pagaba impuesto en la ciudad-puerto y la provincia en la que era descargada obtenía ingresos de acuerdo a su propia ley de aduana.

 

Cuando no se conocen estos y otros mecanismos porque no se ha estudiado la legislación y los sistemas de administración, el atajo lo dan las frases altisonantes, muletillas y clichés que vienen del liberalismo sin mayor exámen y repetidos por los ideólogos progresistas. Y ahora Ud. cuando en la pag. 53 afirma que Rosas controló las rentas aduaneras, o que se negó a distribuir las rentas aduaneras. ¡Actualícese Galasso! siga leyendo a los autores revisionistas y no se pliegue al coro “progresista”.

 

Y para terminar de desnudar la insolvencia de los cargos contra Rosas en esta materia ¿será necesario recordarle que sancionada la constitución de 1853, argumento utilizado por Urquiza para derrocar a Rosas, ni esa constitución, ni las sucesivas reformas constitucionales del siglo XIX y posteriores determinó la redistribución de los ingresos aduaneros a las provincias? Y por el contrario anularon las disposiciones y normativas que lo habían permitido durante Rosas.

 

Ud. en la página 54 admite que Rosas sancionó la ley de aduana; pero omite decir que fue para favorecer a las artesanías e industrias del interior o sea a sectores ajenos a su clase social; agrega inmediatamente después –no sea cosa de elogiar mucho Rosas- “de aplicación temporaria”, recortando la intención integradora y nacional de la medida, omitiendo explicar que: 1º) La supresión temporaria de la ley fue consecuencia del bloqueo imperialista, 2º) Cuando ésta concluyó se restableció la norma, 3º) La ley no solamente favoreció los intereses del interior y argentinos en general, sino que también favoreció –conforme a la política de solidaridad hispanoamericana práctica de mucha normativa rosista de la época- a las producciones de la Banda Oriental y Chile no considerándolas extranjeras. A renglón seguido admite mezquinamente que dicha medida “modera algunas penurias del interior” (no sea que resulte muy enaltecido Rosas) y remata diciendo que de todos modos “al no otorgarle recursos (¿subsidios?) se reinician los reclamos provinciales (“el Chacho se levanta tres veces contra Rosas...”).

 

Entre mezquindades y tendencionalidades concluye con otra inexactitud. En cuanto a las primeras, confieso mi impotencia en desvanecerlas; en cuanto a la inexactitud que se afirma al final le daré la información exacta para que no reincida.

 

Todas las provincias, unas antes, otras después, acusaron la benéfica política de Rosas. Salta votó una ley de homenaje a Rosas “...ningún gobierno de los que han precedido al actual de Buenos Aires, ni nacional ni provincial han contribuido su atención a consideración tan benéfica y útil a las provincias interiores”.

 

Tucumán dictó una ley análoga de gratitud hacia Rosas por haber “destruido ese erróneo sistema económico...”.

 

Catamarca hizo los mismo al igual que Mendoza y el Zarco Brizuela de la Rioja rebautizó al Famatina con el nombre de “Cerro del gran Rosas” y hasta llegó acuñar monedas con la efigie de Rosas. Ningún gobernador federal llegó a tanta obsecuencia.

 

Cuando la embestida imperialista de Francia que equipó al ejército de Lavalle en su intentona de derribar a Rosas prometiendo el desembarco de 3.000 efectivos franceses, pareció a muchos que la estrella del Restaurador se apagaba para siempre. Alberdi, hombre de enlace en Montevideo del Almirante francés, escribía a Tucumán el 28 de febrero de 1839 “...Aquí hay de todo: plata, hombres, buques...pidan lo que necesiten y se les mandará...”.

 

Con el bloqueo francés ahogando la economía, con 2.000 efectivos de Lavalle, 3.000 efectivos franceses que serían llevados por el almirante Baudín y el oro francés empujando, Rosas no podría resistir. Marco Avellaneda sedujo a Brizuela designándolo Jefe de la Coalición del Norte que reunió a las milicias provinciales para luchar contra López de Córdoba, contra Ibarra de Santiago, Benavides de San Juan, el fraile Aldao de Mendoza refractarios a la penetración foránea.

 

Brizuela arrastró consigo a muchos riojanos entre ellos al Chacho, uno de los tantos subordinados suyos, sin significación política entonces. Ninguno sabía los entretelones: tampoco el Zarco.

 

En octubre de 1840, los franceses, hartos de los excesivos gastos de esa guerra colonial, incluso de la inoperancia de Lavalle y las debilidades de la Coalición del Norte, en vez de mandar a Baudín con 3.000 infantes de desembarco, mandaron a René de Mackau para que en nombre de rey de Francia firmase una paz honrosa: y así se hizo. Las cosas se pusieron definitivamente feas para los coaligados. No llegó ni la plata, ni los infantes y para colmo Lavalle con un ejército diezmado huyó hacia el norte: se hospedó en la estancia de Brizuela en Hualfin y no encontró nada más gracioso que tomarle la novia. Durante cinco día y cinco noches se encamó con Solanita Sotomayor y además expulsó al jefe de la Coalición del Norte.

 

El Zarco, perdida la honra y la hacienda se hizo quitar la vida en un entrevero en Sañogasta. Como el resto de su gente, el Chacho, entre idas y venidas acabaría en Chile desengañado, derrotado y pobre. Y tras otra invasión quijotesca, no le costó comprender que no era ese su lugar entre los “intelectuales” exilados. Gestionó de Benavides el regreso y éste dándole vista a Rosas lo autorizaron a regresar para poder volver a servir a la causa federal. En 1863, sus antiguos compañeros de emigración en Chile (Mitre, Sarmiento) lo sacrificaron en holocausto de la libertad. De lo que resulta: 1º) Ninguna provincia se levantó por “no otorgarle recursos”, 2º) La Rioja con Brizuela se levantó, no por alguna desilusión económica, sino conquistado por los unitarios que le otorgaron grado y jefatura de un ejército prácticamente inexistente, arrastrando a muchos riojanos, entre ellos al Chacho, por entonces sin significación política, a una aventura cuyas motivaciones desconocían.

 

En la pág. 52 nos acusa de que hemos invertido la historia oficial; parecido argumento que utilizó Luna para intentar desacreditar a Jauretche en nombre de la “ecuanimidad”. Ud., que conoce la polémica y es uno de los más importantes apologistas (y en buena hora) del fundador de FORJA, se lo ve en esos párrafos de la pag. 52 emulando lastimosamente los parecidos argumentos plañideros de Luna ¡Lamentable Galasso!

 

¡Explíquelo bien a Rosas! Es claro, corre el riesgo de que lo silencien como a Jauretche o como a Fermín Chávez. Pero además de ser un honor el ser marginado por la escoria mediática, advertiría que Rosas es la LLAVE DE BOVEDA de la interpretación de la Historia Argentina , particularmente del siglo XIX. Por él se descubren los factores que permanentemente “dialectizan” o “polialectizan” en el tramado de su desarrollo: a) el factor externo que se proyecta sobre el país y generalmente no con fines benéficos, b) Los pueblos que defienden el patrimonio nacional: económico, cultural, geográfico, etc; encontrando en los momentos extremos a aquellos jefes que los interpretan, c) minorías que con poder económico, político, cultural y social juegan siempre de espaldas al provenir argentino. Rosas pone al descubierto estos tres factores, de allí el inagotable odio que origina su esclarecimiento y reivindicación.

 

Quizás Carlyle haya exagerado cuando afirmó que la “historia del mundo no es más que la biografía de los grandes hombres” y es cierto que sin los jefes, sin los líderes, sin los santos, sin los héroes y sin los reyes la historia puede resultar ininteligible. Hay otros pensadores que advierten que las cosas vienen de “abajo” hacia arriba como el fuego que va caldeando la atmósfera: José María Rosa era de esa opinión y llegaba a afirmar que hasta el lenguaje y la religión en sus evoluciones son productos de la acción anónima de los pueblos. Yo creo que no hay incompatibilidad. Los procesos históricos pueden proceder “de arriba” o “de abajo”. Lo indudable es que alguien en un momento dado se constituye en referente válido, en intérprete y creador, en representante y generador, en escuchante y en escuchado.

 

El desempeñarse como verdadero Jefe es el papel más difícil: recoge las fuerzas que proceden del haz comunitario, la intención directriz de la comunidad y le da direccionalidad correcta: es el caso de Rosas. Argentina conoció su mejor momento ascencional en el siglo XIX. Sólo una conjura internacional con cabecera de puente interno (y acá se ven los tres factores) pudo interrumpir su marcha.

 

Que Rosas como Jefe estaba agotado: puede ser: el poder político es el más desgastante. Pero admitido el hecho, no nos exime de analizar la verdadera significación del período rosista y lo que vino después.

 

Reitero: Rosas es LA LLAVE DE BOVEDA de la interpretación de la Historia Argentina , particularmente del siglo XIX. Sin Rosas, Argentina hubiera sido otra cosa. De la misma manera que sin Napoleón, otra hubiera sido la historia de Europa, particularmente de Francia. Sin Lenin y Stalin, Rusia hubiera sido distinta. La Argentina del siglo XX no se comprendería sin Perón. Cambiando de materia ¿Qué sería la matemática moderna sin Einstein? Y cambiando el género sin De Caro, Troilo y Piazzolla, el tango hubiera sido otro o desaparecido en los cuartetos mistongos de la recova.

 

No seguiré adelante con otras observaciones. Es tiempo de un balance.

 

1) El análisis que hace sobre la historia oficial-liberal es correcto. La nueva Escuela Histórica de principios del siglo XX y uno de sus desprendimientos, el Revisionismo Histórico, le han dado a usted material más que suficiente para el enjuiciamiento que hace.

 

2) El análisis que hace sobre la historiografía de la izquierda, marxistas o no, acoplada al liberalismo y que Eneas Spilimbergo llamó el “socialismo cipayo” y en el que Ud. coincide me parece correcto, crítica que también ya había efectuado el revisionismo histórico.

 

3) El análisis que hace sobre la corriente llamada “Historia Social” coincide con mi percepción, aunque lo veo algo indulgente tratándose de una corriente cuyos oráculos, Romero y Halperín Donghi, fueron instalados en la Universidad de Buenos Aires y en otras universidades nacionales por la “revolución fusiladora” de 1955. Ellos cesantearon a más de 500 profesores “flor de ceibo” (peronistas y nacionalistas) entre ellos W. Cooke, Hernández Arregui, Gabriel Puentes, José María Rosa, Atilio García Mellid y Joaquín Díaz de Vivar. Y en el Ministerio de Educación de la Nación a más de 1.000 docentes (le adjunto mi primera cesantía para que lea sus fundamentos).

 

4) El parcelamiento que se hace del Revisionismo Histórico me parece en algunos casos injusto, en otros, inexacto y en todos innecesario: habría un revisionismo rosista, un revisionismo nacionalista oligárquico, un revisionismo forjista, un revisionismo rosista peronista, un “revisionismo más popular” (sic), un revisionismo federal provinciano socialista o latinoamericano (sic), etc, etc.

 

La segmentación del revisionismo que se propicia se basa en los matices culturales que colorean el pensamiento de algunos de sus cultores. Esos particularismos no dan derecho a su atomización para descalificar a todos y rescatar a uno.

 

Le aseguro que si yo pusiera en práctica esa metodología encontraría muchos más: no me parece ni seria ni saludable su taxonomía clasificatoria.

 

Se está en el Revisionismo Histórico cuando se han detectado 3 factores mencionados en páginas anteriores: 1) El factor externo proyectándose sobre nuestro país, 2) El pueblo que defiende sus patrimonios espirituales y materiales encontrando los jefes que lo interpretan, 3) Minorías que con poder económico, político o cultural juegan de espaldas al porvenir argentino, al naipe de la traición y la entrega.

 

Cuando el historiador o el investigador, detecta en el decurso de nuestra historia el contrapunto de estos tres factores, indudablemente está incursionando en el Revisionismo Histórico. Que algunos pongan el acento en la identidad nacional (creencias, costumbres, religión, tradición, etc). Que otros pongan el acento en la lucha de los pueblos contra las oligarquías. Que otros señalen los aspectos económicos que dieron posibilidad al país en la toma de decisiones propias o por el contrario que fueron deprimentes o desdorosas a dicho fin. Que otros estimen el acierto de jefaturas personalistas en la defensa del honor nacional y sus patrimonios. Todos ellos y muchos más siempre y cuando, adviertan los 3 factores mencionados ya están en el Revisionismo Histórico, aunque ello no garantice un comportamiento político uniforme.

 

Que usted me corra por “izquierda” me tiene sin cuidado porque sé que ha detectado los 3 factores mencionados y Ud. a la recíproca no debería sectarizar el análisis historiográfico simplemente porque un historiador que también ha detectado a los 3 factores pone el acento, por ejemplo, en lo religioso.

 

Personalmente no creo en el uso de las palabras “izquierdas y derechas”. En otras palabras, no creo que tengan significación en nuestra cultura histórico-política.

 

Dichos conceptos proceden de los centros del poder mundial. Para Europa y Norteamérica el peronismo fue un movimiento de derecha. En los países “semicoloniales” o “emergentes” como el nuestro son categorías ininteligibles que han demostrado su vacuidad cuando no su fariseísmo.

 

Su empleo plagiario en los “progresistas” o en los “retardatarios” de la semicolonia, al par de demostrar su colonización mental, les sirve para simplificar esquemáticamente y esconder bajo la alfombra de sus análisis, las escorias de sus claudicaciones. Perón se explayó lucidamente al respecto.

 

Pero además las segmentaciones descalificadoras que se proponen en su trabajo cercenan la vitalidad del Revisionismo Histórico al cortar ciertas radículas y obliterar cierta capilaridad que lo han alimentado y que lo siguen nutriendo en su rica y compleja diversidad argumental. Definitivamente su taxonomía le quita convocatoria y solo rescata a un grupo que Ud. llama Revisionismo federal provinciano socialista o latinoamericano.

 

5) Veamos ahora que es el Revisionismo federal provinciano socialista o latinoamericano del cual Ud. nos da noticias.

 

Se afirma, que se ha desarrollado en las últimas décadas como consecuencia de la presencia “alcanzada por los trabajadores en nuestras luchas políticas” y se lo ha llamado “revisionismo federal provinciano” al reivindicar a los caudillos provinciales. Como ya se habrá advertido, todos los caudillos han sido rescatados por plumas rosistas. Luego se los ha repetido. Y lo han sido en distintas épocas. A Ramírez se lo ha revalorado en la “década infame” en la que la presencia de los trabajadores en el escenario político fue insignificante. A Peñaloza se lo ha comenzado a revalorar a partir de 1914, estando en vigencia el régimen oligárquico; ni que hablar de Quiroga cuya primera reivindicación es de 1906, en la época “regimentosa”, y para colmo la reivindicación viene de un historiador liberal llamado David Peña: las masas, los trabajadores, estaban aún muy lejos de tener presencia protagónica. No seguiré con otros: ni los reivindicadores de caudillos son originariamente de una supuesta corriente federal provinciana, ni la simetría política que se ensaya es aplicable.

 

Pero enseguida Ud. también le hace un “gambito” a esta supuesta corriente historiográfica y se diferencia de la misma diciendo que pertenece a un “revisionismo socialista o latinoamericano” que “niega la estrecha óptica de la patrias chicas”, y que “rechaza el culto a los héroes” y “explica los acontecimientos en función del enfrentamiento entre las clases sociales y considera a los sectores populares como protagonistas principales...”.

 

A renglón seguido, para ejemplificar el concepto ideológico coagula en San Martín y Bolívar; independientemente de lo controvertido de la simetría, Ud. termina refugiándose en los héroes, cuyo culto había rechazado en líneas anteriores. Luego habla del “artiguismo” del “morenismo” del “dorreguismo” en la que los “ismos” siempre denuncian una secuacidad elogiosa y se “exalta a figuras claves de la lucha....” etc, etc, ; por lo que el culto a los héroes que rechaza en los otros parece que también lo afecta a Ud : no es que esté mal, lo que está mal son sus contradicciones.
Todo el resto referido a esta corriente son retazos más o menos antiguos sacados del desván revisionista con algunos aderezos y no le aconsejo a nadie que viva de los residuos acomodados a ideologías modernas porque la descontextualización exigida por ella lo impele a la simplificación del hecho histórico o a la expulsión de todo aquello que no entra en el esquema.

 

6) Le disgusta que veamos a Rosas como a uno de los próceres magnos de la Historia Argentina , particularmente del siglo XIX. Le informo que alguien se nos adelantó “...como argentino me llena de un verdadero orgullo al ver la PROSPERIDAD , LA PAZ INTERIOR , EL ORDEN y el HONOR restablecidos en nuestra querida patria y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles en que pocos estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados yo felicito a Ud. sinceramente como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce usted de salud completa y que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino. Son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. éste su apasionado amigo y compatriota. Q.B.S.M” (Que besa sus manos). Firmado. José de San Martín, última carta de Libertador a Rosas del 6 de mayo de 1850. Entre la opinión de San Martín y la opinión de las ideologías no es difícil la elección.

 

7) Y hablando de ideologías le haré algunas reflexiones. Marx tuvo un gran acierto cuando analizando los hechos económicos encontró la casual económica, causas materiales en la infraestructura del flujo histórico. Los marxistas ven individuos movidos por apetitos, nosotros vemos a comunidades sociales guiadas por impulsos espirituales, las ideas de PATRIA, DIOS, REY, etc, etc. ¿Qué importa si al analizar los hechos históricos encontramos motivos o causas o factores económicos? ¿Qué importa si al analizar el amor a la madre encuentran los freudianos un impulso sexual subconsciente? Pero ni el amor a la madre se manifiesta sexualmente ni los hechos históricos se exteriorizan en la forma de impulsos materiales.

 

“Desconocer esos móviles materiales ocultos en las infraestructura social fue el gran defecto de los historiadores anteriores a Marx. No comprender que esos móviles dejan de ser materiales cuando se exteriorizan en movimientos sociales fue a su vez el gran error de Marx. O mejor dicho de los marxistas, porque su maestro algo habló del “ENTUSIASMO CABALLERESCO” del “EXTASIS RELIGIOSO” en el Manifiesto Comunista”. José María Rosa prodigó a un amigo marxista estas acertadas observaciones que por lo que se vió después, resultaron útiles. Mis reflexiones prodigadas al enjundioso biógrafo de Jauretche puede que sean útiles.

 

Cordialmente.

 

Jorge Oscar Sulé.

 

Norberto Galasso A Jorge Sulé en respuesta a su Carta Abierta

 

Buenos Aires, 12 de octubre del 2005.-

 

Estimado Jorge Sulé:

 

                                      Comienzo por el final de su carta. Allí, usted manifiesta que concuerda con mi análisis sobre la Historia Oficial y con mi crítica a la historiografía de la izquierda tradicional. Asimismo, juzga correctas mis apreciaciones sobre la “Historia Social”, aunque las considera algo “indulgentes”. Después de estas coincidencias, sostiene: “El parcelamiento que se hace del revisionismo histórico me parece en algunos casos injusto, en otros inexacto y en todos, innecesario”. Aquí reside la gran disidencia. Para usted, el revisionismo histórico es una sola corriente historiográfica, nacida con Saldías y aún vigente, con “matices culturales diversos”, que reconoce tres factores: 1) la acción externa sobre nuestro país, 2) el pueblo y sus jefes políticos que defienden nuestro patrimonio espiritual y material y 3) minorías económicamente poderosas, protagonistas de la traición y la entrega. En esta concepción, Rosas –no San Martín, no Yrigoyen, no Perón- sería “la llave de bóveda”.

 

Mi posición al respecto la expuse en un folleto editado, en junio de 1987, en Rosario, por el grupo “CREAR”, bajo el título “La larga lucha de los argentinos”. Luego, la amplié en un libro, bajo el mismo título, en 1995 (Ediciones Colihue) y finalmente, la desarrollé, en 1999, en los “Cuadernos para la otra historia”, números 1, 2 y 3, editados por el “Centro Cultural Enrique Santos Discépolo”. Por supuesto, el tema había sido ya tratado por diversos ensayistas y mi modesto aporte consistió en exponer las distintas ópticas desde las cuales había sido impugnada la Historia Oficial, es decir, un trabajo de sistematización, pedagógico, si así quiere llamarlo. Aquello que usted denomina “matices culturales diversos” dentro del revisionismo histórico, resultan, para mí, disidencias muy importantes, en la medida en que expresan posiciones ideológico-políticas diversas y hasta antagónicas.

 

La impugnación de la Historia mitrista se inicia con críticas aisladas, provenientes de francotiradores que no se emparentaban en una corriente historiográfica: no elaboraban desde una misma óptica, no se apoyaban unos en los textos de otros, sustentaban concepciones filosóficas y políticas distintas, no se sentían integrados en una misma escuela. Por esta razón califiqué como “precursores” del revisionismo a Adolfo Saldías, Ernesto Quesada, David Peña, Ricardo Rojas y Juan Alvarez. Con posterioridad, aparecieron historiadores que provenían, en general, del radicalismo y a los que se llamó “Nueva Escuela Histórica”, rápidamente disgregada. Más tarde, surgen aquellos que si bien al principio, trabajan aislados, luego confluyen en el “Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas” y publican una revista que los identifica, de manera tal que aún cuando subsistieran algunas diferencias entre ellos, pueden ser considerados como “corriente historiográfica”, al igual que lo es hoy la “Historia Social”. Por ello, no estimo injusta, ni tampoco inexacta, la agrupación de los revisionistas en diversas corrientes. 
En el caso de los forjistas, tampoco las diferencias las establecí yo, sino los mismos protagonistas: así, no existe información de que alguna vez la tribuna de FORJA fuese ofrecida a los historiadores provenientes del nacionalismo oligárquico (es decir, del uriburismo, que precisamente había derrocado a Yrigoyen, en el 30, lo cual motivaba el justificado rencor de Jauretche y sus amigos, provenientes del radicalismo). Cabe recordar, asimismo, que Scalabrini Ortiz se negó a colaborar en “Nuevo Orden” (“Noticias Gráficas”, 20/7/1940), por estimar que ese periódico expresaba un nacionalismo reaccionario. Me parece pues justo, exacto y necesario deslindar los campos. Es cierto que Jauretche se acerca, luego, al “Instituto” y por esa misma razón, distingo al revisionismo influído por el peronismo (J.M. Rosa y F. Chávez) del revisionismo anterior (antipopular, como es el caso de Julio Irazusta, antiperonista, al cual el mismo Jauretche vapulea en “Los profetas del odio”).

 

Considero que este proceder es de plena justicia y correcto desde el punto de vista del análisis de las corrientes ideológicas en la Argentina. Asimismo, lo considero necesario en estos momentos en que muchos jóvenes se apartan de la historia mitrista. ¿Cree usted que sería posible facilitar su desplazamiento al campo nacional –rompiendo con Mitre y Halperín Donghi- si les ofrecemos, en nombre de la revisión histórica, alternativas como esta caracterización de Rosas, con la cual Carlos Ibarguren pretende elogiarlo?: “La pampa nutrió a Rosas y modeló en su persona el arquetipo del patrón. La estancia era un dilatado señorío, extensos dominios, rebaños numerosísimos, peones militarizados, trabajos rudos y guerra contra los indígenas. El patrón era caudillo, gobernante, diplomático y guerrero. Debía comprender a los paisanos e interpretar su alma para dominarlos, administrar hasta la extrema minucia para obtener el mayor provecho de la explotación, observar profundamente a las gentes y a los ganados, mirar a los ganados como si fueran hombres y manejar a los hombres como si fuesen ganados”. (Ibarguren, Carlos, “Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo”, edic. Theoría, Bs. As., 1961, pág. 37). O esta otra, de la misma pluma: “La sociedad, así modelada por la dictadura (de Rosas) ofreció el aspecto uniforme de un inmenso rebaño humano, bien amansado, del mismo pelo y de la misma marca. Para todos un color único, idéntica divisa, librea semejante, exacta manera de llevar el bigote, iguales formas repetidas, con incansable tenacidad. El mismo sello impreso en los cuerpos doblegados y en las almas sumisas” (Ibarguren, Carlos, ob. cit, pág. 215).

 

Asimismo, ¿convenceremos a los confundidos o aumentamos la confusión si colocamos juntos a Scalabrini Ortiz, a Hugo Wast y a Federico Ibarguren, bajo la bandera de un solo y unificado revisionismo?. Le recuerdo la enorme diferencia que los separa, por ejemplo, al referirse a Mariano Moreno. Afirma Scalabrini: “Con la caída de Moreno, una ruta histórica se clausura... La Nación debe constituirse entera en la concepción de Moreno... La ruta de perspectivas que abrió la clarividencia de Moreno estaba definitivamente ocluída... El presintió una grandeza y una manera de lograrla precaviéndose de la artera logrería de Inglaterra. La otra ruta está encarnada en Rivadavia” (“Las dos rutas de Mayo”, conferencia en FORJA, agosto 1937). Por su parte, Hugo Wast sostiene, en “Año X”, Librería Goncourt, Bs. As., 1960: “En el seno de la Junta, Moreno representaba la demagogia liberal contra la tradición católica y democrática que encarnaba Saavedra. Por eso, los modernos demagogos, los masones, los anticatólicos en cualquier partido en que militen (socialistas, comunistas, etc.) descubren en Moreno su primer antepasado en la historia argentina” ( pág-82/83); “Moreno era un demagogo trasnochado” (pág. 85); “La revolución (de Mayo) fue militar y católica y popular... En ningún momento plebeya y fue aristocrática, porque la hicieron verdaderos señores...” (pág. 35). A su vez, Federico Ibarguren, al referirse a la táctica violenta que Moreno aconseja en su Plan de Operaciones, señala que “cincuenta años más tarde, nada menos que Karl Marx (que nació en 1818) escribirá también coincidentemente este pensamiento clave del comunismo actual” (Ibarguren, Federico. “Las etapas de mayo y el verdadero Moreno”, ediciones Theoría. Bs. As., 1963, pág. 73). Elogiado como revolucionario nacional, por unos y denostado como liberal demagógico y hasta demonizado, por otros, por marxista antes de Marx, estos juicios antagónicos sobre Moreno no son “matices culturales”, como usted afirma, sino fuertes disidencias historiográficas, que provienen de fuertes disidencias ideológico-políticas. ¿Cómo insertar entonces a Scalabrini Ortiz –del cual usted mismo cita “Política británica en el Río de la Plata”- en medio de otros historiadores antimorenistas y rosistas, cuando él sostuvo: “Las preclaras ideas de Mariano Moreno que borbotean en algunos discursos de su hermano Manuel, en algunos párrafos y en algunas intenciones de Dorrego, en el instinto certero de los caudillos federales y en algunos relámpagos de inspiración de Juan Manuel de Rosas, caen abatidas por las ideas que propiciaba el extranjero....” ( “El capital, el hombre y la propiedad en la vieja y en la nueva constitución, Edit. Reconquista, Bs.As., 1948, pág. 11)?. Observe la diferencia: “El instinto certero de los caudillos federales” y en cambio, sólo “algunos relámpagos de inspiración de Rosas”. 

 

Para corroborar que no se trata simplemente de “matices” podríamos recordar la diferencia que establecía Jauretche entre forjistas y nacionalistas: “Los diversos grupos nacionalistas actuaban, quisiéranlo o no, como prolongación de procesos críticos al liberalismo de procedencia extranjera. Tenían un vicio de origen pues habían partido de sectores desprendidos y enfrentados al campo oligárquico y estaban influídos por ideas de antilibertad, de moda en ese momento. Veían a la nación como una idea abstracta desvinculada de la vida del pueblo; en el fondo, pensaban en una tutoría rectora de minorías fuertes, opuesta al despotismo ilustrado de los liberales, pero destinada a hacer el país desde arriba y a la fuerza, con o sin la voluntad de los pueblos.... Alguna vez, discutiendo con un nacionalista, cuando se acercaban a FORJA en busca de coincidencias, le dije: El nacionalismo de ustedes se parece al amor del hijo junto a la tumba del padre. El nuestro se parece al amor del padre junto a la cuna del hijo y ésta es la sustancial diferencia. Para ustedes, la Nación se realizó y fue derogada; para nosotros, todavía sigue naciendo”. (Arturo Jauretche, “FORJA y la Década Infame”, edit. Coyoacán, Bs. As., 1962, pág. 43). Inclusive, cuando nuestro común amigo Fermín Chávez evidencia su simpatía por “El Che” y rescata su relación con el peronismo (“El Che, Perón y León Felipe”, edit. Nueva Generación, Bs. As., 2002), se coloca tan lejos del furibundo antiizquierdismo de Anzoátegui o de Steffens Soler que no es posible ubicarlo en la misma trinchera con ellos solamente en razón de que los tres se definan rosistas.

 

Por estas causas, sobre las cuales se podría abundar largamente, entiendo que en esta época en que los argentinos buscamos definiciones claras para orientar el nuevo rumbo, resulta imprescindible distinguir desde que óptica y con qué argumentos los distintos historiadores impugnan a la historia mitrista, no vaya a resultar que en vez de criticar a los mitristas-halperindonguistas desde una concepción superadora, nacional-latinoamericana y revolucionaria, concluyamos criticando a Mitre en nombre de ideologías tradicionales, nostalgiosas de “botas, sotanas y chiripás”. Usted seguramente conoce aquella graciosa contestación de Jauretche a las expresiones ultramontanas del coronel Juan Francisco Guevara, el de la “Córdoba heroica”, diciéndole que si los liberales oligárquicos no quieren discutir el siglo XX, no les hagamos el juego reivindicando el siglo XV, pues ellos, parados en el siglo XIX, estarían resultando modernos. 
Creo que hay que definir, Sulé, juntar sí, indudablemente, al campo antiimperialista, pero sin confusiones. Hay muchos, como yo, que aportamos lo que podemos a la demolición de la Historia Oficial, pero no aceptamos –sólo porque rechazamos la versión mitrista sobre Rosas- que nos coloquen en la misma vereda del antiperonista Irazusta o del fascista Ibarguren. En su lenguaje campechano, Perón estaría de nuestra parte: “Ojo con esos nacionalistas de derecha que son piantavotos”. 

 

Con relación al revisionismo histórico socialista, federal provinciano o latinoamericano le señalo que éste tiene sus orígenes hacia 1952. Si bien abordé el tema en “La larga lucha de los argentinos” (Ediciones Colihue, Bs. As., 1995) lo expuse luego, con mayor minuciosidad en un “Cuaderno para la otra historia” (número 3), editado en 1999, por el “Centro Cultural Enrique Santos Discépolo”. Esta última publicación se ha reproducido como separata de la revista “Veintitres”, en los números del 11 y 18 de agosto de este año. Por supuesto, no lo inventé yo, pues en 1952 tenía dieciséis años y me encontraba todavía bajo la dominación ideológica del liberalismo antinacional. Pero puedo relatarle la historia de su surgimiento y desarrollo que –reconozco- no es demasiado conocida, por lo cual entiendo – y justifico- su desconocimiento al respecto, especialmente ahora que “me desayuno” que alguna gente que militó en una corriente afín –liderada por Ramos y luego, por Spilimbergo- ha perdido la memoria respecto a esta cuestión. 

 

En octubre de 1945 –y esto usted seguramente lo conoce- el periódico “Frente Obrero” fue la única organización de izquierda que comprendió la importancia de la movilización obrera del día 17 y consiguientemente reconoció allí los inicios del movimiento de Liberación Nacional liderado por Perón, entendiendo que debía apoyarlo “con medios de clase”. Esa pequeña patrulla, que andaba sola en el desierto y supo comprender al “subsuelo de la patria sublevado”, como llamó Scalabrini a la multitud movilizada, estaba integrada por Aurelio Narvaja (padre), Adolfo Perelman, Enrique Rivera, Hugo Sylvester y Carlos Etkin, acompañados de un reducido grupo de militantes entre los cuales puede citarse a Carlos Díaz (Chaco), De Gotardi (Santa Fe), Celiz Ferrando (Córdoba) y Aquiles Martínez. Se los debe considerar los fundadores de la Izquierda Nacional en tanto definieron una correcta posición socialista respecto al naciente movimiento antiimperialista, según la tesis leninista de “Golpear juntos y marchar separados”. Por entonces, Jorge Abelardo Ramos participaba del número 1 de la revista “Octubre”, producto de una alianza con Miguel Posse, Mecha Bacal y Aníbal Leal, y todavía no había captado la importancia de esa jornada, ni el liderazgo emergente de Perón. Luego, en 1946, Ramos se retira de esa alianza y publica el número 2 de “Octubre”, con Niceto Andrés (Mauricio Prelooker). Después, con el número 3 de “Octubre” se vincula a “Frente Obrero” y a partir de allí, en un proceso de “militancia hacia adentro” –dado que el peronismo cubría todo el escenario obrero- este reducido grupo abordó el estudio en profundidad de la historia argentina. Poco después, Ramos se apartó de “Frente Obrero” y a fines de 1949, publicó “América Latina, un país”. Este libro fue importante en tanto abrió la polémica y además por el intento de superar al mitromarxismo practicado por la izquierda tradicional. Pero, el viejo nacionalismo influyó sobre el joven ensayista y así, el libro de Ramos condenó a Bolívar y a Moreno, al tiempo que formuló un exaltado panegírico de Rosas. Le reproduzco algunos textos porque se trata de una obra agotada y de difícil acceso: “Bolívar abominaba de las masas, pero era un hábil político”(pág. 57), “La política de Moreno, Belgrano (y otros) fue una política antinacional por excelencia” (pág. 73), “Rosas realizó la unidad de las provincias argentinas” (pág. 90) y “permitió de hecho un desarrollo autónomo de la economía argentina” (pág. 92). Tan profunda era la coincidencia de este libro con las postulaciones rosistas que Manuel Gálvez le escribió a Ramos señalándole su asombro “porque partiendo usted del marxismo ortodoxo y yo de un punto opuesto, coincidamos en tantas cosas” (carta del 21/11/49). Y tanto le gustó a Gálvez que llevó un ejemplar al Jockey Club para que lo leyeran sus amigos nacionalistas de derecha. Probablemente usted recuerde que en la revista del “Instituto de Investigaciones Históricas J. M. de Rosas”, “Pepe” Rosa comentó el libro con alborozo “por la conversión al rosismo de los trotskistas”, pero, al mismo tiempo manifestó su preocupación: “Nunca creímos en un peligro comunista para la Argentina... Es muy comprensible que si para ellos Rivadavia era, en 1826, “el pueblo argentino’, en 1945 se equivocaran con Tamborini. Semejantes topos no podían significar nada serio para nuestra política. Ahora es distinto. Estos comunistas de la IV Internacional no sabemos cuántos son, ni quiénes son. Pero han dado con el revisionismo, es decir, tienen los ojos abiertos y saben dónde asientan el pie”. (Revista del Instituto de Investigaciones Históricas J. M. de Rosas, número 15/16, setiembre 1951, pág. 187).

 

Poco después, 1951/52, “Frente Obrero”, en un trabajo titulado “Los cuadernos de Indoamérica” –cuya paternidad probablemente sea de Narvaja, orientador ideológico del grupo- le formula una crítica apabullante a ese libro de Ramos. Le detallo seguidamente algunos de los aspectos más importantes porque se trata, también, de un material difícil de encontrar. Sobre la revolución de Mayo, por ejemplo, la definen como “democrática”, popular o juntista”, pero no separatista o independentista como lo plantea el mitrismo. (Ahora, los de la “Historia Social” están intentando sacar las manos de la trampa, sin molestar a Mitre y al diario “La Nación”). Le comento, asimismo, que no comparto la interpretación de que Mayo se produjo para evitar la dominación francesa porque, en ese caso, derrotado Napoleón (1814), deberían haber mantenido la unidad con España y no, como sucedió, que se hicieron independentistas, precisamente porque en España había perdido la causa democrática, ante el giro a la derecha del reinstalado Fernando VII. Allí también preconizan la unidad latinoamericana, recogen las enseñanzas del “Alberdi viejo” y de Juan Alvarez sobre las causas de las guerras civiles argentinas (control de los recursos de la aduana, libre navegación de los ríos para las provincias ribereñas y la alternativa librecambio o proteccionismo).

 

Con ese trabajo, tres cuadernillos a mimeógrafo, nace el revisionismo socialista, latinoamericano o federal provinciano. Este nacimiento adquiere personería en 1954, cuando, bajo la firma de Enrique Rivera, aparece el libro “José Hernández y la guerra del Paraguay”, editado por “Indoamérica”, editorial perteneciente a esos jóvenes de “Frente Obrero”. Entre otras cosas, allí se fija posición sobre los modos de producción en el virreinato, en 1810 que, como usted recuerda, dio lugar, más tarde, a nuevas discusiones: Puigross-Gunder Frank en 1964, Sergio Bagú y Milcíades Peña coincidiendo en que existían relaciones capitalistas mientras otros marxistas defendían la tesis de que había feudalismo. Asimismo, el tema central del libro de Rivera –Hernández y el genocidio del Paraguay- significó un aporte valioso, en una época en que la mayoría de los rosistas (¿o todos?) esquivaban el tema para no irritar al diario “La Nación”. Luego vendrían León Pomer, siempre silenciado, y Jose M. Rosa, con su hermoso “La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas”, a profundizar en la historia de aquella tragedia. Regresando al tema que nos ocupa, años después, Ramos publica “Revolución y contrarrevolución en la Argentina” (Editorial Amerindia, julio de 1957) donde asume como propias todas las críticas de los Cuadernos de Indoamérica. En esa primera edición, publica un prólogo (que ya no aparece a partir de la tercera edición) donde se cubre: “El lector que conociere mis libros y escritos anteriores advertirá que he reelaborado en parte o totalmente la interpretación de hechos y personajes de nuestro pasado... Amigos y enemigos contribuyeron generosamente con sus críticas a estas páginas... ‘Eran muchas voces y se oía una sola voz’, cantó un día el poeta antillano Manuel del Cabral” (Ramos, Jorge A., ob. cit., pág. 12).

 

En otros tiempos, ese libro fue considerado por los discípulos de Ramos como el punto de partida del revisionismo histórico socialista, latinoamericano o federal provinciano. En 1974, todavía Ramos reivindicaba la existencia de esa corriente historiográfica, pues en su editorial “Octubre” publicó “El revisionismo histórico socialista”, reuniendo ensayos de él mismo, Jorge Enea Spilimbergo, Alfredo Terzaga, Salvador Cabral y Luis Alberto Rodríguez. Comete un error quien sostiene que en el prólogo de ese libro existe una definición de Ramos en el sentido de que sólo puede hablarse de esta corriente desde el punto de vista político, pero no desde el punto de vista científico... y no existe, porque el prólogo lo escribe Blas Alberti. Allí, Alberti también “parcela” al revisionismo y con la ayuda de Spilimbergo, reduce la importancia del rosismo tradicional: “Salvando al revisionismo del nacionalismo oligárquico cuyo despertar se correspondía con el auge del fascismo en Europa por lo que “su nacionalismo -al decir de Spilimbergo- tuvo muy poco de nacional” ya que “ni recurrió a la tradición política argentina, ni se impregnó en las fuentes del movimiento popular, carne y sangre de lo nacional, reconoceremos en Scalabrini Ortiz y Jauretche a los primeros y más prominentes precursores del revisionismo nacional, democrático y revolucionario, cuya continuidad legítima es el revisionismo socialista”. Líneas después, Alberti señala que el revisonismo histórico socialista “se ha constituído en una visión historiográfica destacable con nítidos perfiles, tanto por su contenido, como por su forma” (“El revisionismo histórico socialista”, editorial Octubre, Bs. As., 1974, prólogo).

 

Después, transcurre demasiado agua bajo los puentes: Ramos manifestó que dejaba de ser marxista (revista “El Porteño, diciembre 1984), se definió “socialista criollo” mientras adoptaba posiciones nacionalistas, primero, con su “Movimiento Patriótico de Liberación Nacional” y luego, asumió el liberalismo, apoyando al menemismo. Por su parte, algunos de sus discípulos se han hecho rosistas a la vieja usanza. No debe asombrar dada la estrecha vinculación entre historia y política.

 

Mi opinión es que esta corriente historiográfica ha caracterizado correctamente a los caudillos federales del litoral y del interior, como asimismo a Rosas. Usted me señala que los revisionistas de viejo cuño abordaron en su momento las historias de los caudillos provincianos. Por cierto –como usted afirma- “manifestaron interés por los caudillos del interior”, pero sólo parcialmente los reivindicaron pues al encontrarse con que la mayor parte de ellos eran antirrosistas, mutilaron sus figuras tornándolas incomprensibles.

 

Con respecto a El Chacho, usted hace referencia a Corvalán Mendilaharsu y a José Hernández. En el caso de Mendilaharsu dedica sólo 2 líneas a la lucha antirrosita del Chacho (tres insurrecciones y exilios) y no explica sus causas. En cambio Hernández, que no era rosista, se refiere con mayor detalle al enfrentamiento El Chacho-Rosas. Y explica algo que usted olvida. Usted dice que el Chacho regresó de Chile, en 1846, “pidió autorización a Benavídez para regresar y este dio vista a Rosas autorizando su regreso, cosa que el Chacho hace”. José Hernández, en cambio, señala que Nazario Benavídez le otorgó una hospitalidad generosa y segura, en San Juan, pero que cuando “Rosas tuvo conocimiento de la presencia de Peñaloza en aquella provincia, reclamó de Benavídez su envío, por reiteradas e imperiosas órdenes. Pero Benavídez resistió al cumplimiento de esas órdenes, a pesar de la grave situación en que se colocaba él mismo” (J. Hernández, “Vida del Chacho”. Antonio Dos Santos editor, Bs. As., 1947, pág. 166). Puede presumirse que Rosas no tenía el propósito de rendirle homenaje al Chacho sino que quería tenerlo en sus manos para algo mucho más severo. Esto que le comento no resulta insólito en los historiadores rosistas sino que puede considerarse la norma respecto a los caudillos federales del interior: o no se los explica, dejando un interrogante acerca de las causas que los originaron o se intenta minimizar su enfrentamiento con Rosas.

 

Usted mismo sostiene que el zarco Brizuela fue “conquistado” por los unitarios, que Marco Avellaneda “lo sedujo” y que luego Brizuela “arrastró consigo a muchos riojanos, entre ellos El Chacho”, así como que “ni Brizuela ni el Chacho conocían los entretelones de la Coalición del Norte”. Apelando a este tipo de argumentación podría decirse que, por supuesto, tampoco sus seguidores sabían por qué razón se jugaban la vida con estos caudillos, ni tampoco Felipe Varela sabía por qué razón en sus proclamas criticaba a Rosas. De todo esto podría concluirse que Sarmiento tenía razón cuando los tildaba de bárbaros pues desde 1824, que empezó Facundo, hasta 1870, se pasaron los caudillos y sus hombres combatiendo sin saber por qué ni para qué, “seducidos”, “engañados” por los liberales. Y dentro de ese período combatieron muchos años erróneamente, en contra de sus propios intereses, que eran defendidos por Rosas. No eran sólo bárbaros, sino políticamente algo peor: tontos, para no utilizar la palabra más gruesa que brota naturalmente en estos casos.

 

Semejante es el caso de Ricardo López Jordán. Luchó en Caseros contra Rosas por lealtad a Urquiza, pero nadie sabe qué factores provocaban esa lealtad. Y tampoco, de dónde, a su vez, nacía la lealtad de sus hombres, para convertirlo a López Jordán en caudillo. Nosotros sostenemos que Rosas le cerraba los ríos a los entrerrianos, sometiéndolos al puerto único y que no les daba su parte en las rentas de aduana, cuestiones concretas que afectaban a una provincia pujante como Entre Ríos. Ustedes dicen que “alguien sedujo”, “engañó”, al caudillo y a sus seguidores. Esto último me recuerda los argumentos “gorilas” acerca de la supuesta demagogia de Perón y de su sonrisa cautivadora que, sumada a la ignorancia del “aluvión zoológico”, resultarían las causas del movimiento de masas, teoría que usted y yo refutamos tantas veces.

 

El revisionismo rosista no puede explicar tampoco a Felipe Varela. Afirma también que Varela estaba contra Rosas por lealtad a El Chacho, y El Chacho por lealtad a Brizuela. Y los miles de compatriotas que los seguían, por lealtad a los tres. Si no existiesen las proclamas de Varela –críticas del centralismo porteño y del monopolio de la Aduana- uno se preguntaría por qué, en trance de ser leales, todos ellos no le eran leales a Rosas.
Corvalán Mendilaharzu y De Paoli, por ejemplo, buscan genealogías aristocráticas para prestigiar a El Chacho y a Facundo, mostrándolos como “señores”, en vez de explicar por qué razón los montoneros los seguían en su lucha, ya fuese contra Rosas, Mitre o Rivadavia, según el caso.

 

Andando estos caminos, viene a mi memoria lo que me ocurrió con “Pepe” Rosa. Yo tenía cierta relación amistosa con él pero cuando escribí un cuaderno de la revista “Crisis” (1975) titulado “Felipe Varela, un caudillo latinoamericano”, debí dar prioridad a la verdad histórica y entonces sostuve, en la pág. 6: “Los historiadores liberales, después de ignorar a Felipe Varela, lo condenaron por fascineroso y sanguinario (“matando viene y se va”). Ahora, los historiadores rosistas lo abordan desde diversos ángulos, a cual peor. Juan Pablo Oliver, obligado a optar entre Varela y Mitre con motivo de la Guerra de la Triple Alianza, prefirió a don Bartolo porque -según dijo- “era, en definitiva, el presidente de la República” y denigró a Varela por traidor. Vicente Sierra, por su parte, lo consideró desdeñosamente como “un caudillo localista de escasa significación”. José María Rosa, en cambio, prefirió elogiar a Varela –“El Quijote de los Andes”- pero, enfrentado al antirrosismo del caudillo, cometió la debilidad de transcribir mutilada –y sin puntos suspensivos, que indicaran omisión- su proclama de 1866 (Rosa, J. M., “La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas”, Peña Lillo Editor, Bs. As., 1964, pág. 261) para ocultar los elogios a Caseros y a Urquiza (como posibilidad de confluencia del interior contra el centralismo porteño). Otro camino siguieron Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Duhalde en su documentado libro “Felipe Varela contra el imperio británico”. Allí transcribieron con honestidad dicha proclama, pero argumentaron que Varela quería –aunque él no lo supiese- cumplir el proyecto de Rosas, que el elogio a la batalla de Caseros era simplemente táctica o error y que sólo la ingenuidad pudo llevarlo a confiar tantos años en Urquiza quien servía los intereses del Brasil (pág. 23). Felipe Varela ya no era un bandolero, depredador de pueblos, ni tampoco un traidor. Era políticamente algo peor: un zonzo”. Los dueños de Editorial Oriente –donde “Pepe” Rosa publicaba su Historia Argentina, en varios tomos- pusieron el grito en el cielo, escandalizados. Me acuerdo que un tipo macanudo y gran militante nacional como Alfredo Carballeda me llamó por teléfono, medio enojado. Sin embargo, “Pepe” Rosa no se amoscó. Quizás entendió que al enemigo hay que refutarlo con la verdad y que yo tenía razón en criticarle esa trampita que le daba argumentos al mitrismo (él, al hacerla; no yo al señalarla, pues a la larga o a la corta, alguien la habría descubierto).

 

Por eso, le repito: No niego que hayan abordado el tema, pero creo que fueron las ideas del Alberdi viejo, de Juan Alvarez, Andrade, Hernández, Peña y otros las que permitieron al revisionismo histórico socialista una comprensión en profundidad de estos caudillos, explicando las razones de su antirrosismo, así como de su antagonismo con Rivadavia y Mitre.

 

Por supuesto, no comparto sus reflexiones sobre el tema de los caudillos, coincidentes con las que sostenía J.M. Rosa en su crítica bibliográfica mencionada, del año 1951. Por otra parte, juzgo que usted malinterpreta la posición del revisionismo socialista, lo cual no me sorprende en tanto sostiene que no existe o que lo desconoce. Milicia rural –y no montonera- es la de Rosas, que organiza con sus peones una fuerza militar privada, que son los Colorados del Monte. Allí no hay artesanado ni crisis económica. Hay ganaderos relacionados patriarcalmente con sus peones, a los cuales nuclean para pelear por los intereses bonaerenses. El caso de Ramírez y López tiene cierta semejanza al de Rosas, pero debe observarse que ellos eran lugartenientes de Artigas. El proyecto del Protector de los Pueblos Libres (distribución de tierras, defensa de la producción nacional, derecho de autogobernarse, varios puertos para no depender de Buenos Aires que pretende ser puerto único) moviliza a los pueblos del litoral, contra la burguesía comercial portuaria que llega hasta pactar con los portugueses para destruir a Artigas. En otros casos, se trata efectivamente de ejércitos en disolución y sus jefes transformados en caudillos como Bustos, Ibarra o Heredia, después de Arequito. Pero en el caso de los caudillos del noroeste, que precisamente son los más enfrentados con Buenos Aires (no se tientan con las vacas como E. López, ni traicionan como Ramírez, ni se cartean con Paz como Felipe Ibarra) ellos nacen de la desintegración de la economía regional a consecuencia de la libre importación. Sobran testimonios de “viajeros” ingleses de donde surge que, en la década del veinte, el gaucho y la china usan mercadería importada –no tratándose de cuero- en su vida diaria. A ello se agrega que los recursos aduaneros –nacionales, en tanto los paga el consumidor final de todo el territorio- no se distribuyen a las provincias. La disputa por los recursos es un tema decisivo que provoca guerra civil entre 1810 y 1870 (sin discutir que cuando se trata de mercadería en tránsito, como usted dice, se devuelva el impuesto, lo más común es que el comerciante de Buenos Aires compre a los ingleses y revenda al interior, de modo tal que el impuesto aduanero encarece el precio, en sucesivos traslados, hasta el último consumidor. El impuesto, pues, lo pagan todos los argentinos, pero queda en Buenos Aires pues según Rosas, la renta aduanera es nacional en Estados Unidos porque tiene puertos en diversas zonas costeras pero en nuestro país es provincial pues la naturaleza le ha dado puerto a la provincia de Buenos Aires y de ella son sus ingresos, según lo manifiesta en la Carta de la Hacienda de Figueroa). Son precisamente aquellas provincias donde había una economía manufacturera, una industria en germen (producción de frazadas, ponchos, acolchados, ropa, etc.) las que se hunden con la libre importación y la falta de capitales derivada del monopolio aduanero. De allí saldrá aquello de “¡Porteños, raza de víboras!”. (Y el ensayo “Las dos políticas”, del poeta-político Olegario Andrade). También de allí salen Facundo, El Chacho, Felipe Varela, los Saa, Juan de Dios Videla, Carlos Angel, Santos Guayama y todos los que usted sabe, cruzándose de provincia a provincia pues no existen límites tales en la geografía real de los pueblos desamparados que permita sostener que hubo montoneros en La Rioja y no en Catamarca, en San Luis y no en San Juan.

 

La negativa a admitir que las montoneras brotan de la desintegración de las economías del interior lo conduce a usted, estimado Sulé, a sacarle las castañas del fuego a los ingleses que provocaron esa desintegración y emparenta su análisis con el de Halperín Donghi que intencionadamente recurre a la misma interpretación. Y con Sarmiento, quien, en “Recuerdos de provincia”, se refiere a la miseria que ha cundido en San Juan y la considera producto de “la barbarie montonera”, invirtiendo causa y efecto, pues lo que él llama “barbarie montonera” es precisamente consecuencia de la miseria, y no causa. Y esta última se explica por la irrupción de las mercaderías del “taller británico”, cuyo capitalismo se encuentra en plena expansión. Es interesante notar que a partir de la Ley de Aduanas, durante unos años, la situación político-social del interior es de relativa paz y orden y probablemente sea correcta la información de que al terminar el conflicto con Francia, no se aplican los aranceles, recrudeciendo el malestar y la consiguiente montonera. También en la década del cincuenta los pueblos se reorganizan en el oeste y en el norte pero, a partir de 1862, cuando Mitre arrasa con la importación y con las expediciones al interior, vuelve el alzamiento montonero, que ya no se detiene, inclusive durante la guerra del Paraguay cuando se produce la Revolución de los Colorados (1866) y después, con Felipe Varela, hasta su muerte.

 

Finalmente, estimado Sulé, en esta saludable polémica –en un país que se polemiza muy poco y así andamos- me veo obligado a abordar alguna cuestión personal pues en varias partes de su trabajo usted se refiere a mi situación en relación a la maquinaria del prestigio sostenida por el establishment. En una, afirma que al diferenciarme del revisionismo rosista... “no creo que lo haga como táctica política para ingresar al purgatorio de donde se saldrá para percibir los beneficios del paraíso de la publicidad editorialista o en la repartija de las cátedras universitarias digitadas por el ‘progresismo”. Le agradezco que agregue: ”No le veo esa catadura” y que afirme que le “cuesta creer que lo haga” persiguiendo los mismos fines de Luna con una supuesta imparcialidad para entrar al panteón de los consagrados, lo cual –agrega- lo decepcionaría. En otra parte, me conmina a explicarlo bien a Rosas, aunque “corra el riesgo de que lo silencien como a Jauretche o como a Fermín Chávez”. Estos comentarios suyos –a pesar de los agregados donde evidencia que confía en mi conducta- han servido para que algunos –en adjunto a su carta, según apareció insólitamente en Internet antes que usted me la hiciera llegar por intermedio de la común amiga Ana Lorenzo- sostuvieran que “esas sospechas están muy bien sustentadas y mejor dirigidas”. Debo pues aclarar algunas cosas, precisamente porque sé de su honestidad. Lo demás, no me interesa. Bueno y disculpe, como diría Julián Centeya, “que venga a hacerme la partida”, pero no hay otro remedio.

 

Según me informo, por la fotocopia que me adjunta, a usted lo cesantearon en 1955 por “rosista” y peronista. Un poco tardíamente, me solidarizo con usted ante tamaña injusticia propia del delirio “gorila”. A mí, en cambio, no me cesantearon nunca porque nunca me nombraron. Desde que egresé de la Facultad de Ciencias Económicas, en 1961, sólo ocupé un cargo durante escasos seis meses de 1973, como síndico de EUDEBA, a propuesta de la JUP, que renuncié a fines de ese año. Fíjese que en esa época, fueron muchos quienes ingresaron a la cátedra universitaria (uno de ellos, J. A. Ramos, merecidamente por su importante obra, pero sin título habilitante). No me gusta posar de víctima, pero para probarle el grado de silenciamiento de mi obra me basta con su propio ejemplo. Usted escribe: “Le informo....” y se refiere a la correspondencia Rosas-San Martín, lo que evidencia que ignora mi biografía sobre el Libertador, publicada hace cinco años, reeditada en la Argentina, publicada luego en Cuba y hoy en impresión en Venezuela, 600 páginas que sólo merecieron un comentario en Argentina -de la revista “Locas, cultura y utopías” (de las Madres de Plaza de Mayo), que usted tampoco ha leído- y una referencia en un reportaje de Página/12. Lo mismo ocurre con los “Cuadernos de la Otra Historia” pues si usted los hubiera leído hubiera evitado dos o tres páginas explicándome de qué modo Saldías accedió al archivo de Rosas o como Ernesto Quesada obtuvo la documentación para su obra. Yo ya “hice callo”, estimado Sulé, pues mis cincuenta libros publicados corrieron, en general, la misma suerte y si han tenido alguna difusión, ha sido por la perseverante labor de difundirlos “por abajo”, en conferencias por los últimos rincones del país y dada la tarea de mis compañeros de militancia, tanto del Partido Socialista de la Izquierda Nacional en el pasado, del “Centro de Izquierda Nacional Felipe Varela” luego y hoy, del “Centro Cultural E. S. Discépolo”, así como de la tozudez de algunos editores que me han seguido publicando. Por eso, a esta altura del partido, no respondo a quienes me quieran correr con imputaciones de coqueteo con el sistema, pero, en su caso, dado que no hay mala intención sino simplemente desconocimiento, debo aclarárselo.

 

Concluyo haciéndole saber que ha sido un gusto intercambiar ideas con usted, más allá de algunos alfilerazos que nos hayamos intercambiado en el entusiasmo de la polémica. En el túnel de la Argentina –donde asoman algunas lucecitas promisorias- creo indispensable la discusión elevada y profunda, como única forma de iluminar el futuro.

 

Reciba un abrazo de alguien que no piensa como usted pero que valora su consecuencia y su preocupación por el destino de nuestra Patria y nuestro pueblo.

 

Norberto Galasso

 

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