Paradinas de San Juan |
José Miguel González Martín
Nacido en Paradinas de san Juan en 1965.
Hijo de Saturnino González e Isabel Martín, es el mayor de un total de seis hermanos.
Sobrino-Nieto de dos sacerdotes del pueblo D. Miguel Franco Olivares(+) y D. Alfonso Martín Yagüe (+) (D.E.P)
Ya en su niñez apuntaba en una dirección fijamente, mientras que los chicos de su edad queríamos ser policías y bomberos
(por aquel entonces los futbolistas ganaban algo menos que hoy) el quería ser cura o misionero.
Desde aquí le queremos dedicar esta pagina expresamente a él, pero también quisiéramos que fuera indirectamente
un homenaje a todos los sacerdotes hijos del pueblo hoy en activo (5), por su labor y entrega a los demás, un abrazo para ellos.
Parroquia del Espíritu Santo - La Habana Cuba
Entrevista a José Miguel
"Comer en la casa de Dios"
Por José Ramón Amor Pan
Casi eran las doce del mediodía cuando llegué a la iglesia del Espíritu Santo, la más antigua de Cuba. Construida en 1632, está situada en La Habana Vieja, uno de los cascos históricos más hermosos que yo conozco, y que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982. Aunque es mucho lo que se ha rehabilitado en él gracias a la tenaz y adecuada labor que realiza la Oficina del Historiador de la Ciudad, dirigida por el Dr. Eusebio Leal, es mucho lo que queda por hacer para que este casco histórico luzca en toda su plenitud. La iglesia es de tamaño medio, con dos naves (central y lateral) y, aunque contiene una gran riqueza arqueológica en sus catacumbas, realmente yo había quedado en ella para hablar con su párroco, José Miguel González (Paradinas de San Juan, Salamanca, 1965), un diocesano de Plasencia que, tras pasar por el Seminario de Toledo y doctorarse en Teología Dogmática en la Universidad Gregoriana, lleva en Cuba desde el año 2000. Me habían dicho a mi llegada a Cuba que era un tipo interesante, con unas iniciativas pastorales dignas de ser conocidas. Y allí estaba yo, dispuesto a conocerlas.
Otra vista del Interior de la Iglesia
El sacristán me informó de que el P. José Miguel todavía no había llegado. Me dispuse, pues, a darme una vuelta por el templo para ocupar el tiempo de la espera (que en Cuba nunca se sabe cuánto puede durar, por las especiales dificultades del transporte). Lo primero que llamó mi atención fue el grupo de ancianos que se comenzaba a congregar, todos situados hacia la nave lateral de la iglesia. Supuse que irían a tener algún tipo de oración (como estaban a caer la doce, imaginé que se reunían para rezar el ángelus). Mi curiosidad se incrementó notablemente cuando aparecieron en escena un par de muchachos que comenzaron a colocar en dicha nave unas mesas de plástico, con sus sillas, de ésas que acostumbramos a tener en nuestros jardines o en las terrazas de muchos bares y cafeterías. Mi asombro aumentó todavía más cuando observé que sobre las meses se colocaban platos, vasos y cubiertos (todo ello también de plástico). El clímax se alcanzó cuando los muchachos invitaron a los cerca de 50 viejos a sentarse a la mesa y comenzaron a servirles el almuerzo, el omnipresente “arroz con frijoles y…”. Los viejos comenzaron a degustar su almuerzo. El P. José Miguel llegó. Fue saludando uno por uno a sus convidados. Por fin, llegó mi turno.
El Centenario Sacristán Don Ramón Junco Sterling
Y comenzó a contarme cosas. Me explicó que la parroquia tenía una extensión de 69 manzanas y unos 40.000 habitantes, una de las zonas más pobres de la ciudad, con un fondo habitacional escaso y en muy malas condiciones: no había más que callejear un rato y observar la cantidad de edificios en ruina o semiderruidos. Mucha gente mayor, con niveles de pobreza altos, reconocidos por las propias autoridades civiles. Estos ancianos cobran del Gobierno una pensión de 225 pesos, que equivalen a unos 10 euros, y que a duras penas les da para llegar a mitad de mes. De ahí lo que mis ojos estaban contemplando con bastante asombro: la parroquia proporcionaba desayuno y almuerzo, en la iglesia o en sus propias casas si no pueden desplazarse, a 85 ancianos, aquellos más necesitados por no tener familia o alguien que vele por ellos. Como la parroquia no dispone de ningún otro espacio, las comidas tienen lugar en el interior de la propia iglesia. “¿Te escandaliza?”, me espeta a bocajarro. Al contrario, querido amigo, esto es un auténtico banquete eucarístico, si se me permite decir sin que ningún liturgista o dogmático se sienta herido por mis palabras. “Trabajamos también con madres solteras”, me dice. Son unas 25 (la cifra fluctúa mucho, en función de si empiezan una nueva relación o no), a las que también les facilitamos el almuerzo, en este caso siempre en sus casas. Eso sí, una vez al trimestre el almuerzo es conjunto, con aire de fiesta y de comunidad, 110 personas comiendo en la Casa de Dios (el último, cuando yo lo entrevisté, había sido el 24 de diciembre).
José Miguel en el patio de la Parroquia
Y José Miguel sigue hablando, sin parar, interrumpido una y mil veces por sus colaboradores para consultarle alguna cosa, algún detalle… Se ve a la legua que José Miguel es una de esas personas que vive con total entrega y pasión todo aquello que tiene entre manos. Me cuenta que a esas mismas personas a las que se les ofrece cada día el desayuno y el almuerzo, mensualmente se les hace entrega también de una bolsa con un contenido variable (depende de lo que se encuentre en el mercado) pero siempre valorado en cinco euros: leche en polvo, jabón de lavar, jabón de tocador, pasta de dientes, alguna conserva, etc. También se les hace entrega, de vez en cuando, de ropa usada, donación de turistas, envíos desde España, etc.
Comiendo dentro de la Iglesia
“¡Ah, se me olvidaba, vamos a ver la lavandería, hace bien poco que la hemos puesto en funcionamiento!”, me dice. Salimos de la sacristía por el pequeño pero hermoso patio de estilo colonial que tiene la iglesia hacia otro patio adyacente, en el que nos encontramos con un pequeño edifico de bajo y primero. Allí está la cocina y… ¡la lavandería! Un reducido habitáculo en el que no caben más que las dos máquinas de lavar (no industriales sino domésticas, de ésas que todos nosotros tenemos una en nuestras casas), el calentador, un armario para el detergente y un tradicional pilón. Todas esas instalaciones lavan la ropa de un centenar de usuarios, por turnos (cada persona tiene un día a la semana). No son más porque no se puede, no por falta de peticiones. Cuando uno ve aquello y la ilusión que pone José Miguel en cada una de sus palabras y lo importante que es el servicio en las vidas de los que lo pueden disfrutar, como así me cuentan los viejos que ya han finalizado con el almuerzo y comienzan a marcharse, pasando a nuestro lado porque las puertas del templo ya están cerradas, uno comprende fácilmente que tiene que cambiar de perspectiva y que, como escribiera alguien, “lo pequeño es hermoso”. En la parte alta existe una sala de usos múltiples (la “Sala España”) y un dormitorio para transeúntes o emergencias con capacidad para tres personas. También está una cisterna de 10.000 litros de agua, porque ya se sabe: el que tiene cisterna, tiene agua permanentemente.
¿Cómo haces para pagar todo esto?, le pregunto a mi interlocutor. “La Divina Providencia es sumamente eficaz. Si Dios quiere que hagamos cosas, que nos ponga los medios”, me responde. La AECI ha financiado buena parte de las instalaciones. Y el funcionamiento, con un presupuesto de unos 1.600 euros mensuales, lo voy arreglando gracias a mis amigos de España, las gentes de mi pueblo, la Fundación Cervera Figares y… ¡lo que caiga! Pero los gastos no paran ahí, porque el templo también precisa sus cuidados. Y, además, se organizan talleres parroquiales para promover el desarrollo humano y el acercamiento a la Iglesia sin caer en el proselitismo: pintura y artesanía, títeres y teatro, canto y solfeo e idiomas (italiano e inglés). Nuestro joven interlocutor tiene tiempo y energía, todavía, para ser profesor en el Seminario Mayor y Secretario de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe. Me pide que, por favor, en mi artículo incluya su correo electrónico por si alguien quiere ponerse en contacto con él:
Charlado con sus feligreses
CASAS DE ORACIÓN Y MISIÓN
Otra experiencia pastoral importante de la Iglesia cubana son las Casas de Oración y Misión. Se han abierto en barrios de La Habana donde no existe templo o en aquellas barriadas extensas en las que sólo existe una iglesia. Todos somos conscientes de las dificultades existentes en las últimas décadas para construir nuevos templos. Y de las enormes dificultades para el transporte. Estas casas comenzaron de forma espontánea: grupos de católicos que se reunían para leer la Biblia, rezar el Rosario por los enfermos, etc. Poco a poco comenzaron a ser atendidos estos grupos por una religiosa o por un diácono permanente; cuando se podía, por un sacerdote. Llegó el momento en que a esto se le dio una mayor estabilidad: comenzó a celebrarse en ellas el culto dominical o, en su defecto, un día de la semana que no es el domingo. Son, pues, auténticas iglesias domésticas, al más puro estilo de las primeras comunidades cristianas. Una casa de familia, que hace su vida normal en ella, y que la ofrece una vez a la semana para el culto al Señor, sin que deje de ser una casa de familia. Fraternidad en acción.
Esta entrevista fue publicada en la revista Vida Nueva el día 14 de Abril 2007
La entrevista y fotografías nos fueron cedidas por el autor del reportaje José Ramón Amor Pan
desde aquí nuestro agradecimiento.
José Ramón Amor Pan
José
Ramón Amor Pan, nació en La Coruña (España) . Es Doctor en Teología
Moral, Diplomado en Derecho y Master en Cooperación al Desarrollo.
Sus principales áreas de trabajo son la bioética y la educación en valores
Doctor en Teología Moral por la
Universidad Pontificia Comillas, José Ramón Amor Pan es Director de la
Residencia Universitaria “José Sardina”, escribe en el periódico La Voz de
Galicia y el semanario católico Vida Nueva y colabora en Radio Voz. Es miembro
de la Asociación de Bioética Fundamental y Clínica y del Instituto de Estudios
Sociosanitarios Varela de Montes. Otros libros suyos son Introducción a
la Bioética (Madrid, 2005).
A este brillante currículo al que podríamos seguir sumando cargos en la Facultad
de Teología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, en la Facultad de
Ciencias experimentales y técnicas de la Universidad San Pablo de Madrid, etc.,
hay que añadir la autoría de tres libros; "Ética y deficiencia mental",
"Afectividad y sexualidad en la persona con deficiencia mental",y "Ética
y discapacidad intelectual"
(23/04/2007)la redacción de más de 21 artículos en revistas especializadas, la coordinación
de seminarios ínter-disciplinares sobre temas de bioética y más de 50
conferencias en foros nacionales e internacionales.
El Sacristán...... D. Ramoncito
Ciento dos velas para el cumpleaños de Ramoncito
Por: Miguel Saludes
LA HABANA, Cuba - Agosto (www.cubanet.org) - El 31 de agosto será un día
especial para Ramón Junco Sterling, archivero y sacristán de la iglesia
parroquial del Espíritu Santo en La Habana, pues en esta fecha arribará a sus
ciento dos años de vida. Llegar a esa respetable cifra no es algo que ocurre
comúnmente a los humanos, pero lograrlo con la vitalidad que distingue a
Ramoncito es un privilegio todavía más raro. La memoria excepcional, ganas de
vivir y de seguir siendo útil, mantenerse en actividad y el gozo de una salud
envidiable, son rasgos que distinguen a este anciano centenario.
Cada mañana, vestido impecablemente de saco y corbata, se le puede ver en las
misas de La Merced tocando el órgano. Luego en la parroquia cercana, que ha sido
casi como su casa, siempre encuentra un pretexto para seguir aportando algo con
su esfuerzo, a pesar de que ya no tiene responsabilidades de trabajo. Su
presencia se destaca al recibir a los que llegan al lugar. Para ellos conserva
su perenne sonrisa y el saludo ceremonioso que hace a todos.
Hombre de fe probada, Ramón nació en la esquina de las calles San Isidro y
Compostela, en la Habana Vieja, en 1905. Desde pequeño ya jugaba a hacer misas
en las que hacía de celebrante. Incluso él mismo confeccionaba los programas de
las festividades religiosas auxiliándose de una imprenta de juguete que le
regaló su padre. Era tal su seriedad en estos menesteres, que los vecinos
acudían a estos oficios religiosos presididos por el niño con vocación de
sacerdote.
La inclinación de Junco por las cosas de la iglesia estaba influida en parte por
la labor de su padre, sacristán de la Catedral, y su padrino Camilo Brito,
archivero del Espíritu Santo. Sin embargo, no pudo encaminar sus pasos por la
vía del sacerdocio. Todavía a principios de siglo el Seminario de La Habana era
lugar preferencial para los hijos de españoles y nada acogedor para los de
condición mestiza como Ramón, una barrera imposible de superar para acceder a
los estudios religiosos.
Desde muy joven comenzó a trabajar como ayudante de joyería, oficio en el que
logró grandes avances. Pero una crisis económica ocurrida durante el gobierno de
Menocal en 1920 provocó el cierre de numerosos negocios dedicados a estas
faenas, y Ramón decidió desarrollar sus labores solamente dentro del ámbito
eclesial. Así, los entonces seminaristas Ángel Varela y Orlando Cobo, hoy
venerables sacerdotes de la Iglesia cubana, lo verán haciendo de carpintero,
electricista y otros trabajos en el seminario habanero.
La vida de Ramón Junco está plena de anécdotas interesantes, conocimiento de
grandes figuras y sucesos trascendentales, todo esto a pesar de que la mayor
parte del tiempo se mantuvo en el círculo de su entrañable parroquia. Es
lastimoso que no haya recogido por escrito todas las historias que guarda en su
mente. Hasta no hace mucho tiempo conservó con mucho respeto y cariño la enseña
nacional que el colegio San Luis Gonzaga, anexo a la iglesia parroquial, llevara
al desfile en aquel memorable 20 de mayo cuando nacía la República. A finales de
los noventa todavía Omar Rodríguez Saludes pudo hacer una foto de aquella
bandera, casi convertida en hilachas.
Ramoncito recuerda a Juan Gualberto Gómez, íntimo amigo de su padrino, en las
visitas que hacía a éste en la iglesia o los recados que llevaba a su casa. Otra
figura muy relacionada con la persona de Junco lo fue el padre Ángel Gaztelu,
destacada personalidad de la Iglesia y la cultura cubanas, fallecido hace pocos
años en Miami. Los dos se tuvieron un afecto mutuo que pude verificar durante
una de las últimas visitas del célebre párroco a La Habana.
Por causas más bien relacionadas con el mundo de la política, la figura de Grau
San Martín coincidió con la existencia de Ramón cuando tuvo que ocultarse
durante meses en los locales de la casa parroquial huyendo de la persecución
machadista. Siendo presidente del país el hombre de Palacio no olvidó las
atenciones y discreción del sacristán y le envió un pase permanente para acceder
a la residencia presidencial, algo que el favorecido nunca utilizó. Pero las
muestras de gratitud continuaron llegando a través de los regalos enviados por
Grau y su cuñada Paulina en diferentes fechas festivas del año.
En otros momentos del acontecer cubano correspondió a Sergio González (El
Curita), contar con el amparo del sacerdote de esta vetusta iglesia habanera y
una vez más Ramoncito veló por la seguridad de un refugiado. Pero este sencillo
hombre no alardea de su servicio humanitario en pro de los que requirieron su
ayuda en alguna ocasión. En definitiva, según Ramón ésta es una prerrogativa
concedida al Espíritu Santo en el siglo XIX por una bula papal que decretaba el
derecho de asilo a los que se refugiaran en sus predios.
Ramón Junco posee entre innumerables cualidades alma de investigador. Esta
inclinación le llevó a buscar el paradero de los restos del obispo Jerónimo
Valdés, cuyo cadáver fue removido del nicho para evitar que en 1762 los
ocupantes ingleses profanaran su tumba. Al concluir la breve presencia británica
en la parte occidental de Cuba y retornar la Corona de España, nadie recordó el
sitio del enterramiento. No fue hasta 1936 que Ramón dio con el sitio gracias a
su perseverancia y un hecho casual que bien pude ser visto como obrado por la
Providencia.
Igualmente promovió el rescate de las catacumbas situadas bajo el presbiterio,
cuya entrada se mantenía sellada desde 1830. Después de ubicarlas comenzó una
ardua tarea de excavación para sacar los escombros. Si estos locales pueden ser
visitados en la actualidad se debe antes que nada al interés y dedicación del
señor Junco.
Considerado altamente por todos los obispos y clero que han pasado por la
capital, su nombre es conocido más allá de los límites de la ciudad. Se dice que
el Cardenal Jaime Ortega al referirse a su persona le ha llamado el cuasi
párroco del Espíritu Santo. Si el prelado cubano ha utilizado realmente dicha
expresión, razones no le faltan.
A la muerte de su padrino en 1946, el mismo día que la ciudad era azotada por el
famoso huracán, Ramoncito asumió las funciones del difunto. Desde entonces las
desempeñó con esmero hasta hace apenas cuatro años. La confianza, deferencia y
distinción hacia su persona por parte de los dos cardenales que ha tenido la
Iglesia cubana, Manuel Arteaga y Jaime Ortega, es motivo suficiente de modesto
orgullo para este hombre singular.
Pero a Ramón todavía le esperaba una satisfacción extraordinaria. Durante la
visita de Juan Pablo II a Cuba se le concedió el privilegio muy merecido de
recibir de manos del Papa la comunión. Tuve la dicha de presenciar de cerca
aquel acontecimiento, y observé cómo le flaquearon las piernas al imperturbable
archivero cuando se disponía a subir hacia el improvisado altar levantado en la
Plaza José Martí. Emoción comprensible si se tiene en cuenta la cantidad de
personas en el mundo que tratan de ver al representante de Pedro en Roma, la
mayoría de las veces infructuosamente. Sin embargo, Ramón tuvo esa gracia sin
salir de la Isla, y además recibió la eucaristía de sus manos. Ese momento
grande quedó plasmado en una foto donde ambos hombres de Dios, sencillos los dos
en sus respectivos puestos y de edad avanzada se encuentran en el acto de dar y
recibir a Cristo sacramentado, uno de los mayores premios que pudo dar el Señor
en vida a este cubano bueno.
A pesar de su dedicación a la vida eclesial, Ramón Junco asumió totalmente el
papel de laico comprometido. A la edad en que la mayor parte de los hombres
empiezan a hacer el conteo regresivo para su ida de este mundo, él se casó con
la que sería su compañera para toda la vida. Ella le hizo conocer del don de la
paternidad al darle tres hijos. Únicamente la muerte pudo separar una unión
conyugal que perduró por casi cuatro décadas. Ramón supo sobreponerse al dolor
de la pérdida.
Su vitalidad es realmente envidiable. Confiesa que frecuentó al médico a los
cincuenta años y jamás ha tenido que ser sometido al quirófano. Solamente en
cierta ocasión, a mediados de los noventa, la Parca realizó una finta en su
cuerpo y lo dejó inconsciente junto al sagrario. Algunos auguraron que había
llegado la hora de su partida definitiva, pero como el ave Fénix renace de sus
cenizas, así salió Ramón de la cama de convaleciente en el hospital Ameijeiras.
En los días de sopor se le escuchaba musitar la oración del Rosario que mantuvo
en sus manos todo el tiempo que estuvo ingresado.
Al recobrarse su primer pensamiento estuvo en la pronta recuperación para
regresar a su trajinar de cada día.
Pero cien años no pasan en balde. Muchas de las facultades de Ramoncito le han
ido abandonado, muy lentamente por cierto, pero irremediablemente. Aún puede
leer, sigue tocando el órgano en las misas del cercano santuario de La Merced,
como lo ha venido haciendo por tanto tiempo, y hace cuanto esté en sus manos
para seguir siendo útil, una característica que el cardenal Ortega señaló
recientemente al ponerle como ejemplo del servicio que pueden prestar las
personas de la tercera edad.
Me hubiera gustado estar presente en las actividades planificadas para este 31
de agosto en homenaje a Ramón Junco Sterling en su centenario. Lamentablemente
parece que no podré estrechar ese día su figura enjuta para desearle que siga
recibiendo la bendición divina y que permanezca entre nosotros cuanto sea
posible.
No seré el único, pues a la cita faltarán el entrañable padre Elpidio López y
Carlos Bernal -en la diáspora-, su amigo Eusebio Leal por problemas de salud, su
hijo mayor que reside en México, y tantos otros que por diversas razones no
podrán felicitar personalmente al homenajeado. Pero estoy seguro que todos,
presentes y ausentes, estarán felices al saber que el archivero, sacristán,
sacerdote de corazón y hombre bondadoso llegó a tan extraordinaria meta.
Es nuestro deseo seguir disfrutando de Ramón, el eterno Ramoncito de la eterna
sonrisa y el gesto afectuoso. Personas como él labran un lugar en el corazón de
quienes tienen la suerte de conocerles. Solamente de esta manera es que el don
de la longevidad se convierte en una bendición que todos agradecen.
Continuaremos....................
Hoy 11 de Junio 2007
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