SIEMPRE PIERDO

 Siempre pierdo,
siempre he perdido.
Aquello que perdí
es perdido.
 Siempre pierdo
en las cosas grandes,
y en las chicas.

Pierdo
cuando al llegar a un punto
me descuelgo,
desaparece la cosa en mi cabeza,
enredada en toda mi juventud
y otra aparece
desde un rincón perdido
tal vez olvidado,
frágil, desnuda, titubeante,
a la vez que inocente,
sabiendo entre sus piernas
los saberes de la vida;
desde un rincón perdido,
tal vez inventado
o el caos.

 Siempre pierdo,
lo grande se agiganta,
lo pequeño encoge,
se pierde lo que tengo
entre estas mis dos manos
entrelazadas en la vida,
con fuerza, con mucha fuerza,
con toda mi fuerza.
Pero no basta.
     Y se derrama.

          No busco lo perdido
pues ésto nueva vida crea,
renace,
no sé con qué fuerza
quizás con la robada,
con la mordida a mis brazos,
con la que me sobró
para dejarles escapar.

 Siempre pierdo,
desde la infancia
que ya perdí,
perdí mi soledad,
mi mundo ausente de todo,
de todos, de lo que quedaba de perder.
 Perdí
el calor humano que siempre
siempre he necesitado,
lo perdí gracias
a que tenía que crecer
para perder mi baja estatura,
para perder esa belleza de los críos
y convertirme en un adulto;

que necesito de vestidos
que me adornen,
como vosotros necesitáis,
porque no todos sois guapos,
tan guapos como necesitáis
vestidos que os adornen.
Seáis hombre o mujer, los necesitáis.

 Siempre pierdo,
se me pierden
esos versos geniales
aparecidos en la noche
cargada de dos copas y jolgorio,
perdida esa facilidad de palabra
que podría ser mía
pero que he donado a mi cabeza,
a mi recuerdo, a mi futuro.

 Siempre pierdo
y esos versos se olvidan
en el olvido,
en el rincón perdido,
tal vez entre el polvo del caos.
 Perdí, ya crecido,
con aquello a lo que jugué,
como había ya perdido
cuando jugaba a ser niño.

Se complicó la vida
y de pronto fue más fácil perder,
por el poco sueño y los desvelos,
por los amores perdidos,
por las mujeres de mis ensueños.

 Perdí la vida
contemplando
mis manos quietas,
boca arriba y boca abajo.
Perdí,
por mirarme en el espejo,
mi vista, mi mirada.

Desde entonces he ido perdiendo
la luz, como la noche pierde
sus murmullos al calor del verano,
que se sienta en las terrazas de las calles
y relata su griterío,
me grita a voz en grito
que me he perdido,
me enumeran
lo que ellos han visto caer
de mis bolsillos rotos,
con un coro imperfecto
que me susurra
desde un rincón perdido,
tal vez inventado,
tal vez cubierto de polvo
o el caos.

 Pierdo
ahora también pierdo
partes de mi cuerpo,
mis uñas que corto,
mi pelo que me cortan,
mis lágrimas que caen
producidas por la alegría,
trozos de mis labios que me muerdo
sin querer o porque afean;

porque no soy guapo,
tan guapo como quisiera,
necesito de ropas que me adornen
la desnudez  perdida.

 Pierdo en las  tardes
las tardes,
en las mañanas perdidas
he perdido el tiempo.
La noche me acoge
porque es verano,
porque la oscuridad me pierde,
porque me envuelve el cuerpo entero
la claridad del flexo
que inunda con su niebla la calma
de lo perdido,
de lo inventado,
tal vez el caos,
ese caos,
eso inventado,
eso tan perdido
en lo que me encuentro
con tantas cosas
que me faltan por perder

perdidas.
    2-5-94

Victor  Mozo

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