El nudo

Cierto día Gordio, un hombre que vivió cientos de años antes de Cristo, se hallaba labrando su tierra cuando un águila de alas fantásticas se posó sobre el nudo que sujetaba el yugo a los bueyes. Por más que el labrador trató de ahuyentarla, la imponente ave, se quedó allí prendida por el resto del día. Desconcertado ante tan insólito suceso, Gordio terminó convencido de que en realidad aquello se trataba de un mensaje celestial, por lo tanto sin perder tiempo decidió ponerse en marcha para consultar un oráculo. Ya llevaba varios días de viaje cuando en un recodo del camino vino a su encuentro una bella adivina que fijando sus ojos en él le dijo: "¡Algún día serás rey de Frigia!" Después la deslumbrante mujer sin más rodeos le propuso matrimonio, cosa que Gordio aceptó enseguida. Para llevar a cabo este propósito se retiraron a una lejana aldea donde no demoraron en tener un hijo.

Por ese tiempo los frigios sostenían una feroz guerra imposible de superar y el oráculo había anunciado que la lucha sólo terminaría con la llegada de un gran carro mágico que traería un poderoso rey, que sería quien pondría fin a tanto desorden. Pero quien llegó en un carro fue Gordio con su familia, que ni bien los frigios repararon en ellos creyeron que se cumplía la profecía y resolvieron dejar de guerrear.

El carro de Gordio fue entonces considerado un símbolo de paz y los frigios le dispensaron gran devoción. Muchos años después se decía que aquél que lograra deshacer el nudo del milagroso carro dominaría para siempre el Imperio Persa. Los hombres más sabios y los más forzudos lo habían intentado, pero ninguno pudo desatarlo.

Fue tanta la fama que adquirió el nudo que hasta llegó a oídos del audaz Alejandro Magno. Decidido éste, rápidamente se dirigió a Frigia y allí se sometió a la prueba de desatarlo, sin embargo no logró su cometido. Viendo entonces que aquel fracaso lo estaba dejando en ridículo, desenvainó con ímpetu su espada y de un solo mandoble cortó el nudo.


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