El gato

Este es un relato muy antiguo, que se desarrolla en una de las tantas aldeas que había en el norte de la Península Ibérica.

El pequeño Sancho, de diez años de edad, vivía con sus hermanos en casa de sus abuelos. Allí, solía llegar con frecuencia la tía Domitila para ayudar en las tareas a las criadas.Por las noches, después de la cena y aprovechando la luz que brindaba el fuego, la tía acostumbraba entretener a los niños con algún cuento de su repertorio, que por lo general se trataban de las apariciones del demonio, al cual era muy aficionada. En esta ocasión, la tía relataba, que un ser invisible de gran poder, solía alojarse en algún cuerpo ajeno sea éste hombre o animal, y desde allí desplegaba toda su malicia sobre quien se le pusiera por delante. Otro tramo del cuento, decía que el ruin demonio, había atacado a un vecino del lugar y que del pobre infortunado solo se habían hallado sus zapatos con los dedos de los pies adentro.

A medida que avanzaba el relato, Sancho no dejaba pestañear sus ojos por seguir los movimientos de la boca de la tía, esperando que de ella saliera en cualquier momento una llamarada fulminante. Daba la casualidad, que cerca del fuego, estaban dormitando los dos gatos que había en la casa. Uno, leonado, muy casero y por demás holgazán, el otro, renegrido, agreste y un magnífico cazador. En este último puso sus ojos Sancho y después del revelador cuento de la tía Domitila se preguntaba: ¿estará metido el demonio en esa piel negra? A partir de allí andaba el chiquillo meditando acerca del asunto, y donde quiera que encontraba el gato, hacía un rodeo para no cruzarlo y si el gato lo miraba, se tapaba la cara y echaba a correr.

Así fue que de tanto esquivar al gato y preguntarse si era el mismísimo demonio, un día se dijo: ¡tengo que probar! Y estando el gato durmiendo al calor del fuego, se acerco despacio y le propinó un soberbio tirón del rabo. El gato dió un salto, soltó un bufido y tomó carrera para alejarse. Este primer triunfo le dió a Sancho ánimo para resolver el problema, y entonces cada vez que encontraba el gato, lo tomaba del rabo para sacudirlo, y hasta llegó a la audacia de arrimarle un puntapie.

Después de sufrir tales pruebas, el minino no mostró, ninguna actitud de rebeldía, y ningún rayo exterminador asomó por sus ojos, ni por su boca. Así llegó Sancho a convencerse de que el infame demonio no estaba metido en aquella piel negra, y que si estaba, era muy bonachón. Esta idea lo tranquilizó, y desde entonces cambió el modo de tratar al gato. Comenzó a mimarlo y finalmente terminaron como excelentes amigos.

Volver

Hosted by www.Geocities.ws

1