La ostra

Dos bretones paseaban por la orilla del mar. De repente uno de ellos señalando un peñasco gritó:

¡Mira, mira, allí hay una ostra!

El otro, rápidamente se abalanzó sobre la piedra en la cual estaba incrustada la ostra, la arrancó y se la metió en el bolsillo.

¡No te la guardes ( rezongó el primero ) que la ostra es mía, pues yo fuí quién la descubrió!

¡Bueno, pero yo me tomé el trabajo de recogerla!

¡Pues me la das!

¡Que no me da la gana!

Y que si la ostra es tuya o es mía, los dos bretones se agarraron a los puñetazos.

Tanto alboroto, llamó la atención de un paseante que resultó ser, el clérigo de la comarca. Al verlo acercarse, los bretones pensaron que la Divina Providencia lo había enviado, entonces, dejando de lado la contienda narraron el caso al oportuno clérigo y se sometieron a su veredicto.

El clérigo, alzando sus ojos al cielo dijo:

¡El asunto está peliagudo por demás!

¿Tú la has visto y tú la has recogido?

Sí, sí, su eminencia, contestaron los bretones.

Pues bien hijos míos, en este caso no cabe mas que una transación.

¿Y qué es eso? preguntaron al unísono.

Eso es.... haber ¿ donde está la ostra? inquirió el clérigo.

Aquí está, dijo uno sacándola del bolsillo.

¡Damela! ordenó el clérigo, y tomando el cuerpo en disputa, lo examinó por un instante, luego sacó del bolsillo un pequeño cuchillo, abrió con éste la apetitosa ostra y se la engulló de un solo sorbo. Después separando las dos conchas vacias entregó una a cada bretón diciéndoles:

"Esta es la única manera racional y justa para solucionar el pleito". Y sin dar más explicaciones dió media vuelta y se marchó continuando su paseo.

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