Abderrahman III (año 930)


Abderrahman, desligado del califato de Bagdad, hizo realidad su sueño y fundó su propio califato con capital en Córdoba. Este hombre demostró su grandeza y generosidad en la magnitud de sus obras, en las que invirtió sumas fabulosas. Mandó construir cerca de la capital, en un bello paraje, una ciudad llamada Medina a–Zahra, en honor a su sultana favorita. Las construcciones que allí se hicieron contaron con cuatro mil columnas de mármol y jaspe multicolor, más de medio millar de puertas de hierro, bronce bruñido y otros metales. Se construyeron dos impresionantes fuentes: una de bronce y oro traído de Constantinopla y otra de mármol verde de Siria. El Salón de los Califas tenía el techo de oro realzado con filigranas y puertas de oro y ébano. Contaba con un gran pilón central lleno de mercurio, que podía ser puesto en movimiento utilizando un ingenioso mecanismo secreto, y que al moverse hacía maravillosos efectos de luz en el salón.

La cámara del rey estaba recubierta de suntuosas telas bordadas en oro, sedas brillantes cubrían los mullidos cojines que abundaban por todas partes. Todos los ambientes estaban aromatizados por un aire perfumado que surgía de tubos que se hallaban ocultos bajo los pisos.

En torno al palacio había otras grandiosas construcciones: mercados, colegios, baños, hospederías, jardines espectaculares y estanques con cientos de peces de colores. Las calles de la ciudad estaban pavimentadas y pulidas y todo aparecía iluminado con linternas.

A toda esta mezcla de riqueza y refinamiento se añadía un llamativo auge cultural y literario, se fundaron bibliotecas y colegios. La ciudad era un verdadero enjambre activo que todos los visitantes observaban deslumbrados.

El poder de Abderrahman era inmenso, los más altivos príncipes y reyes solicitaban su alianza.

En los últimos días de su vida se lo notó algo nostálgico, pero siempre amable con cuantos lo rodeaban; disfrutaba de la conversación con sus amigos y también gozaba de las gracias de su criada Noiratedia. Después de la muerte del califa se encontró un cofre celosamente guardado donde se halló su diario personal y allí confesaba: "He reinado durante cincuenta años en paz y gloria, he amado a mi pueblo, temido a mis enemigos, honrado a mis aliados. Los príncipes más poderosos de la tierra han solicitado mi amistad. He tenido poder, riquezas, placeres y honores, pero he contado los días que he sido feliz sin ninguna amargura y sólo he hallado catorce en mi larga vida..."

La obra de Abderrahman sería continuada por su hijo Alhakem que se hizo cargo del califato. Éste llevó adelante un reinado pacífico y fecundo. Fomentó las obras piadosas, liberó esclavos y donó bienes en provecho de la enseñanza de los niños desamparados.

Tuvo Alhakem especial cuidado con su biblioteca, que se convirtió en una de las más visitadas para consultar sus interesantes ejemplares. Su interés por los libros le valió el apodo de "El Sabio". Lamentablemente Alhakem tenía muy mala salud, era propenso a la parálisis y finalmente esta enfermedad terminaría con su vida. El reinado de Alhakem duró quince años en total.


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