Almanzor (años 970 – 1002)


Caía la noche en la espléndida ciudad de Córdoba. Un grupo de jóvenes conversaba animadamente mientras comían higos y dátiles en miel. Entre bromas y risas uno de ellos dijo a los demás que cuando él fuera un gran soberano todos estarían a su lado ocupando altos cargos en el gobierno. Quien sentía tal vocación de mando era un sencillo muchacho llamado Mohamed ben–Abi–Amir. Este joven estudiante pronto llegó al palacio del califa Alhaken II y su carrera fue rápida y fulgurante. Fue contratado para desempeñarse como secretario del heredero al trono y también como intendente de los bienes de la sultana Aurora–Zohbeya. Tiempo después fue nombrado director de la moneda del Califato. Inquieto, Mohamed se acercó al ejército con el fin de recibir instrucción militar y por cierto tuvo ocasión de demostrar su destreza para el combate al ser enviado a la guerra de Marruecos, ocasión que él aprovechó para hacer amigos entre los príncipes africanos.

A su regreso a Córdoba, se convirtió en amante de Aurora–Zohbeya, quien tenía la tutela de Hixem II, el pequeño califa que había heredado el reino a la muerte de Alhaken II. Para no dejar ningún detalle librado al azar, Mohamed tomó una esposa que resultó ser la hija del jefe del ejército.

Y así fue como dio inicio a su carrera de dictador del Califato. En común acuerdo con Aurora, Hixem II fue recluido entre las mujeres del harén, donde quedó desligado de los asuntos del califato para siempre. Mohamed ordenó entonces una serie de crímenes para deshacerse de cuantos podían ser obstáculo en su camino: hasta la misma Aurora fue alcanzada por el infortunio, pues habría de ser enviada al destierro. También arremetió este hombre contra la biblioteca del difunto Alhaken II, quemando en la plaza cuanto libro consideró innecesario.

Sus avances contra los reinos del norte de la Península Ibérica eran devastadores. Ávila, Cáceres y León fueron víctimas de sus agresiones desmesuradas.

Este despiadado mortal, orgulloso de sus triunfos, se llamó a sí mismo Al mansur bi'llah, es decir, "el victorioso con la ayuda de Alá", apodo éste que no dejaría nunca jamás.

En una de sus giras por el levante peninsular, Almanzor ordenó arrasar la capital catalana. Después caerían en sus garras Sepúlveda, Zamora y Navarra. En Galicia, destruyó Santiago de Compostela; donde además obligó a los prisioneros a cargar sobre sus espaldas las puertas de la ciudad y las campanas de la iglesia para utilizarlas como lámparas en la mezquita.

En 999 recorrió el río Ebro hasta Zaragoza: la muerte y el terror que sembró entre los pobladores hizo que éstos creyeran que el año 1000 era realmente el fin del mundo. Sin embargo, el sufrimiento estaba a punto de cesar: una molesta enfermedad comprometió la salud del inclemente Almanzor. Después de dos años de combates un poderoso ejército microscópico que vivía en su interior lo condujo a la muerte. Una crónica de la época dice: "En el año 1002 murió Almanzor y fue sepultado en los infiernos".


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