Carlos e Irene (año 800)


Constantino era un niño cuando heredó el trono de Constantinopla. Su madre, Irene, gobernó como regente en su lugar. Esta emperatriz fomentaba sus buenas relaciones con el poderoso rey de los francos, Carlomagno, por lo tanto buscó comprometer en matrimonio a su hijo con la hija mayor de Carlos; pero cuando los niños comprometidos alcanzaron la edad de contraer enlace no hubo acuerdo entre sus padres al firmar el contrato matrimonial. Carlos pretendía que el joven Constantino gobernara el reino con plenos poderes, pero la ambiciosa Irene se negaba a dejar el trono. Este desacuerdo llevó a una ruptura de la amistad que había entre ambos.

Pasado algún tiempo hubo en Constantinopla una sublevación que obligó a Irene a dejar el poder. Pero esta emperatriz no era hueso fácil de roer, por lo que unos años después recuperó el gobierno, y en esta oportunidad aprovechó y se deshizo de su propio hijo. Después de asentarse nuevamente en el trono Irene envió a Carlomagno embajadores que llevaron ricos obsequios para el rey a fin de reanudar su vieja amistad con él. Carlos por su lado los recibió con gusto.

Parece ser que la pretenciosa Irene veía con buenos ojos un posible matrimonio con el rey de los francos, lo cual le aseguraría la permanencia en el trono de Constantinopla. Al parecer Carlomagno no pensaba lo mismo, su amistad con la reina no era suficiente motivo para dar semejante paso; por lo tanto no dio ninguna protección a la emperatriz cuando ésta fue nuevamente destronada y condenada al destierro. Y de este modo quedó roto una vez más el lazo que unía a Oriente con Occidente.


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