Karlus y León (año 800)


León III obraba de jefe espiritual de los cristianos en la Iglesia de Roma. Parece ser que este pontífice tenía una conducta que distaba bastante de ser correcta. Se lo acusaba de inmoral y de perjudicar a muchos con sus actitudes.

En una ocasión, durante una procesión una multitud enardecida lo atacó, lo arrojó de su caballo y lo dejó por muerto en el suelo casi sin ropas. Entonces León fue encerrado en un convento, pero consiguió escapar y buscó refugio del otro lado de los Alpes, donde pidió ayuda a Carlomagno, el rey de los francos, a quien veía como un poderoso protector. El rey le prometió ayuda y le proporcionó una escolta para que regresara a Roma.

Al año siguiente Carlomagno se dirigió a Roma para mediar de árbitro entre León y sus acusadores; reunió un concilio de altos dignatarios, eclesiásticos y laicos, y allí, ante esta ilustre concurrencia, tuvo que sincerarse León arrepintiéndose de su mal proceder.

Días después, recuperada ya su jerarquía eclesiástica, León organizó una reunión en la iglesia invitando al rey de los francos. Durante la ceremonia que oficiaba el mismo León, después de invocar a Dios ante el altar, se adelantó hacia Carlos y le puso sobre la cabeza una corona de oro, mientras decía: "¡Viva Carlos Augusto, coronado por Dios emperador romano y árbitro de la paz!"

La sorpresa hizo mudar de color la cara del rey de los francos. Parece ser que a Carlos le pareció inoportuna tal ceremonia, por ciertos comentarios que luego hizo a su fiel amigo Eginardo: "Si hubiera sabido de las intenciones de León no habría puesto nunca los pies en esa iglesia, aunque fuera el día de Navidad".


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