Marozia (año 910)


Parece ser que por esos años, además de una conducta bastante descarriada, crueles actitudes se habían apoderado de los jefes eclesiásticos de Roma. El desorden moral que reinaba era tal que llegaba a una gran dosis de ferocidad entre los mismos. Como el caso del pontífice Formoso (891 – 896), que fue desenterrado de su tumba un año después de su muerte para ser decapitado y luego arrojado a las aguas del río Tiber.

En medio de semejante panorama, por esos días vivía en Roma un tal Teofilácto. Era éste un codicioso juez que ambicionaba ser parte de la nobleza romana. Este hombre tenía cierto parentesco con el sumo pontífice, Sergio III, y allí vio su esperada oportunidad para subir las escaleras del poder. Para ello se valió de la complicidad de su esposa Teodora y de su hija Marozia, mujeres éstas tan ambiciosas como libertinas. Marozia estaba casada con Alberico de Espoleto, cosa que no impidió que esta descarada se metiera en la alcoba de Sergio III y se convirtiera en su amante.

Adquirido ese título, Marozia comenzó a celarse de las otras busconas que rondaban por la alcoba del pontífice. Rápidamente comprendió que debía clavar sus garras en el poder conquistado. Así fue que esta mujer y su madre comenzaron a cometer todo tipo de desatinos, inclusive llegaron al asesinato, para quedar entonces como únicas manipuladoras de los asuntos internos del palacio episcopal.

Por su parte, Teofilácto, metido ya en las pantuflas del poder, se nombró a sí mismo cónsul, duque y senador del pueblo romano; y a su vez premió a Marozia y a su madre Teodora designándolas también senadoras.


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