Mesalina (año 42)


En Roma las prostitutas eran consideradas como preservativo del honor de las familias. Los jóvenes romanos estaban muy acostumbrados a concurrir a los lupanares en busca de placeres; generalmente estos sitios estaban ubicados en teatros, en el circo, en el estadio, etc..

La joven esposa del emperador Claudio era una especie de monstruo de lujuria, que tenía alquilada una celda en uno de los lupanares más miserables de Roma. En la puerta de la misma figuraba su nombre de guerra, Lycisca, y allí recibía a sus clientes sin despreciar a ninguno. Pero las correrías de la emperatriz no terminaban allí: Mesalina convirtió el palacio en un auténtico burdel; Claudio no parecía enterarse de nada, a tal punto que en una ocasión un prefecto de la guardia real quiso poner al emperador al tanto de las andanzas de su esposa... El imprudente olvidó que la voluntad de Mesalina era ley en la corte y se cavó su propia tumba.

Esta mujer parecía no tener límite en sus andadas: con el propósito de atraerlo a sus orgías asedió hasta al mismísimo Séneca, pero al ser rechazada por el filósofo, se vengó de él acusándolo de conducta dudosa delante de Claudio.

En cierta oportunidad la insaciable emperatriz se enamoró locamente de un joven y apuesto cónsul. Aprovechando una ausencia del emperador se entregó con su amante a orgías desenfrenadas, acompañada por éste y un grupo de jóvenes libertinos. Bailaba apenas cubierta por una piel de pantera, cuando de pronto resonó un grito en el palacio: "¡Llegó el emperador!". La pareja y sus acompañantes huyeron despavoridos, pero no pudieron escapar de la venganza de Claudio.

Éste saboreaba una exquisita comida cuando se enteró sin pestañear que Mesalina había partido hacia el reino de las sombras.


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