Roma (años 37 – 41)


Roma, la antigua aldea edificada a orillas del río Tiber había crecido como ninguna otra. Con un ejército fuerte y una gran red de contactos comerciales Roma pasó a ser la capital del gran imperio. El poder y las riquezas llegaron a las clases superiores, que comenzaron a adoptar costumbres por demás lujosas y también ociosas.

Por su lado, el pueblo romano solía concentrarse en el circo y en el hipódromo para disfrutar de los juegos que allí se realizaban. Esta ciudad contaba además con escuelas de retórica, derecho, gramática y elocuencia.

En Roma el pueblo y sus jefes sentían devoción por diversos dioses (Júpiter, Venus, Minerva, etc.) a los que representaban con estatuas que colocaban en los santuarios dedicados a las divinidades. Estos seres poderosos y temibles eran venerados en ceremonias donde se practicaban sacrificios y en las cuales no se debía olvidar detalle alguno para no disgustar al dios.

En el año treinta y siete después de la muerte del emperador Tiberio (apodado "el león") tomó las riendas de la ciudad y del imperio un joven de veinticinco años llamado Calígula ("botita"). Este hombre altivo como un pavo real y al parecer con más defectos que virtudes solía decir "que me odien con tal que me teman". No toleraba este emperador que nadie recibiera más honores que él. Apenas subió al trono de Roma tomó el culto de la diosa Isis de Egipto, a la que representaba sentada con su niño Horus sobre las rodillas: esta postura se debió a la gran admiración que Calígula sentía por los divinos faraones egipcios y sus dioses.

En cierta ocasión, un alto funcionario fue citado para rendir cuenta de su conducta ante el emperador; el hombre se cubrió el rostro como si sus ojos no pudieran soportar el resplandor del divino rostro del césar. Calígula quedó tan halagado que en adelante aquel oficial pasó a ser uno de sus preferidos.

Este emperador tenía además la costumbre de derrochar las riquezas del imperio, pero volvía a llenar las arcas cobrando más impuestos a la población. Sin embargo el pueblo lo apreciaba, pues nadie organizaba juegos y diversiones tan espléndidas en el circo.

Roma lloró su sorpresiva muerte cuando Calígula fue asesinado en su palacio, al parecer, por unos oficiales de la guardia real.


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