Sajonia (año 936)


Enrique el Cetrero, rey de los sajones, dejó el reino en manos de su juvenil y entusiasta hijo Otón. Sin embargo su madre, la reina Matilde, hubiera deseado que el trono fuese ocupado por Enrique, su hijo preferido, hombre éste muy capacitado pero demasiado ambicioso. Otón, en cambio, era muy impulsivo y no obraba con la prudencia de su padre; en más de una ocasión castigó sin consideración a ciertos personajes que ocupaban altos cargos. Se creó así muchos enemigos dentro del reino, pero éstos no preocupaban demasiado a Otón. Sólo cuando su hermano Enrique se unió a estos turbulentos se sintió el rey en situación apurada. Apoyado por los sajones, Enrique levantó una rebelión contra su hermano provocando motines hasta en la misma guardia real. Otón se armó de serenidad y pronto dio un escarmiento a los revoltosos. Enrique se puso a salvo dándose a la fuga, pero antes se aseguró de dejar muertos a sus principales aliados. Poco tiempo después acudió suplicante a ver a su hermano para pedir su perdón. Otón aceptó las disculpas y le confió el gobierno de Lotaringia. Pasado algún tiempo, Enrique volvió a las andadas. Esta vez organizó una conspiración contra el rey, pero en esta ocasión el paciente Otón se mostró más severo; mandó decapitar a los cómplices de su hermano y a éste lo encarceló. Entonces Enrique, sintiéndose acorralado, ofreció al rey su sincero arrepentimiento y la renuncia a la corona real. Otón lo perdonó nuevamente y lo hizo duque de Baviera.

De allí en más la armonía comenzó a reinar entre los dos hermanos, que se unieron para luchar contra sus enemigos y así lograron ampliar su reino, que gobernaron con autoridad paternal.


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