Sarracenos (año 637)


Khalid, el más genial, intrépido y cruel jefe de los ejércitos sarracenos, después de conquistar Persia, se dirigió sin demora hacia Damasco. El emperador Heraclio se encontraba en su palacio de Antioquía cuando recibió la alarmante noticia. Preparó rápidamente su ejército pero no pudo vencer a Khalid y Damasco cayó en manos árabes.

Sin perder tiempo, los sarracenos siguieron su avance apoderándose así de importantes ciudades de Palestina. Bien pronto llegó este ejército a las puertas de Jerusalén: un objetivo deseado desde hacía mucho tiempo. Los habitantes de la ciudad prepararon una defensa vigorosa pero, después de luchar durante cuatro meses, Sofronio, el patriarca de Jerusalén, salió sobre las murallas de la ciudad a pedir el diálogo con los jefes del ejército árabe. Entonces exigió a los sarracenos que la entrega de Jerusalén se hiciera en presencia del mismísimo califa. Vino entonces éste de Medina y entró a la ciudad montado en un camello rojo y cabalgando al lado de Sofronio que entregó la ciudad sin efectuarse tumulto alguno.

Después de haber ordenado la edificación de una mezquita el califa regresó a Medina. Dos años después los sarracenos ponían sitio a la ciudad de Alejandría en la cuenca mediterránea. Allí, en medio de asaltos y salidas, los árabes lograron colocar el estandarte islámico en la ciudad.

Heraclio recibió la fatal noticia en su palacio de Constantinopla y su pena sin límites lo llevó a la muerte un mes después.

"Renuncio a vuestra compañía en este mundo y en el venidero..." (frase de Khalid dirigida al pueblo de una ciudad conquistada por él)


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