Vitigio y Belisario (año 540)


El sur de Italia estaba en manos de los ostrogodos. El rey que gobernaba era un hombre débil de quien la población romana deseaba librarse cuanto antes. El general Belisario desembarcaba con su ejército en las costas de Sicilia y avanzaba hacia Roma. Mientras tanto, los ostrogodos decidieron deshacerse de su inútil rey y proclamaron en su lugar al valeroso Vitigio.

Durante una ausencia de Vitigio, los romanos abrieron las puertas de la ciudad a Belisario y sus tropas, pero el ostrogodo regresó rápidamente y, como un león irritado, se arrojó con su ejército al asalto de los muros de Roma. Todos sus ataques fueron rechazados y los ostrogodos perdieron a muchos de sus hombres. Entonces Vitigio decidió destruir los acueductos romanos que se prolongaban hacia la campiña. Eso hizo que las mismas quedaran inhabitables. Los romanos que vivían en las colinas comenzaron a recoger agua del río Tiber y la mantenían en cisternas, pero la descomposición de la misma se transformó en un peligroso foco de paludismo. Tras los muros de la sitiada ciudad la situación no era mejor: las termas y baños romanos dejaron de cumplir su misión higiénica y pronto se sintieron los efectos de la escasez, las epidemias y las hambrunas. Los ciudadanos romanos rogaban a Belisario que capitulara, pero éste sostenía que mientras él viviera Roma no caería en manos de los ostrogodos.

Después de un año de asedio, Vitigio se vio obligado a abandonar la lucha. Su ejército se había reducido a causa de la muerte de muchos de sus mejores hombres. Belisario comenzó entonces una defensa agresiva de toda la región, persiguiendo a los ostrogodos día y noche.

Después de algunos años de duras luchas, Belisario logró adueñarse de Ravena, de Vitigio, de su esposa y de los nobles más importantes entre los ostrogodos. El general emprendió entonces el regreso a Constantinopla llevando el precioso botín. Allí fue condecorado por el emperador como el gran vencedor de reyes.


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