Índice

La juventud de la edad

 

 

En el centro de nosotros hay algo que es siempre joven. Es más, podríamos decir que si envejecemos sabiamente, seremos cada vez más lozanos, nos sentiremos ligeros de equipaje, despojados, libres, auténticos, felices.

 

Mirada así, la vida es un proceso de juvenecimiento, en que el cuerpo se gasta, pero la esencia juvenil se puede ir revelando cada vez con más potencia y belleza.  Como si la cáscara fuera cayendo hasta liberar completamente lo esencial de su contenido.

 

En una maduración sabia vamos dejando atrás miedos e inseguridades, despojándonos de preocupaciones y falsas imágenes, aceptando el dolor y las etapas del vivir, soltando tantas trabas y angustias propias de las primeras décadas, como la apariencia, la competencia, el correr permanente, la obsesión por la eficiencia. Todo eso va perdiendo peso frente al valor de un buen momento humano, del disfrute y la conexión con las cosas más simples y cotidianas, y, junto con ello, a la capacidad de gozar, de reírse de uno mismo, dejando las pretensiones y la necesidad de sobresalir de lado. La libertad de vivir por lo que realmente se quiere, de parir los anhelos, soltando la necesidad de agradar a diestra y a siniestra.

 

En algún momento del proceso humano, por un llamado personal e íntimo, tomamos la decisión de internarnos por este camino de liberación que nos lleva a contactarnos con la esencia misma de nuestra juventud. O, dicho de otra manera, tomamos la senda opuesta de las manías, los apegos, las tacañerías, la descalificación de aquellos que son o piensan distinto. Lola Hoffmann decía que una mujer alrededor de los cuarenta años decidía si se  iba a transformar en una vieja sabia o en una vieja amarga.

 

Las viejas sabias son producto de una vida que tendió a través de los años a un develar la esencia, encontrando satisfacción en el ser y no en el parecer.  Priorizando la generosidad y la amplitud de criterio por sobre la crítica, y el amor y la aceptación más allá de las diferencias. Privilegiando el gozo del momento por sobre la imagen ante los demás. Abiertos a los misterios de cada día, desde el simple vuelo de las mariposas hasta las últimas visiones del universo y el ser humano. Un viejo joven se sigue haciendo las mismas preguntas que se hacen los niños: ¿de dónde viene todo?, ¿qué hay más allá?, ¿por qué, por qué, por qué? En la comprensión de que todas las respuestas son parciales, de que siempre habrá una puerta más que abrir, una visión que ampliar, alguien que nos podrá aportar una nueva luz.

 

En la medida en que juvenecemos, cada vez es más luminosa la palabra misterio.  Somos siempre jóvenes, vitales, y el proceso de vida es un descubrir esa juventud para expresarla en toda su belleza en los últimos años de la vida.

 

 

Patricia May

 

 

 

 

Inicio

 

Hosted by www.Geocities.ws

1