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En busca del alma escondida
En
la vorágine en que habitualmente estamos inmersos, ya sea por las actividades
propias de la vida en la ciudad o por fuerzas más sutiles e invisibles, es
importante saber que es posible contactarnos con un centro personal de
quietud y serenidad que está siempre presente. Esperándonos, se podría decir.
A
este centro de serenidad y sabiduría, desapegado y amoroso, le podemos llamar
"alma". No se trata de un concepto que tenga que ver con una
creencia determinada, sino de un estado de conciencia que es posible
experimentar en la medida en que acallemos el ruido psíquico. Las prácticas de
relajación y de centración mental son una gran ayuda para ello. La idea es
parar el movimiento de las ideas y emociones para dar espacio a ese sol
central, radiante y amplio que siempre ha estado allí, pues es el centro
mismo de nuestra psiquis y lo que nos define como seres únicos y al mismo
tiempo conectados con las grandes dinámicas del cosmos. El
contacto con este centro de serenidad interior provoca cambios vitales en el
modo en que nos entendemos a nosotros mismos y a la vida, y por ello suscita con
el tiempo una transformación radical en nuestro sentido de vida, prioridades,
el modo en que educamos a los hijos, la distribución del tiempo, el cómo
ganamos y gastamos el dinero. Quizás muchos de nosotros hayamos tenido
chispazos de esta vivencia en que nos hemos sentido unidos a todo, en paz, en
plenitud y confianza. Si esos chispazos pasan a ser experiencias cada vez más
constantes, nos percataremos de que el universo es una red de la cual
formamos parte, y se abrirá una cálida vivencia de amor por los demás. Con
ello, la necesidad de dar, aportar, dotar de un sentido más amplio a nuestra
vida —un sentido que tenga relación con el bien mayor, aun cuando nuestros
actos sean locales—, surge como un imperativo para el bien del todo. Si me
entero de que todo está interrelacionado, hasta los actos más simples del
vivir cotidiano cobran sentido. Todo importa —los gestos pequeños y los
grandes actos—, porque todo se transmite a la red total. Al
sentirnos conectados con el alma, podemos vivir los periodos de soledad como
etapas plenas, nutricias, en que estamos solos, pero no por ello aislados o
desconectados, sino en profundo contacto con nosotros mismos y con todo. Desde
la vivencia del alma, la vida deja de ser percibida con tanto dramatismo y
nos damos cuenta de que muchas cosas a las cuales damos gran importancia, son
parte de un proceso de evolución. Si dejamos de identificarnos con el drama
del momento para vivirlo con mayor comprensión, paz y sabiduría, eso que nos
tortura será integrado como una etapa. Fuerte, quizás, pero como un lapso que
pasará, dejándonos una experiencia, un aprendizaje. En el centro de nuestra
psique hay una fuente de paz, sabiduría y amor, esperando que acallemos el
ruido, que trabajemos nuestras disonancias, dolores, fracturas y contradicciones
para que lleguemos a beber de esa agua reparadora. Patricia May |