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Meditar
Cuando,
ante una dificultad cualquiera, aceptamos que estamos atravesando una situación
difícil, y luego, descubrimos que esta circunstancia tuvo un origen, estamos
practicando un poco de Zen. Y
si después, vemos que hay una solución a la dificultad, y que además hay una
manera para llegar a esa salida, ya estamos practicando un poco más de Zen. Al
reflexionar acerca de qué nos pasa y por qué nos pasa, o sobre una posible
solución y de cómo llegar a ella, estamos ocupando unos principios básicos
que enseña el Budismo, religión de la cual el Zen tomó una parte importante. Si
alguna vez hemos mirado la naturaleza, y hemos descubierto que es tan sabia y
grande, que sería cuestión de llevar un registro de sus comportamientos y
códigos; extrapolarlos, y determinar como el ser humano podría encontrar su
equilibrio perdido hace ya miles de años, estamos practicando, sin querer,
otro tanto de Zen. Del Taoísmo, el
Zen recogió esta reciprocidad con la madre naturaleza, entre otras cosas. En
un principio, el Budismo fue de India a China, y una vez allí conoció al
Taoísmo. Desde el primer momento
supieron que seguirían juntos a través de su descendiente: el Chan. Que luego pasó a Japón, y allí le
cambiaron su nombre a uno más local: Zen. Chan
y Zen debieran significar lo mismo: dhyana; palabra en sánscrito que pudiera
traducirse al castellano como Meditación, pero en el sentido más
difícil. Una meditación que se logra
silenciando el cuerpo y la mente, quedándose uno solo con lo que se es... Con
sentarnos a media luz y solos, regularmente, estaríamos haciendo dhyana,
dicen algunos. Actualmente
existe numerosas y distintas escuelas de Zen y Chan, en las cuales prevalecen
diferentes aspectos de las enseñanzas originales. Va a depender en definitiva del discípulo, cual de los
distintos caminos pretende seguir.
Pero todos los caminos llevan a un mismo sitio: la iluminación. De forma intuitiva podríamos decir que ese
estado tiene relación con ver todo claramente, con despertar a un mundo más
entendible. Un
aspecto interesante del Zen, entre muchos, es el hecho de aceptar y vivir la cotidianeidad
como uno de los secretos de la tranquila felicidad, a diferencia del tiempo
que nos toca, el cual dicta que lo novedoso y llamativo es la base de la
frenética felicidad. Al estar cien
por ciento presente en cada actividad que realizamos, en cada lugar que
estamos, en cada momento que vivimos, estamos acercándonos a amar y respetar
nuestra vida rutinaria. Muchos
dicen que nosotros los occidentales nunca comprenderemos las maravillas que
descubrieron esos pasivos orientales; que nuestro mundo del oeste es incapaz
de siquiera tratar de vivir una vida equitativa y simple... Bueno, quizá tengan razón. El mundo es lo que hacemos de él. Gio |
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