Carlos Fuentes (México, 1928) es uno de los grandes novelistas en lengua española del presente siglo. Ha dedicado casi toda su obra narrativa a reflexionar sobre la identidad y la historia mexicana y latinoamericana. Sus obras más conocidas –La muerte de Artemio Cruz (1962), Cambio de Piel (1967), Terra Nostra (1975)- se han caracterizado por la búsqueda de la “totalidad”, por el afán (propio de los narradores del “boom”) de mostrar lo más completamente posible los diversos y hasta opuestos aspectos de nuestras complejas sociedades. Paralelamente, Fuentes ha incursionado en narrativa fantástica con cuentos como los reunidos en Los días enmascarados (su primer libro, publicado hace 50 años) y novelas cortas, desde Aura (1962) hasta Instinto de Inez (2001).

Libros de Carlos Fuentes comentados por Javier Agreda en esta página:

 

 

- Constancia y otras novelas... (1990)

 

- La campaña (1990)

 

- Los años con Laura Díaz (1999)

 

- Instinto de Inez (2001)

 

- La Silla del Águila (2003)

 

- Inquieta compañía (2004)

 
 
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Constancia y otras novelas...

 

Autor de una obra sumamente extensa y diversa, Carlos Fuentes ha abarcado desde el realismo crítico de libros como La muerte de Artemio Cruz (1962) o Los años con Laura Díaz (1999) hasta el cuento y la novela fantástica, como en Los días enmascarados (1954) o Instinto de Inez (2001). En varios libros ha intentado unir esas dos tendencias narrativas, aparentemente tan opuestas, siendo el mejor logrado de esos libros Constancia y otras novelas para vírgenes (1990), un conjunto de cinco novelas breves que Alfaguara acaba de reeditar como parte de su Biblioteca Carlos Fuentes.

 

Las cinco historias tienen como elemento central algún suceso sobrenatural y parecen estar ordenadas según el grado de integración entre este elemento y la reflexión sobre el contexto social en que se desarrollan. Constancia, la primera de estas novelas, es un relato que parece sacado de un libro de E. A. Poe: el norteamericano Whitby Hull se ha casado con una misteriosa mujer española, Constancia, la que opta por vivir encerrada en su casa y teniendo como único contacto humano a su esposo. Un día Constancia desaparece misteriosamente y Hull descubre que estuvo casado con un espíritu, pues su esposa había muerto en España muchos años antes.  Las páginas finales del relato tratan de explicar estos sucesos: Constancia fue una de las muchas personas perseguidas por razones políticas durante la guerra civil española. Intentó emigrar a América, pero sólo lo logró después de muerta.

 

No es esa fórmula de relato de horror con coda historicista la mejor manera de unir lo fantástico con el realismo crítico, por eso Fuentes opta por una mayor integración en las dos siguientes novelas del libro, La desdichada y El prisionero de Lomas. La primera es la historia de dos jóvenes aspirantes a escritores que comparten su vivienda con un maniquí de mujer al que llaman “La desdichada”. El irreal triángulo amoroso que se origina (con escenas de celos incluidas) es también el telón de fondo sobre el que el autor hace una nueva versión del retrato del escritor adolescente. En El prisionero de Lomas se retoma el argumento del famoso cuento “Casa tomada” de Julio Cortázar (con quien Fuentes sostuvo una estrecha amistad), sólo que esta vez los invasores de la casa aristocrática están bien identificados: mexicanos humildes que llevan consigo toda su alegría, comidas típicas y fiestas tradicionales.

 

Mucho más personales y ambiciosas resultan las últimas dos novelas. Viva mi fama es una extraña fantasía basada en la vida y obra del pintor Francisco de Goya (1746-1828). Goya es aquí un fantasma sin  cabeza que dialoga con los toreros y personajes que figuran en su serie de grabados La tauromaquia; serie que el pintor, ya completamente sordo y casi ciego, realizara justo antes de morir. Milagros, la  novela final, es una vuelta al tema del sincretismo cultural mexicano (un verdadero leit motiv dentro de la narrativa de Fuentes) a través de la historia de una aparición de la Virgen y el Niño Jesús en la ciudad de México de nuestros días. Irónica e irreverente, la narración no sólo parodia algunos de los mitos religiosos más importantes de ese país (el de la Virgen de Guadalupe, entre otros), sino que se permite jugar con sus connotaciones más veladas y escandalosas.

 

En su ensayo La nueva novela hispanoamericana (1969) Fuentes afirmó que los tres elementos centrales en la renovación literaria que por entonces impulsaba (junto a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, y los otros autores del “boom”) eran el lenguaje, la actitud crítica y la presencia del mito. En Constancia y otras novelas para vírgenes esa propuesta se ratifica, pues sólo cuando equilibra y armoniza esos tres elementos, Fuentes consigue crear relatos que trascienden las fronteras entre la narrativa realista y la fantástica.

 

 

 

La Campaña

 

Uno de los autores fundamentales del “boom”, Carlos Fuentes (1928) ha hecho de la reflexión acerca de la diversidad cultural y la historia de su país ha sido la más notoria constante temática. Desde La muerte de Artemio Cruz (1962) hasta Los años con Laura Díaz (1999), pasando por la monumental Terra Nostra (1975), las novelas de Fuentes han sido casi siempre amplios retratos sociales a vez que reinterpretaciones de sucesos que forman parte del pasado común de todos los países hispanoamericanos. De ahí que en algunos libros se pase de lo nacional a lo continental, como sucedió en La campaña (1990), novela reeditada recientemente por la editorial Alfaguara, una peculiar versión de las guerras independentistas de principios del siglo XIX.

 

La campaña cuenta la vida del argentino Baltasar Bustos, un ficticio héroe de la independencia argentina. En 1810 el joven Baltasar -lector de Rousseau, Diderot y Voltaire- secuestra al hijo recién nacido del Virrey español, dejando en su lugar a un bebé negro, hijo de una esclava. Este acto, recordatorio de las injusticias de los gobernantes españoles, lo llena de remordimientos e impulsa a una vida de aventuras siempre defendiendo la causa americanista. En Bolivia se suma a las actividades guerrilleras de Miguel Lanza y conoce a Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar. Después participa en la independencia del Perú, Chile (colabora con el exitoso paso de los Andes de San Martín) y México, donde lucha a las órdenes del ficticio cura Anselmo Quintana.

 

Todos los elementos de la novela (acciones, personajes, diálogos) están cargados de contenido simbólico y referencias intertextuales. Las peripecias de Baltasar son las etapas de un proceso de aprendizaje marcado por las enseñanzas de una serie de “consejeros arquetípicos” (como los denomina el crítico Seymour Menton) reales o ficticios. Pero el personaje más “alegórico” es Ofelia, la madre del niño secuestrado, de quien Baltasar se enamora a primera vista. El protagonista sigue por todo el continente a esta misteriosa mujer, cuya belleza y sensualidad exacerbadas pretenden convertirla en una representación de la naturaleza americana. Ese obsesivo amor de Baltasar hace de La campaña una parodia de la novela histórica más popular, aquella que va desde Dumas hasta Pérez-Reverte.

 

La crítica ha señalado la complejidad de este libro, que además de relato de aprendizaje y parodia de género, puede también ser leído como una actualización de la novela criollista (en la línea de Gallegos, Alegría o Revueltas), o una elaborada meta-ficción, por las reflexiones sobre el propio proceso de escritura (el  texto se presenta como un manuscrito de Manuel Valera, amigo de Baltasar) y las constantes alusiones a conocidas novelas históricas de otros autores del boom, como El general en su laberinto o La guerra del fin del mundo. Sin dejar de ser importantes, todos estos aspectos están subordinados a las propuestas del autor sobre las conocidas disyuntivas históricas de muestro continente: civilización o barbarie, tradición prehispánica o modernidad, evolución o revolución.

 

Para superar el esquematismo de estas polarizaciones, Fuentes propone aquí la opción por un tercer elemento que sintetice a los opuestos. La unión de la racionalidad europea y la naturaleza americana está representada por Manuel, el hijo de Ofelia adoptado por Baltasar. El mismo principio lleva al autor a agregar “terceros”, muchas veces sin justificación en el desarrollo de la trama, a cada par de opuestos; como en el caso de Xavier Dorrego, amigo de Baltasar y Manuel, mencionado muchas veces pero sin presencia real en las acciones. Detalles que sumados a lo alegóricamente irreal de varios personajes, o lo excesivo de las parodias y referencias intertextuales, han hecho que La campaña, a pesar de su  calidad, no pueda ser leída hoy con el interés con que fue recibida por la crítica hace apenas trece años.

 

 

 

Los años con Laura Díaz

 

A finales del siglo XX, Fuentes parece ser el único sobreviviente de su generación que aún cree en la novela “total” tal y como lo proponía la generación del “boom” (a la que pertenece), aquella capaz de mostrar lo más completamente posible los diversos y hasta opuestos aspectos de nuestras complejas sociedades. Al menos eso es lo que intenta ser su más reciente novela Los años con Laura Díaz (Alfaguara, 1999), una ambiciosa saga familiar y una revisión a más de cien años de la historia mexicana.

 

El eje central de esta novela es el personaje de Laura Díaz (1898-1972), pero el relato abarca desde la historia de sus abuelos maternos (inmigrantes alemanes) hasta el año 2000, cuando un bisnieto de Laura, el supuesto narrador de la novela, trata de reconstruir la vida de su benefactora. Gracias a lo extenso de la novela (600 páginas) Fuentes puede mostrarnos con detenimiento y detalle los sucesos y las circunstancias particulares que vivieron cada una de las generaciones de esta familia. En esta oportunidad, a diferencia de otros textos similares del autor, es el punto de vista femenino el dominante en el relato y, por eso mismo, los personajes más importantes son mujeres: la abuela Cósima, las tres tías solteronas y, por supuesto, la misma Laura.

 

Pero esta saga familiar está signada por los avatares políticos. El abuelo alemán es un “socialista  desilusionado” que llegó a América huyendo de su pasado; el largo gobierno de Porfirio Díaz es el telón de fondo sobre el que se desarrolla la infancia de Laura. Y con la llegada de la revolución la situación de la familia se vuelve tan azarosa e inestable como la del país. Así sucesivamente, hasta llegar a Santiago, el nieto de Laura, uno de los jóvenes que murieron el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de Tlatelolco. Incluso sucesos como la guerra civil española, la segunda guerra mundial y las persecuciones de izquierdistas en Estados Unidos llegan a influir directamente en la vida de Laura y su familia.

 

Un atractivo especial de la novela es que en ella aparecen hablando y actuando personas reales del mundo de la política y del arte, como los pintores Frida Kahlo y Diego Rivera (Laura trabaja con ellos durante una temporada) o los escritores José Gorostiza y Xavier Villaurrutia. En el otro extremo, reaparecen personajes de otras novelas de Fuentes, como Artemio Cruz. Y es que resulta inevitable para el autor establecer un paralelo entre La muerte de Artemio Cruz y Los años con Laura Díaz, no sólo por su similitud temática y de planteamiento narrativo sino porque sus diferencias grafican la evolución literaria de fuentes en los 32 años transcurridos entre una y otra. Todo el experimentalismo (cambio constante de narradores, complejidad estructural y grandes elipsis temporales) y la agresividad de La muerte... han sido reemplazados por técnicas mucho más clásicas y tradicionales (narrador omnisciente, relato completamente lineal) y por una mirada intimista, vital y amable. No es casualidad que esta última novela fuera presentada públicamente en Nueva York por la escritora Laura Esquivel, autora de la exitosa Como agua para chocolate.

 

Seguramente Los años con Laura Díaz generará polémicas entre los críticos e historiadores tanto por sus opciones formales como por sus constantes alusiones a la historia política de su país. Pero no por eso deja de ser una excelente novela, una lectura agradable y un bien logrado retrato del siglo XX mexicano.

 

 

 

Instinto de Inez

 

Uno de los narradores más importantes del “boom”, Carlos Fuentes (México, 1928) continúa desarrollando su valiosa y polémica obra literaria, que él ha ordenado en un ciclo narrativo titulado “La edad del tiempo” y que incluye novelas tan notables como La muerte de Artemio Cruz (1962), Cambio de piel (1967), Terra Nostra (1975), entre otras. Su más reciente novela es Instinto de Inez (Alfaguara, 2001), un relato denso y complejo con el que Fuentes vuelve a lo fantástico de libros como Aura (1962) o Zona sagrada (1967).

 

Instinto de Inez está centrada en la historia de la pareja formada por el director de orquesta Gabriel Atlan-Ferrara y la cantante de ópera Inez Prada, nombre artístico de la mexicana Inés Rosenzweig. Se narran cuatro episodios de esta relación –Londres (1940), México (1949), Londres (1960) y Salzburgo (1999)-, relacionados siempre con la puesta en escena de la ópera La condenación de Fausto de Héctor Berlioz. La relación fracasa siempre porque Gabriel tiene una personalidad fáustica (racional y dominante), mientras que Inez es todo lo contrario, casi una alegoría de lo irracional e instintivo. Al final, ella se transforma en Margarita, la amada de Fausto, y desaparece en la música.

 

Además de este final fantástico, Fuentes intercala el relato con una historia que nos remite a los albores de la humanidad (a pesar de estar narrada en tiempo futuro), cuando una pareja, An-el y Ne-el, descubre el lenguaje. Las consecuencias son, según propone el autor, tremendas. Gracias al lenguaje la humanidad pasa de la frágil memoria propia de los animales a la memoria más sólida y duradera, representada en el relato por un sello de cristal; de una relación entre semejantes basada en el amor y la igualdad (matriarcado), a otra basada en la racionalidad y autoridad. Si Gabriel e Inez sólo pueden unirse a través del arte es porque An-el y Ne-el perdieron, con el descubrimiento del lenguaje, el contacto con la naturaleza.

 

Esta historia mítico-onírica encaja perfectamente dentro de las propuestas narrativas originales del boom, la búsqueda de novelas “totalizantes” que reflejen los diversos estratos de la realidad, desde lo económico y político hasta los mitos vigentes en las sociedades descritas. Incluso Vargas Llosa, el más realista de los autores del boom, empleó en La casa verde un relato de ese tipo. En Instinto de Inez se parte de referencias históricas muy precisas (el bombardeo de Londres en 1940 o el exilio en México de muchos judíos alemanes) y la alusión a personajes reales (Gabriel está inspirado en la figura del rumano Sergiou Celibidache) para llegar hasta los ya mencionados símbolos y mitos.

 

Pero mientras las novelas “totales” eran obras extensas, éste es un libro breve, de poco más de cien páginas. El contraste de lo amplio y ambicioso del contenido con lo sucinto de la narración hace que en muchos pasajes los personajes y los sucesos resulten demasiado teatrales o abstractos. Especialmente en diálogos sobre “el silencio de la hermosura de la naturaleza, que es como un estruendo si lo comparas con el silencio de Dios, que es el verdadero silencio”, o en descripciones como la del sello de cristal y su música silenciosa, “una sinfonía celestial que ordena el movimiento de todos los tiempos y todos los espacios sin cesar y simultáneamente”.

 

Retórica pretenciosa y temas más propios del ensayo que de la narrativa. Acaso esos excesos expliquen las tendencias dominantes en la literatura latinoamericana post-boom -desde Bryce y Puig hasta la narrativa light- abocada a problemas más humanos y cotidianos: la relación de pareja, la vida urbana, la cultura de masas. Sin lugar a dudas Instinto de Inez es una buena novela, que exige un lector inteligente, capaz de seguir las interesantes reflexiones de Fuentes. Pero es también una muestra de los excesos a que llegó la “novela total”, propuesta que en su momento significó un renacimiento para las letras latinoamericanas.

 

 

 

La Silla del Águila

 

Uno de los narradores fundamentales del boom, Carlos Fuentes (1928) ha reunido casi toda su extensa obra narrativa –que se inició hace medio siglo con el libro Los días enmascarados (1954)- dentro de un ciclo al que ha denominado “La edad del tiempo”, título que expresa bien su constante búsqueda en la historia mexicana de aquellas claves que le permitan entender los problemas actuales de su país. Del pasado y el presente, Fuentes ha dado un salto hacia el futuro en su más reciente novela La Silla del Águila (Alfaguara, 2003), un relato de política-ficción que nos remite al año 2020, cuando la muerte del presidente de México -uno de los pocos países en que no existe un vicepresidente- desencadena las peores intrigas y luchas por el poder.

 

Fuentes ambienta las acciones en el futuro, pero parece estar hablando de la actualidad. El gobierno mexicano critica la intervención militar de los norteamericanos en Colombia, y en represalia sus vecinos del norte sabotean todas sus comunicaciones radiales, telefónicas o por internet. Por eso los personajes de esta ficción se ven obligados a comunicarse por cartas, las que reunidas constituyen la propia novela. En ellas vamos conociendo la personalidad, los más íntimos secretos e insospechados vínculos de todos ellos: el presidente Lorenzo Terán -un hombre honrado pero sin mucho temperamento-, la intrigante María del Rosario Galván, el grotesco e infame Primer Ministro Tácito de la Canal, el secretario  de Gobernación Bernal Herrera, el ministro de Defensa Mondragón von Bertrab y muchos otros, incluyendo al joven Nicolás Valdivia, el sucesor de Terán.

 

En la línea más dura de la tradición literaria satírica, la narración es una fuerte crítica a la forma como se manejan el gobierno y los asuntos públicos en México; además de una “novela en clave”, pues muchos de los personajes (casi todos mentirosos, corruptos y traidores) que aquí aparecen son caricaturas de conocidas personalidades de la actualidad política de ese país. Dentro de la sátira, un elemento importante son las sarcásticas y pesimistas reflexiones de todos los personajes: “No hay gobierno que funcione sin el aceite de la corrupción”, “Hay  zonas tan oscuras de la política que sólo gente con manos sucias puede controlarlas”, “El canibalismo político se practica en todas partes... el acto propiciatorio de todo nuevo presidente es matar al predecesor”.

 

La contundencia aforística y el ingenio verbal que muestra Fuentes en estos pasajes terminan mellando la propia verosimilitud de la ficción novelesca. Todos los personajes –jóvenes o viejos, tontos o  inteligentes- parecen tener el mismo sentido del humor, formación cultural y capacidad reflexiva; no son más que máscaras a través de las cuales el autor nos hace escuchar su propia voz. Y ese es sólo uno de los múltiples problemas “narrativos” de esta novela. Otro tienen que ver con el desenvolvimiento de la trama, entorpecido en la primera mitad del libro por los arrebatos ensayísticos de Fuente, mientras que en la segunda mitad la acumulación de peripecias y  sorpresas (desde un muerto que revive hasta la identidad del verdadero padre de Nicolás) lo hacen llegar hasta los límites de lo burlesco.

 

El propio carácter epistolar de la novela representa ciertas dificultades literarias que el autor no sabido superar. En las cartas no suelen hacerse descripciones ni los largos y detallados relatos de sucesos que en este libro encontramos; mucho menos cuando (como ya ha señalado la crítica) tanto quien escribe la carta como el destinatario han sido testigos de esos sucesos. La Silla del Águila dista mucho de estar entre lo mejor de la obra narrativa de Fuentes, pero sí es una interesante visión, pesimista y sumamente irónica, del futuro político inmediato de México y Latinoamérica. Entre las predicciones del autor no faltan las literarias, como el afirmar que César Aira será el primer escritor argentino en recibir el Premio Nobel.

 

 

 

Inquieta compañía

 

Uno de los autores fundamentales del “boom”, el mexicano Carlos Fuentes (1928) ha realizado en sus novelas más importantes -La muerte de Artemio Cruz (1962), Terra Nostra (1975), Los años con Laura Díaz (1999), entre otras- una interesante reflexión sobre la diversidad cultural y la historia de su país. Paralelamente, Fuentes ha incursionado en narrativa fantástica con cuentos como los reunidos en Los días enmascarados (su primer libro, publicado hace 50 años) y novelas cortas, desde Aura (1962) hasta Instinto de Inez (2001). En esta línea se encuentra Inquieta compañía (Alfaguara, 2004), su más reciente libro, un conjunto de cuentos de misterio y horror.

 

Los seis relatos de este libro parten de situaciones cotidianas para desembocar en lo irreal, pero no a la manera de lo fantástico de Borges y Cortázar, sino actualizando la vieja tradición del terror gótico, con sus mansiones, fantasmas y lúgubres historias. En La buena compañía, Alejandro de la Guardia -mexicano radicado en Europa- regresa a su patria para heredar la vieja y amplia casa familiar en posesión de sus tías María Serena y María Zenaida. Ellas son unas ancianas tan extrañas y ajenas al mundo contemporáneo que Alejandro llega a pensar que se trata de dos fantasmas. Muy tarde descubre la verdad, que las ancianas son reales y que lo quieren sacrificar a él en un macabro ritual.

 

Esta historia -tan cercana a los relatos de Poe y Lovecraft- la cuenta Fuentes respetando las reglas del género (en un tono oscuro, dejando elementos en la ambigüedad y haciendo detalladas descripciones del interior de la casa), pero les agrega algunos de los temas de sus “otras” novelas: las taras de la burguesía mexicana (propietarios de esas mansiones), la mezcla de catolicismo y creencias prehispánicas en la religiosidad popular de su país, los prejuicios racistas y sexuales. En el cuento La gata de mi madre, el desprecio de una vieja dama por su sirvienta (a las que ahí llaman despectivamente “gatas”), la indígena Guadalupe, concluye con la venganza de ésta, reencarnación (a pesar de su nombre) de una bruja sacrificada siglos antes.

 

Fuentes se excede al sumarle a su versión contemporánea y latinoamericana del gótico anglosajón la crítica social y el trasfondo didáctico. Los diálogos son siempre sainetescos y plagados de lugares comunes (las conversaciones entre Guadalupe y su ama, p.e.), y las situaciones, por su esquematismo, más que horrendas resultan grotescas o esperpénticas. En el cuento Calixta Brand un hombre que no soporta la superioridad intelectual de su esposa, una vez que ella queda inmóvil y postrada en una silla de ruedas, la somete a las más humillantes prácticas sexuales. Finalmente ella es rescatada por un joven de origen árabe (acorde con la actualidad política), quien resulta ser en realidad un ángel.

 

Inquieta compañía, como los más recientes libros de Fuentes, ha divido a la crítica entre quienes dicen que no pasa de ser “un puñado de cuentos mediocres” y aquellos que lo ven como un ejemplo de “destreza técnica, asombro poético y horror cierto” (Julio Ortega). Todos, sin embargo, están de acuerdo en que el cuento más representativo es Vlad, una recreación de la historia del Conde Drácula –según Bram Stoker- ambientada en la Ciudad de México de hoy. Un relato de terror que se lee entre sonrisas, debido al gran número de detalles (ajos, ventanas tapiadas, etc.) que todos, menos los inocentes personajes de esta ficción, asociamos inevitablemente con los vampiros humanos.

 

Hay, sin lugar a dudas, varios aspectos interesantes en estos cuentos: la conjunción de amor y muerte, el papel de las mujeres y los ancianos, el diálogo que se establece entre la cultura europea y la americana; pero el autor no ha sabido integrarlos a la tramas y situaciones de la narración. Por eso, y por confundir el horror con lo grotesco, Inquieta compañía resulta un libro menor dentro de la valiosa y extensa obra literaria de Carlos Fuentes.

 

 

 

 
 
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