Miguel Gutiérrez Correa nació
en Piura, en 1940. Narrador y ensayista, formó parte del grupo Narración
(1966-1980). Su novela La violencia del tiempo es una de las más amplias y
ambiciosas de la literatura peruana de las últimas décadas. La crítica considera
a Gutiérrez como uno de nuestros mayores novelistas vivos, al lado de Vargas
Llosa, Bryce y Rivera Martínez.
Novelas: El viejo saurio se
retira (1969) Hombres de caminos (1988), La violencia del tiempo (1991), La
destrucción del reino (1992), Babel el paraíso (1993), Poderes secretos (1995) y
El mundo sin Xóchitl (2001)
Ensayos: La generación del 50: Un mundo dividido (1988), Celebración de la novela (1996), Los andes en la novela peruana actual (1999), La novela en dos textos (2002), entre otros.
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A mediados de los 60’s, Miguel
Gutiérrez apareció en la escena literaria como uno de los líderes y el principal
ideólogo del influyente grupo Narración, además de uno de los escritores más
lúcidos y críticos de su generación. Sin embargo, como narrador recién en 1969
publicó su primer libro, la novela El viejo saurio se retira, la que generó
diversas y encendidas polémicas. Después de 35 años, esta novela acaba de ser
reeditada y podemos leerla ya no como el texto de un joven e irreverente
escritor, sino como la valiosa primera manifestación de un sólido y coherente
universo ficcional.
El viejo saurio... nos presenta
a cuatro adolescentes, compañeros en un colegio religioso en la Piura de
mediados del siglo XX. Después de escuchar el sermón del Padre Gaspercha los
jóvenes se reúnen en un bar a emborracharse y conversar, empleando un lenguaje
realista al extremo, lleno de localismo y palabras soeces. Los temas de esa
conversación, eje de la novela, son las experiencias sexuales, las historias
familiares, y las reacciones personales ante el sermón, basado en la trágica
muerte de uno de sus compañeros de aula. La jornada concluye con los estudiantes
dirigiéndose al prostíbulo donde trabaja María Cecilia, una joven de la que
todos ellos estuvieron enamorados.
Hay dos referentes literarios
con los cuales “dialoga” esta novela. El primero de ellos es la tradición
europea del bildungsroman, “novela de formación”, que tiene sus principales
exponentes en Las tribulaciones del joven Torless de Musil y El retrato de un
artista adolescente de James Joyce. Como esta última, El viejo saurio... parte
de los sermones religiosos con los que se quiere alejar a los jóvenes del pecado
y de los placeres mundanos; y también como Stephan Dédalus, los personajes de
Gutiérrez, tienen que romper con ese discurso, con la doble moral reinante (de
la que participa hasta Gaspercha) y con sus propios fantasmas familiares, que
incluyen hasta relaciones incestuosas.
El otro referente obligado son
las novelas de Mario Vargas Llosa La ciudad y los perros (1963), sobre otro
grupo de escolares de la misma época, y La casa verde (1966), ambientada en gran
parte en la ciudad de Piura. Gutiérrez criticó duramente a La casa verde, en un
ensayo publicado en la revista Narración, porque -en su opinión- en esa novela
se antepone el interés de la trama (el exotismo y las “aventuras”) al realismo y
la crítica social. Apelando a las mismas técnicas faulknerianas, El viejo
saurio... pretende por ello ser un retrato fidedigno y totalizante, desde la
perspectiva marxista, de la sociedad piurana de entonces.
Es ése precisamente el mayor
logro del libro, como ya señaló Washington Delgado en la nota de presentación de
la edición inicial: “esta novela nos revela con fuerza inusitada un ambiente
provinciano... el poder de la iglesia como institución educadora, el sojuzgado
mundo de la mujer...”. Al tratarse de una primera obra, no faltan los elementos
fallidos, como los señalados por José Miguel Oviedo, en una reseña de 1969: “la
novela es casi un borrador, impetuoso y desordenado; por eso la acción es
confusa, la tensión errática, el interés disperso”. Y aunque este comentario se
hizo dentro de la confrontación MVLL-Gutiérrez (que de alguna manera continúa
hasta hoy), en el libro hay evidentes errores de estructura y muchos cabos
narrativos sueltos.
Para esta nueva edición Miguel
Gutiérrez, ha respetado el texto original, actualizando apenas la ortografía de
algunas palabras. También ha mantenido la mencionada nota de presentación, pero
ha reemplazado la serie de fotografías de aquel libro (realizada por Carlos
Domínguez) por otra más representativa del contexto social. Sin dejar de ser una
buena novela, El viejo saurio se retira resulta un valioso testimonio de la
seriedad del trabajo y la desbordante capacidad de fabulación que caracterizan a
toda la obra narrativa de Gutiérrez, además de contener en germen algunas de las
historias que después desarrollará en sus novelas de madurez.
Como resultado de una
apasionada y duradera dedicación a la novela, Miguel Gutiérrez (Piura, 1940) no
sólo ha sido capaz de crear obras de la magnitud de La violencia del tiempo
(1991), también ha desarrollado interesantes y originales perspectivas para la
interpretación de este género literario. Sus reflexiones sobre la novela, tanto
las de autor como las de lector, han sido por fin reunidas en Celebración de la
novela (Peisa, 1996); libro a caballo entre varios géneros, en la medida en que
congrega en un solo volumen ensayo, autobiografía, novela y
testimonio.
Celebración de la novela es
básicamente dos libros. El primero corresponde a esos Ensayos sobre la novela
que hace algún tiempo anunció Gutiérrez: reflexiones que abarcan desde los
orígenes del género, hace 400 años, hasta sus más recientes realizaciones, como
American Psycho de Bret Easton Ellis o Blanco y negro de Carlos Herrera. Este
recuento, titulado La novela después de Joyce, se complementa con dos textos
sobre Beckett y otro con el cual el autor presentó Del amor y otros demonios, la
más reciente novela de García Márquez.
En la segunda parte se reúnen
tres testimonios personales del novelista. Descubrimiento de la novela narra en
primera persona el deslumbramiento del autor con los primeros novelistas que
leyó, Dostoievski y Ciro Alegría. Años de aprendizaje es un autorreportaje el
que continúa la relación de sus descubrimientos (Cervantes, Balzac, Faulkner).
Por último, Celebración de la novela es la historia secreta de La violencia del
tiempo, con detalles relacionados
con el origen de diversos episodios, motivos y personajes, además de las
circunstancias personales y trágicas peripecias que Gutiérrez vivió mientras la
escribía.
Planteado de esta manera,
Celebración de la novela parecía destinado a ser un gran libro, pero por
diversos motivos esta promesa no se cumple. En los ensayos propiamente dichos,
el autor no teme reiterar ideas ya expresadas en su anterior libro de crítica,
La generación del 50: un mundo dividido (1988). Y si en aquel texto sus juicios
se caracterizaban por lo polémico y radical –siempre desde la perspectiva de un
“pensamiento situado”- esta vez hay una excesiva tendencia al elogio y a evitar
complicaciones. Una tendencia que llega al extremo de pretender hacer en poco
más de tres páginas el análisis de novelas tan importantes como La insoportable
levedad del ser (Kundera), El nombre de la rosa (Eco) y Si una noche de invierno
un viajero (Calvino).
En la segunda parte del libro,
los textos parecen haber sido escritos independientemente unos de otros,
ocasionando que varios sucesos sean narrados dos y hasta tres veces (la
desaparición de la biblioteca paterna, el descubrimiento de Dostoievski, el
juicio negativo de un crítico en los años 70). Pero molesta aún más la forma tan
ceremoniosa y dramática en que el autor se refiere a sí mismo y a sus logros
literarios. No sólo en el autorreportaje; también en aquellas páginas donde nos
narra como encontró los “estupendos” nombres de sus personajes y en otras más.
Nunca fue más cierta la aseveración de Arnold Hauser: “cuanto más nos acercamos
al origen de una obra, tanto más nos alejamos de su sentido
artístico”.
Es verdad que se han producido
pocos cambios en las ideas literarias de Gutiérrez, pero algunos resultan
verdaderamente importantes. Antes reconocía tres tipos de novelas, según las
vicisitudes del yo: el yo cautivo y solipsista, el yo en contienda con el mundo
y el yo en búsqueda de lo comunitario. Hoy, el autor asume que en todas las
novelas “las relaciones del individuo con el mundo tienen un carácter
problemático, pues indican la búsqueda de valores absolutos condenados al
fracaso) n(p. 12). Así, sólo quedan dos tipos de novelas: “Dostoievskianas y
tolstoianas””, reservando la valoración negativa para aquellas que pretendieron
convertirse en epopeyas, como en su momento propuso el realismo
socialista.
Producto de las tensiones
internas entre el narrador y el ensayista, Celebración de la novela resulta de
todos modos un libro pleno de interés. Las virtudes críticas de su autor llegan
a aflorar en toda su agudeza en diversos pasajes, como cuando comenta algunas de
las últimas novelas publicadas en el país, o en el extenso catálogo que hace en
Descubrimiento de la novela. A pesar de ello, las sugestivas y valiosas
reflexiones de Gutiérrez acerca de la novela siguen esperando un libro que las
presente con la organicidad y el desarrollo que sin duda merecen. (9 de marzo de
1997)
Los andes
en la novela peruana actual
Uno de los mayores problemas
que enfrentaron los escritores latinoamericanos durante el siglo XX fue el de
representar a partir de técnicas y lenguajes propios de la modernidad literaria
toda la riqueza y complejidad de sociedades “heterogéneas” en las que existe una
fuerte presencia de culturas prehispánicas e idiomas autóctonos. A la narrativa
que afrontó está problemática se le calificó de indigenista, y en nuestro país
su mayor representante es José María Arguedas. El reconocido novelista y crítico
Miguel Gutiérrez, (Piura, 1940) acaba de publicar, como parte de una ambiciosa
serie de ensayos literarios, Los andes en la novela peruana actual (Editorial
San Marcos, 1999) una aproximación a esta narrativa a partir de seis obras
aparecidas entre 1993 y 1998.
La primera de las novelas
analizadas es Lituma en los andes, texto duramente criticado por Gutiérrez
(demasiado intelectual, carente de fuerza reivindicativa, mentalidad
capitalista) al punto de terminar concluyendo que “esta novela es la más débil
desde el punto de vista artístico y la más tendenciosa de las que ha escrito
MVLL” (p. 34). Mucho más entusiasta se muestra con respecto a Ximena de dos
caminos de Laura Riesco, destacando especialmente el acierto de la autora al
darnos una visión del mundo andino a partir del proceso de formación de la
subjetividad de la protagonista. Algo similar se afirma de País de Jauja de
Edgardo Rivera Martínez, “una novela estéticamente convincente con un discurso
de increíble optimismo” (p. 76) acerca de las posibilidades de una
transculturación feliz.
Pero sin duda lo más
interesante de este ensayo son los comentarios de tres novelas poco conocidas por los
lectores: Rosa Cuchillo (1997) de Oscar Colchado, El gran señor (1994) de
Enrique Rosas Paravicino y Dos más por Charly (1996) de Zein Zorrilla. Gutiérrez
llama la atención sobre estas buenas novelas, pero lo hace de una manera
imparcial y dejando de lado las simplificaciones y esquematismos. Así, no sólo
elogia los aciertos de estos textos (el buen empleo de los mitos andinos en
Colchado, el fidedigno retrato de la sociedad andina de Rosas Paravicino, el
drama existencial en el texto de Zorrilla), también reconoce sus posibles
defectos.
Dirigido a “lectores comunes
aficionados a la literatura” (p. 8), este libro contiene una extensa sección de
fragmentos de las novelas comentadas así como una bibliografía básica acerca de
los temas y autores tratados. Pero no por eso el texto deja de ser polémico,
como cuando pretende demostrar que la crítica “oficial” menosprecia y posterga a
la narrativa andina, algo que el autor ha reafirmado en una reciente entrevista
publicada en este suplemento: “La parcialización o ceguera de la crítica es
proverbial en nuestro medio”.
No intentaremos refutar aquí
tan anacrónica apelación al mito del escritor incomprendido y marginado. Pero es
necesario recordar que las dos novelas más elogiadas por Gutiérrez, País de
Jauja y Ximena de dos caminos, junto con su propia novela La violencia del
tiempo ocuparon los tres primeros lugares en la conocida encuesta de Debate
(realizada entre críticos y escritores) acerca de las obras narrativas más
importantes de la última década. Y si un libro como El gran Señor no ha sido muy
comentado, se debe en gran parte a su poca difusión y circulación. El mismo
Gutiérrez reconoce que “no habría tenido la suerte de leerla de no habérmela
obsequiado el propio autor” (p. 44).
Siempre agudo e inteligente en
sus observaciones, especialmente cuando se trata de nuestra narrativa, Miguel
Gutiérrez ha logrado hacer de Los andes en la novela peruana actual un libro que
será referencia imprescindible en los debates literarios de los próximos meses.
Esa debe haber sido su intención al escribirlo.
A pesar de haber publicado su
primera novela El viejo saurio se retira en 1969, el escritor Miguel Gutiérrez
(Piura, 1940) inició su gran ciclo narrativo más de veinte años después con
Hombres de caminos (1988), libro al que siguió la monumental novela La violencia
del tiempo (1991), considerada por buena parte de la crítica como la más
importante entre las publicadas en el Perú durante la última década del siglo
XX. Completaría este ciclo, de aliento épico y centrado en la violencia social y
su importancia en el proceso histórico, La destrucción del reino (1992). Luego
de dos libros narrativos de carácter experimental –Babel, el paraíso (1993) y
Poderes secretos (1995)- Gutiérrez parece iniciar una nueva etapa de su obra con
la publicación de El mundo sin Xóchitl (FCE, 2001), una extensa y nostálgica
novela sobre el amor de una pareja de hermanos.
La historia se basa en un
manuscrito dejado por Wenceslao, miembro de una importante familia piurana y
coetáneo del autor, a su amigo de adolescencia Martín (¿Villar, el protagonista
de LVT?). En este manuscrito el personaje ya maduro, cuenta la estrecha relación
-de carácter incestuoso- que mantuvo con su hermana Xóchitl, un año mayor que
él. Las tres partes en que está dividido el libro corresponden a diferentes
momentos de esa relación: la infancia feliz, llena de aventuras y travesuras; el
reconocimiento de los hermanos de lo prohibido de su vínculo, lo que los lleva a
aislarse y a odiar a todos los que intentan separarlos, especialmente a su
anciano padre Don Elías; y, después de la muerte del padre, un breve período de
libertad y plenitud de la pareja, que concluye con la prematura muerte de
Xóchitl.
En varios textos críticos
Gutiérrez ha planteado la existencia de básicamente dos tipo de novelas,
abiertas y cerradas, tolstoianas y dostoievskianas. Las primeras tratan de
trascender lo individual para buscar lo comunitario; las segundas están basadas
en la introspección, en la profundización en el mundo interior de los
personajes. Los modelos serían, respectivamente, La guerra y la paz y Crimen y
Castigo. No dudamos que, de acuerdo a esta clasificación, al propio Gutiérrez le
gustaría que toda su obra sea considerada “tolstoiana”; toda a excepción de El
mundo sin Xóchitl, una evidente incursión en terrenos novelísticos
dostoievskianos. Crímenes largamente planeados (el del padre o el triste final
de Mathilde, la primera esposa de Don Elías), el sentimiento de culpabilidad por
vivir en pecado, los castigos terribles e ineludibles (no sólo el destino de
Xóchitl, también la existencia de un tercer hermano retrasado mental); el autor
ha apelado a toda la parafernalia relacionada con este tipo de
novelas.
El resultado, sin embargo, no
es una novela densa y trágica, el Crimen y castigo piurano planeado por
Gutiérrez, sino un relato gótico y decadente más parecido a La caída de casa
Usher de Edgar A. Poe, como con ironía señala el propio autor. La diferencia
podría radicar en la falta de profundización en la psicología de los
protagonistas (Wenceslao, el narrador, parece no saber nunca lo que pasa en la
mente de Xóchitl) y en los excesos de truculencia y retorcimiento de ciertas
situaciones y personajes como Constanza, la madre de estos hermanos (cantante de
ópera, posiblemente prostituida en su adolescencia, y que aún en su adultez
juega con muñecas), o la zamba Pelagia, malvada sirvienta que practica la magia
negra. Ni siquiera las connotaciones míticas de la historia (la pérdida del
paraíso original, el asesinato del padre) sobreviven a estos
excesos.
Contribuyen a acentuar estos
problemas ciertas indecisiones del autor. Hay en la novela un pasaje clave al
respecto, cuando después de narrar uno de lo recorridos nocturnos de la pareja
de hermanos por las calles de la ciudad, se da cuenta que nos ha mostrado una
mundo desierto, sin habitantes. Gutiérrez parece reflexionar en voz alta acerca
de los “cerrado” de su historia principal, tan intimista y por momentos
melodramática (la importancia determinante de la ópera en la vida de los
protagonistas es otro detalle “auto-irónico”), y decide “abrirla” añadiendo
numerosos personajes secundarios con sus respectivas historias. Una decisión que
va en desmedro de la propuesta dostoievskiana original de la novela pero que
afortunadamente la lleva a ámbitos más afines con la personalidad literaria del
autor.
Así, el relato se convierte no
sólo en la recapitulación de la vida de dos generaciones de esa familia sino
también en un amplio retrato de la sociedad piurana de los años 50’s (pero que
llega a abarcar todo el siglo XX), desde los estratos más altos (Don Elías, la
familia de Mathilde) hasta los más pobres (los sirvientes, los campesinos que
los hermanos conocen en sus paseos en moto, en la parte final del libro). Todo
personaje parece tener una historia interesante que contar, hasta el gato Don
Pasquale; y lo mismo sucede con los objetos (libros, muebles, pianos), al punto
que la mansión familiar sus diferentes ambientes y los cambios que sufren
(esplendor, divisiones por disputas conyugales, decadencia) se convierten en
elementos centrales de la novela.
Es en estas historias
secundarias donde nos reencontrarnos con las mayores virtudes narrativas de
Gutiérrez: la funcionalidad de sus descripciones, su poco común capacidad de
fabulación, su minucioso trabajo de documentación, y especialmente la acertada
estructuración del relato, que incluye saltos en el tiempo bien dosificados y el
oportuno uso de documentos tales como cartas y diarios. Si la historia de estos
hermanos incestuosos (que ya estaba anunciada en El viejo saurio...) representó
durante décadas un verdadero reto narrativo para Gutiérrez, El mundo sin Xóchitl
finalmente demuestra que ha salido muy bien librado de ese reto, aunque para
lograrlo haya tenido que renunciar a sus admirados modelos literarios Tolstoi y
Dostoievski, para remontarse a un realismo ambiental muy similar al de
Balzac.
Paralelamente a su obra
narrativa, el escritor Miguel Gutiérrez (Piura, 1940) ha publicado una serie de
libros de ensayo literario que van desde el análisis de autores importantes
(Borges, Kafka, Faulkner y Ribeyro) hasta otros como Generación del 50: un mundo
dividido (1988), arriesgado balance de una generación en su momento de madurez;
o Celebración de la novela (1996), mezcla de crítica y crónica autobiográfica.
En esta línea, Gutiérrez acaba de publicar La novela en dos textos (Derrama
Magisterial, 2002), libro en que vuelve a unir el ensayo literario y el
testimonio de su propia labor como creador.
El primero de estos textos es
“La novela un fabular incesante”, una revisión de reflexiones personales acerca
de la novela, en esta ocasión planteadas mejor y con más precisión que antes. El
hombre es definido aquí como “el animal que fabula”, y el novelista como un ser
desbordado por su propia capacidad de fabular, “ese soliloquio infinito,
divagante y caótico”. Para darle
forma literaria a ese material caótico, tienen que existir además dos elementos:
el “imperativo creador”, que impone la escritura como algo necesario e
inevitable, y una voluntad capaz de ordenar y racionalizar el mundo: “Las
ficciones novelescas no son mentiras que encierran una verdad. Son más bien
cierto tipo particular de hipótesis sobre la vida, el mundo y los seres
humanos”. Y los personajes, sujetos experimentales arrojados a situaciones que
los obligan a tomar decisiones trascendentales.
Mucho más extenso es el segundo
texto, “El revés de El mundo sin Xóchitl”, detallado recuento del origen de los
personajes (Wenceslao, Matilde, Constanza, etc.), lugares que figuran en esa
novela (casas antiguas, haciendas, la Piura de los años 50), y también de las
diversas opciones literarias (puntos de vista, estructura de la trama, tono
narrativo) elegidas por Gutiérrez al escribir esta historia de dos hermanos
incestuosos. Y aunque el recuento cae frecuentemente en trivialidades y
autoelogios (“por una vez seré arrogante” afirma el autor, pero en realidad son
varias veces), complementa de alguna manera las propuestas teóricas del primer
texto con otras sobre la “ética del novelista” (respetar el status humano de
todos sus personajes) o el uso de elementos simbólicos (flores y casas,
p.e.)
Además, “El revés...”, al
acercarnos al acto creativo mismo, permite desarrollar, a veces en contra de las
propuestas del propio autor, algunos temas planteados en el primer ensayo. ¿De
qué materiales está formado el “soliloquio infinito” de la fabulación del
novelista? La respuesta la da Gutiérrez cuando relaciona muchos elementos de
EMSX con episodios de su pasado (memoria personal), y referentes literarios. La
peste que se describe en ese libro no sólo remite a la que vio en su infancia;
también a la de la famosa novela de Camus, la de Diario de la peste de Defoe y
la de Muerte en Venecia de Thomas Mann. La “memoria” literaria y artística en
general, adquiere así en el testimonio de Gutiérrez una importancia mucho mayor
que en sus reflexiones teóricas. Al punto que el rostro de Constanza, la madre
adolescente de Xóchitl, resulta ser el de la actriz Jodie Foster en Taxi
Driver.
Mención aparte merecen las reflexiones de Gutiérrez acerca del futuro de la novela. A contracorriente de aquellos que opinan que con la caída de las “ideologías” ya no hay lugar para los grandes proyectos novelísticos, él afirma que la novela moderna se desarrolló precisamente “en oposición y crítica” a las ideologías dominantes. Aunque no deja de alarmarse por la sobreproducción actual de novelas “aproblemáticas, unidimensionales y consoladoras”; o el resurgimiento del “romance”, ficciones narrativas del tipo de El señor de los anillos, de carácter irreal y evasivo. Sin lugar a dudas, La novela en dos textos, resulta un libro interesante y de lectura imprescindible para los seguidores de la importante obra narrativa de Gutiérrez.
Cinco historias de mujeres y otra sobre Tamara
Fiol
Miguel Gutiérrez (Piura,1940) ha escogido a los personajes femeninos de
sus novelas como eje del libro Cinco historias de mujeres y otra sobre
Tamara Fiol (FEC, 2006), una antología personal que reúne fragmentos de
seis novelas y que abarca más de 40 años de su producción literaria. El más
antiguo de los textos seleccionados es Monólogo de Blanca
–fragmento de su primera novela El viejo saurio se retira
(1968), ambientada en
Este monólogo –que ya fuera incluido, con el título de Ejercicios
espirituales, en la antología Narrativa peruana
1950/1970 (1973)– anuncia varias de las características de los relatos incluidos
en el libro. En primer lugar, que se trata de textos “completos” (no editados)
que cuentan la historia de algún personaje femenino. También el carácter
transgresor de estas mujeres que “desbordan las convenciones del género y se
apartan del estereotipo fijado por la sociedad para ellas”, como se afirma en el
prólogo del libro. Y, por último, que estos textos demuestran la versatilidad y
el dominio de las técnicas narrativas alcanzados por Gutiérrez en sus
novelas.
Del monólogo faulkneriano se pasa al romancero popular con el relato
El cantar de
Con esta historia de violencia social y trasfondo histórico ya estamos en
el universo narrativo más propio a Gutiérrez, el que alcanzó su mejor expresión
en La violencia del tiempo (1991), considerada en una encuesta
entre escritores, editores y críticos como la más importante de la literatura
peruana del decenio de los 90. De ese libro se extrae La leyenda de
Visitación Cabrera, ambientada también en Piura, pero en los años de la
ocupación chilena. Además, la antología incluye los relatos El
acompañante insólito de Babel, el paraíso (1993); y
Muerte de Xóchitl, de El mundo sin Xóchitl
(2001), aunque este último se salga de las propuestas del libro, pues su
verdadero protagonista es Wenceslao, hermano y amante de la adolescente
Xóchitl.
Cierra el libro el relato Juventud de Tamara, fragmento de la novela inédita Confesiones de Tamara Fiol, que cuenta, a partir de una conversación telefónica, la vida de una izquierdista y feminista limeña. Formalmente mucho menos lograda (se nota que aún está en etapa de corrección), el interés de esta historia parece radicar en las revelaciones acerca de conocidas personalidades de la izquierda peruana. Cinco historias de mujeres... es una buena antología y una destacable contribución del Fondo Editorial del Congreso a la difusión de la narrativa de Miguel Gutiérrez, escritor reconocido por la crítica (más allá de toda polémica literaria) como uno de los mayores novelistas peruanos de la actualidad.
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