Abelardo Sánchez León (Lima, 1947) está considerado, junto con José Watanabe y Enrique Verástegui, como una de las voces más originales y valiosas surgidas de la eclosión poética  de los años 70. Sin dejar de lado este género literario, Sánchez León ha incursionado desde  principios de los 90 en la narrativa, con tres novelas que han sido bien recibidas por la crítica peruana.

Libros de Sánchez León comentados por Javier Agreda en esta página:

 

 

 

- Oh túnel de la herradura (poesía, 1995)

 

- La soledad del nadador (novela, 1996)

 

- El mundo en una gota de rocío (poesía, 2000)

 

- El tartamudo (novela, 2002)

 

- El viaje del salmón (crónicas, 2005)

 

 

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Oh túnel de la herradura

   

Son constantes en la poesía de Sánchez León el cuestionamiento de las relaciones humanas, el tono entre nostálgico y sarcástico, la precisión de las imágenes y el empleo de una norma coloquial del lenguaje. En cuanto a evolución podríamos distinguir claramente dos etapas. Una es la de los poemarios de juventud, en la que el hablante poético se confundía con el autor, predominando los versos de largo aliento y también los referentes citadinos. En la segunda etapa, que se inicia con Oficio de sobreviviente (1980), se da más importancia a la estructura y al trabajo de ficcionalización, mientras que la amargura y el pesimismo se vuelven dominantes. El más reciente libro de Abelardo Sánchez León, Oh túnel de la herradura (Madrid, 1995), nos llega desde España como parte de la prestigiosa colección Visor de Poesía, confirmando la calidad de esta lírica y presentando además algunas interesantes novedades.

 

Oh túnel de la herradura se presenta desde esta perspectiva como una síntesis y balance de la segunda etapa. El túnel del título, que sirve de conexión del balneario de La Herradura –uno de los preferidos de los jóvenes limeños- con el popular distrito de Chorrillos (“... casuchas/ arrechísimas/ a juzgar por el furor de sus materiales” p. 13) enfatiza la idea de dejar atrás las luminosas actividades juveniles para enfrentar (“sacando pecho, con la cabeza/ la que tropieza en tinieblas” p. 16) los múltiples problemas de la adultez.

 

El libro está dividido en cuatro partes. En la primera encontramos planteado explícitamente el motivo del fin de la juventud: “Qué penosa es la adultez en estos lares, historia,/ risible, portentosa, latosa, una asquerosa vaciada de frenos” p. 17). Una visión irónica del hogar y la familia es predominante: “mi padre yace de espaldas bajo la yerba,/ y yo no les he dicho nada de nada a estos seres” (p. 30). Y la destrucción de la casa familiar, algo que el poeta relacionó antes con la muerte del abuelo en Poemas y ventanas cerradas (1969) aquí es vinculado a su propia muerte: “... nadie me dará una moneda cuando me marche./ El suelo, la tierra, eso sí, cobra un valor extraño"”(p. 22).

 

La segunda parte del libro recoge el viejo tópico literario del viaje como búsqueda del propio destino: “trepé a la embarcación/ esperando fallecer en una tierra/ que no guarde dolor rencor ni recompensa” (p. 35). Pero este viaje resulta un fracaso: “De paso en esta tierra rica –tan de paso-/ ni mis botines dejarán huella entre las familias de granjeros” (p. 39). Y la deteriorada máquina del barco sólo consigue hacerlo pensar en su propio deteriorado cuerpo (Máquinas, p. 44).

 

La tercera parte trata del amor, pero visto como una expresión órfica, un descenso al abismo de la vida en común: “Mi amor es mi infierno/.../ Un departamento. Una vivienda./ Un infierno, qué concha, si exagero!” (p. 47). La erosión de la vida doméstica es apenas compensada por el goce sexual (p. 48) y el amor va muriendo irreversiblemente: “Por más que voltee y revuelva a mi amor/ encontraré las cenizas convertidas en hollín” (p. 56). El final del amor, la vuelta a la soledad, son vistos como aproximaciones a la muerte, el otro túnel que está esperándolo (p. 58).

 

El mes de abril, mes de las letras y del final del verano, le permite reconocer a Sánchez león en la última parte de su libro que la poesía es, de alguna manera, una evasión. “Un día, a mediados de abril –sucio y soleado- yo podría... escoger un rubicundo nombre literario: Charlie Melnik, Jonathan Brake, Alousius Acker...” (p. 61). Se describe además en esta sección el aislamiento de tres poetas peruanos (¿Bendezú, Sologuren y Delgado?), las peculiares casas de otros (...reductos de piedra enclavados en el trasfondo de su hígado” p. 66). Y, por su puesto, su muerte (p. 67).

 

Son las secciones segunda y cuarta las que nos sorprenden no poco. La alegoría del viaje y la reflexión sobre la poesía son temas poco usuales en la obra de Sánchez León, temas demasiado cercanos a la “poesía escueta, lírica y ficticia” que el autor ha rehuido desde los inicios de su carrera. Y, agregamos, demasiado lejanos de la crítica de las instituciones formadoras de la ideología, uno de los constantes objetivos del poeta y también sociólogo. Esto, sumado a una menor presencia de imágenes y símiles, además de un manejo más tradicional del lenguaje, nos lleva a concluir que un cierto agotamiento, tanto temático como formal, comienza a sentirse en la poesía de Sánchez León.

 

Oh túnel de la herradura es, sin lugar a dudas, un poemario destacable, uno de os mejores que ha dado la poesía peruana en el último año. Pero es también, en la obra de su autor, un libro de transición de una poética –que alcanzó acaso su mejor expresión en Buen lugar para morir (1984)- hacia otra nueva. Abelardo Sánchez león parece estar a punto de “sumergirse en la boca del túnel” (p. 57) que debe conducirlo a una nueva etapa en su poesía. O, quizás, al silencio.

 

 

 

La soledad del nadador

 

El antiguo y siempre latente conflicto entre lo personal y lo social es el tema principal de La soledad del nadador (Peisa, 1996) segunda novela de Abelardo Sánchez León (Lima, 1947). Una temática que el autor –muy conocido por sus trabajos como sociólogo, poeta y cronista- ya había abordado en su primera novela, Por la puerta falsa (1991), pero que recién en esta oportunidad parece haber encontrado los personajes y situaciones apropiadas para su planteamiento literario.

 

La soledad del nadador narra los años finales de la vida de Benjamín Hassler, una nadador que formó parte de nuestro equipo olímpico en Berlín y que por el retiro del Perú se quedó sin competir en las finales, suceso que lo marcaría para siempre. A los 74 años, Hassler es una especie de Sísifo anciano, que vive aislado de su familia, entrenando y viajando constantemente para participar en todos los torneos para nadadores veteranos que se realizan en el mundo. Sus relaciones personales se reducen a unos cuantos amigos y a una joven amante que lo abandona al quedar embarazada.

 

La novela nos cuenta además, a través de extensos racontos, momentos claves de la vida de Hassler, especialmente sus años de juventud y las difíciles relaciones con las mujeres de su vida: Maruja Montenegro, Clara Hamann (su esposa), Ruth Ostolaza (mujer por la que abandonó a su esposa), Sonia Valverde, etc. Estos personajes permiten al autor hacer una verdadera galería de las ideologías (en la acepción lukacsiana del término) más características en el Perú, a través del tiempo y de los diversos estratos sociales. Así aparece claramente reflejada la forma de pensar de una familia de banqueros (los Hassler), la de las empleaditas de tiendas comerciales, la de los nuevos ricos que se van a vivir a Miami, etc.

 

Todos los personajes son funcionales, pero a diferencia de Por la puerta falsa, donde los vertiginosos procesos descritos (la vuelta a la democracia al final de la dictadura militar, el surgimiento del terrorismo) era compensado con personajes estáticos y sin profundidad, aquí sí llegan a expresar la riqueza y vitalidad de los verdaderos seres humanos.

 

Son funcionales también los diversos ambientes y sucesos que se presentan en la novela. Sánchez León parece privilegiar en su narrativa el arte de la composición, el trabajo con elementos complementarios, opuestos o simétricos. Si el personaje principal es un deportista, sus opiniones están equilibradas con las de varios intelectuales (su hermano Alfonso, su hijo Benny o el mismo Jorge Basadre, con quien sostiene largas conversaciones). La descripción de Alemania en los años 30 es contrapuesta a la de la Alemania actual, el estilo de vida de los ricos de Miami con el de los jóvenes diplomáticos en Europa, etc.

 

Esta arquitectura reposa sobre la figura de Benjamín Hassler, una especie de extranjero en su propia patria; no sólo por sus constantes viajes, sino también por el origen alemán de sus padres. Y también por las múltiples similitudes con el Mersault de Camus (el protagonista de El extranjero): ambos son personajes simples, sin grandes ideas ni pensamientos, ambos son capaces de sacrificar cualquier vínculo afectivo o convención social para mantener su libertad individual, y ambos reaccionas con sorprendente frialdad ante la muerte de parientes cercanos (Mersault ante la de su madre, Hassler ante la de su sobrino). Hassler, a pesar de su sinceridad, es un antisocial y no un rebelde, pues prefiere los logros individuales a los afectos y responsabilidades. Al final es sólo un viejo a punto de morir, abrazando obsesivamente a una bolsa que contiene sus medallas deportivas.

 

La novela está narrada desde el punto de vista de Benny, pero este punto de vista se diluye casi siempre para dejar a cada personaje contar su propia historia. Esta metamorfosis del narrador es un recurso que el autor emplea para hacer más dinámica una novela que por estar centrada en la figura de un anciano (sus manías, obsesiones y enfermedades) tiende a ser demasiado lenta y tediosa. Otros recursos son la simplificación de las descripciones y la agilidad de los diálogos; pero a pesar de ellos estamos ante un libro arduo y oscuro, especialmente en su primera mitad.

 

La soledad del nadador es una novela que dejando las tendencia dominantes a lo superficial y explícito impulsadas por la literatura light se sitúa a contracorriente, apostando por una literatura rica en contenidos pero que requiere de lectores activos e inteligentes, capaces de reflexionar y cuestionar la peculiar actitud vital de su personaje central Una obra que, por lo mismo, se inscribe dentro de lo mejor de nuestra novelística actual.

 

 

 

El mundo en una gota de rocío

 

Reconocido sociólogo y escritor, Abelardo Sánchez León (Lima, 1947) es, junto con José Watanabe y Enrique Verástegui, una de las voces más originales y valiosas surgidas de la eclosión poética de los años 70. Desde su primer libro Poemas y ventanas cerradas (1969), hasta Oh túnel de La Herradura (1995), su obra se ha caracterizado por unir opuestos como el lenguaje coloquial limeño y la retórica literaria, o la más dura crítica con un cierto tono nostálgico. Esta versatilidad le ha permitido afrontar en su más reciente poemario, El mundo en una gota de rocío (Peisa/Arango, 2000) uno de los más difíciles temas, el de la muerte de su hijo adolescente.

 

Todo el dolor y el sufrimiento que significó para el autor tan trágico acontecimiento están presentes en el libro, especialmente en su primera parte, pero evitando lo dramático o elegíaco. Sánchez León prefiere delegar a otros, a sus propios amigos escritores, la expresión de aquello que para el yo poético resulta imposible formular con palabras. Así van apareciendo conversaciones con Alfredo Bryce, José Watanabe, Blanca Varela; y también citas de escritores que antes han abordado este tema, como el norteamericano John Gunther, quien en 1949 publicó Death be not proud, un libro sobre su hijo muerto también a los 17 años.

 

Pero no es sabiduría lo que el autor busca en las palabras y textos de otros: “Entender no trae consuelo. Consuelo: conocimiento pasivo, abierto, resquebrajado, que consiste en recibir de rodillas lo que la vida nos envía”. Se trata solamente de partir de este encuentro con la muerte (“He visto con mis propios ojos su mentón de fierro cuando viene a raptar a los míos...”) para plantearse en forma directa y sin concesiones, el viejo problema del sentido de la existencia humana, “La inmensa pregunta celeste”, cisneriano título de uno de los poemas del libro. No se ofrecen respuestas a esta pregunta, salvo la certeza de que “la vida muere para vivir”.

 

La oposición entre el hijo que muere en la plenitud de su vitalidad (“magníficamente hermoso en su juventud”) y el padre viejo y en decadencia física, pero aún vivo, se convierte en uno de los ejes del libro. Se hace un descarnado retrato de la vejez: “A mi edad he subido de peso, debo admitirlo, me desplazo con dificultad... tengo una hemorroides que sangran en el momento menos pensado y la ingrata sensación de haberlo escrito todo”. Sin embargo, la juventud también es vista de una manera crítica e imparcial, como una multiplicidad de posibilidades que la vida misma impide realizarse. Ése parece ser el sentido de aquellos poemas (“Instante literario”, “Antes y después”) que recuerdan los inicios literarios del autor, las animadas tertulias de los jóvenes poetas –perteneciente a Hora Zero o Estación Reunida- en bares del centro de Lima.

 

Un logro especial del libro es que ni lo personal ni lo sombrío del tema afecten el tono general de la poesía de Sánchez León. Las imágenes mantienen la fuerza y claridad de anteriores poemarios, aunque esta vez estén más centradas en elementos como el viento, el rocío, o las estaciones del año, que siempre han ayudado a los escritores a expresar la fugacidad de lo humano frente a lo eterno de los ciclos naturales. Esto se equilibra con el lenguaje coloquial y urbano ya característico en el autor, y que en algunos poemas puede llegar a ser sumamente agresivo, como en “Pluma y cuchillo”: “Meses que me ven como el cojudo pinche cornudo/... Pinga que me van a venir a mí como si fuese un niñito,/ un atrasado”.

 

En el primer poema del libro, Sánchez León recuerda unas palabras que le dijera Alfredo Bryce: “Sin pena ni olvido”. El mundo en una gota de rocío parece ceñirse a esas palabras, pues a pesar de estar dedicado a la memoria del hijo ausente, el autor no ha dejado de lado aspectos como la ironía o el rigor poético. En suma, un muy buen poemario que confirma la madurez y calidad de la obra de Sánchez León.

 

 

 

El tartamudo

 

Reconocido sociólogo y escritor, Abelardo Sánchez León (Lima, 1947) es autor de ocho poemarios –desde Poemas y ventanas cerradas (1969) hasta El mundo en una gota de rocío (2001)-  que lo califican como uno de los más talentosos y perseverantes poetas de nuestra generación del 70. No obstante, desde hace algunos años Sánchez León parece estar más interesado en la novela,  género en el que debutó con Por la puerta falsa (1991), un relato “sociológico”, y en el que insistió con La soledad del nadador (1996), historia de la vida de un personaje basado en la figura del conocido Walter Ledgard. Igual de interesante y peculiar es el personaje central de su más reciente novela, El tartamudo (Alfaguara, 2002), un libro que muestra los evidentes progresos de Sánchez León en este género.

 

Ernesto Montoya (Monty) es el protagonista y narrador de El tartamudo. Él mismo nos cuenta la historia de su vida a través de una serie de episodios, empezando por su infancia feliz en el Ancón de fines de los 50 -la época de mayor esplendor del balneario-, en compañía de sus primos y amigos pertenecientes a las más importantes familias del país. Monty, además de tartamudo, es un pariente pobre, casi un marginal en ese mundo de poderosos. La historia continúa con su adolescencia en Los Cóndores, una exclusivo barrio en los alrededores de Chosica, en la que sus sentimientos de marginación y no-pertenencia al entorno social se radicalizan y lo conducen al exilio de París a mediados de los 70, una verdadera temporada en el infierno en que el protagonista llega al extremo del envilecimiento.

 

Tratándose de un tartamudo, de alguien que tiene serios problemas para relacionarse con los demás, uno de los temas principales de la novela es inevitablemente el de la incomunicación. Monty nunca llega a establecer verdaderos vínculos con sus amigos o parientes -ni siquiera con sus padres- y sólo en los juegos infantiles logra sentirse parte de un grupo de amigos casi tan marginales como él: el paralítico Pedro Ganoza; el homosexual Pepo Gulliver, y Alicia, enamorada a sus once años del silencioso Monty. A partir de entonces, la incomunicación lo lleva a una degradación progresiva en todos los aspectos, desde el económico hasta el moral, que el autor objetiva a través de las relaciones de Monty con las mujeres. De tener en Alicia a una enamorada casi normal, pasa a convertirse en asiduo concurrente de prostíbulos, después en proxeneta de la mujer que ama, y por último a trabajar en París en una red de tratantes de blancas.

 

El mayor acierto de Sánchez León en esta novela es haber hecho de Monty no sólo un personaje completo y sumamente humano sino también un símbolo de su generación y clase social, la clase llamada a heredar el liderazgo de un país del que, sin embargo, se mantenía completamente aislada e incomunicada. La potencia de la voz y seguridad del primo Julián (personaje opuesto y complementario de Monty) no le sirven de nada, y lo encontramos a mediados de los 80 convertido en un empobrecido alcohólico que solamente espera recibir su parte de la herencia familiar. La tesis del sociólogo es que así como la tartamudez y el aislamiento envilecieron a Monty, fueron la tartamudez y el aislamiento de nuestra clase dirigente los que condujeron al país a la gran crisis de las décadas del 80 y 90.

 

La estructura episódica de la novela permite que la presentación de esos procesos de degradación (el individual y el colectivo) se realice sin mermar la verosimilitud ni el interés de los personajes o las situaciones narradas en general. Los lectores pueden por eso sintonizar fácilmente con la inseguridad, marginalidad y necesidades afectivas de Monty, Alicia, Pepo y hasta el mismo Julián. A pesar de una cierta falta de unidad (producida por los cambios en el ritmo y puntos de vista narrativos en cada uno de los episodios) El tartamudo es una buena novela, la más lograda de las que hasta ahora ha publicado Sánchez León.

 

 

 

Viajes de la memoria


El sociólogo y escritor Abelardo Sánchez León (Lima, 1945) ha reunido en El viaje del salmón (Peisa, 2005) una treintena de crónicas que abarcan cuatro décadas de viajes personales. Figuran, en orden cronológico, desde su experiencia adolescente (inicios de los 60) en Iowa como estudiante de intercambio, hasta un visita a Cartagena de Indias (Colombia) en el año 2002 en compañía de su esposa Marcia. Pero la parte más importante del libro es aquella en que el autor cuenta su experiencia en Europa, especialmente su periodo de bohemia parisina, en el que compartió pobrezas e ideales con un interesante grupo de escritores latinoamericanos, entre ellos nada menos que Alfredo Bryce y Julio R. Ribeyro.

Al tratarse de crónicas escritas por un poeta y sociólogo, resulta natural que el mayor énfasis esté puesto no en la descripción de paisajes o ciudades sino en la recreación de los vínculos y relaciones del autor con las personas que va encontrando en sus diferentes viajes. "Uno viaja a los lugares donde están los amigos", ha dicho ASL en una reciente entrevista, y cada uno de estos textos parece estar dedicado a alguno de esos amigos, descritos con admiración y afecto: desde el gigante bonachón Paul de Iowa, una amistad de muchos años, hasta una joven mesera por la que el autor siente un amor platónico y fugaz; sin dejar de lado al africano Joseph o al cura Michel de la Croix, entre otros.

El libro puede ser visto entonces como un nostálgico homenaje a esos amigos y especialmente a Marcia, la paciente compañera de toda la vida. La vemos viajar sola a Europa (contra la voluntad de su padre) para encontrarse con ASL y apoyarlo en su bohemia parisina trabajando de niñera o en las más duras faenas agrícolas. Y también la vemos regresar sola (las circunstancias no se explican bien) y resignada al Perú. El propio autor reconoce en uno de los textos más breves (La fiesta que nos sigue, una especie de arte poética) que este libro "está centrado en Marcia, mi esposa por treinta años, con quien he gozado, sufrido, viajado, construido una casa y formado un hogar".

Ese aspecto de homenaje personal lleva a estas memorias más cerca del modelo amable y agradecido del libro Vivir para contarla de García Márquez que de lo polémico de El pez en el agua de Mario Vargas Llosa. Una opción que, por otra parte, no es del todo consecuente con la propia obra de ASL, cuyas novelas y poemarios se han caracterizado por su visión crítica y pesimista con respecto a las relaciones humanas en general. Incluso a los temas centrales de El viaje del salmón -el viaje y la convivencia conyugal- el escritor ya les dedicó secciones completas de su poemario Oh túnel de la Herradura (1995). Pero entonces sus opiniones eran mucho más ásperas. Sobre la convivencia de pareja decía, por ejemplo:


"Mi amor es mi infierno...
Un departamento. Una vivienda.
Un infierno, qué concha, si exagero!"

Son varios los pasajes en los que la emotividad y el arrepentimiento por los errores del pasado se desbordan. Después de todo en estos relatos, como el propio autor reconoce en el ya citado texto, hay bastante de lamento y afán por lograr que ese pasado sea "digerido de una forma más amable... y que no atormente tanto mi presente". Sin embargo, no faltan las páginas severas con respecto a ciertos personas que traicionaron o no supieron mantener la amistad. Uno de los textos más largos del libro, y que seguramente generará polémica, es Dos escritores consagrados, sobre la amistad entre ASL y el escritor Carlos Calderón Fajardo, compañeros de estudios universitarios.

Como en sus más reciente libros –el poemario El mundo en una gota de rocío (2000) y la novela El tartamudo (2002)- ASL emplea esta vez un lenguaje en el que se combinan acertadamente elementos "librescos" (una cierta complejidad gramatical) con otros propios del habla coloquial urbana limeña y un cierto. Es uno de los aspectos más logrados del libro, que sumado a un sentido del humor contenido pero eficaz, hacen de El viaje del salmón, no obstante los excesos de emotividad, una lectura entretenida y agradable.


 

 

 

 

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