Los
une la sangre, el nombre y el apellido y hasta la misma vocación.
Tantas similitudes, infrecuentes hasta entre padres e hijos, han
sido posible en los Chávez. Pero al pintor Angel Chávez Achong no
le molesta que lo comparen o
asocien con su progenitor o con su tío Gerardo. “Mi padre fue mi
primer maestro, el mejor”, dice orgulloso y aunque el recordado
Angel Chávez no esté más en este mundo, sigue ejerciendo una vida
influencia sobre su vástago.
Lo
que a otros les parece una carga -el peso de un nombre-, el inquieto
Angel lo siente como una responsabilidad que “no es fácil llevar
pero que a la vez es un reto fascinante”. ¿Tampoco fue un
abrepuertas? No, responde. “En todo caso, las únicas puertas que
me abrió fueron las del conocimiento”.
El
hijo no siente que tenga que superar a su padre pues “nunca hubo
competencia entre nosotros. El siempre tuvo su lugar de maestro y yo
el de heredero y responsable de su mensaje”: hablar de ese mensaje
es hurgar en lo que ahora hace Angel.
Emplea
tres técnicas- óleo, cera y barro; esta última se ha convertido
en su favorita. Fue el pintor Carlos Porras, quien vive en Holanda,
el primero en indagar y pintar en barro, con las técnicas
ancestrales de los Mochicas. En la huaca del Sol y de la Luna se han
encontrado pinturas hechas hace 1500 años con este material.
Para
Chávez el barro abarataría el costo de los materiales, con la
ventaja que uno puede hacer con él lo que hace con otras pinturas,
sin límite alguno. Pero su valor va más allá. “La tierra tiene
mucho que ver con nosotros. Es un material muy ligado al origen de
la vida misma y a la evolución de la humanidad, esta presente en
las religiones más antiguas”.
El
barro que utiliza Chávez es norteño. Lo extrae de las canteras de
Cajamarca y lo mezcla con mucílago de cactus, pegamento que fija el
barro a las superficies duras. La fórmula parece sencilla pero no
lo es. Antes debió consultar a ingenieros, químicos y
restauradores.
Fue
hace tres años en Nueva York, que por primera vez rondó en su
cabeza la idea de trabajar con barro lo consideró un elemento
expresivo muy rico: “Antes pintaba la realidad objetiva –una
mujer peinándose-, retratos bodegones. Ahora, en mi pintura
pastosa, de mucha textura, de colores fuertes, intento eliminar lo
anecdótico para captar y transmitir más sensaciones y vivencias,
lo que es también una herencia de mi padre”.
Como
él, empieza con colores terrosos para finalizar, en las últimas
capas, con intensos rojos, amarillos, fucsias. Y el barro, expresa,
es ideal para mostrar esos sonrientes rostros marrones de la sierra.
Chávez
está convencido de que las técnicas son importantes pero lo es más
el lenguaje que expresa una pintura. “Sobre todo es vital la
expresión cultural que represento. Me siento orgulloso de mi
identidad latinoamericana, peruana. Tenemos nuestra propia fuente de
riqueza, no necesitamos mirar a otras partes”.
Lo
dice a pesar de haber recibido también una educación con gran
influencia occidental. Primero en la Escuela de Bellas Artes de
Lima, luego en Estados Unidos, Francia
y Holanda. “Mis años en Europa fueron un diálogo estrecho
con los grandes maestros de la pintura y el tiempo en los Estados
Unidos, el contacto con las ideas contemporáneas más
sobresalientes. Todo eso ha reafirmado mi identidad peruana. Ahora,
ya no estudio en Louvre sino en Chan-Chan, pues la fuente está aquí,
sin pecar de chauvinista.”
La
relación del hombre con la naturaleza en nuestras antiguas culturas
es una lección, además totalmente contemporánea, de vanguardia,
opina Angel, quien prepara una muestra en la Galería de Cecilia
Gonzales, y luego planea exponer en Washington.
Los
inicios de Angel en las artes plásticas fueron tan tempranos que ni
el mismo recuerda cuando pintó por primera vez. Su primer logro, el
Premio Nacional de Dibujo y Pintura Escolar, fue en 1971. Desde
entonces han corrido ríos de pintura por su pluma y seguirán
corriendo. Nació oliendo a trementina y óleo; y esa es la
constante de su vida.
ROSA
AMELIA FIERRO
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