La
pintura de Ángel Chávez Achong se acerca a una calidad informal
que por momentos parece sobrepasar el mandato de la imagen dibujada.
Esta se encuentra inscrita en esa preocupación, cara a muchos
artistas latinoamericanos, de revelar a través de lo instrumental y
técnico contenidos profundos, siempre relacionados con características
que puedan ser asimilables a detalles identificatorios.
Es
ese problema de ‘identidad’, que tanto ha marcado el trabajo artístico
de los pintores de la región, el que parece dirigir, en muchos
casos, la elección no sólo de una temática y un estilo sino los
mismos ingredientes de su composición y de su técnica.
Es
así que lo telúrico se asimila a toda posibilidad de asociación
con lo táctil, en cuanto a las sensaciones que la materia, el
empaste y la rugosidad, permiten sugerir, generando la percepción
de la tierra y todo el sentido simbólico tejido en torno a ella.
Sentido
de origen, de pertenencia, de tradición, que parece condicionar lo
raigal y profundo. Chávez acude a estos elementos dotándolos de
una fuerte vibración mediante la utilización de colores violentos,
agresivos en su crudeza, evocadores de una fuerza pasional que
subraya las imágenes dibujadas con bastante esquematismo y
sutileza, y que, con frecuencia, recurren a la significación del
ser desnudo, no por adherirse a un despojamiento sino mostrando su
carácter esencial, y también su soledad primigenia e inevitable.
Es
la referencia a la pareja (‘Hombre cortejando a una mujer’ y
‘Reencuentro’) la que agrega la presencia de una posibilidad de
rescate, la alusión al amor como refugio y esperanza sin desdeñar
la sensualidad y el erotismo que también lo habitan, siempre con el
fondo rico y material que alude a una atemporalidad disuelta en un
espacio que no es escenografía o habitáculo sino verdadero magma
generador.
Importantes
pintores peruanos, a los que este joven pintor se encuentra ligado a
través no solo de su historia vital sino por encarnar su propia
predilección e intereses, son evocados como clara influencia en
estos cuadros tan vitales que hoy presenta en la Galería Cecilia
González.
Y
más allá, la evocación lleva, vía la construcción del espacio
plástico, a las propuestas del maestro mexicano Rufino Tamayo.
Chávez
Achong sabe utilizar todos estos referentes logrando un nuevo
resultado en el que el deslumbramiento cromático no es pieza menor.
Basta con ‘sentir’ la calidez de su ‘Pareja en azul’.
Pero
las mismas preocupaciones que apuntamos llevan al autor a presentar
dos obras experimentales, tanto a nivel de imagen como de técnica,
donde lo aparentemente buscando es sólo el efecto de la materia
volviéndola en sí misma, la imagen. Intento que parece que se
encuentra aún en su primera etapa.
Al
igual que la jaba de madera y el embalaje del equipaje de pintor que
son alusiones al viaje, a la transitoriedad. Esa trashumación que
signó la historia personal del artista durante varios años, se
convierte aquí en una reveladora anécdota personal, pero que no
enriquece la propuesta artística.
Es
una buena exposición en la que la vitalidad, el oficio y la
vehemencia revelan una talentosa personalidad.
Elida
Román |