Homenaje a la materia 
y el color a través de la imagen

El Comercio, 9 de diciembre de 1997
Por Elida Román

La pintura de Ángel Chávez Achong se acerca a una calidad informal que por momentos parece sobrepasar el mandato de la imagen dibujada. Esta se encuentra inscrita en esa preocupación, cara a muchos artistas latinoamericanos, de revelar a través de lo instrumental y técnico contenidos profundos, siempre relacionados con características que puedan ser asimilables a detalles identificatorios.

Es ese problema de ‘identidad’, que tanto ha marcado el trabajo artístico de los pintores de la región, el que parece dirigir, en muchos casos, la elección no sólo de una temática y un estilo sino los mismos ingredientes de su composición y de su técnica.

Es así que lo telúrico se asimila a toda posibilidad de asociación con lo táctil, en cuanto a las sensaciones que la materia, el empaste y la rugosidad, permiten sugerir, generando la percepción de la tierra y todo el sentido simbólico tejido en torno a ella.

Sentido de origen, de pertenencia, de tradición, que parece condicionar lo raigal y profundo. Chávez acude a estos elementos dotándolos de una fuerte vibración mediante la utilización de colores violentos, agresivos en su crudeza, evocadores de una fuerza pasional que subraya las imágenes dibujadas con bastante esquematismo y sutileza, y que, con frecuencia, recurren a la significación del ser desnudo, no por adherirse a un despojamiento sino mostrando su carácter esencial, y también su soledad primigenia e inevitable.

Es la referencia a la pareja (‘Hombre cortejando a una mujer’ y ‘Reencuentro’) la que agrega la presencia de una posibilidad de rescate, la alusión al amor como refugio y esperanza sin desdeñar la sensualidad y el erotismo que también lo habitan, siempre con el fondo rico y material que alude a una atemporalidad disuelta en un espacio que no es escenografía o habitáculo sino verdadero magma generador.

Importantes pintores peruanos, a los que este joven pintor se encuentra ligado a través no solo de su historia vital sino por encarnar su propia predilección e intereses, son evocados como clara influencia en estos cuadros tan vitales que hoy presenta en la Galería Cecilia González.

Y más allá, la evocación lleva, vía la construcción del espacio plástico, a las propuestas del maestro mexicano Rufino Tamayo.

Chávez Achong sabe utilizar todos estos referentes logrando un nuevo resultado en el que el deslumbramiento cromático no es pieza menor. Basta con ‘sentir’ la calidez de su ‘Pareja en azul’.

Pero las mismas preocupaciones que apuntamos llevan al autor a presentar dos obras experimentales, tanto a nivel de imagen como de técnica, donde lo aparentemente buscando es sólo el efecto de la materia volviéndola en sí misma, la imagen. Intento que parece que se encuentra aún en su primera etapa.

Al igual que la jaba de madera y el embalaje del equipaje de pintor que son alusiones al viaje, a la transitoriedad. Esa trashumación que signó la historia personal del artista durante varios años, se convierte aquí en una reveladora anécdota personal, pero que no enriquece la propuesta artística.

Es una buena exposición en la que la vitalidad, el oficio y la vehemencia revelan una talentosa personalidad.

Elida Román
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