Las
naturalezas muertas de Chávez-Achong “Apuntan a un nuevo
ordenamiento académico” en virtud de su formación plural que
comprende la Escuela Nacional de Bellas Artes, y el taller de su
padre (incluyendo en esta formación a Gerardo Chávez, Oscar Allain,
Gamaniel Palomino, Gilberto Rebaza etc).
Dentro
de esta formación, es lógico que Chávez-Achong no tenga prisa por
ubicarse dentro de la vanguardia, ni en la carrera de los istmos. Su
obra “quizá un tanto preciosista” yo diría excesiva y
compresiblemente preciosista, tiene todo el propósito de continuar
por el camino de la tradición.
Así,
la pintura cuyo proceso histórico –incluso en el Perú- se ha
visto acelerado, vuelve a su cauce en esta muestra de la Galería
“SOL”. Pero sus mejores resultados están cuando Chávez-Achong
se desprende de la coraza de la academia, es decir, donde el cuadro
del candelero es trabajado con una textura, que no lo dice todo, o
donde aparece el “torito de pucará”.
Este
último cuadro no sólo significa la vuelta a la pintura, sino la
aproximación a una pintura peruana, aunque sólo lo sea en el tema.
Y esto ya es bastante, en la búsqueda que todo joven artista se
debe plantear, ya que la pintura nacional tiene el derecho de contar
con su propia utilería, sus propios objetos de bodegón, que
correspondan a una verdad concreta. La tarea, o una de las tareas,
de todo artista joven, debe ser pues –como dijo Sabogal en su
ensayo sobre Pancho Fierro- buscar la sensibilidad plástica popular
peruana, y verterlas francamente al campo pictórico universal.
Partir de lo local a lo universal, de lo particular a lo general.
Esa es la tarea. De otra manera estamos engañando y, -lo que es
peor- nos engañamos a nosotros mismos.
Por
demás las muestras de Chávez-Achong es tonificante. Ojalá nomás
continúe su aproximación a lo nuestro. (J.T.B.)
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