El  parto de la creación
Ángel Chávez Achong

Por Pedro Escribano
Fotos JOSÉ LOO

La Revista Domingo del diario 
La República, 2 de agosto de 1998

Continuador de una estirpe de connotados artistas plásticos, el pintor Angel Chávez Achong acaba de instalar su taller en el centro de Lima. Fuimos a su encuentro y descubrimos no solo su oficio, sino una cotidiana y a veces desesperada, neurótica preocupación por la deshumanización del hombre y el lento deterioro de su entorno.

Continuador de una estirpe de connotados artistas plásticos, el pintor Ángel Chávez Achong acaba de instalar su taller en el centro de Lima. Fuimos a su encuentro y descubrimos no sólo su oficio y exquisita sensibilidad, sino una cotidiana – y a veces desesperada, neurótica preocupación por la deshumanización del hombre y el lento deterioro de su entorno.

Desde la ventana de su taller, en el quinto piso de un edificio en el centro de Lima, el pintor Angel Chávez Achong se apodera de la ciudad. Sus pinceles recogen el ruido de las calles, los pasos y las figuras de la gente. El polvo diminuto e inofensivo que los rayos de luz descubren entre nosotros. Quizás también el vuelo azul de alguna ilusión. Y es que para Chávez Achong todo aquello que lo rodea, o lleva por dentro, contiene el temblor intenso y los colores de la humanidad.

A Chávez Achong lo de artista le viene de familia. Es hijo del brillante y desaparecido pintor trujillano Angel Chávez y sobrino de Gerardo Chávez, otro artista que enaltece la plástica peruana. Por eso Chávez Achong, que nació en Lima en 1960, creció entre caballetes y aspirando el olor a trementina. Como él mismo dice, se “amamantó de la pintura”. Estudio complementarios en diversas escuelas y museos de Europa y Estados Unidos.

Hasta hace poco, el taller que ahora ocupa pertenecía a su padre. Ahora le pertenece por derecho propio. Allí, con el recuerdo pero no la sombra de su padre, el joven artista asume sus propias batallas. Y hasta allí llegamos. Cuando el artista nos abrió su puerta, una chalina de tela cubría la mitad de su rostro a modo de mascarilla. Angel lucía un viejo mandil heridos por los encendidos colores de sus pinceles.

Pero no perdimos tiempo. Habíamos llegado para desentrañar sus huellas, el testimonio de color que dejan su inquietud y sus paletas.

-¿Un Cuba libre?- preguntó para empezar la conversa. “Que venga”, respondimos, más aún cuando advertimos que el pintor estaba en su reino y que la tertulia era tan propicia como cautivante.

- Tienes un nombre con eco -  le dijimos a boca de jarro en clara alusión a su padre. Chávez Achong sintió la pegada, pero sonrió:

- El ha sido mi gran maestro, quien me enseño que el arte no es competencia, sino una forma de acompañarse para ser cada día más humano. Yo no creo en las individualidades o en las superestrellas. Mejor hubiera sido si somos colectivos, anónimos.

- ¿ El prestigio de tu padre no ha sido un “abre puertas” ? – insistimos en el punto.

- Sólo al comienzo, cuando era  niño, para conocer a muchos artistas. Mi padre en mi carrera ha sido sobre todo un gran amigo, generosos con mi persona, pero muy severo – como tenía que ser – con mi trabajo pictórico. Pero no niego, es difícil ser hijo de Angel Chávez.

El artista no está de acuerdo con los membretes y etiquetas. El se define como artista peruano, latinoamericano. Nada más “Este es mi contexto histórico, mi herencia y horizonte cultural. Desde aquí asumo el mundo y la tecnología”, sentencia.

Y este mundo (el de las calles de Lima) está lleno de ruidos, de circunstancias cotidianas, de hombres y mujeres, a veces sin nombre y sin rostro, que conmueven a Chávez Achong.

- ¿Y cuándo llegan a las telas?

- Todos los días intento que lleguen. El rumor de la gente suele invadirme, apoderarse de mí. Por eso será que la figura humana siempre brota entre mis colores.

- Sobre todo la figura femenina...

-Es que le debemos más a las mujeres. La historia  dice que dejamos de ser nómadas gracias a las mujeres...

Pero nómadas ha sido la historia personal y artística de Angel Chávez Achong. Antes de estudiar pintura, inició estudios de Literatura y Derecho en San Marcos. Como pintor, ha recorrido medio mundo. “Me fui a Europa con el objetivo de imitar a los grandes maestros, sobre todo a Tiziano”, revela el pintor mientras que con destreza retoca un desnudo.

- Hace poco te has establecido aquí. ¿Qué te atrae del centro de Lima?

- Aquí se respira pueblo. El centro de Lima tiene memoria, sobre todo cuando contemplo las azoteas. Antes de venirme, estaba en San Isidro, pero allí todo me parecía recién inventado.

- ¿Eres un romántico?

- Sí. Sobre todo con mi  infancia y mi experiencia en provincia. Pero ni tanto, no hay otro lugar en el Perú, como Lima, donde seamos más provincianos y pluriculturales.

Por eso Chávez Achong se siente de aquí y de otras partes. El mundo para él gira hacia adentro y hacia afuera.

-Siento que el mundo se deshumaniza mucho más rápido. La tecnología es buena. No me preocupa. El problema es que todo se globaliza y muchos pueblos pueden perder sus rostros, esas marcas que denotan nuestra particularidad, nuestra pertenencia a un lugar –dice.

Por eso él asegura tener las alas en el cielo y los pies en la tierra: “Para impulsar mejor el vuelo”, dice.

Los colores de Chávez Achong son violentos, oscuros. Destacan los azules, rojos y naranjas. Colores heridos, como nuestra memoria, en donde la figura humana –hombre o mujer- adquiere o pierde sus formas, pero nunca el latido.

Y es que Chávez Achong busca plasmar gestos intensos de mítica inspiración. Eso explica por qué una de sus técnicas pictóricas consiste en trabajar, como los antiguos peruanos, con pigmentos naturales, mezclándolos con barro.

Pintar es su batalla cotidiana. Plasmar el ruido de la calle, el rumor de la gente, sobre todo de aquellos que van y vienen sin nombres y rostros. Por eso le preguntamos:

-¿Cuándo te sientes frustrado, impotente?

-Cuando siento que lo que pinto no tiene entraña o carece de densidad. Eso me pone furioso y triste. A todo creador le ha ocurrido y esa sensación es tan intensa –e ineludible- como el sosiego frente a una creación que uno considera vital, conmovedora.
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