Continuador
de una estirpe de connotados artistas plásticos, el pintor Ángel
Chávez Achong acaba de instalar su taller en el centro de Lima.
Fuimos a su encuentro y descubrimos no sólo su oficio y exquisita
sensibilidad, sino una cotidiana – y a veces desesperada, neurótica
preocupación por la deshumanización del hombre y el lento
deterioro de su entorno.
Desde
la ventana de su taller, en el quinto piso de un edificio en el
centro de Lima, el pintor Angel Chávez Achong se apodera de la
ciudad. Sus pinceles recogen el ruido de las calles, los pasos y las
figuras de la gente. El polvo diminuto e inofensivo que los rayos de
luz descubren entre nosotros. Quizás también el vuelo azul de
alguna ilusión. Y es que para Chávez Achong todo aquello que lo
rodea, o lleva por dentro, contiene el temblor intenso y los colores
de la humanidad.
A
Chávez Achong lo de artista le viene de familia. Es hijo del
brillante y desaparecido pintor trujillano Angel Chávez y sobrino
de Gerardo Chávez, otro artista que enaltece la plástica peruana.
Por eso Chávez Achong, que nació en Lima en 1960, creció entre
caballetes y aspirando el olor a trementina. Como él mismo dice, se
“amamantó de la pintura”. Estudio complementarios en diversas
escuelas y museos de Europa y Estados Unidos.
Hasta
hace poco, el taller que ahora ocupa pertenecía a su padre. Ahora
le pertenece por derecho propio. Allí, con el recuerdo pero no la
sombra de su padre, el joven artista asume sus propias batallas. Y
hasta allí llegamos. Cuando el artista nos abrió su puerta, una
chalina de tela cubría la mitad de su rostro a modo de mascarilla.
Angel lucía un viejo mandil heridos por los encendidos colores de
sus pinceles.
Pero
no perdimos tiempo. Habíamos llegado para desentrañar sus huellas,
el testimonio de color que dejan su inquietud y sus paletas.
-¿Un
Cuba libre?- preguntó para empezar la conversa. “Que venga”,
respondimos, más aún cuando advertimos que el pintor estaba en su
reino y que la tertulia era tan propicia como cautivante.
-
Tienes un nombre con eco -
le dijimos a boca de jarro en clara alusión a su padre. Chávez
Achong sintió la pegada, pero sonrió:
-
El ha sido mi gran maestro, quien me enseño que el arte no es
competencia, sino una forma de acompañarse para ser cada día más
humano. Yo no creo en las individualidades o en las superestrellas.
Mejor hubiera sido si somos colectivos, anónimos.
-
¿ El prestigio de tu padre no ha sido un “abre puertas” ?
– insistimos en el punto.
-
Sólo al comienzo, cuando era niño,
para conocer a muchos artistas. Mi padre en mi carrera ha sido sobre
todo un gran amigo, generosos con mi persona, pero muy severo –
como tenía que ser – con mi trabajo pictórico. Pero no niego, es
difícil ser hijo de Angel Chávez.
El
artista no está de acuerdo con los membretes y etiquetas. El se
define como artista peruano, latinoamericano. Nada más “Este es
mi contexto histórico, mi herencia y horizonte cultural. Desde aquí
asumo el mundo y la tecnología”, sentencia.
Y
este mundo (el de las calles de Lima) está lleno de ruidos, de
circunstancias cotidianas, de hombres y mujeres, a veces sin nombre
y sin rostro, que conmueven a Chávez Achong.
-
¿Y cuándo llegan a las telas?
-
Todos los días intento que lleguen. El rumor de la gente suele
invadirme, apoderarse de mí. Por eso será que la figura humana
siempre brota entre mis colores.
-
Sobre todo la figura femenina...
-Es
que le debemos más a las mujeres. La historia
dice que dejamos de ser nómadas
gracias a las mujeres...
Pero
nómadas ha sido la historia personal y artística de Angel Chávez
Achong. Antes de estudiar pintura, inició estudios de Literatura y
Derecho en San Marcos. Como pintor, ha recorrido medio mundo. “Me
fui a Europa con el objetivo de imitar a los grandes maestros, sobre
todo a Tiziano”, revela el pintor mientras que con destreza retoca
un desnudo.
-
Hace poco te has establecido aquí. ¿Qué te atrae del centro de
Lima?
-
Aquí se respira pueblo. El centro de Lima tiene memoria, sobre todo
cuando contemplo las azoteas. Antes de venirme, estaba en San
Isidro, pero allí todo me parecía recién inventado.
-
¿Eres un romántico?
-
Sí. Sobre todo con mi infancia
y mi experiencia en provincia. Pero ni tanto, no hay otro lugar en
el Perú, como Lima, donde seamos más provincianos y
pluriculturales.
Por
eso Chávez Achong se siente de aquí y de otras partes. El mundo
para él gira hacia adentro y hacia afuera.
-Siento
que el mundo se deshumaniza mucho más rápido. La tecnología es
buena. No me preocupa. El problema es que todo se globaliza y muchos
pueblos pueden perder sus rostros, esas marcas que denotan nuestra
particularidad, nuestra pertenencia a un lugar –dice.
Por
eso él asegura tener las alas en el cielo y los pies en la tierra:
“Para impulsar mejor el vuelo”, dice.
Los
colores de Chávez Achong son violentos, oscuros. Destacan los
azules, rojos y naranjas. Colores heridos, como nuestra memoria, en
donde la figura humana –hombre o mujer- adquiere o pierde sus
formas, pero nunca el latido.
Y
es que Chávez Achong busca plasmar gestos intensos de mítica
inspiración. Eso explica por qué una de sus técnicas pictóricas
consiste en trabajar, como los antiguos peruanos, con pigmentos
naturales, mezclándolos con barro.
Pintar
es su batalla cotidiana. Plasmar el ruido de la calle, el rumor de
la gente, sobre todo de aquellos que van y vienen sin nombres y
rostros. Por eso le preguntamos:
-¿Cuándo
te sientes frustrado, impotente?
-Cuando
siento que lo que pinto no tiene entraña o carece de densidad. Eso
me pone furioso y triste. A todo creador le ha ocurrido y esa
sensación es tan intensa –e ineludible- como el sosiego frente a
una creación que uno considera vital, conmovedora. |