Textos del CICA
Contra todos los partidos, por la autoemancipación de la clase
Crítica del texto "El anarquismo revolucionario y los partidos
políticos"*, elaborado por la Alianza Comunista Libertaria (26/11/04).
Ya decía Engels, en su controvertido -para los anarquistas-
texto «Sobre la autoridad» de 1873, que no se resuelve
nada con cambiar las cosas de nombre. Y esta misma crítica se
verifica con creces en el caso de la ACL.
Para ir al grano, prescindiré de las cuestiones que no son
centrales para la discusión en torno a la forma partido y a su
aplicación en la corriente anarquista.
1
La ACL comienza afirmando la necesidad de una organización
formada "únicamente por los elementos más entregados
y abnegados a la causa revolucionaria". El por qué
la ACL identifica, a priori, esta necesidad con la forma partido, ella
no lo explica, y esto precisamente en un documento que pretende "esclarecer
un poco la cuestión" del partido. Por otra parte, aunque
parezca un problema superficial, hay que decir que nosotros no entendemos
nuestro compromiso con la lucha por la transformación comunista
de la sociedad como un compromiso con la "causa revolucionaria",
sino con [email protected] [email protected] reales, con su emancipación como
individuos y como colectivo (o sea, como "totalidad concreta",
hablando en términos más abstractos). Hablar de "causa
revolucionaria" significa equiparar, conceptualmente, "emancipación
de [email protected] [email protected]" y "programa revolucionario", lo cual
es, ya en sí mismo, un rasgo ideológico de los partidos:
identificar su propio programa con los intereses generales de la clase
que afirman representar.
Bakunin y Marx vivieron en una época en la que las consecuencias
de la forma partido -y en general de las formas de organización,
acción y pensamiento nacidas para la lucha por reformas- no se
habían desarrollado más que parcialmente y eran aún
contrapesadas por el papel progresista de esas organizaciones reformistas.
Así, dichas formas de organización podían ser vistas
todavía como susceptibles de adquirir un contenido revolucionario.
El problema se presentaba, pues, como un problema de "dirección",
se entienda ésta en términos de dirección de abajo
a arriba o de arriba a abajo. Pero la historia de la lucha de clases
durante el siglo XX ha demostrado que esta apreciación era errónea,
el fruto de una percepción ilusoria ligada a una situación
histórica temporal. El último siglo de luchas de clases
ha demostrado que esas formas de organización tradicionales de
la clase obrera no sirven para avanzar hacia la revolución: al
contrario, tienden a convertirse en los agentes del capitalismo dentro
del proletariado, impidiéndole que lo destruya o desviándole
del camino de su superación, hacia el capitalismo de Estado.
A este último respecto, es necesario decir que, así
como el "socialismo de Estado" es una ilusión, lo mismo
lo es si se trata de un "socialismo de Estado" dirigido por
un partido como de un socialismo dirigido por los sindicatos "libertarios"
o por una organización específica anarquista. En realidad,
lo mismo da si los "revolucionarios" dirigen la vida social
de abajo a arriba o de arriba a abajo, pues de lo que se trata es de
que "dirigen", de que la división dirigentes/dirigidos
persiste. Entonces, la masa sigue ocupando en la práctica social
la misma posición subordinada que antes. La autoridad ideológica
engendra de este modo la autoridad política y viceversa; la relación
política en que se funda el Estado tal y como lo conocemos, el
Estado de la sociedad de clases, es reconstituida. El ejemplo del papel
de la CNT y la FAI en la Revolución española es significativo
(al contrario de lo que dice la ACL, Los Amigos de Durruti fueron una
fuerza de oposición incipiente tanto al reformismo y colaboracionismo
de la CNT como de la FAI, pues ambas organizaciones estaban fuertemente
entrelazadas).
La verdadera democracia obrera no puede ser una mera forma, tiene
ser a la vez el fundamento vivo de la autoactividad misma de la clase,
la expresión de su acción consciente. Por eso, la auténtica
democracia de masas sólo puede ser el resultado de la elevación
en cantidad y calidad de la autoactividad de esas masas y del desarrollo
de su conciencia revolucionaria, y esto es antagónico al papel
del partido y a la "dirección política" de la
clase por parte de cualquier organización especializada.
2
La ACL pretende incluso presentar a Bakunin como el primer defensor
del partido revolucionario, frente a Marx, que según ellos -se
deja implícito- sería en todo caso una especie de "imitador"
de aquella idea. Pero nada más lejos de la realidad. Marx comprendió,
a diferencia de Bakunin, que la tendencia histórica no iba hacia
el declive del capitalismo, sino a su ascenso sostenido durante un tiempo
prolongado. Por eso se orientó hacia la participación
en las organizaciones reformistas y a intentar introducir en ellas progresivamente
el programa revolucionario -lo cual es una táctica muy discutible,
pero esto no nos incumbe ahora-.
La ACL cita a Bakunin precisamente donde éste cae en lo que
es la tradición jacobina-blanquista-leninista del partido revolucionario.
Para Marx, el partido revolucionario era la expresión, bajo una
forma de agrupamiento organizada y autoconsciente, de la constitución
del proletariado en clase, de su capacidad para actuar como clase para-sí.
Era el resultado de un proceso de maduración histórico
del proletariado a través de la lucha de clases. Esto nada tiene
que ver con la teoría sobre la vanguardia en que se basa Bakunin
y, con él, también los blanquistas y más tarde
los bolcheviques. Aquí tampoco vamos a discutir la teoría
de la vanguardia, sólo señalamos que en esta tradición
política -de origen burgués- vanguardia y partido revolucionario
se consideran sinónimos, esto es, se identifica el papel de la
vanguardia con "dar a estas masas una dirección realmente
revolucionaria" (Bakunin). Esta frase podría también
haberla dicho Lenin o cualquiera de sus seguidores.
Bakunin tiene razón en la necesidad de diferenciar entre vanguardia
y masa, pero tampoco clarifica mucho más el asunto. Además,
en la cita que recoge la ACL él habla de un caso concreto, lo
que no explica: 1º) si él entiende esta dicotomía
vanguardia-masas como algo relativo y determinado por la práctica
real en la lucha de clases, o 2º), si él define a la vanguardia
solamente en función de la conciencia intelectual y, 3º)
si considera la división vanguardia-masas como algo estanco,
en lugar de entender estos conceptos como relativos al movimiento que
se analiza (por ejemplo, en una lucha obrera concreta un sector desempeña
un papel de vanguardia impulsando y orientando la lucha, pero esto no
quiere decir que sean "revolucionarios convencidos" ni mucho
menos). La identificación del término "vanguardia"
con "revolucionario dotado de conciencia intelectual" es también
un residuo del blanquismo, que se remonta claramente y directamente
al jacobinismo y más en general a la praxis de la revolución
burguesa.
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Para la ACL su "organización revolucionaria" específica
tiene que "concientizar a la clase trabajadora de su papel
histórico revolucionario". Su oposición al concepto
de partido sólo tiene validez real si nos referimos a los partidos
en el sentido más convencional, esto es, a los explícitamente
estatistas. Pues el ejercer el poder por un partido, da igual que se
base en la autoridad política explícita o en la autoridad
moral/ideológica -esto último como quieren los anarquistas-,
significa en la práctica la misma relación mecánica
y unilateral entre vanguardia-masas, sociedad civil-poder político
organizado, y en general entre práctica y teoría.
La teoría es considerada unilateralmente como determinante
de la práctica, y de este modo la "organización revolucionaria"
tiene que llevar la teoría a las masas. Se ve que el problema
de Lenin con los anarquistas típicos es que tuvo la mala suerte
de decir abiertamente lo que ellos ya pensaban para sus adentros: (parafraseándole
en un lenguaje coloquial:) "la masa es demasiado estúpida
para llegar por sí misma a la conciencia del socialismo, por
eso la conciencia socialista tiene que venir de fuera".
Para nosotros, en cambio, no es la teoría revolucionaria la
que determina la existencia de una práctica revolucionaria, ni
es el programa de una organización lo que determina el devenir
revolucionario de la lucha de clases. Es, a la inversa, la existencia
de una práctica revolucionaria lo que determina el surgimiento
del pensamiento revolucionario y es la lucha de clases la que determina
con su devenir los programas de las organizaciones. Una teoría
o un programa no puede existir independientemente de la praxis, salvo
en la forma de una existencia suprahistórica "de salón"
o en una biblioteca junto con otros libros cuya única finalidad
es el disfrute de su lectura. Si no existe práctica revolucionaria,
la pretensión de sostener unos planteamientos teóricos
revolucionarios apoyados en ella se convierte necesariamente en una
mistificación de la realidad.
La clase obrera no se hará consciente de su poder social y
de su capacidad revolucionaria gracias al voluntarismo y la propaganda
de la ACL u otras organizaciones similares, sino gracias al despertar
y desarrollo de su autoactividad -esto es, de su energía y capacidades
totales- a través de la lucha de clases, y del esfuerzo colectivo
ligado a ella.
Lo que tienen en común todos los partidos políticos
es que conciben la "concienciación" de [email protected] trabajadores/as
como un resultado de la razón intelectual, en lugar de ver el
pensamiento racional, a nivel del contenido, como un mero derivado de
la experiencia. Al papel salvador de los "intelectuales de la revolución"
(sean intelectuales profesionales, por afición o por esfuerzo
autodidacta) corresponde el papel salvador del pensamiento racional,
o sea, de la diosa Razón de la Ilustración burguesa que
grita: ¡Que lo racional se haga real!. Pero la realidad
se revuelve y le responde duramente: ¡Soy yo quien hace lo
racional!
4
La ACL dice que considera "inapropiado" presentarse como
un "partido obrero", pero lo afirma sólo por motivos
tácticos y para diferenciarse de sus competidores, los partidos
reformistas y leninistas. Nosotros, los comunistas de consejos, no buscamos,
en cambio, "competir" con ninguna otra organización.
Nuestros esfuerzos se dirigen a ayudar a la clase a desarrollarse por
sí misma, no a enfrentarnos con otros "partidos". Sólo
hacemos esto último cuando prácticamente es necesario
para la clarificación de la clase (nótese que, cuando
hablamos de "clarificación de la clase", siempre hablamos
de un proceso colectivo en el que la vanguardia revolucionaria tiene
su papel específico, pero que no deja de ser por ello un proceso
"horizontal"). En definitiva, la ACL sólo critica,
por un lado, a aquellos partidos que refuerzan las ilusiones en "las
elecciones y los parlamentos" y -como luego detallan- por
otro lado a los leninistas (no se sabe por qué hacen esta diferenciación
tan marcada, cuando hoy en día son prácticamente insignificantes
los partidos leninistas que no son electoralistas y parlamentaristas).
Cuando la ACL critica la concepción leninista del partido lo
hace afirmando que su posición se diferencia de la del bolchevismo
en que atribuyen al "frente de masas" la co-representación
de los intereses de la clase obrera junto con la organización
de vanguardia, mientras que -según ellos- en el caso del bolchevismo
éste sólo reconocería al partido como representante
de los intereses de la clase obrera. Esto es, en primer lugar, falso,
ya que el bolchevismo concibe al partido como el "portador"
de la conciencia revolucionaria, no afirma que las masas y sus grandes
organizaciones sean absolutamente inconscientes. Lo que predica el bolchevismo
es la subordinación de las organizaciones de masas al partido,
en nombre de la "causa revolucionaria".
Aclarado esto, puede comprobarse que no hay tantas diferencias entre
el bolchevismo y el bakuninismo de la ACL. Una sola afirmación
de ésta última lo deja bien claro: la función de
la vanguardia organizada no es ayudar a la clase a desarrollarse como
sujeto autónomo, aportando elementos de clarificación,
impulsando adelante la lucha y la organización, etc.; es "disputar"
la "dirección" a las otras tendencias no revolucionarias.
La segunda diferencia que menciona la ACL es que, para ellos, el partido
leninista quiere el poder estatal para sí, y para ello pone sobre
la mesa su superioridad intelectual, mientras que la "organización
política anarquista" (todo sea por no hablar de "partido
político anarquista") quiere destruir el poder estatal existente.
O sea, aquí la ACL no ha aclarado nada: el leninismo quiere tomar
el poder del Estado existente o bien de otro nuevo; la ACL quiere destruir
el poder estatal existente... ¿y luego qué?
La ACL no aclara nada de esto, sólo repite los mismos tópicos.
Lo que ocurre con el poder político real es un misterio. En lugar
de intentar al menos dar una pista, la ACL postula la identidad: "tomar
el poder político" = "imposición de una minoría
sobre la masa". Después, sin embargo, dice que su objetivo
es "la construcción del poder popular proletario, constituido
de abajo a arriba, todo el poder fundido en la colectividad del pueblo
trabajador a través de sus órganos de decisión
asamblearios y horizontales". Estos planteamientos sólo
resultarán satisfactorios para los creyentes en una ideología.
Lenin supo muy bien utilizar argumentos prácticos contra aquellos
que criticaban la teoría leninista. Él les diría:
"¿es que acaso todo el pueblo trabajador tomará directamente
todas las decisiones, es que acaso todo el pueblo tiene la capacidad
para tomar esas decisiones?". Entonces la cuestión quedaría,
al menos, situada en el terreno verdaderamente práctico.
5
La auténtica cuestión del partido es la siguiente: ¿autodeterminación
de las masas o dirección de las masas por una minoría
organizada?
En realidad, con todo, la ambigüedad de la concepción
de la ACL no es un error sino, como se ve en cualquier "organización
específica" anarquista, una expresión de sus verdaderas
concepciones prácticas sobre la "dirección".
Nosotros defendemos la "autodirección" del proletariado.
Sabemos que esto no es completamente posible en las condiciones de la
esclavitud asalariada y que sólo puede ir desarrollándose
con el tiempo y el esfuerzo colectivo; por eso consideramos que, cuando
la masa se limita a asumir las orientaciones de una minoría,
se trata de un hecho propio de la sociedad burguesa y que debe ser superado,
poniendo la atención y el esfuerzo que sean posibles en evitarlo.
Porque, incluso si estas orientaciones son avanzadas y llevan a la clase
a un estadio de organización y conciencia superiores, en última
instancia son también, llegado a un punto, un obstáculo
a su emancipación efectiva. Es decir, valen mientras la lucha
de clases se limita a objetivos reformistas, pero son antagónicas
con la preparación del proletariado para el comunismo.
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Sobran comentarios sobre la parte histórica del texto que habla
de los anarquistas rusos y ucranianos, de Los Amigos de Durruti, etc.
Sólo cabe señalar que se reitera la misma idea: "la
necesidad de constituirse en dirección revolucionaria consciente".
Como menos, este tipo de frases sólo sirven para mantener la
hegemonía del revolucionarismo burgués dentro del proletariado.
La ACL quiere ver siempre en los grupos revolucionarios la expresión
de una voluntad de dirigir en un sentido revolucionario a un movimiento
que no lo es.
En realidad, lo que ocurre es que la ACL tiene una concepción
bastante más próxima al vanguardismo leninista de lo que
cree, y esto le impide ver otros muchos matices que existen en la teoría
anarquista y que apuntan en otra dirección.
Sin ir muy lejos, la teoría de la espontaneidad resalta precisamente
la capacidad de la clase obrera para crear sus propias organizaciones
y elevarse a la conciencia revolucionaria, con lo cual el papel de la
vanguardia no es "dirigir" esa espontaneidad de acuerdo con
el programa revolucionario, sino traducir a términos racionales
esa experiencia espontánea y elaborar, con toda la experiencia
histórica acumulada por la clase y por la humanidad, una teoría
revolucionaria lo más desarrollada posible. Luego esta teoría
se lleva de nuevo a la masa para que le sirva en su propio proceso de
autodesarrollo como clase consciente, y allí se somete a la prueba
de la práctica. Se trata, pues, de elevar la espontaneidad de
las masas hasta hacerla plenamente consciente.
Por otra parte, hay que decir que pocos anarquistas han comprendido
el sentido profundo de la controvertida frase de Bakunin de que los
revolucionarios organizados debían ser como una "dictadura
invisible pilotando la revolución" (lo cito de memoria,
pero más o menos son sus palabras. Aquí revolución
tiene el sentido de proceso revolucionario de masas). Lo que Bakunin
trata de explicar es algo que sólo se puede comprender cuando
se ha estado en un movimiento práctico espontáneo: que
es posible tener una influencia determinante sobre los acontecimientos
sin necesidad alguna de formas de poder especiales. Y en esta categoría
nosotros incluímos tanto las formas de poder "centralistas"
como las "morales" que operan de abajo a arriba (en realidad,
ambas formas de poder están siempre interrelacionadas: la autoridad
moral abajo implica, en potencia, centralismo arriba, y viceversa).
7
De lo que se trata, para nosotros, es de que la clase convertida en
sujeto activo es quien decide hacer suya la expresión teórica
que más se corresponde con su experiencia y su voluntad (y éstas
últimas son frecuentemente contradictorias). No necesitamos para
ello ni autoridad política ni intelectual, sólo ser parte
de la comunidad de la clase y realizar una labor de difusión
de nuestros planteamientos ligada a esa comunidad, que dentro del capitalismo
es todavía principalmente una comunidad de lucha.
En conclusión, lo que la ACL realiza es una repetición
del bakuninismo en lugar de desarrollar el anarquismo hasta posiciones
más avanzadas. Se puede argumentar que esta es una afirmación
pretenciosa. No obstante, lo que he pretendido demostrar en este texto
es que la propia teoría de la ACL es un cúmulo de frases
rodeadas de ambigüedades, no un desarrollo más completo
y elevado de la teoría bakuninista original; de modo que, si
no hay un esfuerzo por reforzar la teoría inicial, mucho menos
lo habrá por intentar evaluarla críticamente a la luz
de los acontecimientos históricos y las dificultades de la lucha
de clases actual.
La conclusión de la ACL no es otra cosa que una afirmación
acabada de lo que pretendía negar totalmente: el partido
como elemento autoritario en el movimiento de clase. Y esto ocurre
por una razón muy sencilla: porque el partido es, en esencia,
un elemento autoritario. Cualquier organización que adopte las
características y funciones esenciales de un partido político
tiene que ser una organización autoritaria. Cualquier intento
de atribuirle un papel emancipador sólo puede resultar en una
mistificación: en superponer una ideología revolucionaria
a una organización que en la práctica no actúa
de modo revolucionario, y esto, por supuesto -no lo dudamos aquí-
a pesar de la voluntad de sus miembros, que consideran su propia práctica
desde una forma de conciencia ilusoria.
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Cuando la ACL afirma que su pretensión es "insertar
nuestro programa socialista libertario en [los movimientos populares]
y conducir las luchas populares por un sendero anti-capitalista",
lo está diciendo todo. Quien no sepa ver aquí a un "partido
revolucionario" más, sin ninguna diferencia esencial con
todos los demás que así se proclaman, es que está
ciego. Y resulta ridículo, a pesar de todas las buenas intenciones,
pensar que cualquiera de los defectos de ese partido se compensará
en virtud del "poder popular horizontal y asambleario":
¡Oh, bendida asamblea! ¡Oh, horizontalidad salvadora!.
Esto no es más que el vulgar fetichismo de la democracia directa
llevado hasta la náusea. Cualquier anarquista serio sabe que
la democracia directa requiere de órganos delegativos; pero la
ACL se obstina en encubrir la realidad y dice "poder horizontal
y asambleario". ¿Es que acaso "poder horizontal"
y "poder asambleario" son dos cosas distintas? A decir verdad,
la ACL va más allá que los primeros bakunistas con sus
vaguedades (que tuvieron mucho que ver en crear prejuicios sobre el
anarquismo e impedir reconocer sus importantes aportaciones a la teoría
revolucionaria). No sólo creen que para resolver el problema
del partido y del poder basta con cambiar las cosas de nombre: además
pretenden repetir una y otra vez los términos para crear una
ilusión de que "todo es horizontal", "todo es
asambleario", etc.. Así formulado, este poder no es sólo
"utópico" en relación a las condiciones históricas
en que ha de librarse la lucha por llevar adelante la revolución
proletaria, es más bien "fantástico" en cualesquiera
condiciones.
En cualquier caso, decirle al compañero Daniel -quien nos ha
enviado el texto- que su intervención en el foro del CICA demuestra
mayor claridad que la ACL. Espero que esta aportación sirva para
resituar el debate sobre la cuestión del partido en términos
más concisos.
Roi Ferreiro, 04.08.2005.
[email protected]
* El texto original puede encontrarse en esta página: http://www.geocities.com/juventuda/partidos.htm
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