Roi Ferreiro
Crítica a Lucha de clase y nación
Índice
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Pannekoek afirma que la división del partido socialdemócrata
austríaco, y del proletariado con él, en partidos nacionales
autónomos unidos sobre una base federalista "no presentaba
inconvenientes demasiado grandes y era considerada frecuentemente como
el principio organizativo natural del movimiento obrero en un país
profundamente dividido en el plano nacional. Pero cuando esta separación
dejó de limitarse a la organización política para
aplicarse a los sindicatos bajo el nombre de separatismo, el peligro
se hizo tangible de repente. Lo absurdo del proceso según el
cual los obreros del mismo taller están organizados en sindicatos
distintos y obstaculizan así la lucha común contra el
patrón, es evidente. Estos obreros constituyen una comunidad
de intereses, no pueden luchar y vencer más que como masa coherente
y, por consiguiente, deben estar agrupados en una organización
única. Los separatistas, que introducen en el sindicato la separación
de los obreros según las naciones, rompen la fuerza de los obreros
como lo han hecho los escisionistas sindicales cristianos y obstaculizan
en gran medida el ascenso del proletariado."
"El separatismo en el movimiento sindical no es
más que la consecuencia ineluctable de la autonomía nacional
de las organizaciones del partido; como subordina la lucha de clase
al principio nacional, es incluso la consecuencia última de la
teoría que considera a las naciones como los productos naturales
de la humanidad y ve en el socialismo, a la luz del principio nacional,
la realización de la nación. Por esta razón
no se puede superar realmente el separatismo más que si en todas
partes, en la táctica, en la agitación, en la conciencia
de todos los camaradas domina como único principio proletario
el de la lucha de clase frente al que todas las diferencias
nacionales no tienen ninguna importancia. La unificación de los
partidos socialistas es la única salida para resolver la contradicción
que ha originado la crisis separatista y todos los perjuicios que ha
causado al movimiento obrero."
Pannekoek está aquí completamente cegado por el miedo
a la división y no ve la naturaleza real del problema. Si el
partido podia estar organizado por naciones y esto no impedia su unidad
para los asuntos comunes, ¿por qué iba a ocurrir esto
con el sindicato? En lugar de criticar las divisiones absolutas por
naciones, Pannekoek se vuelve contra las formas de unión federalistas
y la "autonomía nacional". Evidentemente, tiene razón
que para que la unidad exista tiene que dominar en todas partes el principio
de la lucha de clase, pero de ahí no se deduce que las diferencias
nacionales "no tienen ninguna importancia". Lo que
aquí hace Panneokoek es tomar partido por la tendencia centralizadora
y uniformizante frente a las tendencias descentralizadoras y separativas,
esto es: tomar partido por una forma de nacionalismo frente a la otra.
Pues Pannekoek no cuestiona el que, como organizaciones austríacas,
éstas sean nacionalistas en el sentido de la patria "austríaca",
del Estado austríaco unificado. Al contrario, ve en ello una
realización del internacionalismo. Por ello, la incoherencia
de Pannekoek en este punto es abrumadora.
Pero Pannekoek va más allá y analiza los orígenes
de la importancia del principio nacional en los partidos: "en los
comienzos del partido socialista, el centro de gravedad se sitúa
todavía en las naciones. Esto explica el desarrollo histórico:
a partir del momento en que comenzó a llegar a las masas a través
de su propaganda, el partido se escindió en unidades separadas
en el plano nacional que debieron adaptarse respectivamente a su ambiente,
a la sitúación y a los modos de pensar específicos
de su nación, y que por eso mismo se han visto más o menos
contaminadas por las ideas nacionalistas. Pues todo movimiento obrero
ascendente está atiborrado de ideas burguesas de las que no se
desembaraza sino progresivamente en el curso del desarrollo, por la
práctica de la lucha y una comprensión teórica
creciente. Esta influencia burguesa sobre el movimiento obrero, que
en otros países ha tomado la forma del revisionismo o del anarquismo,
necesariamente tenía que revestir en Austria la del nacionalismo,
no sólo porque el nacionalismo es la más poderosa de las
ideologías burguesas, sino también porque allí
se opone al Estado y a la burocracia. La autonomía nacional en
el partido no resulta únicamente de una decisión errónea,
pero evitable, de un congreso cualquiera del partido, también
es una forma natural del desarrollo, creada progresivamente por la situación
misma.
Pero cuando la conquista del sufragio universal creó el terreno
de la lucha parlamentaria propio de un Estado capitalista moderno, y
el proletariado se convirtió en una potencia política
importante, esta sitúación no podía durar."
Es una franca estupidez pensar que la división por naciones
refuerza la adhesión al nacionalismo burgués mientras
que la unidad estatal no. El Estado es siempre el Estado nacional de
la fracción burguesa dominante y, por lo tanto, ni la autonomía
nacional ni la unificación completa son alternativas a la influencia
del nacionalismo burgués sobre el proletariado. Querer resolver
un problema de conciencia de clase mediante formas de organización
es una posición idealista que se abstrae de la práctica.
Fue y es la lucha por reformas lo que hace que el proletariado se mantenga
adherido o crezca en su adhesión al nacionalismo burgués:
el nacionalismo burgués y la socialdemocracia son las dos caras
de la misma moneda. La socialdemocracia es la expresión de que
el proletariado sigue bajo la conciencia dominante y, dentro de ella,
del nacionalismo burgués. Y esto no es un problema de base teórica.
El revisionismo en la socialdemocracia no fue más que la expresión
teórica del crecimiento de la adhesión al régimen
burgués. El anarquismo, sin embargo, puede verse aquí
como una forma de ruptura radical e inmadura con el reformismo, como
en el caso de los "jóvenes" expulsados del partido
socialdemócrata alemán en la década del 1880 con
el apoyo del mismo Engels.
Pannekoek, que en el fondo es sincero consigo mismo, se ve obligado
a reconocer que "el movimiento político no ha superado esta
prueba; en algunas de las partes que lo componen, el nacionalismo tiene
ya raíces tan profundas, que tienen el sentimiento de estar tan
cerca, si no más, de los partidos burgueses de su nación
que de las otras fracciones socialistas. Así se explica una contradicción
que no es más que aparente: el partido global se ha hundido en
el momento preciso en que las nuevas condiciones de la lucha política
exigían un verdadero partido global, la unidad sólida
de todo el proletariado austriaco; el laxo vínculo que existía
entre los grupos nacionales se rompió cuando se vieron confrontados
a la exigencia de convertirse en una unidad sólida. Pero al mismo
tiempo se hizo evidente que esa ausencia de partido global no podía
ser más que transitoria. La crisis separatista debe desembocar
necesariamente en la aparición de un nuevo partido global que
será la organización política compacta de toda
la clase obrera austriaca."
Aquí las afirmaciones de Pannekoek preludian el desmoronamiento
de la II Internacional entera. En la práctica, él se apoya
en la centralización con fines parlamentaristas y reformistas
para criticar las formas de autonomía nacional. Pero, cuando
las reformas ya no son el verdadero objetivo de la actividad de la clase,
sino que es crear una comunidad de lucha autónoma que permita
e impulse el desarrollo del proletariado como sujeto revolucionario,
no existe entonces ya el imperativo de la "política de jefes"
(como dirá más tarde Gorter), ni tampoco el impulso separatista,
ante el que el capitalismo mundial en decadencia se opone con toda su
lógica material. Finalmente, la teoria del "partido global"
fue un bluff, como se puso de manifiesto con la III Internacional dirigida
desde Moscú, y debe ser superada por una nueva concepción
del internacionalismo que integre en un todo el aspecto de la unidad
y el aspecto de la multiplicidad. Pero no sobre el principio abstracto
de la "lucha de clases", sino sobre el principio más
concreto del "desarrollo del proletariado como sujeto revolucionario
a través del desarrollo de la lucha de clases", o sea, el
principio interno del comunismo como movimiento real que supera la sociedad
burguesa.
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"El Estado, que en otros tiempos parecía
débil y desprotegido frente a las naciones, afirma cada vez más
su poder como consecuencia del desarrollo del gran capitalismo. El desarrollo
del imperialismo (...) pone en manos del Estado, con
fines de política mundial, instrumentos de poder cada vez más
potentes, impone a las masas una presión militar y fiscal cada
vez mayor, contiene la oposición de los partidos burgueses nacionales
y hace pura y simplemente caso omiso de las reivindicaciones sociopolíticas
de los obreros. El imperialismo debería dar un poderoso impulso
a la lucha de clase común de los obreros; y frente a sus luchas,
que conmocionan el mundo, que oponen el capital y el trabajo en un conflicto
agudo, el objeto de las querellas nacionales pierde toda significación.
Y no está excluido totalmente que los peligros comunes a los
que la política mundial expone a los obreros, sobre todo el peligro
de guerra, reúnan más pronto de lo que se piensa, para
una lucha común, a las masas obreras ahora separadas."
El desarrollo del poder del Estado es la expresión política
del crecimiento de la acumulación y concentración del
capital en menos manos. Sin embargo, en los países avanzados
ha servido como instrumento para la explotación imperialista
del mundo y, por consiguiente, es absurdo decir que "el objeto
de las querellas nacionales pierde toda significación".
En todo caso, es el "objeto" de esas querellas lo que sigue
en pie, mientras que las querellas interclasistas ("nación
contra nación") se disuelven si la lucha de clases asciende.
Y, aun así, esto no hace que necesariamente se avance en el sentido
del internacionalismo práctico. El ascenso de la lucha de clases
puede quedar restringido al marco nacional y desarrollarse separadamente,
como ocurrió entre 1917 y 1923 en Europa. Aquí Pannekoek
está claramente idealizando la naturaleza internacionalista de
la clase obrera. Pero al afirmar que la clase obrera no es "internacionalista"
en un sentido ideológico, sino que simplemente es una clase determinada
por el capitalismo a ser sujeto "histórico-mundial"
(Ideología Alemana), lo que queremos decir es que la clase obrera
no desarrolla una acción internacional de forma directa, sino
que en realidad comienza primero por la acción nacional y sólo
cuando la internacional va haciendose necesaria históricamente
pasa entonces a ser asumida y llevada a cabo. En este sentido, también,
lo nacional y lo internacional sólo representan para el proletariado
distintas fases de desarrollo de su movimiento y su conciencia de clase,
formas de su autoactividad, ya que en-si ya es una clase determinada
a ser histórico-mundial. La clase es mundial, pero su acción
se desarrolla en un sentido ascendente de lo nacional a lo internacional,
hasta llegar a la acción mundial organizada.
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"Nosotros hacemos que los trabajadores tomen conciencia de que,
para ellos, no son esas cuestiones [nacionales], sino la explotación
y la lucha de clases, las cuestiones vitales más importantes
y que lo dominan todo. Pero esto no hace desaparecer las otras cuestiones
y debemos mostrar que somos capaces de resolverlas."
"La práctica de la lucha obrera debe tener en cuenta a
las naciones en tanto que grupos de lengua diferente; esto vale tanto
para el partido como para el movimiento sindical. En tanto que organización
de lucha, partido y sindicato deben estar organizados los dos de manera
unitaria a escala estatal-internacional. Con fines de propaganda, de
explicación, de esfuerzos en la educación que les conciernen
también y en común, necesitan una suborganización
y una articulación nacionales."
"El programa socialdemócrata de la autonomía nacional
propone aquí la solución práctica que quitaría
su razón de ser a las luchas entre naciones. Por el empleo del
principio personal en lugar del principio territorial, las naciones
serán reconocidas en tanto que organizaciones en las que recae,
en el marco del Estado, el cuidado de todos los intereses culturales
de la comunidad nacional. Así cada nación obtiene el poder
jurídico de arreglar sus asuntos de manera autónoma incluso
allí donde está en minoría. De este modo, ninguna
nación se encuentra en la sempiterna obligación de conquistar
y preservar este poder en la lucha por ejercer una influencia sobre
el Estado."
Pero a pesar de todas sus ventajas esto "no significa que este
programa tenga posibilidades de verse realizado. (...) Las naciones
no son únicamente grupos de hombres que tienen los mismos intereses
culturales y que, por esta razón, quieren vivir en paz con las
otras naciones; son organizaciones de combate de la burguesía
que sirven para ganar el poder en el Estado. Toda burguesía nacional
espera ensanchar el territorio donde ejercer su dominación a
expensas del adversario; por tanto, es totalmente dudoso pensar que
podrían poner fin por iniciativa propia a estas luchas agotadoras,
de la misma manera que está excluido que las potencias mundiales
capitalistas traigan la paz mundial eterna por un arreglo sensato de
sus diferencias."
Una vez se detiene sobre la práctica, Pannekoek ve la necesidad
de defender alternativas viables a las "cuestiones nacionales",
pero acaba por admitir que se trata de meras consignas que no se espera
que sean realizables en el capitalismo. En realidad, las considera objetivos
o medidas socialistas. Pero, en la práctica, la autonomia nacional-cultural
que reivindica Pannekoek no es ni irrealizable en el capitalismo ni
es una medida socialista, ni tampoco una medida revolucionaria transitoria.
Es meramente un planteamiento reformista cuyo antagonismo con el capitalismo
es totalmente secundario; se opone a fracciones burguesas particulares,
no al capitalismo como tal.
Pannekoek reduce la autonomia nacional al aspecto puramente cultural,
lo que es francamente una visión estrecha. Y luego afirma que
el objetivo de las disputas nacionales es la expansión de la
burguesía, con lo cual el único punto de vista que está
considerando es el de la burguesía de los países imperialistas.
Su "autonomía cultural" jurídica es completamente
inconsistente, es la típica posición que considera lo
nacional como un aspecto sin importancia y se limita a convertirlo en
una extensión del programa revolucionario. Pero lo nacional es
una realidad que no es reducible a lo cultural ni a una serie de reivindicaciones
programáticas, y quien así lo entiende lo que hace en
la práctica es saltar por encima de la complejidad del asunto.
Como las premisas de Pannekoek son falsas, también lo son sus
conclusiones; como lo es su teorización, también lo es
su visión del proceso práctico de superación de
los antagonismos nacionales. La oposición intransigente a la
independencia política de las naciones tiene que tener su reflejo
en la concepción enormemente estrecha de la autonomia nacional.
Hablar de independencia, autonomia, etc., nacionales en el sentido ordinario
es hablar de las posibilidades del desarrollo nacional dentro de la
sociedad burguesa, de acuerdo a las categorías de la sociedad
burguesa, no es pensar la libertad nacional en términos comunistas.
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"Se espera que el poder central del Estado se esfuerce en resolver
las diferencias nacionales, porque éstas amenazan con desgarrar
el Estado e impiden el funcionamiento regular de la máquina del
Estado; pero el Estado ha aprendido ya a coexistir con las luchas nacionales
hasta el punto de servirse de ellas para reforzar el poder del gobierno
frente al Parlamento, de manera que ya no es necesario en absoluto allanarlas.
Y lo que es más importante: la realización de la autonomía
nacional, tal como la reivindica la socialdemocracia, tiene como fundamento
la auto-administración democrática. Y esto es lo que aterroriza,
con toda razón, a los ambientes feudales, clericales, del gran
capital y militaristas que gobiernan Austria.
Pero, ¿tiene la burguesía verdadero interés en
poner fin a las luchas nacionales? Muy al contrario, tiene el mayor
interés en no ponerles fin, tanto más cuanto la lucha
de clases toma auge. Pues al igual que los antagonismos religiosos,
los antagonismos nacionales constituyen un medio excelente para
dividir al proletariado, desviar su atención de la lucha de clases
con ayuda de eslóganes ideológicos e impedir su unidad
de clase.
Cada vez más, las aspiraciones instintivas de las clases burguesas
de impedir que el proletariado se una, sea lúcido y potente,
constituyen un elemento mayor de la política burguesa."
"En el pasado, cada burguesía se ha esforzado en agrupar
en un cuerpo compacto al proletariado de su nación con el fin
de poder combatir con más fuerza al adversario. Hoy se produce
lo contrario: la lucha contra el enemigo nacional debe servir para reunir
al proletariado tras los partidos burgueses e impedir así su
unidad internacional."
Con esto estamos de acuerdo, salvo con el último párrafo
que citamos. En este punto, es falso que la burguesía haya querido
unir antes al proletariado y hoy lo divida. Lo que la burguesía
quiere es siempre la subordinación del proletariado a sus objetivos
de clase.
La "división" y la "unidad" de por sí
carecen de significación para la teoría de la praxis revolucionaria;
sólo tienen importancia de por sí para las concepciones
organizativistas, que ven en el proletariado una fuerza de la que servirse.
Quienes no buscan eso, sólo aprecian la división y la
unidad desde el punto de vista de su contenido y necesidad histórica
en el proceso de autodesarrollo del proletariado como sujeto revolucionario.
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"La potencia funesta del nacionalismo será
rota en los hechos no por nuestra propuesta de la autonomía nacional,
cuya realización no depende de nosotros, sino únicamente
por el reforzamiento de la conciencia de clase.
Por tanto, sería falso querer concentrar toda nuestra fuerza
en una 'política nacional positiva' y apostarlo todo a esta única
carta, a la realización de nuestro programa de las nacionalidades
como condición previa al desarrollo de la lucha de clase.
Esta reivindicación del programa no sirve,como la mayoría
de nuestras reivindicaciones prácticas del momento, más
que para demostrar con qué facilidad seríamos capaces
de resolver estas cuestiones con sólo tener el poder, y para
ilustrar, a la luz de la racionalidad de nuestras soluciones, lo irracional
de las consignas burguesas. Pero mientras domine la burguesía,
nuestra solución racional se quedará probablemente en
el papel. Nuestra política y nuestra agitación sólo
pueden estar dirigidas a la necesidad de llevar a cabo siempre y únicamente
la lucha de clase, a despertar la conciencia de clase a fin de que los
trabajadores, gracias a una clara comprensión de la realidad,
se hagan insensibles a las consignas del nacionalismo."
En este párrafo se hace aún más claro que este
texto de Pannekoek está directamente lastrado por los puntos
de vista partidistas y socialdemócratas que tendería a
abandonar posteriormente. Su publicación tal cual, sin una introducción
crítica, por las Ediciones Espartaco Internacional es una grave
muestra de incoherencia con su linea teórica de comunismo de
izquierda. Naturalmente, es un error con trayectoria, ya que el propio
Pannekoek no llegó nunca a romper con sus puntos de vista fundamentales
sobre la "cuestión nacional". Sin embargo, en este
texto se puede apreciar claramente su conexión con la concepción
socialdemócrata-revolucionaria de la lucha de clases, de la cual
el comunismo de consejos quiere ser la superación de conjunto.
Que se hayan mantenido determinadas posiciones sobre la "cuestión
nacional" propias de la visión anterior, es algo que hay
que explicar por las determinaciones histórico-materiales a que
estuvieron sujetos sus teóricos principales.
Por otra parte, los efectos de la táctica bolchevique de la
"autodeterminación nacional", cuyo objetivo era ganarse
el apoyo de los pueblos asiáticos frente al imperialismo occidental,
tuvieron posteriormente a la I Guerra Mundial mucha influencia sobre
este estancamiento de los consejistas en las posiciones anteriores.
Sin la previa crítica radical de las posiciones bolcheviques,
que han prevalecido históricamente, es imposible una corrección
de las incoherencias señaladas. La defensa de la autodeterminación
nacional bajo el capitalismo forma parte de la táctica marxista
desde los orígenes y seria equivocado renunciar a ella pretendiendo,
como hizo Luxemburg, que no es realizable o que no proporciona beneficios
directos al proletariado. Este tipo de posiciones tácticas son
dogmáticas, rígidas, no dialécticas. Sin embargo,
en las condiciones del capitalismo decadente la táctica en los
conflictos nacionales tiene que actualizarse sobre esa misma base histórico-económica,
de tal modo que la defensa del derecho de autodeterminación sólo
es concebible cuando se trata de una reivindicación del proletariado
en ascenso y sirve entonces como forma parcial y temporal para el avance
de la autoconstitución del proletariado en nación, o cuando
sirve para evitar enfrentamientos nacionales interproletarios y/o catalizar
el desarrollo de la lucha de clases.
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