Roi Ferreiro
Por qué necesitamos ser anti-partido

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Las raíces prácticas de la forma partido

En general, la clase obrera se organiza para la lucha. Sólo mediante su unidad colectiva sus capacidades individuales pasan a constituir un poder capaz de transformar su situación práctica -o sea, en mayor o menor medida, la sociedad-. La organización no existe como algo separado de la lucha y de la conciencia de la necesidad de ésta. Esto sólo lo parece, debido al hecho de que las organizaciones particulares pueden, una vez creadas, seguir subsistiendo como entes aparentemente dotados de vida propia. Esta ilusión es la base práctica del fetichismo de la organización.

El partido, como forma de organización, es un tipo de estructura que, por definición, existe sólo en oposición a otros partidos y para luchar contra ellos. No es una unidad colectiva dirigida a transformar la situación (objetiva o subjetiva), sino una unidad para luchar contra otras fuerzas políticas, por la adhesión de las voluntades de los individuos.

Por supuesto, la justificación de su existencia es que esas otras fuerzas se oponen a la transformación de la situación, y que la adhesión de los individuos es necesaria para ese fin. Pero, de hecho, el partido no tiene como función la transformación social. Esta es la cuestión. Su función es transformar las relaciones de poder. Se ocupa de las mediaciones, no de la actividad humana como un todo. Es el reflejo político de la separación entre el trabajo y los medios de trabajo y de su relación alienante que subordina el trabajo vivo a la dinámica ciega de la acumulación.

Existe, pues, una contradicción entre la forma partido y la pretensión de que desarrolle funciones revolucionarias. Dado que su objeto son las relaciones de poder, el partido no puede ser una organización emanada directamente de la lucha de clases. Su origen no está en la práctica de la lucha, sino en determinada forma de conciencia acerca de esa lucha, que adopta un punto de vista exterior a la misma. Este origen teórico es la conciencia dominante, ya que es la burguesía la que ha creado los partidos políticos, pero su origen práctico está en el bajo desarrollo de la autoactividad proletaria, que crea la falsa conclusión de que la clase misma no es capaz de ir más allá de determinado nivel de lucha, conciencia y organización. Al emanar de esa conciencia falsa, el partido obrero es una organización que, de hecho, pretende (o al menos desearía) existir sin tener en cuenta la lucha y la conciencia del proletariado, y que lleva en sus genes la subestimación de las capacidades de la clase en conjunto.

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