INTELIGENCIA.

Una tarde la gente vio a Rabiya buscando algo en la calle frente a su choza. Todos se acercaron a la pobre anciana,"¿Qué pasa?"-le preguntaron-"¿qué estás buscando?".

"Perdí mi aguja", dijo ella. Y todos la ayudaron a buscarla.

Pero alguien le preguntó: "Rabiya, la calle es larga, pronto no habrá más luz. Una aguja es algo muy pequeño ¿porqué no nos dices exactamente dónde se te cayó?".

"Dentro de mi casa", dijo Rabiya.

"¿Te has vuelto loca?"-preguntó la gente-"Si la aguja se te ha caído dentro de tu casa, ¿porqué la buscas aquí afuera?".

"Porque aquí hay luz, dentro de la casa no hay".

"Pero aún habiendo luz, ¿cómo podremos encontrar la aguja aquí si no es aquí donde la has perdido? Lo correcto sería llevar una lámpara a la casa y buscar allí la aguja".

Y Rabiya se rió.

"Sois tan inteligentes para las cosas pequeñas ¿cuándo vais a utilizar esta inteligencia para vuestra vida interior? Os he visto a todos buscando afuera y yo sé perfectamente bien, lo sé por mi propia experiencia que lo que buscáis está perdido dentro. Usad vuestra inteligencia¿porqué buscáis la felicidad en el mundo externo? ¿Acaso lo habéis perdido allí?".

LA MIRADA DE JESUS

 En el evangelio de Lucas leemos lo siguiente:

Le dijo Pedro: "¡Hombre, no sé de qué hablas!".

Y en aquél momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.

Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con El, cantaba sus alabanzas, le daba gracias...

Pero siempre tuve la incómoda sensación de que El deseaba que lo mirara a los ojos..., cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que El me estaba mirando.

Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descibrir una exigencia; que había algo que El deseaba de mí.

Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir "Te quiero". Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Y alí seguía el mismo mensaje: "Te quiero".

Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré.

 

EL JUICIO

En una aldea había un anciano muy pobre, pero hasta los reyes lo envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco.

Los reyes le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo pero el hombre decía:"Para mí, él no es un caballo, es una persona. ¿Y cómo se puede vender a una persona, a un amigo?". Era un hombre pobre pero nunca vendió su caballo.

Una mañana descubrió que el caballo ya no estaba en el establo. Todo el pueblo se reunió diciendo:"Viejo estúpido. Sabíamos que algún día le robarían su caballo. Hubiera sido mejor que lo vendieras.¡Qué desgracia!".

-"No vayáis tan lejos"-dijo el viejo-"Simplemente decid que el caballo no estaba en el establo. Este es el hecho, todo lo demás es vuestro juicio. Si es una desgracia o una suerte, yo no lo sé, porque esto apenas es un fragmento.¿Quién sabe lo que va a suceder mañana?".

La gente se rió del viejo. Ellos siempre habían sabido que estaba un poco loco. Pero después de 15 días, una noche el caballo regresó. No había sido robado, se había escapado. Y no solo eso sino que trajo consigo una docena de caballos salvajes.

De nuevo se reunió la gente diciendo: "Tenías razón, viejo. No fue una desgracia sino una verdadera suerte."

-"De nuevo estáis yendo demasiado lejos"-dijo el viejo-Decid solo que el caballo ha vuelto... ¿quien sabe si es una suerte o no? Es sólo un fragmento. Estáis leyendo apenas una palabra en una oración. ¿Cómo podéis juzgar el libro entero?".

Esta vez la gente no pudo decir mucho más, pero por dentro sabían que estaba equivocado. Habían llegado doce caballos hermosos.....

El viejo tenía un hijo que comenzó a entrenar a los caballos. Una semana más tarde se cayó de un caballo y se rompió las dos piernas. La gente volvió a reunirse y a juzgar: "De nuevo tuviste razón-dijeron-. Era una desgracia. Tu único hijo ha perdido el uso de sus piernas y a tu edad el era tu único sostén. Ahora estás más pobre que nunca.

-"Estáis obsesionados con juzgar"-dijo el viejo."No vayáis tan lejos,sólo decid que mi hijo se ha roto las dos piernas. Nadie sabe si es una desgracia o una fortuna. La vida viene en fragmentos y nunca se nos da más que esto.

Sucedió que pocas semanas después el pais entró en guerra y todos los jóvenes del pueblo eran llevados por la fuerza al ejército. Sólo se salvó el hijo del viejo porque estaba lisiado. El pueblo entero lloraba y se quejaba porque era una guerra perdida de antemano y sabían que la mayoría de los jóvenens no volverían.

-"Tenías razón viejo era una fortuna. Aunque tullido, tu hijo aún está contigo. Los nuestros se han ido para siempre".

-"Seguís juzgando- dijo el viejo. Nadie sabe. Sólo decid que vuestros hijos han sido obligados a unirse al ejército y que mi hijo no ha sido obligado. Solo Dios sabe si es una desgracia o una suerte que así suceda".

No juzgues o jamas serás uno con el todo. Te quedarás obsesionado con fragmentos, sacarás conclusiones de pequeñas cosas. Una vez que juzgas, has dejado de crecer.

 

EL EQUILIBRIO

    Una vez el Buda llegó a un pueblo. Era la madrudada, y el sol estaba apunto de aparecer por el horizonte. Un hombre se la acercó y le dijo:
    — Soy ateo: no creo en Dios. Tú ¿qué opinas? ¿Existe Dios?
    El Buda respondió:
    —Sólo Dios es. No hay nada más que Dios en todas partes.
    —Pero ¡a mi me habian dicho que tú eras ateo! —dijo el hombre.
    —Te debieron de informar mal —aseguró el Buda—.
    Yo soy teista, Ahora lo has oido de mi propia boca.
Soy el mayor teista que ha habido nunca. Dios es, y no hay nada más que Dios.
    El hombre se quedó bajo el árbol con una sensación de incomodidad. El Buda siguió su camino.
    Al mediodía se la acercó otro hombre y le dijo:
    —Soy teista. Creo absolutamente en Dios. Soy enemigo de los ateos. He venido a preguntarte qué opinas de la existencia de Dios.
    El Buda respondió:
    —¿Dios? Ni lo hay, ni lo puede haber nunca. No existe Dios en absoluto.
    El hombre no daba crédito a sus oidos.
    —¿Qué estás diciendo? —exclamó— Oí decir que había llegado al puebloun hombre religioso y vine a preguntarte si existe Dios. ¿Y me respondes así?
    —¿Yo, hombre religioso? —replicó el Buda—. ¿Yo creyente?. Yo soy el mayor ateo que ha habido nunca.
    El hombre se quedó completamente confundido.
    Ananda, el discipulo de Buda , estaba terriblemente intrigado, pues había oído ambas conversaciones. Se inquietó mucho; no entendía aquello. Lo de la mañana estaba bien, pero por la tarde había surgido un problema.
    —¿Qué le ha pasado al Buda?—se preguntaba Ananda—. Por la mañana dijo que era el mayor de los teístas, pero por la tarde ha dicho que era el mayor de los ateos.
    Se decidió a interrogar al Buda aquella noche, cuando estuvieran a solas. Pero aquella noche a Ananda le esperaba otra sorpresa.
    Cuando cayó la noche se acercó otra persona al Buda y le dijo que no sabía si existia Dios o no. Aquel hombre debía de ser una agnóstico, una persona que dice que no sabe si existe Dios o no; que nadie lo sabe y que nadie podrá saberlo nunca. Le dijo, pues:
    —No se si hay un Dios o no. Tú ¿que dices? ¿Qué crees?
    El Buda respondió:
    —Si tú no lo sabes, yo tampoco lo sé. Y sería bueno que los dos guardásemos silencio.
    Cuando este hombre oyó la respuesta del Buda, también se quedó confuso. Le dijo:
    —Había oído decir que estabas iluminado; por eso creía que lo sabrías.
    —Has debido oir mal —dijo el Buda—. Yo soy un hombre absolutamente ignorante. ¿Qué conocimiento puedo tener?
    Cuando se hizo de noche y todos se hubieron marchado, tocó los pies del Buda y le dijo:
    —¿Es qué quieres matarme? ¿Qué haces?
    —Casi me muero! Nunca había estado tan alterado y tan inquieto como lo he estado hoy. ¿Qué es eso que has estado diciendo todo el día? ¿Estás en tu sano juicio? Por la mañana has dicho una cosa, por la tarde has dicho otra y por la noche has dado una respuesta completamente distinta a la misma pregunta,
    El Buda dijo:
    —Esas respuestas no eran para ti. Di aquellas respuestas a quienes correspondían. ¿Por qué las escuchaste? ¿Te parece bien oir lo que digo a los demás?
    —¡Esto es el colmo! —dijo Ananda—. ¿Cómo podía dejar de oirlas? ¡ Yo estaba presente, allí mismo, y no tenía tapados los oidos! Y ¿cómo podría suceder que yo no quisiera oírte hablar? Me encanta oirte hablar, sin que mi importe con quién hables.
    —Pero ¿por qué estás alterado? —dijo el Buda—. Mis respuestas no eran para ti!
    —Puede que no lo fueran—dijo Ananda—, pero yo me encuentro en un dilema. Te ruego que me respondas ahora mismo ¿Cual es la verdad? ¿Por qué razón has dado tres respuestas diferentes?
    Buda le explicó:
    —Tenía que llevarlos a los tres a un punto de equilibrio. El hombre que vino por la mañana erea ateo. Siendo sólo ateo estaba incompleto, pues la vida se compone de terminos opuestos.
     —Tenía que introducir equilibrio en su vida. Se había vuelto muy pesado de un lado, y por eso yo tuve que poner algunas piedras en ol otro platillo de la balanza. Además, también quise desestabilizarlo, pues se había convencido de alguna manera de que no hay Dios. Era preciso hacerlo titubear en su concencimiento, pues el que llega a una certidumbre, muere. El viaje debe proseguir; la busqueda debe continuar.
    El que vino por la tarde erea teísta. Yo tuve que decirle que yo ere ateo porque él se había descentrado; también él había perdido el equilibrio. La vida es un equilibrio. El que alcanza ese equilibrio alcanza la verdad.

 

EL MANTRA SECRETO

El devoto se arrodilló para ser iniciado en el discipulado, y el guru le susurró al oído el sagrado "mantra", advirténdole que no se lo revelara a nadie.

"¿Y qué ocurrirá si lo hago?", preguntó el devoto.

"Aquel a quien revelare el mantra, le dijo el guru, quedará libre de la esclavitud de la ignorancia y el sufrimiento; pero tú quedarás excluido del discipulado y te condenarás".

Tan pronto hubo escuchado aquellas palabras, el devoto salió corriendo hacia la plaza del mercado, congregó a una gran multitud en torno a él, y repitió a voz en cuello el sagrado mantra para que lo oyeran todos.

Los discípulos se lo contaron más tarde al guru y pidieron que aquel individuo fuera expulsado del monasterio, por desobediente.

El guru sonrió y dijo: "No necesita nada de cuanto yo pueda enseñarle. Con su acción ha demostrado ser un guru con todas las de la ley".


San Francisco le cuenta a sus discípulos:

Había una vez un peregrino que murió después de años de oración y amor a Dios.

Al llegar a las puertas del Cielo una voz preguntó "¿Quién es?".

"Soy yo señor, tu siervo" contestó el peregrino.

"No hay lugar aquí para tí" le dijo la voz del Señor.

El peregrino volvió a la tierra, continuó orando y viajando por los desiertos. Al morir llegó a las puertas del Cielo y llamó.

"¿Quién es?" preguntó la voz.

"Soy yo señor, tu siervo" contestó el peregrino.

"No hay lugar aquí para tí" le dijo la Voz.

Y el hombre continuó su peregrinaje y oraciones. Por tercera vez llegó a la puerta del Cielo.

"¿Quién es?" preguntó la Voz.

"Eres Tú Señor" contestó el peregrino y entonces se abrieron las puertas del Cielo.

 

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