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MENSAJE DEL SANTO PADRE
A LOS J�VENES Y A LAS J�VENES DEL MUNDO
CON OCASI�N DE LA

XV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

19 � 20 de Agosto 2000

El Santo Padre y el Camino Neocatecumenal

Pablo VI a las Comunidades Neocatecumenales
Audiencia del Santo Padre a 350 catequistas itinerantes responsables del Camino Neocatecumenal 
30 a�os del Camino Neocatecumenal
Carta de reconocimiento del Camino Neocatecumenal Monse�or Cordes
En Comuni�n con la iglesia
Israel 2000
Mensaje a los jovenes JMJ
XV Jornadas Mundiales de la Juventud

 

La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros� (Jn 1,14)

Muy queridos j�venes:

1. Hace quince a�os, al terminar el A�o Santo de la Redenci�n, os entregu� una gran Cruz de le�o invit�ndoos a llevarla por el mundo, como signo del amor del Se�or Jes�s por la humanidad y como anuncio que s�lo en Cristo muerto y resucitado hay salvaci�n y redenci�n. Desde entonces, sostenida por brazos y corazones generosos, est� haciendo una larga e ininterrumpida peregrinaci�n a trav�s de los continentes, mostrando que la Cruz camina con los j�venes y que los j�venes caminan con la Cruz.

Alrededor de la "Cruz del A�o Santo" han nacido y han crecido las Jornadas Mundiales de la Juventud, significativos "altos en el camino" en vuestro itinerario de j�venes cristianos, invitaci�n continua y urgente a fundar la vida sobre la roca que es Cristo. �C�mo no bendecir al Se�or por los numerosos frutos suscitados en las personas y en toda la Iglesia a partir de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que en esta �ltima parte del siglo han marcado el recorrido de los j�venes creyentes hacia el nuevo milenio?

Despu�s de haber atravesado los continentes, esta Cruz ahora vuelve a Roma trayendo consigo la oraci�n y el compromiso de millones de j�venes que en ella han reconocido el signo simple y sagrado del amor de Dios a la humanidad. Como sab�is, precisamente Roma acoger� la Jornada Mundial de la Juventud del a�o 2000, en el coraz�n del Gran Jubileo.

Queridos j�venes, os invito a emprender con alegr�a la peregrinaci�n hacia esta gran cita eclesial, que ser�, justamente, el "Jubileo de los J�venes". Preparaos a cruzar la Puerta Santa, sabiendo que pasar por ella significa fortalecer la propia fe en Cristo para vivir la vida nueva que �l nos ha dado (cfr. Incarnationis mysterium, 8).

 

2. Como tema para vuestra XV Jornada Mundial he elegido la frase lapidaria con la que el ap�stol Juan expresa el profundo misterio del Dios hecho hombre: �la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros� (Jn 1,14). Lo que caracteriza la fe cristiana, a diferencia de todas las otras religiones, es la certeza de que el hombre Jes�s de Nazaret es el Hijo de Dios, la Palabra hecha carne, la segunda persona de la Trinidad que ha venido al mundo. Esta �es la alegre convicci�n de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta "el gran misterio de la piedad": �l ha sido manifestado en la carne� (Catecismo de la Iglesia Cat�lica, 463). Dios, el invisible, est� vivo y presente en Jes�s, el hijo de Mar�a, la Theotokos, la Madre de Dios. Jes�s de Nazaret es Dios-con-nosotros, el Emmanuel: quien le conoce, conoce a Dios; quien le ve, ve a Dios; quien le sigue, sigue a Dios; quien se une a �l est� unido a Dios (cfr. Gv 12,44-50). En Jes�s, nacido en Bel�n, Dios se apropia la condici�n humana y se hace accesible, estableciendo una alianza con el hombre.

En la vigilia del nuevo milenio, renuevo de coraz�n la invitaci�n urgente a abrir de par en par las puertas a Cristo, el cual �a todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios� (Jn 1,12). Acoger a Cristo significa recibir del Padre el mandato de vivir en el amor a �l y a los hermanos, sinti�ndose solidarios con todos, sin ninguna discriminaci�n; significa creer que en la historia humana, a pesar de estar marcada por el mal y por el sufrimiento, la �ltima palabra pertenece a la vida y al amor, porque Dios vino a habitar entre nosotros para que nosotros pudi�semos vivir en �l.

En la encarnaci�n Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y nos dio la redenci�n, que es fruto sobre todo de su sangre derramada sobre la cruz (cfr. Catecismo de la Iglesia Cat�lica, 517). En el Calvario ��l soportaba nuestros dolores... ha sido herido por nuestras rebeld�as...� (Is 53,4-5). El sacrificio supremo de su vida, libremente consumado por nuestra salvaci�n, nos habla del amor infinito que Dios nos tiene. A este proposito escribe el ap�stol Juan: � tanto am� Dios al mundo que dio a su Hijo �nico, para que todo el que crea en �l no perezca, sino que tenga vida eterna� (Jn 3,16). Lo envi� a compartir en todo, menos en el pecado, nuestra condici�n humana; lo "entreg�" totalmente a los hombres a pesar de su rechazo obstinado y homicida (cfr. Mt 21,33-39), para obtener para ellos, con su muerte, la reconciliaci�n. �El Dios de la creaci�n se revela como Dios de la redenci�n, como Dios que es fiel a s� mismo, fiel a su amor al hombre y al mundo, ya revelado el d�a de la creaci�n... �Qu� valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha merecido tener tan grande Redentor!� (Redemptor hominis, 9.10).

Jes�s sali� al encuentro de la muerte, no se retir� ante ninguna de las consecuencias de su "ser con nosotros" como Emmanuel. Se puso en nuestro lugar, rescat�ndonos sobre la cruz del mal y del pecado (cfr. Evangelium vit�, 50). Del mismo modo que el centuri�n romano viendo como Jes�s mor�a comprendi� que era el Hijo de Dios (cfr. Mc 15,39), tambi�n nosotros, viendo y contemplando el Crucifijo, podemos comprender qui�n es realmente Dios, que revela en �l la medida de su amor hacia el hombre (cfr. Redemptor hominis, 9). "Pasi�n" quiere decir amor apasionado, que en el darse no hace c�lculos: la pasi�n de Cristo es el culmen de toda su existencia "dada" a los hermanos para revelar el coraz�n del Padre. La Cruz, que parece alzarse desde la tierra, en realidad cuelga del cielo, como abrazo divino que estrecha al universo. La Cruz �se manifiesta como centro, sentido y fin de toda la historia y de cada vida humana� (Evangelium vit�, 50).

�Uno muri� por todos� (2 Cor 5,14); Cristo �se entreg� por nosotros como oblaci�n y v�ctima de suave aroma� (Ef 5,2). Detr�s de la muerte de Jes�s hay un designio de amor, que la fe de la Iglesia llama "misterio de la redenci�n": toda la humanidad est� redimida, es decir liberada de la esclavitud del pecado e introducida en el reino de Dios. Cristo es Se�or del cielo y de la tierra. Quien escucha su palabra y cree en el Padre, que lo envi� al mundo, tiene la vida eterna (cfr. Jn 5,24). �l es �el cordero de Dios que quita el pecado del mundo� (Jn 1,29.36), el sumo Sacerdote que, probado en todo como nosotros, puede compadecer nuestras debilidades (cfr. Heb 4,14ss) y, "hecho perfecto" a trav�s de la experiencia dolorosa de la cruz, es �causa de salvaci�n eterna para todos los que le obedecen� (Heb 5,9).

 

3. Queridos j�venes, frente a estos grandes misterios aprended a tener una actitud contemplativa. Permaneced admirando extasiados al reci�n nacido que Mar�a ha dado a luz, envuelto en pa�ales y acostado en un pesebre: es Dios mismo entre nosotros. Mirad a Jes�s de Nazaret, por algunos acogido y por otros vilipendiado, despreciado y rechazado: es el Salvador de todos. Adorad a Cristo, nuestro Redentor, que nos rescata y libera del pecado y de la muerte: es el Dios vivo, fuente de la Vida.

�Contemplad y reflexionad! Dios nos ha creado para compartir su misma vida; nos llama a ser sus hijos, miembros vivos del Cuerpo m�stico de Cristo, templos luminosos del Esp�ritu del Amor. Nos llama a ser "suyos": quiere que todos seamos santos. Queridos j�venes, �tened la santa ambici�n de ser santos, como �l es santo!

Me preguntar�is: �pero hoy es posible ser santos? Si s�lo se contase con las fuerzas humanas, tal empresa ser�a sin duda imposible. De hecho conoc�is bien vuestros �xitos y vuestros fracasos; sab�is qu� cargas pesan sobre el hombre, cu�ntos peligros lo amenazan y qu� consecuencias tienen sus pecados. Tal vez se puede tener la tentaci�n del abandono y llegar a pensar que no es posible cambiar nada ni en el mundo ni en s� mismos.

Aunque el camino es duro, todo lo podemos en Aquel que es nuestro Redentor. No os dirij�is a otro si no a Jes�s. No busqu�is en otro sitio lo que s�lo �l puede daros, porque �no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos� (Hc 4,12). Con Cristo la santidad �proyecto divino para cada bautizado� es posible. Contad con �l, creed en la fuerza invencible del Evangelio y poned la fe como fundamento de vuestra esperanza. Jes�s camina con vosotros, os renueva el coraz�n y os infunde valor con la fuerza de su Esp�ritu.

J�venes de todos los continentes, �no teng�is miedo de ser los santos del nuevo milenio! Sed contemplativos y amantes de la oraci�n, coherentes con vuestra fe y generosos en el servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y constructores de paz. Para realizar este comprometido proyecto de vida, permaneced a la escucha de la Palabra, sacad fuerza de los sacramentos, sobre todo de la Eucarist�a y de la Penitencia. El Se�or os quiere ap�stoles intr�pidos de su Evangelio y constructores de la nueva humanidad. Pero �c�mo podr�is afirmar que cre�is en Dios hecho hombre si no os pronunci�is contra todo lo que degrada la persona humana y la familia? Si cre�is que Cristo ha revelado el amor del Padre hacia toda criatura, no pod�is eludir el esfuerzo para contribuir a la construcci�n de un nuevo mundo, fundado sobre la fuerza del amor y del perd�n, sobre la lucha contra la injusticia y toda miseria f�sica, moral, espiritual, sobre la orientaci�n de la pol�tica, de la econom�a, de la cultura y de la tecnolog�a al servicio del hombre y de su desarrollo integral.

 

4. Deseo de coraz�n que el Jubileo, ya a las puertas, sea una ocasi�n propicia para una gran renovaci�n espiritual y para una celebraci�n extraordinaria del amor de Dios por la humanidad. Desde toda la Iglesia se eleve �un himno de alabanza y agradecimiento al Padre, que en su incomparable amor nos ha concedido en Cristo ser "conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ef 2,19)� (Incarnationis mysterium, 6). Nos conforta la certeza manifestada por el ap�stol Pablo: Si Dios no perdon� a su propio Hijo, sino que le entreg� por todos nosotros, �c�mo no nos dar� con �l todas las cosas? �Qui�n nos separar� del amor de Cristo? En todos los acontecimientos de la vida, incluso la muerte, salimos vencedores, gracias a aquel que nos am� hasta la Cruz (cfr. Rm 8,31-37).

El misterio de la Encarnaci�n del Hijo de Dios y el de la Redenci�n por �l llevada a cabo para todas las criaturas constituyen el mensaje central de nuestra fe. La Iglesia lo proclama ininterrumpidamente durante los siglos, caminando �entre las incomprensiones y las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios� (S. Agust�n, De Civ. Dei 18,51,2; PL 41,614) y lo conf�a a todos sus hijos como tesoro precioso que cuidar y difundir.

Tambi�n vosotros, queridos j�venes, sois destinatarios y depositarios de este patrimonio: ��sta es nuestra fe. �sta es la fe de la Iglesia. Y nosotros nos gloriamos de profesarla, en Jesucristo nuestro Se�or� (Pontifical Romano, Rito de la Confirmaci�n). Lo proclamaremos juntos en ocasi�n de la pr�xima Jornada Mundial de la Juventud, a la que espero que participar�is en gran n�mero. Roma es "ciudad santuario", donde la memoria de los Ap�stoles Pedro y Pablo y de los m�rtires recuerdan a los peregrinos la vocaci�n de todo bautizado. Ante el mundo, el mes de agosto del pr�ximo a�o, repetiremos la profesi�n de fe del ap�stol Pedro: �Se�or, �donde qui�n vamos a ir? T� tienes palabras de vida eterna� (Jn 6,68) porque �T� eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo� (Mt 16,16).

Tambi�n a vosotros, muchachos y muchachas, que ser�is los adultos del pr�ximo siglo, se os ha confiado el "Libro de la Vida", que en la noche de Navidad de este a�o el Papa, siendo el primero que cruzar� la Puerta Santa, mostrar� a la Iglesia y al mundo como fuente de vida y esperanza para el tercer milenio (cfr. Incarnationis mysterium, 8). Que el Evangelio se convierta en vuestro tesoro m�s apreciado: en el estudio atento y en la acogida generosa de la Palabra del Se�or encontrar�is alimento y fuerza para la vida de cada d�a, encontrar�is las razones de un compromiso sin l�mites en la construcci�n de la civilizaci�n del amor.

 

5. Dirijamos ahora la mirada a la Virgen Madre de Dios, a quien la devoci�n del pueblo cristiano le ha dedicado uno de los monumentos m�s antiguos y significativos que se conservan en la ciudad de Roma: la bas�lica de Santa Mar�a Mayor.

La Encarnaci�n del Verbo y la redenci�n del hombre est�n estrechamente relacionadas con la Anunciaci�n, cuando Dios le revel� a Mar�a su proyecto y encontr� en ella, joven como vosotros, un coraz�n totalmente disponible a la acci�n de su amor. Desde hace siglos la piedad cristiana recuerda todos los d�as, recitando el Angelus Domini, la entrada de Dios en la historia del hombre. Que esta oraci�n se convierta en vuestra oraci�n, meditada cotidianamente.

Mar�a es la aurora que precede el nacimiento del Sol de Justicia, Cristo nuestro Redentor. Con el "s�" de la Anunciaci�n, abri�ndose totalmente al proyecto del Padre, Ella acogi� e hizo posible la encarnaci�n del Hijo. Primera entre los disc�pulos, con su presencia discreta acompa�� a Jes�s hasta el Calvario y sostuvo la esperanza de los Ap�stoles en espera de la Resurrecci�n y de Pentecost�s. En la vida de la Iglesia contin�a a ser m�sticamente Aquella que precede el adviento del Se�or. A Ella, que cumple sin interrupci�n el ministerio de Madre de la Iglesia y de cada cristiano, le encomiendo con confianza la preparaci�n de la XV Jornada Mundial de la Juventud. Que Mar�a Sant�sima os ense�e, queridos j�venes, a discernir la voluntad del Padre del cielo sobre vuestra existencia. Que os obtenga la fuerza y la sabidur�a para poder hablar a Dios y hablar de Dios. Con su ejemplo os impulse para ser en el nuevo milenio anunciadores de esperanza, de amor y de paz.

En espera de encontraros en gran n�mero en Roma el pr�ximo a�o, �os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y daros la herencia con todos los santificados� (Hc 20,32) y de coraz�n, con gran cari�o, os bendigo a todos, junto a vuestras familias y las personas queridas.

 

Desde el Vaticano, 29 de junio de 1999, Solemnidad de los santos Ap�stoles Pedro y Pablo

 

Joannes Paulus P.P. II

 
 

3� Comunidad Neocatecumenal de la Parroquia de Ntra. Sra. de la Merced (Burriana - Castell�n - Espa�a)

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