¡Queridos
Hermanos y Hermanas!: ¡Bienvenidos
a la casa del Papa!. Os saludo con afecto, queridos itinerantes laicos y
sacerdotes, junto con vuestros responsables, iniciadores del Camino
Neocatecumenal. Vuestra visita de hoy me produce un gran consuelo. Sé que venís
directamente del encuentro que habéis tenido en el Monte Sinaí y a las
orillas del Mar Rojo. Por varias razones ha sido este encuentro, para
vosotros, un momento histórico. Habéis elegido como lugar de
vuestro retiro espiritual un lugar altamente significativo en la historia de la
salvación, un lugar muy idóneo para escuchar y meditar la palabra de Dios y
para comprender mejor los designios del Señor sobre vosotros. Habéis querido de
este modo conmemorar los treinta años de vida del Camino. ¡Cuánto camino habéis
recorrido con la ayuda del Señor!. El Camino ha visto en estos años un
desarrollo y una difusión en la Iglesia verdaderamente impresionantes. Iniciado
entre los pobres de las barracas de Madrid, como el pequeño grano de mostaza
del evangelio, ha llegado a ser, treinta años después, un gran árbol, que se
extiende ya en más de 100 países del mundo, con presencias significativas
también entre los católicos de Iglesias de rito oriental. Como todo
aniversario, también el vuestro, visto a la luz de la fe, se transforma en
ocasión de alabanza y de agradecimiento por la abundancia de los dones que el
Señor os ha concedido en estos años y, por medio de vosotros, a toda la
Iglesia. Para muchos la experiencia neocatecumenal ha sido un camino de conversión
y de maduración en la fe a través del redescubrimiento del bautismo como
verdadera fuente de vida y de la Eucaristía como momento culminante en la
existencia del cristiano; a través del redescubrimiento de la palabra de Dios
que, partida en la comunión fraterna, se hace luz y guía de la vida; a través
del redescubrimiento de la Iglesia como auténtica comunidad misionera. ¡Cuántos jóvenes
y chicas gracias al Camino han descubierto también la propia vocación
sacerdotal y religiosa!. Vuestra visita de hoy me ofrece también una feliz
oportunidad para unirme a vuestro canto de alabanza y de agradecimiento por las
"grandes cosas" (magnalia) que Dios va realizando en la experiencia
del Camino. Su historia se
inscribe en el contexto de aquel florecimiento de movimientos y de agregaciones
eclesiales que constituye uno de los frutos más bellos de la renovación
espiritual iniciada por el Concilio Vaticano II. Tal florecimiento ha
sido y es todavía un gran don del Espíritu Santo y un luminoso signo de
esperanza al umbral del Tercer Milenio. Tanto los pastores como los fieles
laicos deben saber acoger este don con gratitud, pero también con sentido de
responsabilidad, teniendo en cuenta que "en la Iglesia, tanto el aspecto
institucional como el carismático, tanto la Jerarquía como las Asociaciones y
Movimientos de fieles, son coesenciales y contribuyen a la vida, a la renovación,
a la santificación, aunque sea en modo diverso" (A los participantes en el
Coloquio Internacional de los Movimientos eclesiales: Ensegnamenti, vol. X/1,
1987, 478). En el mundo de hoy,
profundamente secularizado, la nueva evangelización se presenta como uno de los
desafíos fundamentales. Los movimientos eclesiales, que se caracterizan
precisamente por su impulso misionero, están llamados a una tarea especial en
espíritu de comunión y de colaboración. En la Encíclica Redemptoris missio
he escrito a propósito: "Cuando se integran con humildad en la vida de las
Iglesias locales y son acogidos cordialmente por los obispos y sacerdotes en las
estructuras diocesanas y parroquiales, los movimientos representan un verdadero
don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera
propiamente dicha. Recomiendo, pues, difundirlos y valerse de ellos para
revitalizar, sobre todo entre los jóvenes, la vida cristiana". Por este motivo,
para el año 1998, que en el marco de la preparación al Gran Jubileo está
dedicado al Espíritu Santo, he deseado un común testimonio de todos los
movimientos eclesiales, bajo la guía del Pontificio Consejo para los Laicos.
Será un momento de comunión y de renovado empeño al servicio de la misión de
la Iglesia. Estoy seguro de que no faltaréis a esta cita tan significativa. El Camino
Neocatecumenal cumple treinta años de vida: la edad, diría, de una cierta
madurez. Vuestro encuentro en el Sinaí ha abierto delante de vosotros, en un
cierto sentido, una etapa nueva. Oportunamente, por lo tanto, habéis buscado
dirigir vuestra mirada con espíritu de fe no sólo hacia el pasado, sino también
hacia el porvenir, interrogándoos sobre cuál es el designio de Dios respecto
al Camino en este momento histórico. El Señor ha puesto en vuestras manos un
tesoro precioso. ¿Cómo vivirlo en plenitud? ¿Cómo desarrollarlo? ¿Cómo
compartirlo todavía mejor con los otros? ¿Cómo defenderlo de diversos
peligros presentes o futuros?. He aquí algunas de las preguntas que os habéis
formulado, como responsables del Camino o como itinerantes de la primera hora. Para responder a
estas preguntas, en un clima de oración y de profunda reflexión, habéis
iniciado en el Sinaí el proceso de la redacción de un Estatuto del Camino. Es
un paso muy importante que abre la vía hacia su formal reconocimiento jurídico,
por parte de la Iglesia, dándoos una garantía ulterior de la autenticidad de
vuestro carisma. Como sabemos, "el juicio sobre su (de los carismas)
genuinidad y sobre su ejercicio ordenado compete a los que presiden en la
Iglesia, a quienes concierne especialmente no extinguir el Espíritu, sino
examinarlo todo y conservar lo que es bueno" (Lumen gentium, 12). Os animo a llevar
adelante el trabajo iniciado, bajo la guía del Pontificio Consejo para los
Laicos, y de manera especial de su Secretario, Mons. Stanislaw Rylko, presente
aquí con vosotros. En este camino os acompaño con mi particular oración. Antes de concluir,
quisiera entregar a algunas hermanas una cruz como signo de su fidelidad a la
Iglesia y de su completa dedicación a la misión evangelizadora. El Señor Jesús
sea vuestro consuelo y vuestro apoyo en los momentos de dificultad. La Virgen
Santísima, Madre de la Iglesia, sea vuestro modelo y guía en todas las
circunstancias. Con este deseo
imparto, a vosotros aquí presentes y a cuantos están recorriendo el Camino
Neocatecumenal, mi afectuosa Bendición. ¡¡ Resucitó !!. Juan Pablo II
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