Lic. Delfino, Daniel D.*
Lic. Rodríguez, Pablo Gustavo**
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- 1996-1999
"Me parece bárbaro
todo lo que tienen
de los indios, las momias...No es para
ir muy seguido. Te aburris".
-Jorge Villanueva-
(31 años, gastronómico. La Plata, 1992)
Respondemos a la
convocatoria a abordar la problemática museológica en ocasión de conmemorarse
el quinto centenario del arribo de Cristobal Colón a este continente, con
algunas reflexiones sobre los museos de arqueología, desde una óptica
antropológica.
En varios trabajos
anteriores (Delfino y Rodríguez, 1989a, 1989b, 1991, 1992a, 1992b) hemos venido
dando forma a una concepción y práctica de la arqueología como ciencia
socialmente útil, desarrollando una idea tomada de Varsavsky (1982:46). Es
desde este marco que valorizamos los papeles que desempeñan los museos de
arqueología, tema que nos ocupa en esta ocasión.
Se ha dicho de los museos
en general que "[...] expresan una posición frente a la sociedad, frente a
la historia [...] . Todos los museos tienen un sustento ideológico y lo
expresan en su organización, en su estructura, en los servicios que ofrecen, en
la selección de sus ediciones" (Lumbreras, 1980:20; véase también García
Canclini, 1989b:16-17). Es igualmente cierto que los museos de arqueología
llenan funciones educativas y guardan una relación con la
formación/consolidación/reinterpretación de las identidades sociales y culturales.
¨ Pero qué imagen del pasado queremos brindar a través de ellos?. De algunos
museos de arqueología se ha dicho que cumplen "[...] un rol alienante en
contra del pasado aborigen", promoviendo "[...] nuestra separación
histórica con ese pasado y nuestra identificación excluyente con la tradición
occidental" (Lumbreras, op.cit. p. 21). De otros se ha dicho que
constituyen "museos de la élite" donde se relata el esplendor de las
antiguas clases dirigentes, el boato de la vida cortesana y la monumentalidad
de las obras de estado. En otros museos se ha buscado resaltar la vida
cotidiana de las diversas capas sociales, trabajadores, artesanos, esclavos,
comerciantes, y minorías. Concentrarse en destacar los "altos niveles de
desarrollo" logrados en las artes, la arquitectura y la ingeniería
alentaría de alguna manera en el visitante la impresión de que "todo
tiempo pasado fue mejor" para esos pueblos cuyos descendientes conocemos
hoy viviendo en condiciones mucho menos confortables.
A través de los museos podemos
también presentar, junto a "las maravillas" del pasado, una imagen
total del contexto social y de su desarrollo histórico que incluya las causas y
las explicaciones de los cambios producidos.
Un museo que no muestra los
lazos históricos que unen el pasado arqueológico a nuestro tiempo no permite
que el conocimiento de ese pasado sirva para la mejor comprensión y
transformación de nuestro presente.
Para que un museo
arqueológico desempeñe eficazmente una función educativa no puede limitarse a
dar un relato parcial de la vida de las elites dirigentes ó de las obras
monumentales. Debería intentar ofrecer una visión crítica de la historia que
una el pasado con nuestro presente de tal manera que pueda ser apropiado por el
visitante, incluso el visitante ocasional, sin una preparación especializada.
Esto se ve facilitado por el tipo de participación que el visitante tiene en la
producción de la exposición. En este sentido los museos de sitio son más
propicios que los grandes museos metropolitanos debido a que se prestan más a
la integración con actividades locales como la artesanía, para constituir
museos integrales cooperativos, u otros centros de actividad comunal. Esta
manera de concebir los museos y su papel en la producción de un relato sobre el
pasado es relativamente reciente y se refleja no sólo en el modo de presentar
los materiales que se ofrecen al visitante sino en el mismo diseño
arquitectónico, el cual constituye un modo de organizar el espacio, como medio
signifcante, para transmitir mensajes. Estas ideas se entenderán mejor si las
ilustradamos con algunos ejemplos.
Para ingresar al Museo de
Ciencias Naturales de la ciudad de La Plata se debe ascender por una amplia
escalinata. Considerando la jerarquización del espacio característica de la
tradición occidental, donde "superior" connota el sentido de
"más ó mejor", hemos de entender que nos estamos "elevando"
hacia el saber. Asimismo, hasta hace pocos años, las salas de ciencias
naturales (biología, paleontología, geología) se hallaban exclusivamente en la
planta baja y la planta alta se reservaba para las salas de etnografía,
arqueología y antropología física, puesto que, de acuerdo a la visión
aristotélica, el hombre ocupa el lugar m s "elevado" en la
escala evolutiva. Más allá de esta macrodisposición, dentro de las salas de
arqueología los materiales tienen un orden poco preciso de presentación. Desde
el mismo estilo y estado del edificio, la pobre iluminación, hasta la forma
descontextuada y amontonada en que se exhiben las piezas, reproduce los museos
del siglo XIX . Generado como un depósito de los "botines de guerra"
de la Conquista del Desierto, en una época en la que los indios eran
considerados como animales (de ahí su ubicación en un museo de ciencias
naturales), sus vitrinas semejaron durante mucho tiempo las de un almacén
antiguo proveyendo de muy escasa información de manera tal que sólo quienes
poseían un conocimiento de lo que allí se mostraba puedían sacar algún provecho
educativo de su visita. Usualmente los estudiantes de arqueología recorren sus
salas para ver "en vivo" las piezas que conocen ya por los libros.
Los criterios de selección
de los materiales para exhibición han sido típicamente lo más bonito, lo más
grande, lo más antiguo, lo único, lo original, lo exótico, y lo que está
completo (Idénticos criterios utilizó la UNESCO en forma explícita, al
seleccionar los bienes culturales que integran la "lista del patrimonio
mundial de valor universal" -UNESCO 1977:242-). La mayor parte de sus
colecciones proceden de lugares distantes del país y algunas del exterior. Es
decir que no guardan relación directa con la población local.
Por diversos motivos no ha
sido una práctica común la de conservar los materiales arqueológicos en
instituciones próximas a sus lugares de procedencia. Del mismo modo que en los
últimos dos siglos los museos europeos constituyeron sus colecciones sobre la
base del saqueo de bienes culturales a sus colonias, los grandes museos
nacionales, lo hicieron sobre el despojo del interior. Esta estrategia reprodujo
una suerte de "colonialismo interno", bajo el signo ideológico del
positivismo y el proyecto político de la Generación del '80.
Ahora bien, a nivel
internacional comenzó en la década del setenta un movimiento en sentido
inverso, de restitución o repatriación de bienes culturales (Stétié, 1981;
Cater, 1982; Lavondés, 1981; Clark, 1986). En muchos casos la iniciativa parte
de los países de procedencia de esos bienes; en otros, procede de los propios
"conservadores" metropolitanos. En la década anterior, instituciones
como el Museo Británico, de Londres, o el Museo de Australia Meridional, en
Adelaida, habían puesto en marcha programas de restitución de bienes culturales
a sus dueños originales (Anderson , 1990; Shaw, T.,1986). La UNESCO ha actuado
en muchos casos como intermediaria o facilitadora de estas transacciones
(UNESCO, 1989, 1988, 1986).
Esto nos hace pensar en la
posibilidad de un movimiento análogo en nuestro país, de alguna forma de
restitución de los objetos concentrados en los grandes museos capitalinos a los
museos regionales, locales o incluso a sus propietarios originales, cuando
ellos aún existan como grupo con identidad cultural propia. Ya existen
antecedentes en este sentido, como el reclamo de los restos de los caciques
Pinzén e Inacayal efectuado por aborígenes que afirman ser sus descendientes al
Museo de La Plata donde se hallaban depositados.
Otro ejemplo interesante
para analizar qué vision del pasado puede presentar un museo nos lo ofrece la
descripción que brindaba en los años 70’s un arqueólogo del Tercer Mundo de la
exposición denominada "Los tesoros de Tutankamón", presentada en
Inglaterra en 1972-73. La muestra fue realizada con materiales prestados por el
gobierno egipcio, pero organizada e interpretada por sus anfitriones ingleses.
Según el profesor A.Gidiri los britá nicos "[...] pusieron el énfasis
en la riqueza de los tesoros, el esplendor del arte y la extraña historia y
destino del faraón y su tumba [...] Los cultos religiosos, los símbolos
rituales, las crisis espirituales, nuevos y viejos dioses, las intrigas de
sacerdotes y cortesanos, los reyes muertos y las reinas viudas - toda la
habilidad de los anticuarios eruditos legitimizó la mistificación y
romantización de Tutankamón y el Egipto Antiguo de su tiempo. Fue como si estos
importantes tesoros históricos fueran despojados de su particular dimensión
histórica y se volvieran en cambio en vehículos para los sueños románticos y
los dramas emocionales del arte y la literatura burguesa occidental. Nada se
decía de la sociedad de la época, de la vida del pueblo sobre el que gobernó
Tutankamón, o del sistema esclavista que hizo posible que tal riqueza y
destreza artesanal fuera prodigada sobre el gobernante muerto, ahora convertido
en un inadvertido héroe de un drama moderno" (Gidiri, 1974:433).
"No se hizo ninguna
mención de los trabajadores egipcios que realmente condujeron la excavación y
encontraron la evidencia vital de los escalones que llevaban a la tumba [...]
La `Egiptología' imperialista levantó una pared histórica artificialmente entre
el Egipto faraónico y ptolemaico y el Egipto arabo-islámico a fin de reclamar a
la antigua cultura como parte de su propia genealogía. Así, Carter es descripto
como `un arqueólogo estudioso y dedicado que"[...] dió al mundo una comprensión
única de la cuna de la civilización occidental- la tumba de Tutankamón'"
(idem. p.434).
El mismo autor, contrasta
esta exposición anglo-egipcia con otra que se realizó en Francia casi
simultáneamente, con objetos procedentes de China. A diferencia de la anterior
el ordenamiento e interpretación de la exposición "El genio de
China", que quedó completamente en manos de los propios chinos, es
presentada como "[...] el producto de una labor arqueológica colectiva y
anónima, llevada a cabo por cientos de trabajadores, campesinos, soldados e
intelectuales revolucionarios" (idem.). En ella la interpretación
"[...] conducía nuestra atención a la extravagancia de los gobernantes
feudales y su ruda explotación y opresión del pueblo. Al mismo tiempo, evocaban
[...] la destreza consumada del pueblo trabajador de la China Antigua, fuente
de esas ricas obras de arte" (idem. p.435).
Esta descripción se
asemeja, a su vez, a la que da L. Lumbreras del Museo Nacional de Antropología
y Arqueología de Perú:
"Se trata de que el visitante
del museo se impresione más que con los objetos mismos, con el proceso social
que los produjo [...] los objetos sólo son el producto del trabajo social, hay
pues que conocer al trabajador y no a los objetos" (Lumbreras, 1983:12).
La exposición china y el
museo peruano constituirían ejemplos de museos "no de élite", y
quisiéramos diferenciarlos en conjunto de los museos de sitio debido a que
estos últimos ofrecen mayores oportunidades para un involucramiento de la
población debido a su carácter local.
La experiencia del museo
arqueológico de El Caño, Panamá nos servirá para ilustrar esta
particularidad. Museo de sitio, basado en tradiciones étnicas e históricas
donde se exhiben las piezas descubiertas en el área. Incluye la
exposición abierta al público de uno de los montículos funerarios completamente
excavados, con los objetos fúnebres.
Con el fin de albergar las
colecciones exhumadas del sitio, la Dirección Nacional del Patrimonio Histórico
de Panamá mandó construir una gran casa de estilo precolombino tal como
fuera descrita y dibujada por uno de los primeros españoles que llegaron a la
región entre 1516 y 1520. La obra fue llevada a cabo con materiales similares a
los mencionados en las crónicas y por campesinos de la zona conocedores de la tecnología
arquitectónica indígena. Su interior también fue preparado de acuerdo a las
descripciones, utilizando, además de los objetos arqueológicos rescatados de
las excavaciones, maniquíes que representan a los aborígenes, su vestimenta,
los cuales, al igual que los tapices y el adorno de sus cabellos, fueron
confeccionados por artistas panameños que se inspiraron en la cerámica y la
orfebrería arqueológica. La ambientación fue complementada con música
interpretada en ocarinas y otros instrumentos antiguos autóctonos.
El museo arqueológico
incluye también un pequeño huerto adyacente a la casa, con las especies de
cultígenos hallados en el sitio. Cada uno de ellos identificado con su nombre
científico y local (Torres de Aráuz, 1982a).
En Agua Blanca, Ecuador, la
población local (en su mayoría, campesinos pobres) recurría al huaqueo y
comercialización de piezas arqueológicas como un complemento de sus bajos
recursos económicos. Juntamente con la tarea de construcción del museo de sitio
se emprendió un proyecto para aliviar las necesidades materiales de la
población creando nuevos medios de subsistencia, con el propósito de desalentar
el saqueo de los sitios con fines lucrativos.
El equipo de profesionales buscó
la ayuda de los vecinos sabiendo que alcanzaría sus objetivos (preservación del
patrimonio arqueológico para su estudio científico) en la medida en que
cooperara para realizar los de los habitantes de Agua Blanca (mejoramiento de
sus condiciones de vida material).
Se mantuvieron reuniones
"[...] entre el equipo arqueológico y el concejo de la aldea [...] "
donde se discutían "[...] no sólo los trabajos llevados a cabo en el
yacimiento sino también otros temas relacionados con la vida de la comunidad"
(Hudson y McEwan, 1987:127). Se logró un alto grado de interés y movilización
de la gente por las tareas científicas realizadas. Los carpinteros de la aldea,
en colaboración con un diseñador, confeccionaron las vitrinas para el museo que
se instaló en la casa comunal. Los responsables del proyecto afirman que:
"A medida que avanzaba el trabajo, el entusiasmo de todos [...] acabó por
suscitar un interés tan grande que los aldeanos terminaron por ceder de buena
gana sus objetos para la exposición" (idem., p.128). La misma se inauguró
con una ceremonia muy animada, organizada por la comuna. Experiencias similares
se realizaron en el Museo de Real Alto, Ecuador (véase Alvarez, 1990; Marcos,
1990).
Los responsables de los
grandes museos metropolitanos suelen oponerse a la descentralización de las
colecciones, argumentando que los museos locales y provinciales no ofrecen las
condiciones de seguridad e idoneidad necesarias para una buena conservación de
los bienes a su cargo y que la inestabilidad política de los gobiernos
provinciales y municipales en los países subdesarrollados ó de la periferia no
pueden garantizar la continuidad en la atención del patrimonio cultural. Hasta
cierto punto es comprensible esta renuencia ya que casi "[...] ningún
conservador está dispuesto a renunciar de buen grado a un objeto que le
es caro, por el cual siente apego, y que constituye uno de los principales
atractivos de la colección de su museo" (Shaw, 1986:46). Los conservadores
suelen justificar la permanencia de los materiales en los museos centrales
argumentando que los retienen en calidad de guardianes, y que en estas
instituciones se brinda a las colecciones la mejor seguridad, así como la
atención más idónea y contínua.
Sin embargo la experiencia
enseña que la estrategia más segura es la descentralización. "Es muy
difícil predecir donde reside la mayor seguridad. Se suele considerar que,
Europa es más segura que los países de Africa o del Medio Oriente, pero si
Schliemann no hubiera sacado ilegalmente de Turquía el llamado tesoro de Priamo
para entregarlo al Museo de Berlín, no habría desaparecido en durante la guerra
mundial y tal vez hoy fuera posible admirarlo (idem. p.48). Asimismo durante la
época de la guerra fría las autoridades del Museo Brit nico seguían
considerándolo seguro, cuando Europa se había convertido en uno de los lugares
más peligrosos del mundo, sembrada de misiles Pershing II y sus homólogoss
soviéticos ("Bastaría la explosión de un SS 20 a dos o tres kilómetros del
Museo Británico para convertir en chatarra buena parte del patrimonio de la
humanidad" [ibidem. p.48] ).
Otro argumento esgrimido
contra la restitución del patrimonio y la proliferación de museos locales y de
sitio dice que a causa de su carácter de "pequeña escala", su
fundación suele responder a alguna motivación personal de un funcionario de
turno. Como estas personas son nombradas en sus cargos por autoridades
electivas, suelen cambiar cuando estas finalizan su mandato, o incluso antes,
después de las elecciones internas del partido oficialista. Con el recambio de
autoridades el museo suele ser desatendido con el consiguiente deterioro o en
ocasiones la pérdida parcial de sus colecciones. Hechos de este tipo
efectivamente ocurren. Pero no consideramos válida la objeción porque ello es
así sólo cuando los museos municipales o provinciales son "pequeños museos
de élite"; es decir cuando no son el resultado de un interés colectivo, o
no responden a las necesidades de la comunidad local, y cuando ésta no ha
tenido mayor ingerencia en su creación y administración. En suma cuando les es
ajeno.
Hudson y McEwan extraen
estas reflexiones de la experiencia de Agua Blanca:
"[...] rara vez se oye hablar de intentos de intervenir
de modo positivo en los medios populares para alentar a las poblaciones
indígenas a ver en las antigüedades prehistóricas algo más que objetos de un
valor económico inmediato. Cuando la gente conoce su pasado y est
orgullosa de él, está menos dispuesta a separarse de objetos en los que
puede reconocer componentes importantes de su identidad cultural. En vez de
satisfacer el placer personal de una minoría, estos objetos pueden enriquecer
las vidas de sus legítimos guardianes: los descendientes de quienes los
fabricaron" (ibidem, p.125).
Como afirma Chesneaux:
"La relación de nuestra época con cada época del pasado es más importante
que la relación de cada época del pasado con el resto del pasado"
(Chesneaux 1984:75). Habitualmente el pasado cobra sentido para nosotros en
base a su vinculación con nuestro presente. En este sentido, el discurso sobre
el pasado que transmiten los museos de arqueología, es siempre, aunque en forma
diferida, un discurso sobre el presente. Es una excusa para hablar ahora de
nuestro ahora. El presente condiciona nuestra visión del pasado a la vez que
esta última es utilizada en la tranformación de nuestro presente. La utilidad
social de los museos de arqueología es una "función" de la cantidad
de vínculos que estos puedan establecer entre la actualidad y el pasado
arqueológico. Cuando tales vínculos están ausentes, el público se siente ajeno
al relato transmitido por medio de las colecciones. Esta situación se presenta
cuando los museos de arqueología son preparados en consideración a los
problemas "científicos" exclusivamente. Sobre esta base conviven el
reconocimiento de los logros culturales de pueblos "arqueológicos"
con el silencio respecto del deterioro en las condiciones de vida y los
derechos de sus descendientes tras 500 años del asépticamente llamado
"contacto" con el "hombre blanco" .¨ En qué serían diferentes
los museos de arqueología si las naciones indias del continente compartieran en
ellos el poder de decisión junto a museólogos y arqueólogos, respecto de qué
piezas exhibir, como distribuirlas y como organizar las colecciones ?. ¨ Cómo
sería un Museo del Quinto Centenario, por ejemplo, donde "la visión de los
vencidos" se expresara junto a la oficializada del "Descubrimiento de
América " o la del "Encuentro de dos Mundos" ?. Tales museos
podrían parecer menos eruditos, pero tal vez estarían en mejores condiciones de
cumplir la función educativa que se pretende que cumplan y que a veces tan
infructuosamente se esfuerzan en desempeñar, no pudiendo evitar que sus
visitantes "se aburran". Lo cual ocurre sencillamente porque esos
museos no les hablan de las cosas importantes de la vida, ni de su época;
porque no conecta los problemas de nuestra sociedad moderna, ni las
inquietudes, necesidades, aspiraciones y sueños de los hombres y mujeres de hoy
día con el pasado del que se pretende dar cuenta.
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