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¿Hasta dónde caerá el prestigio de los Premios Nóbel?

El criterio para entregar esta presea ha caído en la politización más burda, con propósitos muy lejanos a los que Alfred Nóbel estableció en su testamento. Con tal paso, los Premios Frambuesa pronto los rebasarán en credibilidad

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MARZO, 2010. En los primeros momentos que corrió la noticia parecían ser una broma, pero al final resultó cierto y fue confirmado a lo largo de todo ese día: a menos de un año de haber tomado posesión del cargo y sin un sólo mérito, la Academia Nóbel otorgó su presea de la Paz al presidente Barack Obama, algo que sorprendió incluso a sus porristas más constantes en los medios norteamericanos. El jurado se defendió con un argumento baladí al señalar que "sus intenciones por la paz son claras y precisas y durante su gestión se ha avanzado mucho en ese sentido". En tal sentido la Academia mejor debió habérselo otorgado al cantante Bono quien ha realizado una labor similar desde fines de los 80. Pero al interior de ese instituto parece imperar un proamericanismo inusitado que contrasta con el desprecio que Europa dice tener hacia Washington: tres norteamericanos ganaron el Nóbel de la Paz durante la década pasada, dos de ellos en menos de tres años.

Independientemente de que Obama debió haber declinado el premio (si el mismo aceptó que no lo merecía, habría sido lo más propio en este caso), el que la Academia le haya otorgado la presea se antepone a lo que Alfed Nobel estableció en su testamento donde sentencia que "le será otorgado a quien haga el mayor esfuerzo en la promoción de la paz y la armonía en el mundo". ¿En qué momento de su joven presidencia Barack Obama llenó semejante requisito? Es un asunto sobre el que ya se ha discutido bastante por lo que abundar más en él suena redundante. Sólo agregaremos que, contrario a los deseos de la Academia Nóbel, la presea estuvo lejos, lejísimos, de posicionar al presidente norteamericano como un líder nato; desde el pasado octubre, su popularidad se ha erosionado en Estados Unidos mientras que el resto del mundo regresó a su habitual discurso antiyanquista de siempre.

Los Premios Nóbel de la Paz suelen ser los más controvertidos de todos. Cuando se entregan los correspondientes a Química, Medicina o Biología, las habladurías se limitan al campo de los colegas sin que rara vez el asunto pase a la prensa. Igualmente controvertido suele ser el Premio Nóbel de Economía, pero al menos éste suele ser más ecuánime en ssus decisiones. En cambio, la politización del Nóbel de la Paz sin duda habría provocado urticaria a Alfred Nóbel, quien claramente estableció que debería tratarse de un reconocimiento apolítico.

Ha habido aciertos, sin duda, como el año en que otorgó a Martin Luther King, cuya labor por los derechos humanos abarcaba ya varios lustros cuando recibió la presea. Otro acierto fue el la Madre Teresa de Calculta (pese a lo que diga Christopher Hitchens). Pero la mayoría de las veces la lista de ganadores apunta hacia el descuido o hacia la torpeza. Hubo quienes protestaron horrorizados cuando se le entregó a Henry Kissinger, y tenían razón pues la supuesta tregua en la zona que dividía a Vietnam fue rota al poco tiempo y las tropas norteamericanas salían expulsadas y derrotadas. Algo similar ocurrió cuando el Nóbel le fue otorgado a Yasser Arafat, quien apenas unos años antes era considerado uno de los terroristas más buscados del mundo. Por supuesto que entre las pifias más recientes se encuentra el habérsele otorgado al ex presidente Jimmy Carter y a Al Gore, cuya propuesta "proamebientalista" y su relación con la promoción de la paz es aún algo tan inescrutable que sólo los altos cerebros de la Academia Nóbel han sido capaces de dilucidar.

Igualmente controvertidos han sido los premios Nóbel de Literatura, cuya manipulación y politización se remontan más atrás que las correspondientes a los Nóbel de la Paz. Ha habido omisiones imperdonables: George Orwell escribió dos de los libros más influyentes del siglo XX y ni siquiera fue barajado como probable; Mishima, portento de las letras japonesas, fue derrotado por un compatriota suyo hoy olvidado mientras que Jorge Luis Borges jamás recibió la presea supuestamente por sus haber aprobado el golpe de Estado de Pinochet en Cuba. Pero ello no obstó para que Pablo Neruda, un apologista de la tiranía estalinista, lo hubiera ganado en 1973, curiosamente al mes siguiente de la asonada que derrocó al régimen de Salvador Allende. Debido a ello, es poco probable que le sea otorgado a Mario Vargas Llosa, cuya influencia en la literatura latinoamericana es incalculable.

De hecho en algunos círculos se considera al Nóbel de Literatura como un chascarrillo del cual suelen ser frecuentes víctimas autores semidesconocidos donde se toma más en consideración su radicalismo que el número de lectores que pudieran tener. Ello explicaría que hace algunos años se le otorgara al británico Harold Pinter, quien desde los sesenta no había publicado un título que tuviera más lectores de los que tiene un libro de Harry Potter en cualquier librería de Londres o Nueva York.

La Academia también creer una infalibilidad tipo papal. Se supone que los méritos e historial de los candidatos son investigados exhaustivamente pero aparentemente nadie descubrió que, en su juventud, Günther Grass había sido parte de las juventudes nazis, ni que Mjlovan Djilas hubiera sido "soplón" de la dictadura comunista yugoslava y que por su culpa muchos colegas hubieran terminado en prisión. Pese a que ambos autores aceptaron abiertamente esos hechos, la Academia ha guardo silencio y tampoco ha exigido sea devuelto el premio.

Lo extraño es que ni la Academia ni muchos de sus ganadores se han dado cuenta del desprestigio que hoy cargan los Premios Nobel. Ciertamente cada octubre crecen los corridillos y las especulaciones pero el resultado en ocasiones únicamente deja satisfechos a quienes salen ganadores.

Si en una liga deportiva se revelara que los partidos son arreglados o que todo se decide por cuestiones políticas sería cuestión de meses para que se fuera a la quiebra. El enorme capital del que dispone la Fundación Nóbel (estimado según el sitio American Thinker, en 235 millones de dólares y cuyo capital sigue creciendo con los intereses) deja muy lejos tal posibilidad. Pero la quiebra moral de esos premios que tan abiertamente han traicionado la memoria de quien los creó hacen prever que la caída será muy larga. Pero cuando ella ocurre pocos crédulos serán capaces de escuchar el catorrazo.

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