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COMUNICACIÓN ACADÉMICA Nº 1541

Acerca del término


BAILANTA


Señores Académicos, Amigos, Protectores, Patrocinantes y Benefactores:

En su sesión del 7 de abril de 2001, la Academia consideró el término bailanta.


Dijo el Académico de Número don Norberto Pagano:

El Diccionario Manual Ilustrado de la Lengua Española Espasa Calpe (1981) dice del vocablo bailante: “Arg. Orgía nocturna de gente pobre”. Bailanta, que no aparece en él, tal vez derive de este vocablo, tal vez no.

Sin embargo, quiero dejar de lado las definiciones del diccionario, generalmente bastante alejadas de la realidad del lenguaje popular. Prefiero señalar que los datos a mi alcance me indican que la región más probable de origen del término es el Nordeste argentino, más particularmente, el Litoral. Es decir, la región de fusión idiomática entre el guaraní o Avá ñee y el castellano. Es tendencia del guaraníhablante trocar el final de una palabra agregándole una vocal, suprimiéndole una ese o cambiando su género. Por ejemplo, se dice cordiona por acordeón, bolicho por boliche o che teniento por mi teniente. Son deformaciones propias de un idioma gutural con variada pronunciación de vocales palatinas sobre términos del castellano, tal como lo señalé en la Comunicación Académica N° 1471.

Más difícil es tratar de indicar la fecha de origen de bailanta, aunque sabemos que ya era profusamente empleado a fines del siglo XIX, lo que indicaría que se había acuñado con anterioridad.

En las provincias de Corrientes, Chaco y Misiones y en el norte de Santa Fe es muy común que se diga bailanta por ‘baile’ o por ‘lugar donde se baila’. Pero aclaremos que bailanta es una reunión danzante apartada de los círculos considerados decentes o refinados (en guaraní, caté). Son bailes de las orillas, es decir, de los poriahú, del pobrerío. Véase en ello su similitud con el origen del tango. En 1946, Gerardo Pisarello expresa en su libro Che retá (Mi tierra), donde reúne sus recuerdos de infancia y juventud, que siendo adolescente se acercó a ver la fiesta de San Baltazar (sic) que se celebra en el apartado barrio Centenario de la localidad correntina de Saladas. Esto sucedió alrededor de 1920, y nos dice: “Eran bailes de las orillas, de donde nacería aquel mote despectivo de orillero, tan en uso para denotar maneras ordinarias y reñidas con los buenos modales”. Así, bailanta podría ser sinónimo de bailongo.

Adolfo Cristaldo, poeta chaqueño cuyo abuelo era un italiano del Friuli que solía tocar el acordeón en las bailantas, agrega al final de su libro Razachaco (1972) un vocabulario de términos regionales donde leemos: “Bailanta: reunión danzante”.

Como estudioso que fue de todo lo popular y de sus decires, Ertivio Acosta afirma: “Si alguna de las ‘bailantas’ (bailarinas) tiene su pretendiente en el grupo, antes de la danza coloca en el sombrero del hombre una corona de flores” (1). Es decir que Acosta, creador y primer director del Museo del Hombre de Resistencia, traduce bailanta como ‘bailarina’, ampliándonos el término. Pero aquí no se puede decir con certeza si las bailantas como fiesta pudieron tomar su nombre de las mujeres que bailan en ella o si, por el contrario, las mujeres que bailan son llamadas bailantas por participar de las fiestas así denominadas. Considero esto último como más probable.

El término bailanta debe de haber migrado en boca de los peones golondrina santiagueños y cordobeses. Los primeros incorporaron en su repertorio musical el chamamé, sobre todo en los departamentos que limitan con el Chaco. Los segundos adoptaron evidentemente el vocablo estudiado, no así sus formas musicales, sino hacia lo que se conoce como “bailanta cordobesa” o “bailanta cuartetera”, un híbrido musical de ritmos tropicales pegadizos. Esta forma se extendió en los últimos años al resto del país.

Muchos poetas cultos introducen este regionalismo en sus obras. Recordemos a Carlos Gordiola Niella y su poema “Noche de bailanta”, incluido en un libro de 1952, por dar un ejemplo. Aparece también en varios chamamés, como Me llaman el campiriño, de Heraclio Pérez.

En su trabajo “El Chamamé”, la antropóloga Marily Morales Segovia, nuestra querida amiga radicada hoy en Madrid, comienza diciendo: “Antes que el día termine, sobre el lomo de sus caballos bien aperados, vistiendo sus mejores ropas llegan hombres y mujeres a la ‘bailanta’” (2). También encontramos el término en la Antología Cultural del Litoral Argentino, en una referencia al ya mencionado culto de San Baltasar: “Para ganar los favores del Santo, las ‘bailantas’ se realizaban en los patios de tierra apisonada” (3).

En la región, las bailantas pueden ser fiestas comunes y profanas o fiestas devocionales dedicadas a santos de la Iglesia, como Nuestra Señora de Itatí o Santa Catalina (“Festejaba el malezal a la Santa Catalina”, comienza el célebre chamamé Mi ponchillo colorado, de Mario Millán Medina), o a santos populares que no entran en el santoral católico, como San La Muerte o el Gauchito Gil.

Presencié hace ya más de veinte años varias de ellas, y aun participé en la filmación, llevada a cabo por el Dr. Jorge Castillo, de dos bailantas de San La Muerte realizadas en la provincia del Chaco. Una en Resistencia, en el templo de doña Cecilia, y otra en la localidad de Barranqueras, en el templo de doña Porota. Son espectáculos sobrecogedores donde la más crispada devoción se mezcla con la algarabía algo bárbara de la fiesta. En un terreno de una hectárea, tres escenarios ocupaban otras tantas esquinas, y en la restante se hallaba el altar de San La Muerte. En una hornacina estaba entronizado el “santito” tallado en la falange de un difunto y cubierto por un minúsculo pero rico ropaje. La música chamamecera llegaba como grandes oleadas, y el terrible grito del sapukay desgarraba la noche estrellada. En los escenarios, los grupos de “musiqueros” se sustituían continuamente, sin descanso, durante toda la noche y hasta que rompió el amanecer.

Algunas veces, las bailantas aparecen disimuladas en los chamamés, como en El rancho de la Cambicha o en Posadeña linda, de Ramoncito Ayala, cuando dice: “Y me fui por la Bajada Vieja…”. Ayala se refiere a una famosa bailanta y lupanar regenteado por una “madama” apodada Flor de Lys, que dio nombre a una muy conocida marca de yerba mate. De esa bailanta salían hacia los obrajes los mensú, luego de hacer un último regalo a sus inciertos destinos.

Volviendo a Adolfo Cristaldo, cuyo padre fue hachero en los obrajes, diremos que el poeta incluye el término en muchos de sus versos. Por ejemplo, en su “Canto del Cosechero” (1956):

Rumores de bailantas bordoneadas a guitarra,
incendiadas de acordeonas
y alumbradas por garzos ojos gringos.

Fogonazos de revólver o brillares “Marca Gallo”
al claror del “sol de noche”
en rebrillo de los odios,
los compases hamacados,
rasgidar de mbaracaces
en noches correntinas chaqueñeras de los sábados.

En “Tres cachapés” (1956):

Picana en diestra el carrero sueña,
la paciencia diseña en el recuerdo
figuras compañeras,
noches de bailantas…
¡Cuántas veces acunara en sus brazos
a la dueña!

Y, finalmente, en “Bailantas chamameceras” (1958):

Bailantas chamameceras:
obrajes, algodonales,
espeso aliento de sexo…
Está adensándose el aire.

El acordeón despereza
un rezongo de polkeo;
los guitarreros rasguñan
seis alambres musiqueros.

Escobillas alpargatas
rastrillan barriendo el suelo;
polleras colorincheras
hablan lenguaje de vuelos.

Bailantas chamameceras,
mi infancia vuelve caminos,
y el recuerdo te hace hueco
para que tornes conmigo.

El nono gringo aprendió
tu idioma alpargateado,
así ganó a la abuela
al retozar de un valseado.

El tata de mis querencias
¡mi general de hachadores!
pedía que en las bailantas
lloraran las acordeonas.

Y no habría de venirme
mandato de raza y sangre,
el alma chamamecera
que pregonan mis cantares…

Amiga la de mis sueños:
iremos a la bailanta…
¡A payé, guitarra y canto,
habré de rendirte, guayna!

_____________________

(1) Ertivio Acosta, Festejos de los “ángele tomo” y de los “ángele loro”, Resistencia, Centro de Estudios del Folclore Regional, 1997, p. 13.

(2) Enciclopedia de Temas Populares del Nordeste, U.N.N.E., 1972.

(3) Antología Cultural del Litoral Argentino, edición y prólogo de Eugenio Castelli, Buenos Aires, Nuevo Siglo, 1995, p. 282.


Dijo el Académico de Número don Eduardo Rubén Bernal:

El término bailanta es una voz de cierta antigüedad, conocida ya en los primeros años del siglo XX. De acuerdo con datos obtenidos del CORDE (Corpus diacrónico del español, base de datos desarrollada por la Real Academia Española), aparece registrada para 1918 en Cuentos de amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga, editada ese año. En el relato “Los mensú”, perteneciente a esa obra, puede leerse: “La noche llegaba por fin y con ella la bailanta, donde las mismas damiselas avisadas inducían a beber a los mensú, cuya realeza en dinero de anticipo les hacía lanzar 10 pesos por una botella de cerveza, para recibir en cambio 1,40 que guardaban sin ojear siquiera”.

El término que se analiza está registrado por la RAE. Así, en la 21ª edición del Diccionario de la Lengua Española (1992), se encuentra: “Bailanta. f. rur. NE. Argent. Fiesta de pueblo en la que se baila. // 2. rur. NE. Argent. Lugar donde se realiza”.

En otros diccionarios se puede encontrar significados acordes. Félix Coluccio, en su Diccionario de voces y expresiones argentinas (1996), da: “Bailanta: En el noreste, lugar donde se realizan bailes populares, muy especialmente en Corrientes y Chaco”. Coluccio ofrece, además, los siguientes ejemplos: “Bailantas chamameceras: / obrajes, algodonales, / espeso aliento de sexo… / Está adensándose el aire” (A. Cristaldo, Razachaco). “Hombres y mujeres se dirigen a caballo o a pie hacia la bailanta mientras el sol declina” (Marily Morales Segovia, El Chamamé).

Adolfo Enrique Rodríguez dice en su Lexicón (1991): “Bailanta (pop.). Fiesta nocturna de gente pobre”. Oscar Conde, en su Diccionario etimológico del lunfardo (1998), establece: “Bailanta. [Las acepciones 1 y 2 son similares a las del DRAE]. 3. Baile donde predomina la música denominada ‘tropical’ o ‘cuartetera’. || 4. Local donde se realiza dicho baile”. Agrega la siguiente etimología: “Por sustantivación y feminización del participio presente del español bailar ‘ejecutar movimientos acompasados con el cuerpo, brazos y pies’”.

Por último, José Gobello e Irene Amuchástegui, en su Vocabulario ideológico del lunfardo (1998), definen: “Bailanta. Local de grandes dimensiones en el que la gente de condición modesta se divierte bailando danzas populares, principalmente tropicales”. Los autores asimilan el término a las ideas de danza y diversión.

La utilización del término en el sentido indicado en los léxicos consultados aparece claramente en los párrafos que siguen, extraídos del CREA (Corpus de referencia del español actual, base de datos desarrollada por la RAE, similar al CORDE): “Unos días después de esas detenciones, su hijo fue a bailar con unos amigos. Cuando ya habían salido de la bailanta, a dos cuadras de allí, una comisión policial los hizo detener” (La Nación, 27/2/1992). “El 8 de junio de 1992, alrededor de las cuatro de la mañana, Romero se fue con tres amigos de una bailanta de Llavallol” (Clarín, 24/4/1997).

De acuerdo con lo visto hasta ahora, se trata de un término de origen litoraleño que llegó a Buenos Aires introducido por la migración interna de los habitantes de la Mesopotamia, del Chaco y posiblemente de Santa Fe. Estos migrantes lo trajeron junto con su música y sus danzas regionales, para aplicarlo, de acuerdo con sus costumbres, a las reuniones que con fines festivos realizaban entre ellos y en las que se bailaban esas danzas chamamés, rancheras, chamarritas, etc..

Posteriormente, a finales de la década del ochenta, aparece en Buenos Aires la llamada música “cuartetera”, entendiéndose por tal a la música creada por grupos, en general cuartetos, formados desde la década del cuarenta en la ciudad de Córdoba. Simultáneamente, alcanza un gran auge la música tropical, conocida con el nombre genérico de cumbia, aunque muy poco o nada tenga que ver con la cumbia colombiana, de gran difusión en la década del sesenta. Al ser incorporadas, una y otra, por esos grupos en sus reuniones, se modifican los ritmos usuales de sus bailes: se transforman y se difunden en otros medios y otras comunidades con características cada vez más distantes de sus orígenes litoraleños; pero manteniendo la denominación bailanta tanto para el lugar donde se realizan como para la fiesta bailable.

La razón de que el nombre bailanta se haya mantenido a pesar del cambio de los géneros musicales usuales no se ve con claridad. Posiblemente pueda intentarse una explicación si se tienen en cuenta algunas similitudes existentes entre todos ellos. En efecto, la versión chamamecera que llegó a Buenos Aires en los años ochenta es considerada por algunos entendidos como un “chamamé tropical”, ejecutado con distintos instrumentos, pero fundamentalmente con acordeón a piano. Igual tradición traen los cuartetos cordobeses, en los que el acordeón, junto con el piano y el violín, desempeña un rol destacado. Lo mismo sucede con los grupos de música tropical, que siempre tienen como instrumento principal el acordeón a piano. Todo hace pensar que si bien los ritmos son distintos se pasó del chamamé a la cumbia, esta analogía instrumental, que derivó en una similitud de sonidos, hizo que se haya mantenido a través del tiempo un cierto estilo, que es el que identifica a las bailantas.

Sergio Pujol, en su obra Historia del baile, define claramente esta transformación de la música bailantera cuando dice: “En síntesis, ya a fines de los 80 el molde tropical queda configurado con la hibridación de varios elementos. La actitud ‘fiestera’ y picaresca es de raigambre cordobesa. Algunos instrumentos y rasgos estilísticos provienen de la versión ‘acumbiada’ del chamamé. Y la supuesta naturaleza tropical, que terminará identificando a la nueva especie en los códigos de la noche, deriva de la cumbia colombiana”.

Pero existe aun otro aspecto a considerar sobre la voz bailanta, ya que, además de significar ‘reunión bailable’ y ‘lugar donde se realiza esa reunión’, se la utiliza también para denominar un nuevo género musical bailable, justamente el género surgido de la cruza de los distintos ritmos que se fueron dando a lo largo del desarrollo y evolución de las bailantas.

Esto último surge muy claramente de los siguientes ejemplos: “Son muchos y de una variedad increíble los festivales folclóricos asociados con una celebración o actividad local. Frecuentemente, la música alterna con concursos de doma: entonces, a medianoche, los primeros compases del recital se pisan con los últimos comentarios de los paisanos sobre la faena de los jinetes. Ocasionalmente, las programaciones incluyen géneros no folclóricos (rock, melódico, bailanta) con la intención de ampliar la convocatoria” (Clarín, 15/1/1997, extraído del CREA). “La murga mezcla tradiciones europeas, sobre todo españolas, con ritmos de los negros, quienes fueron los primeros que tuvieron permiso para las festividades carnavalescas. Hoy día, los movimientos se mezclan con los pasos de bailanta” (extraído del CREA, que no cita la fuente).

De todo lo expuesto, se puede concluir que se trata de un término originado en el litoral argentino, que en sus principios pudo tener alguna implicancia prostibularia. Así parece deducirse de los párrafos citados de Quiroga y Cristaldo. Posteriormente, ya libre de esa condición, llega a Buenos Aires, donde se lo aplica a los bailes y a los lugares bailables frecuentados mayoritariamente por un público oriundo de las provincias litoraleñas y por personas provenientes de países limítrofes especialmente paraguayos para bailar sus danzas típicas. Esas danzas y esos ritmos se fueron modificando, y, consecuentemente, se fue ampliando el espectro del público que los frecuentaba; es notoria, por ejemplo, la incorporación a las bailantas de la comunidad boliviana, que, por supuesto, nada tiene que ver con las tradiciones litoraleñas. Al respecto, es ilustrativo el siguiente párrafo: “Son las cinco de la tarde. Afuera el sol todavía brilla con fuerza sobre la Ciudad Deportiva de San Lorenzo. Pero adentro del Rincón Tunari, un boliche bailanta del Barrio Charrúa, punto habitual de encuentro de la comunidad boliviana, domina la penumbra” (Clarín, 3/4/1997, extraído del CREA).

Luego, el término bailanta se generalizó para la denominación de esos bailes, esa música y esos lugares de diversión. Es importante destacar que el término en estudio generó algunos derivados que no pueden omitirse. Así, lo perteneciente o relativo a la bailanta es conocido como bailantero: por ejemplo, las audiciones radiales y televisivas que se ocupan de su difusión, el público que concurre a los espectáculos, los músicos y especialmente los cantantes que se dedican a este género, y es música bailantera la que ellos ejecutan.

Es conveniente decir finalmente que en los últimos años bailanta aparece como un término en retroceso. Se nota una tendencia a cambiar el nombre de “música de bailanta” o “bailantera” por el de la que parece ser su sucesora, la música de la “movida tropical”. Ésta es la denominación que prefieren los difusores, intentando, seguramente, la captación de nuevos mercados, es decir, de algún nuevo tipo de público.


Por Secretaría se leyó la siguiente información cursada por el Protector don Marcelo H. Oliveri:

Según el DRAE bailanta es un argentinismo del noreste que significa ‘fiesta de pueblo en la que se baila’ y en segunda acepción ‘lugar donde se realiza’. En uno y otro caso se trata de un ruralismo. Para Abad de Santillán es un correntinismo que significa ‘baile’.

Si nos remontamos a las décadas de 1960 y 1970, podemos recordar que sobre las rutas del Gran Buenos Aires se instalaban, frente a las villas miserias, construcciones precarias, generalmente pintadas de varios colores.

Piso de tierra, chapa de zinc o sin techo, eran las características de estos lugares donde se bailaba chamamé y música tropical. La decoración consistía en bombitas de colores y una especie de barra donde los principales tragos eran los vinos tintos envasados en cartón, la caña y la ginebra. Tampoco faltaba el mezcladito que se vendía cerca de la madrugada y consistía en las sobras de los otros vasos. A esos lugares se los llamaba bailantas.

En la actualidad, si bien los locales donde se escucha y se baila música tropical se siguen llamando bailanta, las condiciones son diferentes a las anteriormente expresadas. Construcciones monumentales, con buenas luces, calefacción o refrigeración en algunos casos, hacen olvidar los comienzos de estos establecimientos que comenzaron al aire libre. Lo único que cambió de la bailanta son las locaciones.

Como dato ilustrativo, el cine argentino se ocupó del tema en un filme llamado La Bailanta, rodado en 1988 y estrenado tardíamente en 1995.



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