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COMUNICACIÓN ACADÉMICA Nº 1544

Palabras pronunciadas por el Académico de Número don Roberto Selles en la sesión del 5 de mayo de 2001, acerca de


YOYI KANEMATZ


Señor Presidente, señores Académicos:

Quedaron algunas cosas pendientes, querido Yoyi. Usted pensará que es demasiado tarde; pero tenía que decírselo, ¿sabe? Por ejemplo, decirle que sigo esperando su llamado. ¿Recuerda que habíamos convenido que me llamaría a su regreso de los Estados Unidos, para volver a encontrarnos? En cuanto a mí, debía llevarle el tango que le dediqué y las fotos que mi amigo Pedro le tomó la última vez que cenamos juntos y charlamos tanto en su departamento, sobre el tango y su vida. Y otra cosa: ¿recuerda que aún le adeudo la cena con tallarines verdes, ésos que no se consiguen en Japón? Porque cuando estuvo en mi casa y comimos aquel pucherete que usted llegó a fotografiar para darse dique entre sus paisanos, quedamos en una próxima cena con esa tallarinada.

Pero me temo que todo eso ya pertenece al pasado, amigo Yoyi. Como también son ya historia sus aptitudes de investigador, escritor, coleccionista, traductor, letrista, periodista, milonguero, Académico Correspondiente de esta casa en Tokio (presentado por los Académicos de Número don Edmundo Rivero y don Luis Alposta y elegido el 4 de setiembre de 1982); ejecutante de so, guitarra y piano; fundador de la revista La Música Iberoamericana, dibujante, ejecutivo de Pola Cosmetics, profesor de shiatsu dígito presión, como le dicen aquí y no sé si se me escapa algo más de su increíble y siempre reservado multifacetismo.

Esa historia nos dice que usted había nacido en Yokohama, el 6 de febrero de 1927; que sus padres fueron Joseph Kanematz un camarógrafo de la Universal News Reel, estadounidense, pero de estirpe japonesa e Ishi Ohi, intérprete de koto, especie de arpa de doce cuerdas; que su primo mayor Iwaji Ohyagi lo inició en esa pasión por el tango que terminó por metérsele en los huesos; que conoció la miseria cuando una bomba incendiaria destruyó su hogar (“con mi madre y mi abuela Masa me contaba debimos trabajar duramente; sufrimos mucho”); que, cuando se prohibió la música extranjera, usted le encontró la vuelta al asunto: “Seguíamos escuchando tango me refería y, cuando caía la policía, decíamos que se trataba de música alemana, puesto que, como enemigos de los Estados Unidos, estábamos en buenas relaciones con Alemania”; que ingresó en la universidad para estudiar castellano, ya que, como aclaraba, “quería saber qué decían las letras de los tangos”; que tomó lecciones de cortes y quebradas con el barón Tsunayoshi Megata el mismo que en 1926 introdujo el tango en su tierra, aprendizaje que perfeccionó aquí con Pepito Avellaneda; que cuando llegó por primera vez a Buenos Aires fue a llevar flores a la tumba de Gardel; que publicó los libros Canciones mexicanas y Así se baila el tango argentino, cuyo ejemplar autografiado guardo con cariño; que produjo versiones en japonés de La cumparsita, Rodríguez Peña, Carillón de la Merced, El once y no sé cuántos tangos más…

Sí, querido gomía, desde el 30 de marzo todo es ya parte del pasado. Eso, no sin esfuerzo, podría comprenderlo. Pero dígame qué hago ahora con el llamado que nunca llegó, con mi tango Yoyi, con las fotos de mi amigo Pedro, con los tallarines verdes, que ya deben estar fríos, como esta ausencia que usted puso entre ambos un día que no quisiera recordar. Y dígame, Yoyi Kanematz, qué hago con nuestra amistad, de la que quedé yo solo.


Buenos Aires, 5 de mayo de 2001

ROBERTO SELLES

Académico de Número

Titular del sillón “Dante A. Linyera”


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